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Chapter 8 - CAPÍTULO 3: CONFUSIÓN

Dos semanas después.

Jung Jian

El eco de los pasos llenó el vacío, el murmullo de una conversación inentendible se escuchó a lo lejos. No se sorprendió, ni les prestó atención. Ya nada le parecía extraño en la demencia que le rodeaba. A veces imágenes dispersas aparecían entre la oscuridad, en otras ocasiones el dolor lo ahogaba, y en otras más podía verse en distintos lugares de su niñez y adolescencia; pero siempre era igual, todo al final pasaba, desaparecía como si de un sueño eterno se tratase.

Siguió caminando, ignorándolo todo, anhelando escuchar aquella voz que lo calmaba, pero a su vez temiéndola, pues siempre era precedida por el dolor.

Ya no existía el tiempo.

Una intensa luz blanca hirió su vista por un instante, cortando un tajo en la oscuridad. Sin nada que perder caminó hacia ella. Al acercarse vio un salón en medio del corte, completamente blanco. Sin dificultad pasó por la estrecha abertura. Muebles tan blancos como la habitación decoraban el lugar, los cojines parecían de mármol, los cuadros en las paredes eran lienzos en blanco. No había nadie aparte de él.

Caminó un poco, recorriendo el extenso salón hasta llegar a un alto espejo con marco labrado que parecía no tener fin. No reconoció su reflejo. Su rostro carecía de imperfecciones, estaba desnudo, con el vello intacto y su cabello negro cayendo ligeramente sobre sus hombros. No podía calcular su edad, pero no podía superar los quince años. Extendió su mano hacia el espejo, al tocarlo su reflejo se rompió en innumerables ondas, como si en vez de cristal fuese agua.

En vez de su reflejo, una cascada apareció en el espejo, rodeada de maleza salvaje. Sintió sed al ver el cristalino riachuelo en la base de la cascada, pero antes de intentar atravesar el espejo una voz lo sacó del trance. La imagen de la cascada desapareció en segundos. Volteó avergonzado, cubriéndose con las manos.

—¿Qué haces? —Sentado en el brazo de uno de los sofás del salón, el ser de cabello llameante lo observaba divirtiéndose con su reacción. Al ver que no obtenía respuesta suspiró. —Ya no estás desnudo, mira el espejo.

Sin dejar de cubrirse obedeció. El espejo devolvió al Jian que conocía, con las mismas ropas con las que saltó de la azotea. Suspiró decepcionado.

—¿Qué fue eso? —Preguntó alejándose del espejo sin observar al ser.

—Eso pasa cuando dejas de aferrarte a quien eras—su tono delató resignación.

—¿Me dirás qué son estos sitios?

—No—entre risas se puso de pie— mejor ven, quiero mostrarte algo hoy.

—No, gracias.

—Está bien—el ser se encogió de hombros mientras se dirigía hacia una blanca puerta entreabierta en la pared del salón—igual no es como que tenga prisa.

Jian miró de nuevo el espejo, extendió la mano para tocarlo queriendo ver de nuevo la cascada, pero solo dejó sus huellas en el cristal. Suspiró.

«Supongo que eso es todo».

Resignado siguió al ser, quien al verlo rió escandalosamente.

Entraron a una habitación semejante a la anterior, pero esta carecía de muebles, solo resaltaba una ventana en la pared de enfrente. El ser corrió hasta ella, invitándolo a ver a través. Su emoción saltó una alarma en Jian, pero curioso, se acercó.

La ventana daba a un paraje, el más impresionante que había visto en su vida. Laderas rojizas enmarcaban un entorno salvaje, lleno de plantas de distintos colores que desconocía. Las piedras en el camino resplandecían como cristales, a lo lejos, pequeñas cúpulas blancas con rebordes dorados sobresalían de las laderas reflejando un extraño cielo despejado. Y más allá, los indicios de un tranquilo y cristalino lago despertaban su sed.

Una lágrima se derramó por su mejilla, y un sentimiento que creía dormido lo invadió: felicidad.

—Genial, ¿no?

—Sí… lo es.

—Quería que lo vieras antes de irte.

—¿Irme? —Volteó buscando una respuesta en el ser. Por un momento le pareció poder distinguir sus rasgos entre la luz.

No respondió. Miró hacia arriba, y Jian lo siguió.

Pitidos agudos y constantes inundaron el lugar, voces demasiado altas lo ensordecieron. El dolor regresaba, no intenso, pero sí molesto.

Desesperado, vio cómo el paisaje, la ventana, la habitación, y el hombre ante él se disolvía en la oscuridad.

«No quiero irme, quiero quedarme aquí, ¡por favor! Déjame quedarme…»

—Dale más tiempo… cuando despierte estará confundido, no dejes que nada lo agobie.

La voz, serena y carrasposa de un hombre se volvía más clara entre el balbuceo y la reverberación.

«Por favor, no… no quiero vivir, te lo ruego, déjame quedarme aquí».

—Sí, Dr. Handa— otra voz, más profunda y ligera, respondió a la orden, de inmediato comenzó a dar órdenes que se distorsionaban por el ruido.

—Ya está despertando, ven.

«No, por favor… no otra vez».

Las voces se perdieron, los pitidos se volvieron más constantes y agudos, la reverberación disminuyó.

«No quiero abrir los ojos».

La voz del ser resonó como un trueno. —¡Despierta!

La oscuridad desapareció poco a poco, ante él apareció el techo blanco de una habitación. Sintió sus ojos arder y en instantes se llenaron de lágrimas. No podía enfocar nada, todo a su alrededor era difuso y resplandeciente. Los molestos pitidos incrementaban el dolor de su cabeza que latía sin parar. Parpadeó múltiples veces, derramando las lágrimas por sus sienes. Su sed era más intensa que la que sintió al ver la cascada o el lago, y para colmo, esta se mezclaba con un sabor a carne podrida y metal que le revolvía el estómago.

Dos sombras cubrieron la luz que hería sus ojos, con esfuerzo logró distinguir las apariencias de los hombres ante él. Uno de piel clara, de apariencia joven, ojos rasgados, rostro poco definido y cabello cenizo muy corto y pulcro, peinado hacia un lado. Vestía una camisa blanca abotonada, y una bata de médico del mismo color; en su pecho relucía una placa dorada grabada con la inscripción «Dr. Handa Hideki».

Al frente de este, un hombre mucho más joven, de piel ligeramente bronceada, cabello castaño con el flequillo en cortina, rasgos definidos y claros ojos miel, sonreía ampliamente. Sobre su sencilla camisa blanca de llano cuello en V resaltaba una placa de plata con la inscripción «Enf. Kang Hajun».

—¡Bienvenido a la vida! —Anunció sonriendo tan alegre como podía, pero para Jian esas palabras se sintieron como un escupitajo.

—¡Hajun! Nada de bromas—. Sentenció el médico antes de dirigirse a Jian con volumen bajo y tono sereno. —Tranquilo, no te apresures; sé que te sientes mal, es normal, llevas muchos meses en coma.

Jian intentó responder, pero su boca estaba tan seca que no emitió sonido.

—No intentas hablar por ahora. ¿Tienes mucha sed?

Asintió levemente. Jamás había sentido que su cabeza pesara tanto.

—Hajun, trae un vaso con agua y un sorbete[AS1] . Agrégale un poco de jarabe, eso endulzará el paladar.

—Sí, señor.

Al instante el menor desapareció de su vista, tranquilizando a Jian, quien no soportaba más su risa.

—Voy a inclinar un poco tu cama, no te muevas. Si sientes muchas náuseas respira profundo. No podrás vomitar, tu estómago está vacío.

«Tenía que despertar para esta mierda».

La inclinación de la cama incrementó sus ganas de vomitar. Abrió la boca intentando maldecir, pero fue en vano.

—Aquí está.

—Gracias, trae el tazón de metal. Jian, ten—, rompió el empaque que envolvía el sorbete de cartón y tras introducirlo en el agua lo llevó hasta los labios agrietados del pelinegro. —Enjuágate la boca primero. No lo tragues todavía.

Obedeció. Solo entonces se percató de las pequeñas laceraciones que cubrían su boca. Las lágrimas incrementaron, pero el dolor y el intenso sabor putrefacto disminuyó rápidamente. Tras escupir en el tazón, al fin sintió algo de alivio.

—Bien hecho… ahora bebe un poco. Lentamente.

El sabor dulce del agua borró el intenso sabor metálico, pero al pasar por su garganta la sensación áspera y el dolor intenso le revolvieron el estómago aún más.

—Eso es suficiente—advirtió apartando el vaso y secando las comisuras de su boca con cuidado—, intenta hablar.

Pese a sentir su boca y gargantas algo recuperadas, al intentar hablar solo logró emitir un áspero y ligero murmullo. Su frustración incrementó.

—Tranquilo, recuperarás el habla. Solo ten paciencia—suspiró—, estás en el Hospital Huimang, en Tanmei. Tuviste un accidente hace unos meses que te dejó en coma. Te trasladaron al Hospital Byakuren en tu ciudad, allí superaste varias operaciones, hasta que hace pocas semanas te trasladaron aquí. Estás recuperándote muy bien, todos están impresionados.

—Asustaste a todos cuando llegaste, pero ahora mírate—añadió el castaño, quien aún sonreía con amabilidad.

Jian lo miró de reojo sin ocultar su desagrado.

—Ve a revisar el estado de los demás y termina tus tareas. Yo me encargo—. La sonrisa del castaño se borró y con una pequeña reverencia obedeció—. Discúlpalo. Es uno de los enfermeros encargados de esta sala, Kang Hajun. No es mala persona, solo está feliz de verte despierto. Todos están impresionados de lo bien que respondiste a los medicamentos.

Jian exhaló desviando la mirada hacia sus manos, estaban pálidas y casi cadavéricas. No quería imaginar como lucía.

—¿Recuerdas algo?

No respondió. Desvió su mirada de sus manos y las dirigió a la placa dorada en la bata del médico. Al percatarse este la acomodó con una ligera sonrisa.

—Cierto. No me presenté. Me llamo Handa Hideki, soy tu médico de cabecera. Espero podamos llevarnos muy bien.

Jian devolvió la mirada hacia sus manos. Su expresión seria y perturbada preocupó al médico aún más.

—¿Recuerdas algo? —Al ver que no recibiría respuesta se resignó. Tras suspirar continuó. —El accidente fue bastante grave. Aún tienes zonas inflamadas y la última operación fue reciente, así que puedes experimentar dolor en muchas zonas. Si intentas moverte es probable que sientas un dolor muy agudo, por lo que te recomiendo que evites movimientos innecesarios. Y por ningún motivo intentes ponerte de pie. Poco a poco los enfermeros que te cuidarán irán ayudándote con la rehabilitación para que recuperes tu movilidad. Yo vendré a verte cada día, así como tu fisioterapeuta, que conocerás mañana; por hoy intenta comer algo. Pasarás bastante tiempo aquí.

«Accidente… eso fue todo menos un maldito accidente».

El mayor miedo de Jian se había cumplido, quedaría en una cama de hospital una vez más hasta recuperarse. Tendría que enfrentar el regresar a la normalidad, pero sabía que por la carta en esta ocasión los comentarios y discusiones serían aún peores.

—Dr. Handa, terminé. Me tengo que retirar si quiero llegar a tiempo.

—Tranquilo, vete ya, no dejes esperando a tu hermana —respondió con una sonrisa— ¡Ah, Hajun!

—¿Sí?

—Dile a Park que venga rápido, ya me tengo que ir y necesito ponerlo al corriente.

—Sí, señor.

«¿Park? Ese apellido…» Entre los murmullos que aparecían en la oscuridad, varias veces escuchó ese apellido. Sin querer el nombre salió de su boca en un susurro.

—Es el jefe de enfermeros de este piso. Te ha cuidado desde que llegaste.

Al ver el recelo del menor, continuó. —Descuida. No es de bromear, al contrario, es muy callado y tranquilo. No te molestará.

Jian suspiró aliviado.

—Mandaré a traer algo de comida mientras llega. Ten, señala si algo de esto no te gusta. —Extendió una lámina con distintos nombres de alimentos—, tengo tu historial de alergias, pero no me dijeron tus gustos.

Observó por largo rato la lámina sin elegir nada.

—Bien, —exhaló poniéndola bajo el brazo— entonces pediré que te traigan algo ligero.

El médico desapareció por la puerta, solo entonces Jian tuvo tiempo de observar el lugar.

No parecía un hospital, carecía de esa apariencia fría y enfermiza.

Recorrió con la mirada la habitación; las pálidas paredes alabastro, los pisos de madera clara, las cortinas de gaza, las plantas que daban frescura a las mesitas de noche junto a las camas, o que colgaban del techo enmarcando los gigantescos ventanales. No había divisiones que separasen las ocho camas de pulcras sábanas blancas. En cada esquina, dos estanterías de pino, algunas abiertas y otras cerradas con gruesos cristales, resguardaban distintos utensilios, desde decoración hasta instrumentos médicos, los cuales permanecían bajo llave.

Frente a la puerta del salón, un escritorio de pino resguardaba un gavetero de la misma madera, y junto a su cama una puerta de fresno se abría de vez en cuando por distintos pacientes que lo miraban con curiosidad sin atreverse a hablar.

Lo que más retuvo su atención fue una pintura que resaltaba en el centro de la habitación, en ella la acuarela caía por el lienzo formando un bosque de coníferas que enmarcaban una cascada. En el área desnuda, escrito con tinta china, podía leerse una frase que lo hizo sonreír con ironía.

Cada árbol crece a su ritmo según su tipo, pero es su singularidad la que crea la belleza del bosque.

Apartó la mirada hacia la ventana junto a su cama. El ocaso ya teñía de malva el horizonte. Su vista no alcanzaba a ver ni un edificio entre las copas de los árboles, solo distinguía algo que se asemejaba a la punta de una aguja de plata que reflejaba el sol. La espesura del bosque de coníferas y bambú apenas dejaba entrever la silueta de las montañas a lo lejos.

Había crecido en la ciudad, era la primera vez que contemplaba un paisaje semejante, pero aun con eso, para él, su belleza no era nada comparada con lo que había observado mientras estuvo en coma.

La comida llegó antes que el médico. Una sopa poco condimentada, té, y algo de fruta blanda. El enfermero que puso la comida en la bandeja de su cama se sentó a su lado para darle de comer.

Era humillante, pero el dolor en su cuerpo y el hambre lo hizo resignarse. En silencio aceptó cada bocado, saboreando la insípida comida como si fuese el mayor manjar.

La voz del médico se escuchó a lo lejos. —Debes tener cuidado, no olvides seguir las indicaciones…

—Sí, señor…

La segunda voz le pareció familiar.

—¡Qué bien, ya estás comiendo! —Lo felicitó el médico al entrar al salón.

Detrás de él, un joven de teñido cabello rubio, piel blanca, ojos grises, facciones suaves y uniforme de enfermero le seguía con una ligera sonrisa que se amplió al verlo. Era extraño, pero al contrario de la sonrisa de Hajun, a Jian su sonrisa no le molestó, al contrario, lo tranquilizó. Y su apariencia, de alguna forma, le era familiar.

—Jian, te lo presento, él es Park Aoi, jefe de enfermeros de este piso. Es quien te ha cuidado desde que llegaste.

—¡Mucho gusto, provecho! —Exclamó deteniéndose a su lado con una sonrisa.

Jian se atragantó con la comida.

«Su voz. Es la misma voz».

[AS1]Sorbete, pajita, pajilla, popote, etc.