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Chapter 45 - El puto niño.

De los habitantes originales de esta historia, tan solo quedaban Adelina y su hijo, don Hermelindo; Pamela con sus padres; Romaia con sus padres y su hermano; Érika con sus hermanos porque sus padres habían caído en los primeros ataques; Marbella que había perdido a toda su familia; Manuel del Villar y sus padres, los hermanos Verch, que sus padres y su hermanito Mickey seguían a salvo en el Fuerte Barrancas; Belinda, que ya había perdido a toda su familia; Benjamín y Giovanny, o sea, el Ostro y la Ostra, que habían sido recuperados por Soledad antes de que cayeran todos los enclaves del extinto ejército insurgente de la mansión Román, algunos amigos y amigas de René que vivían en el barrio y seis más de las inquilinas que también habían sido rescatadas por Soledad, pero a estas y a otras 10 las mantenían con hechizos de sueño y encerradas en la más amplia de las habitaciones; Leticia Correa y su camarógrafo, que por cierto, siempre era el mismo, ah y el Queco que también había sobrevivido al apocalipsis, ladrando estoicamente en cada defensa de la mansión y motivando con su bravura y valor a cada combatiente.

- ¿Bienvenida al fin del mundo, así te dijo tu amiga la tal Tezcatlipoca? ¿De eso les sirvieron miles de años de experiencia combatiendo a brujas malignas y demonios que asolaban a la humanidad? ¡Para eso me gustaban par de brujas inútiles! –le dice Romaia a Soledad, furiosa.

-Cálmate amor, no te enojes, que ellas no tienen la culpa. –le dice Nathan, abrazándola.

-Si amor, lo sé y discúlpame Soledad, sé que la culpa la tenemos nosotras, las famosísimas tres mosquetebrias de la pensión para señoritas de la respetable señora Adelina Román viuda de Villalobos, que durante años nos ocultó su romance con el mayordomo para cubrir las apariencias.

- ¡Ya cállate Roma! Que doña Adelina tampoco tiene la culpa, y si andaba con don Hermelindo o no, es asunto de ella. –le dice Pamela, recriminándola.

Soledad levantó una mano para decir algo, pero Romaia le gritó para no dejarla hablar.

- ¡Y ni se te ocurra dormirme, Soledad! Por lo menos déjame morir estando despierta, porque cuando las legionarias logren atravesar el perímetro defensivo no quedará otra que morir, porque, aunque les ganemos, al rato nos mataremos entre las que quedemos, esta guerra no terminará hasta que ya no exista diferencia numérica entre machos y hembras de la humanidad y si eso llegara a suceder, tendremos que acabar con el exceso de niñas recién nacidas y la verdad; ¡Prefiero mil veces que se acabe el puto mundo!

- ¡Ya esta niña está muy mal! –dice don Hermelindo. - ¿No será otro síntoma del síndrome?

Romaia sollozaba mientras Adelina la abrazaba tiernamente.

-Ya déjenme descansar, me voy a dormir, pero sin hechizos, por lo menos esta noche me debería de dejar dormir con mi novio, doña Adelina, ya estamos en pleno fin del mundo y me voy a morir virgen.

- ¡Eso nunca señorita! Esta casa sigue siendo una pensión para señoritas y si vírgenes llegaron aquí, vírgenes se irán, aunque sea con las piernas por delante pero bien cerradas, además, en tu cuarto están tus padres, habla con ellos a ver que te dicen. –dice Adelina sentenciosa.

Romaia subió hacia su cuarto y Nathan la acompañó hasta las escaleras, porque estaba prohibido que los hombres subieran al segundo piso de la mansión, al igual que Gregory acompañó a Érika, ya que ella dormía con Belinda y Ana Lee en otra habitación, los muchachos salieron de la casa, unos para volver a su puesto de vigilancia en el perímetro defensivo y otros para descansar en la casa de don Hermelindo, que se había convertido en sus barracas, el viejo reloj de cucú sonó, indicando que eran las 11 de la noche de aquel miércoles 15 de Septiembre, en el cual ya no se celebraba el día de la revolución mexicana, mejor se podía decir que en el futuro, los sobrevivientes, si es que los habría, iban a celebrar cualquier fecha de esas como el día del fin del mundo.

La bella dama caminaba temerosa, como temiendo que alguien la viera, a pesar de que era la dueña de aquella lujosa mansión, y abrió la puerta en silencio, los esclavos dormían, pero ella no buscaba la cama de un esclavo, sino una cama pequeña que no pertenecía a ningún esclavo, más rustica, y entre la oscuridad de aquella vela que casi se apagaba, la encontró, y temblando de miedo, sacó a aquel ser que ella tanto despreciaba.

-Tómelo, ama, el bebé es suyo y él no tiene la culpa, perdónelo y lo verá hermoso como lo que es, como ese hijo que tanto ha deseado.

Le dice una mujer con aspecto de esclava a la bella y elegante dama.

- ¡Pero yo no lo puedo querer así! Llévatelo, cuídalo, pero aléjalo de mí, ese niño no puede ser mío, no lo quiero; ¡Y dile que me perdone!

Dijo la dama dejando a la esclava con aquel bulto en sus brazos; Romaia se acercó para destapar las grises cobijas que arropaban a aquél ser que aun dormitaba, el ser era horrible, causaba terror tan solo de verlo, y sintió un escalofrío cuando abrió los ojos, pero lejos de gruñirle o tratar de atacarla, aquél monstruo tan solo le sonrió, después de todo, era inocente.

Las velas ya se habían apagado y mientras todos se iban a tratar de descansar para sobrevivir al otro día; Soledad no supo en qué momento se quedó dormida en el sillón de la sala, hasta que al filo de las 5 de la mañana, un grito se escuchó en toda la casona.

—¡DIOS MIO, EL PUTO NIÑOOO!

Dice Romaia despertando sobresaltada.

- ¿Qué pasa Romita, de que niño hablas?

Le pregunta su madre; Irma Sobrevilla a su hija, que la había despertado con su grito.

- ¡El niño, mamá, tenemos que encontrar a ese puto niño!

—¡SOLEDAD, SOLEDAAAD, ABREME LA PUERTAAA!

Dice Romaia tocando fuerte la puerta de la habitación de la mulata, de donde salió Pamela, que era la que dormía con ella.

- ¿Qué pasa Romaia? ¡Soledad no está aquí! Aquí no se durmió.

- ¡El niño Pomela, tenemos que encontrar al puto niño!

Insiste Romaia y Érika que también había escuchado sus gritos, se levantó diciéndole.

- Ya ni la friegas; Pomaia; ¡Son las 5 de la mañana! ¿De qué puto niño hablas?

- ¡SOLEEEDAAAD!

Grita Romaia logrando despertarla, ya que dormía profundamente por cansancio en un sillón de la sala.

- ¿Qué pasa Romaita, acaso tuviste una pesadilla?

Le pregunta Soledad al verla, así, desesperada y a punto de llorar.

- ¡El niño Soledad, necesitamos encontrar al puto niño!

- ¡Definitivamente esta niña ya está presentando otros síntomas del síndrome! –dice Hermelindo. –A ver, tómate un trago de café para que despiertes y nos platiques tu pesadilla.

- ¡Hay Soledad! –dice Romaia tomando el tarro de café de don Hermelindo. - ¡La clave de todo está en el puto niño!

- ¿Pero de que niño hablas Romaita y porque le dices así? –pregunta Soledad.

- ¿Cómo que de que puto niño hablo? ¡Pues del hijo de la Condesa! El pequeño monstruo que despreció pero que nunca quiso asesinar, por eso se lo dio a cuidar a una esclava, porque lo repudiaba, pero a la vez lo amaba porque era su hijo, ese hijo que tanto deseó; ¡Por eso en sus penares pide perdón! Pero no es el perdón del Conde lo que pide a gritos; ¡Es el perdón del niño!

- ¡Con un puto millón de putos demonios!  –dice Soledad. - ¡Tienes toda la puta razón del puto mundo!

-Si encontramos al niño y se lo damos a la Condesa, tal vez conjuremos la maldición y tal vez nos sea devuelto el pecado que nos hace falta y salvemos al mundo, o al menos a lo que queda de él. –dice Érika. - ¡Eres una pinche y puta genio Pomaia! Y eso que estás sobria, a ver, un tequilazo para festejar.

- ¡A ver escuincla! ¿Qué puto vocabulario es ese? Y tienes razón, esto merece un puto tequila para festejar, pero cuida tu puta boquita.

Dice Adelina sacando una puta botella de tequila del trastero y varios putos vasos tequileros.