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Chapter 47 - El origen de la maldición de los Malibrán.

Aquél pasajero suspiró al ver las luces de aquél todavía lejano puerto, su nombre: Alfonso de Malibrán y Violante, el conde de Malibrán. 

—En unas cuantas horas estaré en sus brazos. Pensaba y siguió mirando hacia la costa que lentamente se acercaba, recordando la belleza de su linda esposa a quien ya tenía más de un año de no verla, y que aún lo estaba esperando en su mansión, y de tan solo pensar en ella y en su belleza, lo hizo querer saltar por la borda de aquel enorme buque a vapor de pasajeros, pero no, se contiene porque sabe de que debe de controlar sus ansias. 

Y al filo del atardecer el buque toca puerto, y aquél pasajero desciende olvidándose de sus equipajes, que no son más que un par de baúles repletos de regalos para su esposa, en realidad no los deja olvidados, porque sabe que sus esclavos y la tripulación del barco se encargarán de ellos, vestía una larga gabardina de color oscuro, que cubría muy bien la funda de su espada y de su pistola, cuando puso sus pies calzados con finos y elegantes zapatos en los adoquinados corredores del puerto, prácticamente corrió hacia la posta de alquiler de carruajes que lo podían llevar a su mansión, pero como se encontraba a más de 20 kilómetros en una comunidad vecina; Boca del Río, no en aquél histórico puerto de Veracruz, optó por alquilar un caballo para llegar mar rápido, y escogió el mejor y más costoso, por ser el más veloz y seguro, se ajustó su gabardina y empezó su galopar por las empedradas calles del centro de aquella ciudad costera, en ocasiones tuvo que detenerse debido al constante fluir de la gente, los muchos carruajes tirados por caballos y los pocos automóviles que ya comenzaban a circular por las calles en aquella era de prosperidad, en la que los nuevos inventos, como los automóviles, la luz eléctrica y el telégrafo, comenzaban a ser los más comunes y maravillosos inventos que abrían paso a la era tecnológica a finales del siglo XVIII. 

—¡Es el conde de Malibrán! 

Dice aquella elegante dama al verlo pasar a galope tendido por aquellas calles del malecón. 

—¿Estás segura? 

Le pregunta la otra elegante dama que también lo había visto pasar raudo y veloz desde su calesa. 

—Esperemos que la Condesa no esté haciendo de las suyas. 

—Él es un caballero muy buen mozo; ¡Que tonta la condesa por andar haciendo lo que anda haciendo! 

—No lo sé amiga, tal ves es por la ausencia. 

Y así, lo vieron perderse en las lejanías de aquél curvo malecón, pero la larga calzada en algún punto se terminó y comenzó a  galopar entre veredas para caballos y caminos para carretas, que ya comenzaban a verse más amplios, porque empezaban a ser usados por automóviles, ya había caído la noche cuando distinguió entre la oscuridad las antorchas que iluminaban las instalaciones del fuerte de San Juan de Ulúa, iba sonriente porque esa era la referencia que le indicaba que ya estaba mucho más cerca de su casa, tenía más de 1 año de ausencia y se asombró de ver algunas de las mansiones y construcciones ya iluminadas con luz eléctrica, porque cuando partió solamente la suya contaba con esa maravilla tecnológica. 

Remontó la colina que lo llevaría a su mansión en lo alto, nadie lo vio llegar, nadie lo esperaba, la noche era silenciosa y fría, y solamente algunos perros se escuchaban ladrándole a aquél jinete. 

—AHHH DE LA CASAAAA. 

Gritó para anunciar su llegada y le franquearan la entrada, un esclavo lo escuchó y corrió hacia la entrada para abrir la reja metálica y que el Conde, que ya había sido reconocido, accediera a su propiedad. 

Se bajó de su montura y acomodándose sus ropas y su espada, ingresó en el lujoso salón de la entrada, las penumbras predominaban por las luces apagadas, su intempestiva llegada causó conmoción y nerviosismo entre los guardias, y en el interior ya era la hora en que todos deberían de estar durmiendo, y tan solo encontró a una esclava que al verlo intentó ocultarse, la mujer cargaba un bulto entre sus brazos. 

—¿Dónde está mi esposa? —le preguntó al verla moverse entre las penumbras. ¿Dónde está la Condesa? 

Y la esclava no pudiendo ignorar a su amo, tratando de permanecer en las penumbras, le contestó. 

—La Condesa debe de estar en sus habitaciones, amo. 

—Salid mujer, muéstrate y decidme que lleváis en brazos; ¿Acaso es un chaval? 

Le pregunta el Conde al ver que cargaba un bulto en sus brazos. 

—Si amo, es un niño pero no es mío, y no importa, no debe de verlo.

Le dice la esclava tratando de mantener al bebé fuera de la vista del Conde, pero ante la señal de que se acercara, no pudo ignorar esa orden, el Conde observó a la esclava y con la punta de sus dedos, esperando encontrar la tierna faz de un infante durmiendo, descubrió el rostro de aquél monstruo que le estaba siendo ocultado. 

—¿Pero que demonios es eso? 

Dijo asombrado al ver algo extraño en el bulto, caminó dos zancadas para alcanzar la cuerda que encendía el enorme candelabro eléctrico que iluminaria toda la estancia, y ahora con las dos manos descubrió por completo aquel bebé que seguía en brazos de la esclava. 

Una criatura monstruosa, a la cual de ninguna manera se le podía considerar un niño, salió de entre las cobijas, su cabeza era enorme, con dos protuberancias truncas en la frente, al igual que las cuencas de sus ojos que mostraban un par de globos oculares, igual de enormes, inyectados en venas varicosas que los hacían lucir horrorosos, sus brazos eran largos y resecos cual si fueran las torcidas ramas de un árbol, y sus manos mostraban unos largos dedos que más parecían raíces, tal vez lloró, tal vez quiso decir algo, o tal vez solo quiso decirle papá, pero lo que salió de su pequeña garganta, fue como un gruñido. 

El Conde se abrió la gabardina y sacó su espada, dispuesto a acabar con la vida de aquél adefesio infernal que le estaba siendo mostrado, pero la esclava lo protegió con su cuerpo mientras lo abrazaba, suplicándole al Conde. 

–¡No amo, el niño no tiene la culpa, no lo mate, si lo hace estará maldito por siempre! 

Le dice la esclava. 

—¿Qué dices insensata, me amenazas con una maldición? ¡Aléjalo de mi vista y llévatelo muy lejos, a donde no vuelva a saber de ti, ni de él. 

Dice el Conde volviendo a meter la espada en su funda, y dando 2 pasos hacia atrás, se dirigió hacia la escalera que lo llevaría al segundo piso, el pasillo estaba iluminado, y también pudo apreciar luz en su habitación, que era la misma que la de la Condesa, al pararse en la puerta, suspiró para calmar las emociones que le había provocado la presencia de aquel ente deformado en brazos de la esclava, se volvió a acomodar sus ropas y su presentación en general, y cuando posó su mano en las maderas de la puerta para empujarla, escuchó voces y risas que provenían desde el interior, claramente una era la de su esposa, pero la otra era una voz masculina que no reconocía, y sin más irrumpió. 

Al entrar miró a su esposa completamente desnuda, montada sobre un hombre desnudo también, y aunque su irrumpir fue ruidoso, ellos tardaron algunos segundos en advertir su presencia. 

—¿Pero que está sucediendo aquí, maldita traidora? 

Su esposa sorprendida primero y asustada después, se separó del joven que azorado, tan sólo optó por levantarse de la cama y refugiarse en un rincón, tratando de cubrir su desnudez con un par de almohadas.

—¡Pagarás por tu traición Blanca Beatriz! Tú y este bastardo que se atrevió a pisotear mi nombre y mi casa. 

La infiel mujer sin pretender cubrir su desnudez, trató de detenerlo pero el Conde de un empujón la hizo a un lado, y sacando la espada de su funda, de una sola estocada atravesó el pecho de aquel indefenso marino que no tuvo oportunidad de defenderse. 

—¡No amor mío! No es lo que tu piensas; ¡Yo solo estaba desesperada por tu ausencia! 

—¿Y así te consolabas, metiendo a tu amante en mi cama? Ahora dime; ¿Con cuantos hombres me has engañado? Infiel mujer; ¿Con cuantos bastardos has buscado consuelo por mis ausencias en mi propia cama? 

—¡Perdóname mi vida! Pero yo solo quería tener un hijo para no estar sola. 

—¿Un hijo, de quién, de cual de estos malnacidos que has metido a mi cama? ¡Tu maldita obsesión por ser madre no te permitió esperarme y haz pisoteado mi honor y mi nombre! Yo que regresé ansioso por estar contigo y mira como me recibes, con un bastardo en mi cama, y con un monstruo en mi casa, monstruo que debí de haber matado, al igual que maté a tu amante; ¿Acaso él era el padre de ese pequeño engendro del infierno?

Al decir esto el Conde pretendió salir de la habitación, todavía con la ensangrentada espada en la mano, y la Condesa que yacía suplicante y todavía desnuda a sus pies, trató de detenerlo, temiendo por la vida de aquel monstruoso niño. 

—¡Noooo, no le hagas daño por favor! Es nuestro hijo. 

—¿Qué dices maldita, después de más de un año de ausencia pretendes endilgarme el fruto de tus pecados? ¡Ahora si lo mataré!

Y diciendo esto se apartó bruscamente de su esposa. 

—¡Lo mataré, al igual que maté al bastardo de su padre! 

Dice el Conde apuntando con la espada al inerte y ensangrentado cuerpo del marino que acababa de asesinar. 

—¡No te lo permitiré, es nuestro hijo y jamás permitiré que le hagas daño! 

Dice la Condesa pero ahora ya había cambiado su faz, y de su mirada suplicante surgió un fuego amenazante, y en el preludio de una monstruosa transformación, lo blanco de sus ojos se volvió oscuro y ya a pie firme, de su larga cabellera emergieron un par de curvos cuernos, su cabeza comenzó a alargarse como la de un caballo, su blanca piel se oscureció con una red de púrpuras venas varicosas, y sus manos y brazos se extendieron cual si fueran las resecas ramas de un árbol, y el Conde, aterrado ante la monstruosidad en que se había convertido su bella esposa, retrocedió asustado, la monstruosa Condesa levantó sus brazos y con una sonrisa que más parecía una diabólica mueca, se abalanzó sobre de él, y de un solo golpe que le propinó con uno de sus largos ramales, lo derribó, lanzándolo con fuerza hacia una de las paredes, y tomándolo inmediatamente con sus dos enormes y endurecidas manos, lo sostuvo, enredando su cuerpo con sus largos dedos que más parecían las flexibles y endurecida lianas de un árbol, tan sólo para decirle, con el acento de una gutural voz. 

—¡ES NUESTRO HIJOOO, Y EL NO TIENE LA CULPA! 

El conde, todavía aterrorizado se repuso de la sorpresa, y soltándose de un brazo logró defenderse y de un solo movimiento de su espada, cortó uno de los enramados brazos que lo aprisionaban para liberarse, la Condesa gritó de dolor y antes de que pudiera reponerse, un segundo corte de la espada le cortaba el otro, y antes de que pudiera reaccionar, su desnudo vientre que aún conservaba los rasgos de una mujer de blanca piel, recibió el tercer corte que la hizo sangrar y caer al piso. 

¡PERDOOON, PERDOOON, PERDOOON! 

Gritó aquella monstruosidad y lo último que sintió fue como era derribada hacia atrás de una patada, mientras sentía el dolor de su pecho atravesado por una espada. 

En el gran salón de aquella mansión, ya todos estaban despiertos, esperando el desenlace de aquella trágica noche, el Conde descendió lentamente por las escaleras, algo despeinado y con sus ropajes maltratados, y todavía con la ensangrentada espada en la mano, se dirigió a la esclava que tratando de confundirse entre los demás esclavos, todavía cargaba aquel bulto en sus brazos. 

—¡Lo mataré! 

Dijo apuntando a la mujer con la espada. 

—¡No amo, el niño es inocente, si lo mata, su alma estará maldita por siempre. 

Dice la mujer negándose a cumplir la orden, y haciendo un movimiento de protección con su cuerpo para impedir aquel asesinato, solamente sintió el frío del acero caliente atravesándole el vientre. 

El cuerpo de la mujer cayó encorvado, todavía sosteniendo el deformado cuerpo de aquél inocente que finalmente rodó por el piso, quedando al descubierto mientras no se sabe si lloraba o rugía, entre sollozos y lamentos que terminaron cuando aquel hombre enceguecido por la traición, el terror y la ira, le atravesó el corazón con una directa estocada. 

Los demás esclavos no se movieron, después de todo, era el amo. 

—¡Tú y tú, acompáñenme! 

Dijo dirigiéndose a dos de ellos y caminó escaleras arriba, en el interior de la recamara yacía el cadáver desnudo de la Condesa y al entrar les dijo:

—¡Carguen con ese bastardo! 

Y tomó el cuerpo desnudo de su esposa en brazos para dirigirse escaleras abajo, una de las esclavas exclamó un grito de sorpresa al verlo bajar las escaleras con la señora de la casa muerta y en brazos. 

—¡Ábranme la puerta al jardín y ustedes síganme!

Dijo dirigiéndose a los dos esclavos que juntos cargaban el cuerpo ensangrentado del joven marino asesinado. 

Y todos juntos se dirigieron al jardín, dejando el cuerpo asesinado de la esclava y del niño deformado en el centro del salón de la mansión. 

El Conde se dirigió a un pozo en el fondo del jardín, y sin titubear un segundo, echó el desnudo y ensangrentado cuerpo de su esposa, los esclavos hicieron lo mismo con el cuerpo del amante, aunque estaba oscuro la Luna llena de esa noche iluminaba el fondo del pozo y algo en el llamó su atención, el pozo era amplio, tenía una circunferencia de más de 20 metros y se comunicaba con un canal que se conectaba con el río Jamapa, que era por donde llegaban cocodrilos de todos los tamaños a refugiarse o a buscar alimento que de vez en cuando les arrojaban, que aunque no eran mascotas, ni propiedad de los Malibrán, les agradaba el lugar y ya lo habían adoptado como su territorio y su guarida, y eso fue lo que vio el Conde, un par de enormes cocodrilos que se dirigían hacia el alimento que les acababan de arrojar, el cuerpo de la Condesa de Malibrán, pero había más, aparte de ella y del bastardo que la acompañaba, captó entre las penumbras más cuerpos, que no estuvo seguro de que eran humanos hasta que los iluminó con las antorchas que les solicitó a sus esclavos, cuerpos semi devorados y putrefactos de otras personas que vestían ropas masculinas, y algunos estaban desnudos.

—¿Qué infiernos esta pasando aquí? 

Le preguntó a los presentes que se quedaron callados, al ver que no le contestaban, rápidamente caminó de regreso hacia el salón y tomó el fiambre del niño deformado por un brazo, y regresando al pozo, lo arrojó también para que les sirviera de postre a los cocodrilos. 

—¡Así como arrojé a la Condesa de Malibrán, al bastardo de su amante y al engendro del infierno que protegían en mi casa, a los lagartos, así los voy a arrojar a todos y cada uno de ustedes, si no me dicen que estaba sucediendo en mi casa. 

Les dice el ahora siniestro Conde asesino a los esclavos, mientras les apuntaba con la punta de la espada en una mano, y una pistola con revolver, en la otra. 

—¡Yo se lo diré, amo!

Le dice una esclava que venía saliendo por la puerta del salón principal. 

—Todos y cada uno de esos cuerpos en el pozo de los lagartos, fueron asesinados por la condesa de Malibrán, todos fueron sus amantes, y a todos nos ordenó tirarlos ahí, para que nunca encontraran sus restos. 

—¿Tú? ¡Pero si te dejé bien muerta en la casa? 

Le dice al reconocerla como la mujer que protegía al niño, y que acababa de asesinar. 

—¿Qué clase de demonio eres que no mueres? 

Y diciéndole esto le disparó la carga de su pistola en el pecho, rematándola con una estocada, y varios enclaves para asegurarse que esta vez estaba bien muerta, los esclavos se aterrorizaron tanto que salieron corriendo de aquél lugar, dejando solo a su amo, que seguía despedazando el cuerpo de la esclava.

Los esclavos se refugiaron en los sótanos y las mazmorras de la mansión, mientras el Conde tan solo se le había quedado mirando al fondo del pozo, mirando fijamente como era devorado hasta que desapareció el blanco cuerpo de su antes amada y bella esposa. 

De repente miró hacia la Luna, y ahí empezó su maldición, y su locura. 

—¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRAN, QUE MUERA POR SU INFIDELIDAD! 

Al no verla en el fondo del pozo, se puso a buscarla por toda la casa, sin encontrarla, la buscó por todos los pasillos, por todas las habitaciones, la buscó en las mazmorras y los calabozos. 

—JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÁN, QUE MUERA LA INFIDELIDAD. 

Seguía gritando por toda la casa mientras la buscaba, pero la buscaba a ciegas porque no pudo ver a los esclavos que pretendiendo esconderse del enfurecido Conde, se refugiaron en lo más profundo de los calabozos, donde no los pudo ver, a pesar de que les pasó muy cerca. 

Y al no encontrarla, volvió al pozo donde ya no pudo encontrar tampoco al cuerpo destrozado de la mujer que acababa de asesinar, salió al porche de caballos, y montándose en el mismo en el que había llegado, salió a buscar a la Condesa para asesinarla por su infidelidad. 

—¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÁN, QUE RECIBA EL. JUSTO CASTIGO POR SU INFIDELIDAD!

Seguía gritando por toda la campiña, y aunque nunca jamás lo vieron regresar a su mansión, cada noche de Luna llena, muy pocos lo llegaron a ver galopando con la espada en alto, pero muchos  llegaron a escuchar el grito de venganza de aquél conde maldito, en las playas, en los campos, en las colinas y en las calles de aquél histórico puerto de Veracruz en México. 

—¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÁN, JUSTO CASTIGO POR SU INFIDELIDAAAD.

Y hasta el día de hoy, se dice que en noches de Luna Llena, en la mismísima calle de Malibrán, en Lafragua, J. B. Lobos, Victoria, Díaz Mirón, en los corredores de los muelles y astilleros, en el largo bowlevard Manuel Ávila Camacho, se ha visto a un carruaje antiguo, tirado por caballos, donde una mujer grita suplicando por perdón, mientras huye despavorida de un siniestro caballero, que con la espada en la mano, la persigue para asesinarla. 

—JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÁN, QUE MUERAAA LA INFIDELIDAAAD...