Dice la elegante dama caminando con rumbo al rio, bordeándolo por unos minutos mientras la gran comitiva la seguía, las chicas por delante y los combatientes del fin del mundo, siguiéndolas sin descuidar los flancos ni la retaguardia, porque temían un ataque de las legionarias, fueron largos minutos de caminata, fáciles para ella, pero muy difíciles para ellos, ya que parecía deslizarse por entre el follaje como si fuera de humo, ni siquiera su elegante vestido a pesar de estar hecho de largos velos, encajes y holanes se desgarraba o se ensuciaba, hasta que por fin llegaron a una rústica lápida, entre una arboleda y escondida en medio de un espinoso rosal, que alguien había sembrado ahí para que el niño siempre tuviera flores.
-Aquí yace el cuerpo del niño. –dice Tenpecutli poniendo su mano sobre las rosas. –Si cavan un poco encontrarán sus huesos.
-Va pues.
Dice don Hermelindo que ya estaba listo con una pala y al cabo de unos minutos, con la ayuda de don Pedro Montero, el papá de Romaia, habiendo tratado de no dañar al rosal lo más que pudiera, encontró una caja de madera bien conservada, donde al abrirla encontró los restos humanos de lo que debería de ser un niño, pero con el cráneo deformado, mostrando grandes cuencas en los ojos y protuberancias en su frente como si fueran cuernos limados, lo demás eran huesos de un infante con manos muy grandes y dedos alargados.
-Sin duda alguna ese es el puto niño que buscamos.
Dice Soledad cerrando la tapa de la caja de madera y cuando buscaron a Tenpecutli para despedirse y agradecerle, simplemente ya no estaba
- ¡AYYY MIIIS HIJOOOS! ¿DÒNDE ESTÀN MIS HIJOOOS?
Y tan solo se escuchó su tétrico saludo en la distancia.