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Chapter 7 - CAPÍTULO 2: PENITENCIA

Jung Jian

Tras saltar de la azotea, su cráneo impactó contra el suelo, agrietándose con un sonido semejante al de una taza de cerámica haciéndose pedazos.

El dolor duró un segundo, luego la oscuridad lo rodeó.

«¿Dónde estoy?»

Caminó incesante en medio del vacío, pero no llegaba a ningún lado.

No sentía frío, ni calor. No había suelo, ni paredes o techos. Intentó buscar su cuerpo con sus manos, pero no había nada allí; ni un rostro, ni un torso, ni piernas. Nada.

«¿Qué ocurre?»

Corrió, pero no avanzó.

Deseaba sentir algo, dolor, tristeza, alegría; pero no podía, solo existía un vacío desesperante. Deseaba escuchar algo, oler algo; pero no había nada.

«¡Ayuda!»

Intentó gritar, pero su boca no emitía ningún sonido, solo percibía la ligera sensación de mover los labios, aunque no sabía si era real o un recuerdo.

Irónicamente, deseó volver al infierno del que intentó escapar al saltar, pero por más que lo deseó nada cambió. Hasta ese momento.

¿Cuánto pasó?, ¿una semana?, ¿un mes?; no lo sabía.

De un momento a otro, un vórtice lo arrastró hasta impactar contra una superficie dura y fría como el acero. No podía moverse, ni respirar; un dolor intenso invadió cada parte de su cuerpo. Quiso gritar hasta desgarrarse la garganta; pero no podía. El frío se convirtió en ardor. Su cabeza parecía estar a punto de explotar. Sus piernas desaparecieron como si las hubiesen cortado con una sierra. Sus ojos permanecieron ciegos y sus oídos sordos.

La tortura duró tanto tiempo que no pudo medirlo, pero al cesar dejó una calma que no había experimentado en años, y con ella regresó su vista.

Se puso de pie, una luz enceguecedora atravesó como una lanza la oscuridad, creando un túnel entre la nada. Emocionado, intentó correr hacia ella, pero sus piernas no le respondieron. Extendió sus brazos y se inclinó hacia delante en un intento de alcanzarla, pero fue en vano.

De repente, sintió el suelo desaparecer y un vórtice lo absorbió en caída libre hacia la nada.

El terror lo invadió. A su alrededor, recuerdos aparecieron como alucinaciones. Vio su niñez resumida en breves imágenes que desaparecían en una humareda. Su graduación, los aplausos de la gente, los partidos de baloncesto, los regaños de su padre, los gritos de Minseo en su primera pelea, las risas de chicas apoyando a sus amigas para declarársele en San Valentín; todos y cada uno de aquellos recuerdos desaparecieron consumidos por la oscuridad.

Solo uno tardó más en desaparecer: su padre, sentado frente a él en la mesa del jardín de su primer hogar, lo dibujaba en su libreta con una sonrisa; él, comía sentado en las piernas de su madre, y, mientras tanto, su hermano mayor, Jeonhyun, gritaba jugando fútbol con sus amigos en el jardín.

Sintió dos lágrimas recorrer su rostro mientras el recuerdo se esfumaba, y una punzada en el corazón disipó un poco el terror de su alma.

Dejó de respirar, dejó de intentarlo, su fuerza desapareció; dejó de querer aferrarse a algo. Cerró los ojos y esperó el impacto, sin prestar atención a las voces que inundaban sus oídos, sin pensar en el dolor de su cuerpo al desintegrarse; sin anhelar nada, solo esperando el resultado de su caída libre.

Silencio.

El golpe no llegó, al contrario, sus piernas tocaron suavemente el suelo. Abrió los ojos. A su alrededor todo era luz, un espacio tan blanco que deslumbraba. La calma era inigualable. Entre el resplandor distinguió centenares de siluetas humanas y animales, grandes, pequeñas, anchas y altas, ninguna era clara, pero sí distinta. Entre ellas una caminó hacia él, esta era alta, de vestimentas oscuras, un rostro deslumbrante y una cabellera larga y rojiza como una llama que ondeaba con cada paso.

—Tú…

—Estás aquí.

Las palabras del ser invadieron sus oídos en insoportables reverberaciones, el dolor en su cabeza regresó como miles de punzadas. Intentó cubrir sus oídos, pero fue en vano.

Imploró. —¡Ayúdame!

—¿Ya no quieres morir? — La burla era clara, pero la autoridad en su voz lo estremeció.

—¡Por favor… ayúdenme!

—Ahora pides ayuda— espetó.

—¡Piedad! —Gritó cayendo de rodillas con su cabeza a punto de estallar.

—¿Quieres vivir?

—¡Por favor! — Gritó aún más fuerte, tocando el suelo con su frente.

El ser negó con la cabeza y sonriendo de lado, ordenó. — Vuelve.

Todo se pagó. La luz a su alrededor desapareció al tiempo que se intensificó su dolor. Un vórtice lo arrastró en una dirección que no podía distinguir. Corrientes eléctricas emanaron desde su pecho hasta cada parte de su cuerpo. Pitidos ensordecedores invadieron el vacío, como un eco que evocaba latidos.

Todo se detuvo.

El dolor comenzó a menguar. El vació regresó.

Pasó el tiempo sin poder medirlo. Sus piernas se volvieron un recuerdo. Dejó de intentarlo, dejó de querer hablar, dejó de implorar.

De vez en cuando el dolor regresaba, a veces más intenso, a veces como una alucinación; pero en un punto algo cambió. El dolor llegó como siempre, con la intensidad suficiente para ahogarlo; pero esa vez una voz cortó el vacío. Entonaba una tranquila balada, la letra se deformaba en balbuceos irreconocibles, pero la melodía era como una caricia. La voz, suave y dulce, venía acompañada con el alivio del dolor, gradual, como las notas de la canción. Poco a poco toda sensación desaparecía, incluso su conciencia, como si cayera dormido.

Abrió los ojos, no reconocía la habitación. Se observó a sí mismo tendido en una cama de hospital, pero esta era distinta a las que conocía, más cómoda. Estaba de pie ante su cuerpo.

De espaldas a él, sentado junto a la cama, un joven vestido de blanco resaltaba entre la penumbra, con sus cabellos dorados iluminados por la leve luz de la luna. Intentó avanzar hacia él para ver su rostro, pero sus piernas no respondieron.

Intentó girar, pero su cuerpo no respondió.

Miró hacia la ventana. Fuera, sobresaliendo entre las copas de los árboles, el resplandor de lo que parecía una estrella, iluminaba desde la punta de un edificio en forma de aguja. No sabía por qué, pero lo atraía.

La paz que lo invadió le hizo suspirar, el cuerpo en la cama suspiró a la vez, llamando la atención del joven de blanco que se inclinó apresurado, tocando con su mano la frente cubierta de vendas.

La calma que emanaba de la estrella y la calidez de saberse en compañía, lo invadieron.

Jian sonrió por primera vez en mucho tiempo, y su cuerpo lo hizo a la vez.

16:15, 22 de junio del 2021

Apartamento de Aoi, Tanmei, Dazán.

Park Aoi

La comida se deslizó a trompicones por su garganta, evitando escupir bebió apresuradamente el té, derramando un poco sobre el cuello de su camiseta. No le tomó importancia. Guardó su teléfono en el bolsillo, su diario en su bolsa, y añadió la novela que acostumbraba a leer por las noches.

Echó un vistazo al espejo de la entrada de su apartamento una vez más. Su semblante había cambiado en el último mes, se le notaba más saludable; su cabello dorado, recién teñido, tenía más brillo. Sonrió, asintió, y tras cerrar la puerta con llave dejó su apartamento.

¿Quién lo diría? Él de buen humor por comenzar su semana nocturna.

Tomó el autobús en la estación, el mismo que tomaba cada día para llegar a Huimang, pero esta vez nada de lo que antes le molestaba empañaría su buen humor.

En el estrecho asiento abrió su bolsa, sacó su diario negro con una pequeña flor dorada grabada en la portada. Comenzó a escribir.

Jihyun, hoy me dieron una buena noticia, el tratamiento va bien, así que es probable que pronto salga del coma. Desde que llegó no dejo de preocuparme. Lo viste, ¿verdad? Nunca he tenido tanta presión en cuidar a un paciente desde que me gradué, pero ahora todo está dando sus frutos. Las fracturas han sanado correctamente, la última operación salió bien, y anoche lo vi sonreír. Hajun me llamó loco, pero estoy seguro de que sonrió.

Sé que es una señal. Puedo sentirlo.

Creo que esta vez podré hacer algo por alguien, tal vez esta sea mi oportunidad de redimirme...

Sé que nada hará que vuelvas, ni podré compensarte por mucho que lo intente, pero, solo quiero que sepas que no moriste en vano.

Jihyun, si me estás viendo, quiero que sepas que no hay un solo día en que deje de pensar en ti. Te prometo que lo intentaré, no desaprovecharé esta oportunidad…

El blanco papel continuó llenándose de promesas, algunas más sinceras, otras menos; hasta parecer un rezo demencial que ensució de trazos, cada vez más desesperados, tres páginas de la libreta.

Horas después, cuando el reloj marcó las diez y cuarto de la noche, Aoi ya había completado sus tareas; casi todos los pacientes yacían en sus camas, y las luces se apagaron; el salón cayó en el silencio habitual. Sigiloso, llevó la silla de nuevo junto a la cama de Jian.

Tomó el libro que traía de casa y continuó leyendo desde donde quedó la última noche.

Un quejido cortó el silencio, y los pitidos del ritmo cardiaco se aceleraron.

Como cada noche se levantó de prisa para inyectar la anestesia en la bolsa de suero, mientras tanto, casi en un susurro, comenzó a tararear una canción aprendida de pequeño y que tantas veces cantó a su hermano cuando este yacía en esa misma cama. Esta hablaba de una serendipia, un amor fortuito tan fuerte que ni teniendo el universo en contra podría destruirse.

Volvió a sentarse, esta vez un poco más cerca, y tomó la mano del inconsciente sin dejar de cantar.

—¡Qué suerte tienen algunos! —Le interrumpió la carrasposa y peculiar voz de Haiden, a quien pertenecía la cama junto a Jian.

—¿Terminaste la sesión o escapaste otra vez? —Espetó Aoi con ironía.

—Terminé —respondió acercándose hasta detenerse a los pies de la cama de Jian— ¡Se ve horrible!

—¡Ssh! ¡Hay gente durmiendo!

—¡Pff! Como si se fueran a despertar, están más sedados que este.

—¡Ssh!

Haiden bufó de nuevo, dirigiéndose hacia su cama para acostarse. —Escuché que van a despertarlo. ¿No crees que…?

—Lo sé, estoy preocupado, pero Hideki… el Dr. Handa…

—Hideki.

—Bueno… Hideki, dijo que los exámenes han demostrado que la recuperación va bien. Ya es necesario que comience con las terapias y…

—¿Y el dolor?

—Está reaccionando bien a los sedantes.

—Normal, yo también reacciono bien a los sedantes— bromeó.

Su humor era tan ácido y sarcástico como siempre, pero un mal presentimiento hizo que Aoi se estremeciera. Susurró. —¿Quieres hablar?

—No. Sigue cantando. Tienes buena voz, me gusta escucharte cantar, relaja. Y al parecer a otra persona también lo relaja —señaló Jian con la barbilla.

Al voltear, los ojos de Aoi se humedecieron y no pudo evitar sonreír. Como si fuese un espejismo, los labios de Jian parecían moverse muy ligeramente. Segundos después el movimiento cesó, borrando la sonrisa de Aoi. —Tal vez es un sueño. Es imposible que me escuche.

—¡Tú qué sabes! Hazme caso, dicen que escuchamos y vemos cosas cuando estamos en coma.

—Pero… —Miró alrededor con timidez.

—Si no te escucha por lo menos me relajarás a mí—sonrió abriendo un ojo para observar su reacción.

—¡Duérmete!

Haiden soltó una estridente carcajada que por poco despertó a los demás pacientes. Tras ser silenciado varias veces más, finalmente pareció quedarse dormido.

Aoi negó con la cabeza, sonrió al verlo dormir pesadamente bocarriba. Sin soltar la mano de Jian se giró un poco más para contemplar a Haiden, recorriéndolo en busca de algo extraño en su ropa, heridas o piel, pero no había nada. Sus cortos cabellos pelirrojos lucían despeinados, como siempre; sus marcadas ojeras mantenían lo inquietante de su semblante, pero su pacífica sonrisa silenciaba cualquier sospecha. Era una persona extraña, a veces cruel, con un humor inquietante, pero algo en él transmitía calidez, y de vez en cuando sus palabras eran tan certeras y filosas como su mirada.

Siguió inspeccionándolo en silencio hasta detenerse sobre los cobertores azules que cubrían sus muñecas.

Había pasado un año desde que Haiden fue internado en Huimang. Era una noche agitada, todos se sentían incómodos con el recién llegado. No había mucha información sobre él, solo que provenía de un pequeño distrito de Tanmei, que era técnico en electrónica, y que fue encontrado por la policía inconsciente en su apartamento, debido a una sobredosis. Fuera de eso, todo eran especulaciones, no había datos sobre su familia, no tenía idea de quien pagaba su estadía en el hospital, nadie sabía su historia; y hubiese pasado desapercibido de no ser por dos escandalosas cicatrices en forma de T que comenzanba desde la fosa cubital*(1) y se extendían hasta cortar en transversal las venas en sus muñecas.

Muchos en el pabellón tenían cicatrices que evidenciaban sus intentos de suicidio, pero las suyas eran las más escalofriantes; lucían recientes, rojizas y algo amoratas. Las pruebas de dopaje y abstinencia dejaron en claro que no era drogadicto, y que la sobredosis fue por un cuadro de depresión; pero sin importar cuánto le preguntaron, o cuántas sesiones pasaron, nunca habló de las cicatrices, o de qué provocó su depresión. Nadie tenía idea de si él se hizo los cortes o si alguien se los hizo y tenía prohibido hablar.

Para Aoi, la más evidente era la segunda teoría, alguien le había hecho los cortes y tal vez por miedo no pensaba delatarlo. Eso explicaría sus cuadros de depresión, y el corte sesgado que revelaban las cicatrices. De otra forma, ¿cómo alguien podría hacerse unas heridas tan grotescas y profundas en ambos brazos? La única opción es que usase alguna droga o anestesia local, pero ¿por qué querer morir de esa forma?, ¿por qué no cortarse el cuello? Mientras se desangraba, entre un dolor tan intenso ¿cómo se mantuvo despierto para realizar los dos cortes tan simétricos?, ¿cómo pudo mantener la movilidad y fuerza de sus manos en todo momento pese a las lesiones en los músculos de sus muñecas?, y lo más importante, ¿por qué no había registro de tratamientos en hospitales a raíz de los cortes?, ¿quién lo curo?

—¿Quieres hablar?

El tono burlón de Haiden al hacer la pregunta sacó a Aoi de sus pensamientos. Miró su rostro avergonzado, pero los ojos del pelirrojo permanecían cerrados, no parecía haberse movido.

Se volteó hacia Jian, dudando de si la pregunta fue real o si el silencio del lugar jugaba con su mente como tantas veces. Negó rápidamente apartando ideas estúpidas salidas de leyendas de terror y volvió a cantar para calmarse. Centró su atención en el rostro ligeramente amoratado de Jian, tragó en seco y cantó con un poco más de fuerza. De golpe una sensación quebró su voz. La mano de Jian intentaba sujetar la suya, y en un murmullo apenas perceptible parecía querer entonar las notas de la canción.

—Te lo dije —la voz de Haiden le hizo saltar en el sitio— te está escuchando.

—¡¿Cómo me va a escuchar?! ¡Lo acabo de sedar!

Volteó hacia Haiden. Su sonrisa se había ampliado, pero sus ojos permanecían cerrados.

—La mente humana es mágica. Tengo los ojos cerrados, pero mi cerebro puede proyectar a mi mente la imagen de un cielo estrellado.

—Es imaginación, ¿qué tiene que ver? —espetó confundido.

—Tal vez tu voz está aliviando alguna pesadilla. Sigue cantando.

—No, ya no quiero.

El pelirrojo abrió los ojos, serio volteó hacia él. —¿Quieres hablar?

—Eso debería preguntarlo yo— reclamó.

—Yo no quiero hablar.

—Yo tampoco.

Haiden sonrió burlándose antes de darle la espalda. —¿Quién tendrá más qué decir de los dos?

—¿Qué?

No obtuvo respuesta, pero esa pregunta se mantuvo como una aguja en su mente, disparando innumerables recuerdos que lo mantuvieron atado a la mano de Jian por el resto de la noche.

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1. Zona interna del codo