La puesta de sol concluía con las estrellas asomándose tímidamente por el cielo nocturno, las dos lunas impusieron su brillo suavemente por las casas, las ciudades se iluminaron y Tera observaba desde lejos, la vista era bella y los trenes pasaban con mucha más frecuencia entre las ciudades de cada provincia. Ellas estaban relativamente cerca, la temperatura disminuía y las esquirlas de nieve danzaban por los cielos hasta hacerse campo sobre el blanco e inmaculado suelo. Ellas estaban cerca de Hacrist, el pequeño poblado se podía ver a lo lejos. El camino se volvía un tanto complejo. Aumentándose la altura por lo general hacía más difícil respirar y eso Tera no lo manejaba muy bien, pero Calai parecía apenas afectada, de vez en cuando daba estornudos que Tera ya había relacionado como los de un gatito. Las luces del camino alumbraban entre el follaje, praderas, pueblos y ciudades y desde aquella altura la planta de energía geotérmica se veía aún más imponente que los edificios y estadios de cada provincia, solo superado por el castillo de las diez torres negras, en donde vivía la princesa Cristal. El caballo trotaba cuidadosamente por el terreno, sus crines sacudían la nieve. Por lo alto, en la montaña más grande, se veían grandes bancos de neblina. Calai no se esperaba eso, usualmente la neblina solo aparecía en otoño e invierno, no en primavera y menos en aquellas concentraciones, más no prestó mucha atención y dirigió su mirada hacia atrás. Pasaron por un arco cubierto de nieve que decía: "Pueblo de Hacrist"
Calai se sentía alegre de volver a la tierra que la había cuidado y criado desde su nacimiento y parecía feliz, pese a los duros momentos que se desarrollaban en esos lugares. Quería ver a todos los conocidos, desde el panadero hasta la amable señora que tenía la tienda de abrigos, quería convencerlos de que todo estaba bien y que nada sucedería, mostrarles que había vuelto, pero decidió esperar, no podía despertarlos y prefería visitarlos por la mañana. El poblado comenzaba a dormir tranquilo, las casas con sus luces encendidas, los postes con faros para alumbrar, las líneas del tranvía con sus calentadoras cada treinta metros, los árboles enormes y el humo de las chimeneas.
––¿Aquí es donde vives?
Calai asintió tras dar otro estornudo. Copos caían esponjados y el aire contribuía a que los sonajeros colgantes de las puertas ofrecieran sus notas. Podían ser las diez de la noche, demoraron más de lo esperado, pero con la ayuda de Calai lograron arribar en menos tiempo.
––Es hermoso. ¿En qué parte de este lugar está tu casa?
Calai señaló un camino elevado donde se divisaba una casa con techo de piedra cubierto de un manto blanco y a su lado había un gran árbol Pétalos rojos, muy común en aquellas tierras.
––Tera––Se volvió hacia ella––. Estaba pensándolo ¿por qué no te quedas en mi casa? Bueno, al menos hasta que encuentres una en donde quedarte, es un poco complicado conseguir una casa en la ciudad central.
––¿En serio?
––Es lo menos que puedo hacer, me curaste, me cuidaste y me diste refugio aun cuando ni siquiera nos conocíamos. Eres una persona muy buena.
––¡Calai!
––Shhh.
Señaló las casas, había personas durmiendo y sería muy descortés hacer el hacer ruido a tan altas horas de la noche.
––Perdón. Gracias Calai––Musitó esa vez.
Subieron el pequeño camino y llegaron a casa, no había muchos problemas en dejar al caballo en un lugar cercano, donde lo cuidarían debidamente y donde solo tenía que registrarlo, pagar una módica cantidad de dinero y guardarlo por una semana. Calai se quedó a guardar las cosas mientras Tera procuraba posada a Brisa. Las llaves las había perdido en el río, más para su fortuna, tenía una copia que dejó bajo una losa de madera que levantó confirmando lo útil del escondite. Por lo menos había logrado hacer algo bien. Entró, la casa estaba fría, había apagado el calefactor y aquello parecía un frigorífico, encendió las luces y corrió al calentador, usualmente tardaría unos quince minutos en calentar su pequeña y acogedora casa. Desempacó, tomó las flores que conservaba del antiguo hogar de Tera y las dejó en la mesa, durante el viaje procuró que no se deshidrataran. Tera no llevaba mucho equipaje, dio otro estornudo y ese sobresalto le hizo tirar algunas cosas, las recogió del suelo lo más rápido posible y continuó acomodando. Tera había llegado, se veía feliz y juntas terminaron de acomodar. El cansancio pudo con ellas, la casa para ese punto ya tenía doblegado el frío y se tornó un hogar caliente y agradable.
La cama era lo suficientemente grande como para que las dos entraran fácilmente. Las mantas las cobijaron, mientras la nieve caía de los cielos grises y el sonido de algunos pájaros nocturnos arrullaba el silencio que las rodeaba.
Tera se cambió y se colocó su ropa para dormir al igual que Calai.
Las luces estaban apagadas y la ventana proyectaba la luz de las dos lunas, las estrellas como una faja de la oscura noche. Tera se volteó, apretó el collar que le había regalado con fuerza y recordó momentos alegres, como tenía por costumbre.
Recordaba los momentos en los que se había metido en problemas y su padre tenía que poner la cara, se sintió mal por entrelazar aquellas memorias con las felices, pero… ¿el pasado ya quedó ahí?, ¿siguen sus sombras acechando como una manada de leonas sobre los ciervos? Las dudas de la vida son igual de misteriosas y rara vez pueden dar con una respuesta acertada, cualquier persona puede decir que uno aprende con golpes, pero Tera había recibido varias veces esas lecciones y tardó bastante en aprender, no sabía si había aprendido, si había cambiado. Creía y quería convencerse de que quizá, el rescate a Calai fue una prueba de la vida para probarse a ella misma que era capaz de tornarse en algo mejor, si había realmente conseguido avanzar y progresar mentalmente, quería convencerse de que aquella niña infantil y estúpida había muerto y renacido en lo que era.
Se durmió, Calai la abrazó soñolienta, en su mente pensaba que abrazaba a un oso de peluche.
Entre tanto…
La noche se había tornado traicionera en las altas montañas, los copos ahí se transformaban en balas blancas que iban con furia y sed de arrancar sueños, el viento aullaba lúgubremente entre las casas de aquél poblado. Una niña andaba torpemente por el bosque, buscaba alimento para su hermanita menor, la casa de madera apenas tenía una fogata ya que la energía geotérmica que calentaba al continente no había llegado aún. Flaqueaba y se temblaba, los árboles se imponían tétricamente y las sombras la observaban desde la noche oscura que danzaba pavoneándose con la muerte. Ella tenía que encontrar algo, lo que fuera, pero el frío se convertía en un blanco para su alma y su pelaje no la calentaba y la protegía completamente. Se desplomó, el cansancio pudo con ella, sus ropas viejas y desgastadas se mezclaron con la nieve. Su visión se nubló, tenía miedo y quería tener a su madre cerca, pero… ella nunca volvió. Se sintió asustada, recordaba que su madre había ido a buscar alimento pues no le alcanzaba el dinero para la tienda, más nunca regresó. Cerró los ojos, quizá, aceptando su destino.
En el negro espacio, sintió una mano cálida que le acariciaba la cabeza, el frio desapareció y abrió los ojos… había un joven de bello aspecto, sus ojos eran azules y su cabello rubio resaltaba entre la noche, sus manos eran cálidas, pero tenían fuerza y sus ojos destellaban una luz de vida cual carbón encendido. Los vientos sacudían su capucha y sus cabellos con violencia.
––Hola pequeña. Me llamo Aerus
La niña le observó con intriga, sus alas, pese a ser negras se divisaban perfectamente y su caballo, de color negro, la observaba mientras el viento jugaba violento con sus crines.
––Yo me llamo Yhisan
––Gusto en conocerte, te traje algo––Buscó entre su capucha negra, la niña observó un gran libro rojo en su cinturón, pero desvió su mirada cuando Aerus sacó un lindo peluche de lana––. Te traje esto.
La pequeña lo tomó con felicidad, Aerus la ayudó a levantarse de la nieve.
––Sabes Yhisan, tu madre me envió a buscarte.
––¿Mi mamá?
––Si, tu mamá. Tengo que llevarte con ella, te está esperando en un muy divertido y lindo lugar.
Le tendió la mano, el caballo se volteó.
––Pero… Vaunis está en la casa, me está esperando y tiene hambre.
––¿Vaunis es tu hermana?
La niña sintió.
––No puedo abandonarla, ella me espera.
Aerus le acarició la cabeza.
––Tranquila, vendré por tu hermana después, no puedo llevármelas a las dos, mi caballo solo puede llevar a dos personas y con tu hermana serían tres.
La tomó de la mano y la montó el caballo, la nieve dejó de caer y una luz se hizo presente mientras salían del bosque.
––No te preocupes, pronto te reunirás con tu madre y tu hermana.
La mañana envió sus rayos sobre las tierras heladas, la nieve no desaparecería, pero se teñían del suave amarillo que teñía el sol, los cristales de los árboles reflejaban su luz. En esas tierras no importaba la estación, las noches siempre eran violentas y crueles, más por las mañanas, aquel demonio nocturno desaparecía y permitía gozar de toda su belleza. Pétalos rojos caían por las blancas montañas.
Calai se levantó un poco soñolienta, bostezó y luego dio un leve estornudo, sus cabellos cayeron sobre su cara, observó a Tera, su cola estaba inmóvil al igual que sus orejas. Bajó torpemente de la cama, arrastrándose por la misma hasta dar con el suelo, su cabello estaba hecho un desastre y tenía lagañas bastante grandes, fue al baño y abrió el grifo para lavarse la cara, el agua caliente la hizo sentir en el cielo. Tomó un cepillo y desató sus nudos, le costó ya que su cabello era rebelde y no cooperaba con el orden, tenían una relación de amor odio.
Entre tanto, Tera se levantó, la mañana era fría, pero la calefacción la aislaba, en la ventana había nieve y se podía ver de lejos como caían las plumas invernales, las nubes se retiraban y Tera esperaba que la neblina de la noche pasada ya no estuviera. Calai salió del baño, estaba peinada y no tenía un rostro soñoliento, se veía más despierta.
Las dos se saludaron alegremente, Calai fue a la nevera, la abrió y rebuscó en su interior huevos, pero no encontró, recordó que días antes del festival había acabado con los últimos dos en un desayuno. Buscó su abrigo para salir, afortunadamente todo estaba tal y como lo había dejado y eran quizá las ocho casi nueve.
––¿A dónde vas Calai?
––Voy a comprar huevos y unas cuantas cosas más para hacer el almuerzo.
––Te acompaño, quiero conocer a mayor profundidad este lugar.
Calai esperó hasta que Tera se alistara, se había peinado y lavado la cara y usó la misma ropa del día anterior. Para su sorpresa no peinó su cola, cosa que esperaba que hiciera, pero aquello no despertó mucho su interés.
Sin embargo, al salir de su casa se sorprendió. Fuera de ella había muchas personas, conocidos y seres que eran casi figuras paternas y maternas para ella. Todos la estaban esperando para saludarla y eso prendió en ella una llama cálida, un fuego que extendía cordeles sobre ella y hacía que bailaran las pequeñas llamaradas que desprendía. Calai pensaba que ese encuentro se daría después de que fuera a ver a Celgris y algunos para que ellos corrieran la voz, pero parecía que habían sido más rápidos que ella y las luces de su casa delataban su presencia.
Las lágrimas empezaron a correr de su rostro mientras que ellos la observaban con una tranquilidad y paz inenarrable.
Calai corrió a su encuentro, los abrazó y dejó escapar unas lágrimas.
––Calai, que alegría que estés sana y salva.
––Si, muchos de nosotros fuimos a las fronteras de las naciones para preguntar y buscarte Calai, temíamos lo peor, pero Celgris nos recomendó que buscáramos por las fronteras.
––Muchos están en las estaciones de Havila, Cus y Helster preguntado por ti, piensan que quizá resultaste herida y que tal vez te mandaron a uno de los hospitales, o, fuiste enviada a uno de esos países temporalmente––Se enjuagó las lágrimas y la observó––. Pero me alegra que estés bien.
––Muchos te vieron llegar, pero preferimos dejarte descansar.
––¿Quién es ella?
Calai contestaba sus preguntas, se sentía feliz recapitulando todos los acontecimientos que sucedieron, desde su llegada a Edén, hasta que perdió el conocimiento.
Ellos, tras escuchar todo lo que había pasado miraron a Tera. Ella los observaba con curiosidad, apoyada en el marco de la puerta, su cola se sacudía alegremente y sus juguetonas orejas se movían de un lado para otro. Uno de ellos se acercó a ella, su pelaje era grueso y Tera levantó la vista.
––Gracias por cuidar de Calai.
Ella se sorprendió, no era tan alto como se lo imaginaba, quizá dos metros y su cuerpo cubierto de bastante pelaje. Él la abrazó y alzó con gran fuerza, aunque ella temía que la soltara desde esa altura considerable. Las mujeres la observaban alegremente y Calai sonreía junto con las demás. Los copos le empezaron a cubrir la cabeza, parecía que entre tejían una corona y la camuflaban entre sus cabellos. Una persona se apareció entre la multitud. Al verlo, Calai corrió velozmente hacia el anciano, dio un salto y sus brazos se anclaron a él, sus ropas largas se sacudieron.
––¡Celgris!
––¡Calai! ––La abrazó con ternura, su monóculo se movió ligeramente.
––Todos nos preocupamos, realmente nos has asustado.
Calai observaba a Celgris como si de su abuelo se tratara, le gustaba jugar con su barba cuando lo visitaba y gustaba de oír sus historias y leyendas de las tierras de Faernes, aunque por desgracia usualmente estaba muy ocupado y eran pocas las ocasiones en las que podía hablar con él por largo tiempo.
––Calai, necesito que hablemos en privado, hay algo de lo que tenemos que platicar. Te estaré esperando… y no te preocupes de comprar comida, yo ya la tengo preparada en mi casa, estás invitada.
Le acarició la cabeza y la despeinó un poco, sus cabellos se tornaron un tanto tempestuosos y Calai tendría que luchar contra ellos para demostrarles quien era la que estaba al mando, pero no le llegó a molestar, de cierta manera ya se había acostumbrado, aunque para su buena fortuna, apartó unos cuantos copos que se habían alojado y hasta camuflado tímidamente en sus cabellos.
El tranvía hizo sonidos desde la lejanía y Celgris aprovechó para ir a su casa, se despidió de Calai y Tera para luego ir rumbo a la parada y montarse en aquella máquina de transporte. Tera lo observaba con curiosidad. Los demás siguieron en torno de Calai, abrazándola y hablándole como lo hacían de costumbre, ahora Tera llegaba a comprender el "por qué" ella estaba preocupada por todos, eran buenas personas y podía vislumbrar el sincero amor que le prodigaban.
Luego se retiraron para seguir con sus vidas cotidianas, se despidieron de Calai y de Tera con alegría y amabilidad. Tras esos sucesos de alegría Calai se dispuso a ir a la casa del anciano en compañía de Tera, el viento silbaba por la calle y se cubría con pinos de nieve, ambas caminaron por un corto espacio hasta toparse con la parada para el tranvía que era de madera y tenía un techo curvo para cubrir a los que esperaban en la inclemente blancura del clima, el camino estaba adornado con pétalos rojos y la sombra de esos árboles era enorme.
––¿Por qué no caminamos hasta su casa?
––La colina es muy empinada y cuesta bastante subir, además que la nieve me cansa, es mejor tomar el tranvía que será más rápido. No cobran mucho, el tranvía es barato.
Tomaron asiento en la parada, el sol se colaba alegre por los árboles y llegaba brindaba su luz a las tierras. Tera contemplaba todo el lugar, había dos vías, cada una con su calentador, las casas se veían humildes, más ella prefería ese tipo de casas, su comodidad y simpleza era algo que le gustaba, además que desprendían un aire acogedor que le recordaba momentos alegres. Calai balanceaba sus pies de un lado a otro, más no llegaban a tocar el suelo de manera completa, jugaba con sus pulgares mientras observaba los blancos suelos y esperaba el tranvía. Las maderas estaban frías y el faro que estaba a la derecha no alumbraba, se apagaban comúnmente a las ocho de la mañana y se encendían a las cinco de la tarde. El silencio predominaba y ambas estaban separadas a una mano la una de la otra, de modo que no llegaban a rozar siquiera sus telas, las orejas de Tera prestaban atención a todos los sonidos de la naturaleza, ella gustaba de oír su orquesta en donde presentaba innumerables baladas que le tranquilizaban su memoria, el aire era frío y más agradable de respirar, el olor a abedules se colaba por sus fosas nasales. Un sonido muy característico sonó a lo lejos, Calai dio un leve brinco y contempló a su izquierda escuchando las ruedas del tranvía.
––¡Ya viene, vamos Tera!
Tera se movilizó hacia el tranvía, distinguiendo su color amarillo resaltar entre el inmaculado blanco. Se detuvo en la parada, estaba vacío, por lo que no tuvieron que esperar a que se bajaran personas, para Calai esperar no era una de sus virtudes y quizá por eso no lo tomaba en las horas en donde era más concurrido. El conductor extendió su mano (llevaba el uniforme característico de los maquinistas, una gorra azul, un chaleco con el logo de la empresa color azul, una camisa de manga larga bajo el chaleco y pantalones negros) y Calai entregó un billete de color azul con un número diez, el chofer tomó el billete de diez freiz y lo cambió por dos entris, entregó las monedas de plata a Calai y la niña fue presurosa a uno de los asientos de cuero color café. Tera se sentó a su lado, el tranvía inició el recorrido por el pueblo.
––¿A dónde se dirige este tranvía?
––¿A qué te refieres?
––¿Cuál es la parada final?
––Es al estadio que está al sur.
––¿Estadio?
––Si, no me gusta ver deportes en lo absoluto, pero sí sé que este pueblo tiene un equipo de balón pie, ahí es donde se dirige, pero nosotras nos bajaremos en la siguiente parada.
––Recuerdo que mi padre era un seguidor del equipo de las tierras de Onix, iba a los estadios, pero, nunca me gustó, se me hacía aburrido. Aunque recuerdo una vez que el equipo de Onix ganó y hubo una fiesta que duró hasta las cuatro de la mañana, fue algo divertido de ver, mi padre me llevó al estadio. Me sorprende que este lugar tenga uno.
––Quieres mucho a tu papá… ¿por qué no está a tu lado?
Tera la observó en silencio unos segundos.
––Las personas cumplen un ciclo de vida Calai, las arenas del reloj se van filtrando y cuando cae el último grano de arena… el tiempo en vida termina para esa persona––Tomó su collar y lo agarró fuertemente, presionándolo contra su pecho––. Duele mucho, pero… luego entiendes que es algo natural, te niegas, te enfadas, tratas de negociar con la diosa de la muerte para que regrese a nuestro ser querido, aunque sea cinco minutos, te deprimes y… finalmente lo aceptas como lo que es, algo natural.
Calai le tocó el hombro, no comprendía correctamente los sentimientos de Tera, pero si observaba una mirada triste, la muerte era algo que apenas había oído y pocas veces la había visto, la más impactante habían sido la de una persona que el hada asesinó sin piedad. Tera volvió al presente, algunas lágrimas estaban brotando de sus ojos, observó a Calai que la contemplaba preocupada.
––¡Ah! perdón, a veces me sucede esto––Se secó sus lágrimas––. No te preocupes, estoy bien.
––Estoy segura de que él te está observando y está feliz. El abuelo me contó que cuando una persona muere, observa a sus seres queridos y los protege, de seguro tu padre te está protegiendo.
Tera le dedicó una sonrisa sincera.
––Apuesto que sí.
Pasaron por unos árboles con hojas que tenían pequeños cristales colgando que fueron gotas de rocío y que durante la noche se convertían en cristales antes de llegar a tocar las ramas de aquellos troncos, en las mañanas el sol pasea sobre ellas sus rayos y mientras se desintegran reflejan su luz. La cara de Calai se fijaba por la ventana, gustaba de contemplar los paisajes y ver el dorado reflejo encendiendo todo a su paso, Tera en cambio, observaba fijamente al frente, las casas y la infraestructura del pueblo le gustaba, madres con sus hijos, animales, el humo saliendo de las chimeneas y, al pasar por algunas tiendas el olor a pan la embriagó completamente.
El tranvía subió una empinada colina, las aceras se transformaron en escalones que estaban al igual que todo, cubiertas de nieve, Tera comprendió lo que Calai había dicho, la curva se tornó más empinada y los escalones empezaron a curvear en forma de caracol por la colina, desapareciendo poco a poco de la vista de Tera. Desde aquella posición, el sol se veía más grande y la capital de la provincia Naorist relucía, el castillo se seguía observando bien desde aquella lejanía, sus torres se imponían por el cielo. El pueblo se divisaba perfectamente y los enormes engranajes jalaban con fuerza al tranvía por aquella colina, le ayudaban con más facilidad a subir la empinada cuesta. Al llegar a la cima, Calai oprimió un botón rojo y una luz apareció en el panel en la parte superior del techo, la luz indicaba al conductor que se detuviera. Ellas bajaron, dieron las gracias y este se quitó su gorra en señal de agradecimiento por el buen gesto. El tranvía partió nuevamente, desapareciendo al llegar a la colina y el sonido de sus ruedas hacía eco en los muros. Tera y Calai cruzaron la calle, pasaron con cuidado las vías del tren y se encaminaron hacia la casa del anciano, el reloj marcaba las nueve de la mañana. Había muchas casas a ambos lados de la calzada, distanciadas las unas de la otras. Calai señaló un gran roble viejo, tenía ventanas y puertas.
––Esa es la casa del abuelo.
––¿Por qué le llamas abuelo?
––Para ser honesta no lo sé, siempre le dije así y creo que se hizo costumbre. No sé la razón, no la recuerdo.
Tera meditó sus palabras, más no quiso decir nada. Calai se puso de puntillas para poder tocar el timbre, Tera le ayudó, ella llegaba más fácil ya que era más grande, y no ocupaba pararse de puntillas. El timbre resonó por toda la casa y el anciano abrió la puerta con alegría, de su casa se desprendió un aroma delicioso, era pan, queso, jamón, café y demás olores que se juntaban para formar un tornado en las narices de ambas.
––Hola Calai, pasa, pasa, y tú también––Ambas pasaron y el ambiente acogedor se hizo presente––, la comida está lista, siéntanse como en su casa.
El anciano las guio hasta el comedor, la mesa era de madera, al igual que las sillas. Ambas tomaron asiento, la visión no podía ser más espléndida, Celgris se sentó y empezó a beber un poco de café, Tera lo observaba con cierta timidez, Calai, por su parte, empezó a tomar pan y un poco de queso.
––¿Cómo te llamabas jovencita?
––T… Tera, me llamo Tera, gracias por permitirme comer en su mesa.
––Vamos, no te sientas incómoda, come, la comida se va a enfriar. Toma todo lo que quieras, con confianza, no podemos darnos el lujo de desperdiciar nada, hay muchas personas en este país que mueren de hambre y ansían poder tener lo que hoy ofrecemos en la mesa.
Tera alargó tímidamente su mano hacia los alimentos. Pero antes que pudieran empezar, Celgris las detuvo, se habían olvidado de orarle a los espíritus sagrados y a los dioses creadores por su bondad. El silencio se prolongó por un espacio de un minuto en donde todos agradecieron. Tras esto, iniciaron la cena.
––Luego hay algunos asuntos de los que quisiera hablar con Calai… y también necesito oír toda la historia de ambas. Tera, Calai, cuéntenme su versión de los hechos antes y después de que el hada atacara.
…
El agua caliente resbaló por su espalda, el cuarto de baño era muy grande, tenía una tina que se asemejaba más a una pequeña laguna, había incluso una minúscula cascada que expulsaba agua cálida. El vapor y los minerales se mezclaban en la piel de Verum. Silhist tomó un poco de jabón y una esponja, comenzó a restregar la espalda de Verum mientras ella disfrutaba del trato, había pasado mucho tiempo desde que ella había sido bañada por alguien. Tenía sus cabellos atados para que no estorbaran.
Silhist observó detenidamente las muñecas de Verum, ella tenía una marca, era algo de lo que Silhist nunca se había percatado.
––Mi señora ¿puedo hacerle una pregunta?
––Si, no hay problema.
El agua resbalaba por su cuerpo.
––¿Qué le causaron esas marcas en sus muñecas?
Verum alzó sus muñecas y las contempló, su suave piel estaba marcada con un símbolo.
––No lo sé, no me acuerdo para ser sincera. ¿Por qué? ¿me veo mal?
––No, usted es muy hermosa, solo que me dio curiosidad.
Silhist se quedó extrañada, más no quiso decir nada ya que no creía que fuera importante. Verum se levantó y se contempló desnuda en el espejo. Era linda y le debía mucho a su cuerpo, fue por su desnudez que logró completar su objetivo, tantos habían sido los hombres que la recorrieron y tantos fueron los que lamieron cada parte de su cuerpo y caído en las manos de la titiritera para que fuera ella la que moviera sus hilos.
––No sabía que usted tenía un tatuaje.
––¿Tatuaje?
––La primera vez que te bañé no quise decir nada, pero me dio curiosidad.
––Eres muy curiosa.
––Perdón si la ofendí.
––Descuida, ya les he dicho que pueden hacerme preguntas con toda tranquilidad, no las voy a matar. ¿Qué clase de persona mataría a las personas que le ayudan por el hecho de preocuparse?
Verum observó su pecho izquierdo, por encima de su pezón color rosa y su areola de igual color estaba su símbolo de magia. No llevaba tatuaje alguno. Agarró su pecho izquierdo, mullido cual malvavisco y tocó su símbolo.
––¿Te refieres a esto?
Silhist asintió.
––Te equivocas, no es un tatuaje, esto es un símbolo que demuestra con los tipos de magia con que nací. Cuando un hada nace, tiene un capullo en la parte izquierda, este se abre poco a poco y queda un símbolo que es el tipo de magia que se le fue otorgada el día de su nacimiento.
—¿Por qué siempre tiene esa venda en sus ojos?
—Me ayuda a no forzar mi ojo izquierdo, es especial y diferente de todos cuales existen y existirán— Verum observaba su reflejo en el agua, mantenía su ojo izquierdo cerrado.
—Supongo que hay cosas que escapan a mi entendimiento.
—Descuida, pronto entenderán muchas cosas.
Verum se sentó, Silhist le desenredó el cabello y empezó a enjabonarla, se sentía bien, el agua cálida era agradable y el olor a flores y rosa le gustaba, todo ese trato generaba en ella muchos momentos que no quería se acabasen.
––Me alegra que se encuentre mejor.
––Aun no estoy bien del todo, pero el poder hablar mejor y caminar sin caerme ya es un paso a la recuperación.
––Pues eso me alegra en gran manera mi señora.
Silhist terminó de lavarle el cabello y dejó que Verum terminara de lavar su cuerpo, sabía que ella le gustaba pasar tiempo en el agua a solas.
––Si necesita algo hágamelo saber, su ropa está colgando en esa pared y nos tomamos la licencia de comprarle ropa interior, pero, no pudimos comprarle un sostén, no sabemos su talla.
––Descuiden, nunca he usado uno, me sería sumamente molesto el tener que ponérmelo, pero las bragas si me las usaré. Y no te preocupes por la ropa, yo me la puedo poner sola. Gracias por todo Silhist.
La sirvienta se retiró y Verum procedió a enjabonarse completamente, daba gracias a los dioses por no tener vello púbico, ninguna de las hadas nacía con ese tipo de vello y eran lampiñas a excepción de su cuero cabelludo. Cuando era prostituta observaba como muchas de sus compañeras luchaban con las maquinillas para depilar sus cuerpos y se sentía hasta cierto punto privilegiada. Enjabonó con suavidad su entrepierna y dejó que el agua limpiara bien su cuerpo, si algo había aprendido de ser prostituta, es que debía perfumar todos sus rincones. Terminando, tomó un paño y se secó y vistió. Las bragas eran blancas, de vuelos y con un listón rojo bastante adorable, se la colocó y se contempló en el espejo.
La vanidad había ganado terreno en ella los últimos años y cuando Ferneris fungió como su tutora aprendió más cosas sobre el ser femenina y… le agradaba. Observó su cuerpo semidesnudo en el espejo, su cabello pese a estar mojado brillaba con su morado característico y su ojo izquierdo iluminaba con su belleza. La forma de su cuerpo había enlazado a muchos a sus brazos y no podía recordar ya cuantas semillas había albergado en su interior, pero, de algo estaba segura… aquella experiencia se había vuelto un ciclo el cual no era capaz ni siquiera quería romper.
Tomó el vestido y se lo colocó. Era de un color crema y se ataba con un lazo blanco, los zapatos no estaban y era a que tampoco conocían bien la medida. El vestido le sentaba cómodo, no demasiado plegado a su cuerpo, aunque sus pechos resaltaban. El resultado que reflejaba el espejo la tranquilizó. Tomó su pañuelo color crema y volvió a colocarlo en sus ojos, su cabello caía entre su cuerpo y la humedad del mismo mojaba su ropa.
Del cuarto de baño caminó lentamente por el pasillo, unos guardias la toparon y la saludaron cordialmente, ella les devolvió el gesto. Mientras se encaminaba a la planta baja iba pensando en lo que Silhist le había preguntado… ¿Por qué seguía doliendo? Sacó sus alas y descendió a la planta baja, esta vez no flaqueó al tocar el suelo con sus pies. Anduvo por otro breve espacio de tiempo y llegó a la sala del trono, se recostó en una pared, con los brazos cruzados y mirando fijamente todo el lugar meditaba silenciosa, pensativa entre el laberinto de su mente. Diligitis y Jen no estaban y las sirvientas aseaban la cúpula, afuera los soldados, vigilaban las murallas y nadie entraría en donde ella se encontraba. Estaba sola.
––Verum, eres una mentirosa––Pensó––. Eres una maldita mentirosa, sabes perfectamente qué son esas marcas. Lo recuerdas.
Observó las luces que bailaban en torno a la sala, el trono relucía y la ventana en la que estaba reflejaba su sombra sobre los suelos de aquel lugar. Las muñecas subían levemente, los mecanismos sonaban y los engranajes chirriaban. Alzó su vista y podía verse a ella misma encadenada, había estado muchas veces desnuda, pero era imposible de olvida aquellos dos meses, había estado con mil hombres, había sentido su piel en sus labios, había acariciado cada parte de su cuerpo, pero, en aquella ocasión todo era diferente… …
…
"—¡Por favor sácalo, me duele, me duele mucho! Tengan piedad de mí, tengan misericordia, yo no les hice nada, me duele… p… por favor, tengan piedad.
El pene del soldado entraba con fuerza en su vagina, la sangre de Verum se colaba por sus piernas y llegaba hasta el suelo. Uno de los soldados se lo empujó bruscamente por su boca, apestaba y lágrimas escapaban de sus ojos.
—¡Aprovechen todos ustedes! No todos los días pueden tocar y follar la vagina de una reina hada.
Sus ojos esmeraldas la contemplaban en el suelo, como si de un perro se tratara.
Verum estaba encadenada, estas se enroscaban en sus manos, pies y cuello como una serpiente lo hace para asfixiar a su presa. Los gemidos entrecortados de Verum resonaban por toda la sala. Un soldado depositaba semen en ella y entraban dos más para violar su vagina y su ano. Las manos de esos hombres bailaban por su cuerpo y algunos maldecían ya que sus pechos eran pequeños, no eran grandes incluso para la edad que ella llegaba a tener.
—¿Ya han visto el color de su vagina?
Uno de los soldados abrió su cuerpo.
—¡Por fa…! —Uno de los hombres cerró sus labios. Aquello era duro y olía mal.
—Es hermosa.
—Si, y completamente rosa. Les aseguro que ni una prostituta tiene algo tan hermoso como ella.
—Es una reina, era lógico.
—¡No me miren, por favor! ¡No me toquen ahí! ¡Se siente desagradable y me duele!
—Jamás pensé que las hadas fueran tan estrechas.
—Eso es porque nunca te has cogido a una sirena, esas cosas son máquinas de sexo, no se cansan por nada del mundo.
—Si, pero luego te comen hasta las vísceras.
Los hombres reían.
—La otra está mejor.
Los pechos de Saeria se movían producto a los movimientos en sincronía que hacía aquel hombre.
—Maldición, estas cosas son grandes.
Los presentes reían mientras otros violaban a Saeria y disfrutaban con su cuerpo"
…
Verum caminó hasta sentarse en el trono, las manos le temblaban y podía recordar su impotencia y dolor, lágrimas empezaron escaparse y huían por su mentón hasta dar con el suelo, su dolor era mudo, callado, triste. Sabía internamente que aquello no fue lo más doloroso, ya que, de cierta manera, aunque nunca se acostumbró, era mejor el tener el pene de uno de esos hombres dentro de ella a su puño repetidas veces en su cuerpo. Sin embargo, lo peor era aquel sentimiento que la envolvía y destruía con fuerza, esa emoción que recorría su cuerpo como los espasmos cuando llegaba a tener orgasmos. La impotencia era sin lugar a dudas, el sentimiento más horrible cual nunca antes había experimentado. Verum recordó lo que le había dicho Silhist: "Un asesino mata, yo no tengo manos de asesina, tengo manos de sirvienta, y son para servir" El silencio cantaba para ella. ¿Qué manos tenía?
Se contempló las manos y sus muñecas; las marcas de las cadenas serían sus compañeras el resto de la vida al igual que los gritos aterrados de Saeria. Ella trataba de convencerse de que todas las vidas que ella había arrebatado eran por un bien y tenía parte en su plan, incluso podría decir que muchas quizá hasta eran necesarias, guardias que se interponían en su camino, personas que trataban de hacerle daño como ladrones… pero un inocente; quizá no todo era justo, pero hasta donde ella podía, trataba de no matar a nadie que no mereciera morir. Aunque estaba consciente del daño que había causado a Edén.
…
"Las puertas de la sala del trono se habían abierto con un sonido leve y hasta casi imperceptible. Los hombres entraron triunfantes, como si hubieran ganado la guerra contra las hadas hace poco menos de setenta años y tenían un rostro de complacencia total.
—Sean bienvenidos.
—Buenos sean los días para usted, su majestad.
—¿Cumplieron con el acuerdo?
—Le tenemos un presente.
El hombre hizo señas a sus camaradas y estos hicieron pasar a las dos hadas, Verum y Saeria estaban desnudas, andando como si fueran dos perros en sus cuatro patas, tenían un collar y al final de este tenía una cadena de la cual eran tiradas.
Todos los soldados las observaban con una mirada bastante lasciva ya que los pechos de Saeria se balanceaban eróticamente e incluso algunos observaban perversamente a Verum, su cuerpo era similar al de una joven de quince años y pese a sus veinte años, seguiría cargando esa apariencia hasta quizá pasados los cincuenta años, ya que la anterior reina había pasado por el mismo proceso de crecimiento.
El hombre caminó hasta estar a los pies de los escalones que daban al trono, sus camaradas tiraron de las dos hadas hasta ponerlas a los pies del hombre.
—Dos meses, tal… y como acordamos.
El rey inspeccionó con aquellos ojos azules a las hadas para ver que estuvieran en el estado que habían pactado.
—Creo haberte dicho que las quería intactas.
—¿A qué se refiere? Están intactas.
—A una le quitaron las alas.
El hombre observó a Saeria.
—Bueno, quizá puede que se nos haya pasado la mano un poco, pero ellas no tienen siquiera un hueso roto. ¿Cómo quería que las rompiéramos?
Ambas llevaban algunos moretones en su piel junto con algún que otro rasguño, parecía que las habían agredido físicamente, pero lo importante para él es que estaban en una sola pieza. Lo primordial era que el saco de carne estuviera en buenas condiciones, sin importar que la carne hubiera sido golpeada así que no le llegó a tomar mucha importancia.
El rey dio un suspiro, la sala era bastante silenciosa y Diligitis observaba a Verum con bastante interés. Su mirada había perdido toda luz y tenía unos ojos perdidos, como si estuviera a la espera de alguna orden, aquella mirada contrastaba completamente con la que había mostrado hace dos meses, era más desafiante la primera vez que se conocieron.
—¿Qué tan sumisas son ahora?
El hombre dio una sonrisa para sí mismo y observó a sus camaradas.
—¡Verum!
Los ojos de ella se voltearon hacia el hombre.
—Si, amo.
—Levántate.
Ella se levantó, mostrándole al rey su cuerpo desnudo. El hombre la tomó en brazos, alzándola por las piernas y abriendo las mismas, mostrando su desnudez de mejor manera al rey.
—Vamos, enséñale tu interior.
Verum dudó unos instantes, pero con una voz dulce y suave le devolvió la respuesta.
—Si, amo.
Verum abrió su vulva suavemente, dejando ver perfectamente el color rosado de su vagina.
—Lo ves, ella hará todo lo que se le pida. Te la puede chupar si así lo deseas, es una muñeca de uso exclusivo. Digamos que no soy un buen juguetero, pero me las apañé para crear a esta muñeca.
El rey observaba con curiosidad, no tenía ganas de violar a un hada, siquiera tenía interés de tocar a Verum como si de su esposa se tratara.
—He visto suficiente— El rey alzó su mano mientras seguía observando la escena de la misma forma, tranquilo.—. Veo que cumplieron con la parte de su trato.
—¿Y quienes crees que éramos para no hacerlo?
El rey observó a Diligitis y le hizo señas para que les diera el pago acordado y Diligitis lanzó hacia el hombre una bolsa llena de monedas de oro, la tomó con cierta facilidad.
—Tuve que esperar dos meses, pero el resultado es más que gratificante. Quiero que se queden para ver el final de este capítulo, si usted así lo desea.
El hombre estaba un poco extrañado, pero observó a sus camaradas y estos le dieron el visto bueno, lo habían acompañado en todo el proceso y creían que no valdría la pena si no eran capaces de ver el final de todo aquello.
Verum no sabía siquiera como sentirse, desde hacía un mes que siquiera podía saber cómo se sentía antes y apenas lograba recordar el nombre que tenía y el de Saeria, el dolor era constante, pero de apoco fue viéndolo como algo bueno, sabía que si hacía todo lo que ellos le pidieran no les volverían a pegar. Pero, aun así, siquiera sabía cómo sentirse, era extraño, nunca había experimentado algo así y su cabeza giraba mil veces para llegar al mismo punto otras mil, danzaba en su conciencia para encontrar un espacio en negro lleno de confusión y elementos descargables que eran agradables. Aunque ella dijera que no, su cuerpo hablaba de otras maneras.
—Diligitis.
—Si, su majestad.
Diligitis hizo mandar a llamar a los guardias mientras que removía el sello que había puesto en Verum para que no usara magia. Los soldados, con pasos acompasados trajeron una enorme estaca de madera, posicionándola a un lado del trono. Otros soldados tomaron a Saeria y la ataron en aquella estaca que, hacia parecer a las crucifixiones de las épocas de antaño, aunque se asemejaba más a las estacas en las que quemaban a las brujas doscientos casi trescientos años antes.
El rey se acercó a Verum, su cara tenía algunos rasguños.
—¿Ella hará todo lo que le diga?
—Por supuesto, no solo me obedece a mí. Conoce muy bien a todos mis camaradas.
El rey levantó un poco su mirada, observando mientras que con uno de sus dedos elevaba suavemente el mentón de Verum.
—En ese caso, creo que voy a proceder.
Los guardias se acercaron mientras que los mercenarios observaban con algunos sentidos activados, algunos tenían sus manos en el mango de sus espadas por si el rey optaba por deshacerse de ellos, aunque su líder parecía estar bastante confiado.
—Verum– La voz de rey era tranquila, casi con una armonía y serenidad impensable.
—S… Si, amo.
Su mirada hizo contacto con los ojos perdidos de la joven y su color azul penetró el alma de Verum.
—Quiero que mates a Saeria.
El silencio fue extraño en aquella ocasión, no era aquel que se marcaba entre los espacios nocturnos en los que se acurrucaba junto con los compañeros de Edson y en los que solo podía oír de vez en vez a algunos pájaros nocturnos o los gemidos de Saeria. Ese silencio era distinto.
—¿Qué?
—Ya lo dije, quiero que mates a Saeria.
Su mirada estaba confusa y un terror palpable se asomaba suavemente entre su semblante.
—Es broma ¿verdad?
El rey la observó, examinando su mirada.
—¿Realmente piensas que es broma?
Los ojos de Verum empezaron a dejar escapar lágrimas que danzaban por sus mejillas. Los demás soldados permanecían en silencio, aguardando a lo que estaba a punto de pasar.
–N… no.
El rey apoyó su cabeza sobre su mano.
–No, no, no, no.
Verum se llevó las manos a la cabeza mientras que empezaba a llorar de una forma más intensa, como si por primera vez desde hacía dos meses se diera cuenta de lo que realmente estaba pasando.
–¡NOOO! ¡Me niego, no puedo!
El rey observaba decepcionado.
—¡Lo que sea! — Verum se postró a los pies del rey mientras que dejaba un rastro de lágrimas a su espalda—. ¡Haré lo que sea, pero, por favor! —Su cara era una a la que el rey nunca había visto, aquel dolor indescriptible que marcaba los pasos de su alma al ser fragmentada en esquirlas por aquellas palabras.
—Mátala.
—Piedad.
Las manos le temblaban, todo su cuerpo temblaba y desde lo profundo de su cuerpo emanaba un frio el cual nunca había sentido. Su nariz moqueaba y sabía perfectamente que no era capaz. Los escalofríos danzaban a sus anchas y su cuerpo se sentía débil, su cerebro generaba leves espasmos entre los que tenía los recuerdos de su primer beso bajo aquel árbol veraniego.
—Te lo diré una vez más. Mátala. Sino se la daré a los guardias para que la torturen y la violen hasta la muerte y Verum, mi pequeña hadita… verás en primera fila todo su sufrimiento.
Verum le tomó los pies mientras que lloraba y temblaba.
—No puedo… p… por favor. Yo…
—Bien, supongo entonces que los soldados pueden proceder.
—¿Qué?
El rey hizo una señal y los soldados caminaron hasta donde estaba Saeria.
—¿Q… qué piensan hacerle?
—Ya lo verás Verum— Observó a uno de los soldados—. Adelante, pueden divertirse como gusten.
—Bueno… ¿Qué tal si empezamos con algo suave?
Tomó uno de los dedos de Saeria, haciendo que este crujiera hasta que se rompiera como las ramas en otoño. Los gritos que ella producía taladraron la cabeza de Verum con fuerza.
Otro crujido se escuchó, seguido de los mismos gritos.
—¡Verum!
Ella estaba quieta, observando con un rostro tembloroso lo que pasaba, el frio aliento de la muerte caminaba en torno a ella y su mente divagaba entre aquellos gritos. Quería moverse y hacer algo, quería impedirlo, pero, algo impedía que lo hiciera.
Los crujidos continuaron entre espacios de cinco minutos, los dedos de Saeria estaban morados e hinchados.
—Grita mucho ¿No creen?
Verum observaba impotente mientras Saeria gritaba su nombre, quizá, para que ella volviera en sí, con la esperanza de que ese dolor se apagara. Sus ojos estaban rojos por su llanto, el aliento se cortaba y el dolor punzante apuñalaba sus manos como lo hacía el carbón encendido entre las brasas del fuego.
—¿Si le cortamos esa lengua crees que pueda gritar?
—Verum— El rey la tomó por sus cabellos grasientos y desalineados.
Ella solo podía llorar mientras contemplaba aquello y maldecía internamente. Creía que quizá estaba en un sueño, una pesadilla, y que despertaría nuevamente en sus aposentos.
—Mi pequeña Verum… esos hombres que puedes ver, no son simples soldados. Son de las generaciones que siguieron después de la guerra de hace setenta años. Perdieron a muchos de sus antepasados a manos de las hadas y les tienen mucho rencor. ¿Qué crees que son capaces de hacerle a un hada?
—Por favor… se lo ruego. Detenga esto.
—La que puede detenerlo no es otra sino…
Volteó su rostro hasta toparse con el de él, aquellos ojos azules penetraban entre la oscuridad y tristeza de los de ella.
—Yo que tú lo haría, ellos se van a tomar su tiempo y ya no puedo detenerlos, un buen rey cumple sus promesas a sus súbditos más leales.
—Pero… ella es… …
—¡VERUM! — Las lágrimas de Saeria caían por su mentón, el cuerpo le temblaba y su nariz moqueaba.
Volteó su mirada ante la voz de Saeria. Ahí estaba ella, observándola con la misma mirada que le había regalado el día en que se conocieron, el día en que se besaron por primera vez y los días en los que ella se sentía mal.
—Está bien— Las lágrimas escapaban levemente y el temor se sentía en su carne–. No te preocupes por mí. Solo hazlo.
Verum estaba en shock, no podía siquiera moverse y el frío entraba por sus anchas en cada respiración que daba.
—Saeria… yo… … yo no.
—Si puedes. Solo hazlo. Yo estaré bien.
—Incluso ella está de acuerdo, supongo que no le gusta la idea de morir torturada.
—¡Verum! No quiero morir a manos de ellos. Por favor… ¡Acaba con mi sufrimiento!
El silencio volvió a reinar por unos instantes, nadie en la sala se atrevía a decir siquiera una sola palabra ante lo que estaba pasando.
El sudor recorría la frente de Verum y se mezclaba de forma enfermiza con sus lágrimas y… sacó fuerzas de flaqueza…
… …
Levantó su mano derecha y liberó los puntos de aura, dilatándolos para poder usar magia elemental de fuego. Un símbolo de magia apareció frente a ella mientras que torpemente y con la mano temblante trataba de apuntarle a su pecho.
Observas a Saeria llorar y temblar, sus dedos morados e hinchados gritan con sonidos mudos, tu mano tiembla y las lágrimas recorren tu cuerpo mientras que tus nervios se sacuden con fuerza. Desvías levemente tu mano hacia el rey, tu mente no da ya pensamientos lógicos y lo contemplas mientras tus pulsaciones aumentan. Tu mano tiembla mientras la sigues desviando hacia su pecho.
Lo observo, puedo matarlo, debería hacerlo, su vida está en mis manos. Los soldados me matarán, pero… puedo matarlo… puedo…
—Hazlo Verum.
Tu respiración es acelerada y temes, tu mente no puede dar razonamientos y bailas entre la cuerda de la cordura y la locura. Saeria sigue llorando y sus dedos están rotos y algo más se va a romper sino la matas.
Verum volvió a redireccionar su mano hacia el pecho de Saeria.
—Verum… gracias por todo. Siempre, desde el primer momento en que te conocí supe que eras especial. Te amo, probablemente como nunca he amado a alguien.
Verum lloraba de forma desconsolada y sus lágrimas impactaban el suelo mientras que el fuego empezó a acumularse lentamente, transformándose en una pequeña esfera de fuego. Los recuerdos de ellas dos taladraban su mente y su pecho se hinchaba con la forma de respirar que había adoptado.
Saeria la vio por última vez con aquella misma mirada, algunas lágrimas habían recorrido su rostro, aquellas lágrimas eran emociones mezcladas con dolor, pero su sonrisa era exactamente la misma, serena y tranquila.
—Te amo, Verum.
… …
Disparó con fuerza al pecho de Saeria.
Verum dio un grito indescriptible que erizó la piel de todos los presentes, el dolor en su voz era algo que nunca habían escuchado y dicho sonido taladró con fuerza a todos los presentes ya que parecía que sus mismas cuerdas vocales se quebraban en mil pedazos mientras que se fusionaban con su llanto y su alma.
El rayo calórico partió el pecho de Saeria, prendiéndola en llamas…
…
Ella sabía mientras observaba sus manos, que nunca podía olvidar el día en que las manchó con la sangre de Saeria, en la sala del trono donde se encontraba ahora hace casi novecientos años.
Cubrió el rostro con sus manos.
––La que debió morir ese día era yo… Soy… basura, perdón por hacerte sufrir Saeria––Musitó en el silencio de la sala––. Maldición.
Extendió sus alas con fuerza, observó el techo, las muñecas subían por sus engranajes, danzaban alegremente y proyectaban sus sombras hacia los suelos.
––Edson Filther–– Pensó Verum––. El que le arrancó las alas a Saeria fue Edson Filther, tras tantos años no he olvidado su nombre, pero… ya no está vivo, de seguro murió hace siglos.
Una sirvienta entró en la sala, Verum se sorprendió, ella llevaba una bandeja con una copa que quizá, a lo que Verum podía intuir, era vino.
––L… lamento molestarla, pero, le traje vino, pensamos que usted podía estar sedienta.
Se acercó poco a poco, la figura de Verum con sus alas extendidas en el trono era imponente, su mirada estaba fija en la sirvienta. Las muñecas subían y bajaban por los engranajes, el sonido cantaba.
––No temas, no te voy a hacer daño… tu nombre, ¿cuál es tu nombre?
––M… me llamo.
––Habla más fuerte, no puedo escucharte bien.
––Mi nombre es Asvid.
––Asvid, en tu lengua significa la flor de verano, lindo nombre.
Verum se detuvo frente a ella, la joven tenía un lindo cabello color crema, un cuerpo digno de una bella joven de su edad, había sudor en su frente y le temblaba el pulso. Ella tomó la copa de plata y se la ofreció a Verum. La tomó con delicadeza y le dejó ver una sonrisa. Asvid vio marcas en sus muñecas.
––Mi señora… ¿Se siente bien?
––¿Me veo mal? ––Se dio la vuelta y tomó un trago del vino.
––Bueno, es que la vi en el trono, parecía deprimida y… no se veía feliz.
––Hay sucesos que al ser recordados entristecen.
Asvid observó los pies descalzos de Verum, había también marcas en sus tobillos.
––¿Le puedo hacer una pregunta?
––Desde luego Asvid.
––¿Qué son esas marcas que tiene en sus tobillos y muñecas?
Verum observó los suelos, bebió otro trago del vino y se volteó, jugó con sus muñecas, sacudiéndolas suavemente, el vestido danzó con ella.
––¿Éstas?
Asvid asintió.
––No me acuerdo, me tuve que haber golpeado con algo hace muchos siglos, no recuerdo, ¿me hacen ver mal?
––No, para nada, solo…
––Adivino. Te dio curiosidad. Descuida Asvid, no pasa nada.
Asvid asintió, agachó la cabeza en señal de respeto, luego dio media vuelta y se retiró con pasos acompasados.
––Gracias por el vino Asvid.
Ella asintió con cortesía, dejando a Verum nuevamente sola. Al observar la copa, recordó que hace mucho un hombre sin nombre, la llevó a una taberna antes de tener sexo, él fue quien le enseñó a beber, pero Verum no estaba acostumbrada al vino, ella solía beber cerveza y de vez en cuando embriagarse y pasar las noches en brazos de hombres, por lo que se le hizo agradable el que le dieran un vino fino. El sol empezó a desaparecer entre las nubes de gran tamaño, los colores azules del mismo se empezaron a tornar grises como la oscuridad.
Alguien abrió la puerta principal, Verum se sorprendió, ladeaba en forma circular la copa con sus dedos y observaba con una mirada un tanto amodorrada a Diligitis y a Jen, que, entraron a paso tranquilo. Sus pasos resonaban cual eco por la sala del trono, ella se levantó y caminó a su encuentro.
––¿Por qué está descalza mi señora? –– Jen le besó la mano.
––No me quedan los zapatos de la anterior princesa.
Observó a Diligitis, él le besó la mano a Verum.
––¿Cómo se siente hoy mi señora? ¿Está mejor?
––Si, supongo.
––¿Cómo le sentó el baño?
––Bien, fue muy cómodo y placentero.
Se encaminó a la salida, ambos intercambiaron miradas y la observaron pasar, su cabello arrastraba ese aroma a rosas negras, de las mejores fragancias de todo Faernes.
––Diligitis, acompáñame, hay algo de que tenemos que hablar.
…