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Chapter 13 - 11.

La tensión que reinaba en el ambiente era casi palpable. Si bien la luz del sol entraba por las ventanas, que tenían las cortinas abiertas, y demostraba el día hermoso y feliz que cortaba un poco con el invierno crudo que pasaba, nadie parecía notarlo. No se oía más sonido que el de setenta y nueve lapiceras escribiendo sobre papel.

El profesor Weissmüller paseaba sus escasos sesenta y cinco kilos por los pequeños pasillos formados entre las filas de bancos donde, algunos con determinación y otros con velado nerviosismo, los setenta y nueve alumnos dueños de las lapiceras permanecían sentados, escribiendo febrilmente el examen final de Transcripción, cada uno de ellos con auriculares cubriendo sus oídos. Estaba difícil... Las piezas musicales escogidas por el profesor eran complicadas, y él lo sabía, pero no le importaba, parecía disfrutar del ambiente tenso que se respiraba. Con una sonrisa velada, continuó con sus paseos entre los bancos, espiando los exámenes llenos de hojas pentagramadas.

Ali dejó la lapicera sobre la mesa y suspiró con cierto alivio. El examen había sido difícil y largo... demasiado largo. Flexionó los dedos entumecidos de la mano derecha y giró la muñeca varias veces. Tenía desde pequeña la mala costumbre de apretar demasiado al escribir y, tras un examen semejante, no era de extrañar que le dolieran la mano y el brazo hasta el hombro.

Con un gesto ya automático a fuerza de costumbre se guardó un mechón de pelo suelto detrás de la oreja y tomó las hojas escritas y numeradas. Miró el reloj sobre la puerta, aún le quedaban ocho minutos para revisar su examen y ver de que estuviera todo bien, comparando el audio de la pieza que le había tocado con la transcripción musical que había hecho. Por curiosidad, miró hacia atrás y observó por unos pocos segundos a Nico, que seguía escribiendo con rapidez y con todo el aspecto de necesitar con desesperación los ocho minutos restantes. Por favor... qué bien que se veía. No le hacía falta más que una remera negra y un jean para verse absolutamente arrebatador. Le gustaba cómo su pelo crecido le caía sobre la frente de esa forma tan descuidada y natural. No había vuelto a verlo desde la noche en que la llevó a la guardia tras haberla rescatado de Bruno, aunque habían estando chateando diariamente vía WhatsApp desde entonces.

Ali sacudió la cabeza con fuerza y volvió a la realidad. Tenía un examen que revisar. Puso en reproducción la pista de audio y fue leyendo las notas escritas en los pentagramas. La transcripción la había sentir insegura, no confiaba tanto en la nitidez de su oído. Faltándole cuatro pentagramas para finalizar, sintió un leve toque en el codo izquierdo.

—¿Lista? —Lorena la miró por sobre sus anteojos de marco metálico.

—Sí, nena, vamos—. Ally guardó la lapicera en el bolso y se levantó, siguiendo a Lorena.

Ambas se acercaron al escritorio, Lorena tomó la abrochadora que descansaba sobre el mismo y prendió todas sus hojas, luego tomó las de Ali e hizo lo mismo. Dejaron los exámenes frente a la vista impertérrita del profesor Weismüller, que se había detenido de sus paseos a observarlas, y salieron del aula.

Lorena cerró la puerta y dejó escapar un audible suspiro.

—¡Por fin! ¡Qué examen de mierda, loco! —Se quitó los lentes y se frotó con dos dedos el puente de la nariz—. Era innecesario que lo hiciera tan eterno.

—De verdad que se fue al carajo—. Ali se encaminó por el pasillo hacia la salida—. Me tocó Faux Follets, de Liszt. Pensé que no llegaba a terminarlo.

—A mí me pasó igual... —Lorena flexionó los dedos de la mano, tal como había hecho Ali en el aula—. No voy a tener más ganas de escribir por un buen tiempo después de esto.

Una vez fuera y aún hablando sobre el examen, Lorena señaló la cafetería y se dirigieron allí, refugiándose del viento helado que azotaba sus caras desprovistas de protección. El sol brillaba con fuerza, sí, pero el viento helado era implacable. Ingresaron con rapidez, cerrando la puerta apresuradamente.

—¡Qué pedazo de frío! —se quejó Ali, frotándose las manos.

—Ideal para acompañar ese maldito examen —apostilló Lorena—. ¿Lo de siempre? —preguntó, mirando a Ali.

—Sí, por favor. Yo voy buscando una mesa.

Quince minutos después las dos, ya calentitas y relajadas, charlaban animadamente sobre los planes para las vacaciones de invierno, a iniciarse la semana siguiente.

—Mariano se niega a decirme a dónde vamos—. Lorena sacudió la cabeza y el pelo castaño le bailó por la espalda—. Me tiene realmente intrigada.

—¿No te dio ninguna pista?

—¡No, nada! ¿De verdad a vos no te dijo nada?

—Nada de nada.

Ally bebió un trago de su café con leche y escondió la sonrisa tras el borde de la taza, viendo cómo Lorena desahogaba su frustración desmigajando un bollito de canela. Por supuesto que ella sabía... Mariano había planificado todo con ella para corroborar que nada saliera mal, pero no iba a decirle una palabra a Lorena. No quería arruinarle la sorpresa.

—¿Ese no es Nico? —Lorena señaló la puerta con la cabeza y Ali se giró en la silla para ver a un Nico más desgarbado que nunca, pálido y ojeroso, que ingresó al local y se dejó caer en la silla más cercana. Indudablemente no se sentía bien.

Ali se levantó de su silla y con una señal de la mano le indicó a Lorena que la acompañara. Se agachó frente a Nico, que tenía la cabeza apoyada en las manos, los codos en las rodillas, y le levantó el pelo de la frente, para descubrirla pálida y cubierta de un sudor helado. Le asustó verlo tan pálido, pero reprimió el sentimiento.

—¿Nico? ¿Qué te pasa? —le habló con suavidad, pero evidente preocupación en la voz.

El chico levantó los ojos verdes abiertos a medias y pareció relajarse un poco cuando vio a Ali frente a él. Se apoyó en el respaldar de la silla y Ali apoyó la mano en su rodilla para mantener el equilibrio, mientras Lorena traía un vaso de agua que se había acercado a pedir al mostrador.

—Ali... No me siento muy bien—. Miró agradecido a Lorena, que le alcanzó el agua, y bebió un sorbo—. Se me bajó la presión y tengo el estómago revuelto.

Le dio una arcada y, tapándose la boca con la mano, dejó rápidamente el vaso sobre la mesa, para volver a apoyar la cabeza en las manos.

—¿Dónde está tu auto? Te llevo a tu casa —Ali lo dijo sin pensar y en un tono que no admitía réplica—. Lore, ¿hablamos después?

-—Pero sí, nena. Llevalo que parece que se va a descomponer en cualquier momento.

Minutos más tarde entre Ali y Lorena habían logrado llevar una cuadra y media a un tambaleante Nico hasta su auto, donde se recostó en el asiento del acompañante y cerró los ojos inmediatamente. Ali dio un abrazo a Lorena y se ubicó tras el volante, se estiró sobre la palanca de cambios y le colocó a Nico el cinturón de seguridad. En cualquier otro momento esa cercanía le hubiera hecho temblar las manos, pero él se veía tan mal que no podía más que preocuparse. Se abrochó su cinturón y encendió el auto, arrancando hacia la avenida que daba salida del campus universitario hacia el centro de la ciudad.

—Nico... perdoname que te moleste, pero no sé dónde vivís.

—En Larra al 3800... la casa amarilla—. Nico volvió a cerrar los ojos.

Eso era lejos. Bastante lejos... Ali tendría que cruzar el centro y media cuidad para llegar. Sin pensarlo se acomodó su eterno mechón rebelde detrás de la oreja y aceleró, mirando de cuando en cuando a Nico, quien no cambiaba de posición, pero parecía palidecer cada vez más. Apenas había manejado seis cuadras cuando cambió de idea y dobló a la izquierda, torciendo el rumbo hacia el hospital donde antes Nico la había llevado a ella, ya casi una semana atrás.

Al llegar frenó en el lateral del área de emergencias y, tras corroborar que Nico dormía, se bajó e ingresó corriendo, hasta llegar al mostrador de informes. Una enfermera simpática pero con cara cansada le dedicó una leve sonrisa.

—Hola, disculpame... ¿sabés si estará el doctor Viggiano atendiendo?

—¿Sos otra de sus pacientes embobadas?

—¡No! —Ally transformó su cara a una de piedra que hizo retroceder a la enfermera—. Soy una amiga de su hermano, que está descompuesto en un auto afuera.

Veinte minutos más tarde Javier, quien efectivamente estaba de guardia, salía de la sala de atención de guardia para tranquilizar a Ali, quien había quedado esperando afuera, con su bolso en el regazo.

—No es más que una intoxicación... algo que comió—. Javier se quitó los lentes de montura metálica y se frotó el puente de la nariz, y a Ali le recordó brevemente a Lorena—. Parece que esta mañana desayunó un sándwich medio dudoso que compró en un puesto callejero, indudablemente no le cayó bien. Vos no comiste lo mismo, ¿no?

—No, yo no estaba con él—. Ali se puso colorada ante la presunción de que ella y Nico hubiesen pasado la noche juntos—. Hoy rendimos examen a primera hora y no fue hasta después que lo vi así... Lo estaba llevando a la casa en su auto pero como se ponía más y más pálido pensé en traértelo.

Javier sonrió ante el rubor de Ali y por su preocupación. Esta chica le gustaba... era distinta a las taradas descerebradas con las que solía andar su hermano.

—Hiciste bien. Te perdiste lo más asqueroso, está vomitando adentro... no te recomiendo entrar—. Volvió a colocarse los lentes—. Le puse un suero para hidratarlo y le inyectamos metoclopramida para frenar los vómitos. Creo que en una hora terminará el suero y podrá irse.

—Lo espero. No creo que esté en condiciones de manejar.

—Te lo agradezco, Alina... yo estoy de guardia hasta la noche y no puedo llevarlo—. Javier le volvió a sonreír y Ali comprendió el epíteto de "pacientes embobadas" que antes había usado la enfermera. Tenía, como su hermano menor, una sonrisa arrebatadora—. En media hora vuelvo a verlo y después a firmarle el alta—. La saludó con un beso en la mejilla y siguió hacia otra sala.

Ali volvió a sentarse en la misma silla de plástico verde, suspirando y dándose cuenta de que, hasta ese momento, había estado completamente tensionada. Movió la cabeza de un lado a otro para relajar los músculos del cuello y se masajeó los hombros. Ahora que Javier la había tranquilizado, sacó su celular del bolso y le envío un mensaje a Lorena vía WhatsApp.

* Lor, estoy en el hospital con Nico. Lo vio su hermano, una intoxicación aparentemente. Espero que termine de pasarle el suero y lo llevo a la casa. - Ali, 10:49hs.

* Ali, después de que te fuiste iba hacia la parada cuando me cruzó Mora, preguntando si había visto a Nico. No le dije nada, pero se fue puteando que seguro se había ido con vos. - Lorena, 10:52hs.

* Esa piba está mal de la cabeza. Y me tiene entre ceja y ceja. - Ali, 10:53hs.

* Cuidate de ella. Es inestable. - Lorena, 10:54hs.

* Es idiota. Ni me importa.- Ali, 10:55hs.

* No la subestimes. Está obsesionada con Nico y si estás saliendo con él se la va a agarrar con vos. - Lorena, 10:57hs.

* Pero no estoy saliendo con Nico. - Ali, 10:57hs.

* Creo que a ella le parece que sí. Solo te digo que tengas cuidado. - Lorena, 10:58hs.

Ali guardó su celular en el bolso con un bufido. La actitud de Mora Rein ya le estaba molestando mucho, no sólo porque la incomodaba a ella, sino también porque parecía considerar a Nico un objeto de su pertenencia, sin poder de decisión, del que podía disponer cómo y cuándo quisiera. Como si no le importase lo que Nico sintiera... ¿Pero qué sentía Nico? Esa pregunta le carcomía la cabeza.

Cuando se mensajeaban por WhatsApp, que era varias veces al día, Ali estaba segura de percibir una innegable vibra entre ellos. Sabía que su cerebro podía jugarle una mala pasada poniéndole entonaciones a las oraciones que Nico le enviaba, por lo que estaba siempre atenta a no dejarse traicionar por sí misma y sus sentimientos hacia él, procurando leer todo con lentitud y de forma neutral. Pero qué difícil se le hacía... A veces Nico era tan confuso... Parecía querer decirle algo, parecía que le estaba confesando algún sentimiento de su parte, y luego enviaba algún chiste o alguna otra frase que rápidamente derrumbaba cualquier castillo en el aire que ella hubiese comenzado a construir.

Ali suspiró con resignación y estaba reacomodándose en su silla, cuando la puerta de la sala de guardia se abrió, dando paso a una enfermera rubicunda, entrada en años y con cara de pocos amigos.

—Alina Mercán —llamó con voz potente y autoritaria, barriendo la estancia con la mirada.

Ali se sintió de regreso en tercer grado de primaria, cuando la profesora de Educación Física la llamaba para hacer la prueba de destreza y debía apurarse si no quería ganarse un par de pelotazos. El tono de esta enfermera era el mismo, por lo que se levantó con rapidez y se paró frente a ella.

—Sí, señora, soy yo —su voz parecía haberse transformado en la de la olvidada niña de ocho años.

—Entrá—. la enfermera le sostuvo la puerta—. Tu novio ya está insoportable preguntando por vos.

—No es mi novio... —dijo Ali quedamente, mientras pasaba junto a la enfermera.

—Sí, claro, como vos digas—. La mujer revoleó los ojos y soltó un bufido, salió de la sala y cerró la puerta tras ella.

Ali vio el pasillo formado por la hilera de camas separadas por biombos de tela, cinco camas a cada lado, y reconoció en la cuarta cama a la derecha las zapatillas negras de Nico, que descansaban al lado de las ruedas. Caminó en silencio tratando de no observar a los ocupantes de las demás camas, pero notó que la mayoría estaban vacías, apenas había dos personas más además de Nico. Al llegar a los pies de su cama se asomó despacio y lo observó, sonriendo apenas.

Nico estaba recostado de lado, con la cabeza apoyada en un brazo recogido, las piernas dobladas apenas y con mejor semblante. Tal como había dicho Javier, parecía que lo peor había pasado. Ya tenía más color en el rostro, el cual estaba relajado, perdido ya el ceño fruncido de dolor que lo había acompañado durante el viaje en auto. Ali se acercó en silencio y se sentó en la silla junto a la cama, mirando a Nico en mayor detalle. Qué lindo era... algunos mechones de pelo le resbalaban por la frente y, casi sin pensarlo, levantó la mano para corrérselos. Apenas había acomodado dos cuando Nico abrió los ojos y, al reconocerla, sonrió de inmediato.

—Hola, linda...

—Perdón, te desperté—. Ali retiró la mano con rapidez, pero Nico la atrapó con la suya y la sostuvo sobre la cama.

—No tengo palabras para agradecerte todo lo que hiciste por mí hoy.

—No tenés nada que agradecer—. Ali sentía la mano de Nico como una brasa caliente que envolvía la suya, era una sensación agradable—. A lo sumo estoy devolviéndote el favor que me hiciste con Bruno.

La mirada de Nico se endureció unos segundos, recordando el incidente con ese tipo aquella noche, pero volvió a sonreír a Ali.

—Estamos empatados entonces. Igualmente... gracias.

Ali le sonrió y los dos se quedaron en silencio, mirando a cualquier lado menos a los ojos del otro. El silencio no era incómodo, pero estaba cargándose de una tensión eléctrica que provenía de los dos, y parecía surgir exactamente de sus manos unidas.

—La enfermera piensa que sos mi novia —dijo Nico de pronto, mirando a Ali directamente a los ojos.

—Sí, me lo dijo cuando me fue a llamar—. Ali sintió el calor subiéndole por la cara, y bajó la mirada. ¿Por qué se ponía así de nerviosa con él? ¿Qué le pasaba?

—No la contradije —él hablaba con solidez—. No parecía una mala idea.

Ali levantó la vista de golpe, sorprendida, mientras Nico le soltaba la mano y subía la mano hacia su rostro. Ali abrió la boca para hablar...

—¡Hermanito! —Javier asomó por los pies de la cama y los dos saltaron cual resortes, enrojeciendo juntos, para risa interna de Javier.

Se acercó a revisar la bolsita ya casi vacía del suero y cerró el paso, mientras le explicaba a Nico de su tratamiento por el día. Mientras hablaba, Ali acomodó su pelo, para hacer algo con las manos, que de pronto le picaban, y observó a Nico, que se había sentado en la cama y miraba a su hermano un poco fastidiado. Vaya interrupción, pensó, y se preguntó qué hubiera pasado si Javier no hubiese aparecido. Pero no quería hacerse ilusiones... se dijo nuevamente para sí misma lo que, a fuerza de repetición, se había transformado en un mantra en los últimos días, y que invocaba cada vez que Nico le escribía: "Él solo me ve como amiga". Suspiró y se reacomodó en la silla con las piernas cruzadas.

—Así que eso —dijo Javier, resumiendo la información—. Comida liviana, mucho líquido, reposo por hoy, metoclopramida cada ocho horas si volvés a vomitar. Y por favor, no compres más sándwiches en la calle. Ya te firmé el alta así que podés irte tranquilo—. Se giró sobre sí mismo y miró a Ali, quien se paró—. Alina, una vez más, gracias por haber traído a mi hermano. Hiciste bien. ¿Cómo está tu cabeza? ¿Viniste a que te sacaran los puntos?

—Sí, gracias, vine hace dos días. Me atendió una doctora muy simpática, Carolina.

—Sí, es muy buena, y excelente profesional. ¿No te duele?

—No, ya no, se fue pasando con los días.

—Me alegro de saberlo. Bien, chicos, los dejo. Tengo que ir a colaborar en la revista de sala de internación. Los veo pronto.

Mientras Nico se calzaba, Ali salió al pasillo entre las camas y lo esperó, respirando profundo para mantenerse tranquila.

—¿Vamos?

Caminaron ambos en silencio hacia afuera, con lentitud, ya que Nico se sentía aún un poco débil. Al salir, Ali señaló hacia la izquierda y lo condujo hasta su auto, mientras sacaba las llaves de su bolso y se acercaba a la puerta del conductor.

—¿Qué hacés? —dijo Nico, deteniéndose en la vereda y mirándola con incredulidad—. Dame esas llaves.

—¡Mirá si te voy a dejar que manejes así como estás! —Ali le levantó una ceja y abrió la puerta—. Subí al auto y no protestes, porque manejo yo—. Y subió ella, dejando a un sorprendido Nico en la vereda.

Él sonrió, divertido con la seguridad de Ali y su descaro. Era la primera vez que alguien fuera de él manejaba su auto, por lo general le molestaba que tocaran sus cosas, pero con ella era diferente. Rodeó el auto por la parte de atrás y observó a Ali abrochándose el cinturón de seguridad, abrió la puerta y subió.

—Así que no puedo protestar acerca de quién maneja mi propio auto...

—No, hoy no. Pero solo hasta llegar a tu casa —Ally le sonrió, encendió el auto y arrancó, mezclándose con el agitado tráfico del mediodía.

Sin dejar de mirar la calle, Ali encendió el equipo de música y dejó que sonara lo que fuera que estuviese puesto, y se sorprendió al escuchar el aria Il Dulce Suono, de Lucía de Lammermoor, de Donizetti. Era el aria que ella estaba cantando y preparando para su examen. Nico se revolvió en su asiento, molesto de haber sido atrapado con ese aria en su equipo de música. La verdad es que la venía escuchando una y otra vez en los últimos días, recordando siempre a Ali esforzándose en el aula para llegar a las coloraturas.

—Es una obra hermosa —dijo, como si ella le hubiese pedido alguna explicación—. Gracias a vos la conocí, aunque debo decir que prefiero escucharte a vos cantarla.

Ali no dijo nada y continuó manejando, y Nico tuvo miedo de haber hecho algo mal. La miró, pero ella sólo miraba a la calle, con su eterna cara seria. Cerró los ojos suspirando, convencido de que ella se había molestado, cuando de pronto la voz de Ali se sobrepuso a la de la cantante en el disco y llenó el espacio en el auto.

Nico despegó los labios maravillado, pero no dijo una palabra. Cerró los ojos, dejando que la canción lo llenara, y una sonrisa se dibujó en su cara. Qué voz tan hermosa tenía... Volvió a abrir los ojos y la observó de reojo, notando que ella estaba cantando por encima, sin hacer las complicadas variaciones de la canción, más acompañando que otra cosa, pero incluso eso lo hacía fantásticamente. Miró por la ventanilla y vio al conductor del auto de al lado, detenido como ellos en el semáforo, mirarla con arrobamiento, y volvió a sonreír.

Cuando el aria terminó Nico apagó el sistema de sonido, faltaban apenas cinco cuadras para llegar a su casa. Recordaba haberle dicho a Ali donde vivía, por lo que no se sorprendió cuando ella estacionó junto al cordón exactamente en el lugar indicado. Se giró hacia ella, que miraba hacia la casa y tenía el ceño fruncido.

—Ally, gracias por haber cantado. Tu voz es...

—Logan, te esperan —lo interrumpió ella, con una voz monocorde.

Nico miró hacia su casa y, con pesar, descubrió a una indudablemente molesta Mora Rein sentada en la pirca que bordeaba el jardín.