Poco les importaba la gente que había a su alrededor. A su entender, en el mundo no existían más personas que ellos dos. Su baile era lento, pausado, sensual, como los besos que se daban a cada instante. Ali sentía que la sangre le hervía, pero al mismo tiempo la embargaba una paz infinita, que venía de la seguridad de saber por fin lo que sentía y de que parecía ser correspondida.
Nico tenía un torbellino de sensaciones embargándolo, solo se dejaba ir. Ali estaba allí, con él, y nada más importaba. Trataba de mantenerse cuerdo para no sobrepasarse... Sus manos querían recorrer a Ali por completo, pero se limitaba a sus brazos, su cuello, su espalda y su cintura... Le era difícil, la sinuosidad de los movimientos de Ali lo volvían loco. Sin dejar de bailar, la abrazó y la besó, bajó más la cabeza y le besó el cuello, presionándola contra sí, y escuchó un leve gemido escapar de su garganta. Aquello fue demasiado.
—Vení, vamos a tomar algo —le dijo soltándola, y sin mirarla le tomó la mano y se dirigió a una de las barras.
Necesitaba enfriar el cuerpo y la cabeza. No quería hacer las cosas mal con Ali, ella se merecía algo mejor, merecía ser respetada, merecía que se comportara como el caballero que nunca había sido, y si iba a aguantarse las ganas de hacer lo de siempre, sería por ella.
Para Ali fue una suerte que Nico la soltara cuando lo hizo y no la mirara al caminar, porque incluso en la penumbra de la pista hubiera notado lo arrebolada que estaba. Jamás en su vida había deseado tanto a alguien como en ese momento lo deseaba a él... Mejor beber algo que le despejara el cerebro y la dejara pensar. Con Nico besándola y abrazándola de ese modo no podía hacerlo.
Ali se adelantó a la barra y pidió un fernet con cola para Nico y un agua mineral fría para ella. Él se acercó para pagar, pero Ali lo desestimó empujándole la mano y entregándole ella al barman un billete.
—No tenés que pagar todo vos —le dijo divertida, acercándose a él—. ¿Querés que vayamos a uno de los sillones del segundo piso? Necesito un descanso.
Instantes después se habían instalado juntos en un amplio sillón negro que se encontraba entre dos columnas, en el balcón del segundo piso. Allí la música no sonaba tan fuerte. La pequeña caminata subiendo la escalera y la búsqueda de un sitio donde sentarse había ayudado a calmar el ánimo de ambos, pero ni bien se sentaron y acomodaron sus cuerpos cerca uno de otro, la tensión sexual que había ido creciendo en la pista de baile volvió a instalarse entre ambos.
Ali bebió un largo trago de su botella de agua, buscando el efecto que antes había tenido en ella el fernet que Nico le había invitado, pero no sirvió casi de nada. Se giró a mirarlo y casi se derrite ante la mirada pesada y lasciva con que la observaba, que él trató de ocultar, sin mucho éxito.
—¿Que estás pensando? —dijo ella, tratando de iniciar una conversación.
—En lo mucho que me gustaría llevarte a mi casa —respondió él sin filtro, mirándola directamente a los ojos.
El corazón de Ali se detuvo un instante antes de continuar acelerado. Su respiración era superficial, e inhaló profundo para ralentizarla.
—¿Pensarías mal de mí si me fuera con vos? —preguntó, tímida de pronto, pero sosteniéndole la mirada.
En la mente de Nico se desplegó una miríada de escenarios, y en todos Ali terminaba durmiendo desnuda a su lado, envuelta en las sábanas azules de su cama. Cambió de posición para ocultar la erección que le tensaba el jean.
—Nunca pensaría mal de vos—. Nico pasó un brazo por la cintura de Ali y la abrazó—. Pero, por mucho que lo desee, y creeme que realmente lo deseo mucho, esta noche no voy a llevarte a mi casa.
—¿Por qué no? —Ali no pudo evitar sonar contrariada y Nico se sintió divertido por ello.
—Por que con vos quiero ser diferente, quiero ser mejor. Quiero ser el caballero que vos merecés, no el imbécil calentón de siempre.
Ali quiso decirle que esa noche lo prefería en plan imbécil calentón, pero las palabras de Nico la halagaron.
—Eso es... —dudó por un momento, y sonrió—. Gracias, Nico—. Se acercó y le dio un beso.
—No me estás ayudando a no ser el de siempre —dijo él con una sonrisa.
—Es porque no me importa que lo seas —le susurró ella al oído.
Nico la miró sorprendido y, con la mente revuelta, la besó con urgencia. Ay, qué difícil le estaba poniendo las cosas... Allí tenía por fin a Ali Mercán, viéndose espectacular, completamente dispuesta a irse con él, para pasar seguramente la noche más espectacular de su vida, y a él se le daba por portarse bien.
De pronto un estruendo de vidrios rotos y gritos los obligó a separarse, sorprendidos. Un grupo de personas se alejaban con rapidez de dos hombres que golpeaban sañudamente a un tercero. Ali ahogó un grito y apretó el brazo de Nico.
—¡Están golpeando a Andrés!
Nico se levantó del sillón con celeridad y salió hacia el tumulto.
—¡Esperame acá y no te acerques! —le gritó a Ali, la voz grave dura de enojo.
Ella se levantó y se quedó parada en el mismo lugar, mirando horrorizada la brutal manera en que estaban golpeando a Andrés, quien sólo podía levantar los brazos para cubrirse el rostro y encogerse en posición fetal, sin poder levantarse del sillón de dos cuerpos sobre el cual lo masacraban. Nico entró en la trifulca como un vendaval, tomó del brazo al más grande de los dos atacantes y lo tiró hacia atrás. Andrés debió darse cuenta de que ya era uno menos el que lo golpeaba, porque empezó a poder defenderse y en pocos instantes ya estaba de pie, aún recibiendo algunos golpes, pero ya dando varios. Nico estaba teniendo problemas en controlar al otro, indudablemente quería reducirlo, pero se le escapaba de las manos, y recibió un par de golpes en el abdomen que amenazaron con sacarle el aire, pero continuó en su tratativa hasta que finalmente le dobló ambos brazos en un ángulo sumamente extraño y al parecer doloroso, y logró tirarlo al piso para mantenerlo ahí, apoyándole una rodilla entre los omóplatos.
Ali observó que había movimiento hacia el otro lado y, haciendo a la gente moverse hacia los costados, aparecieron cinco enormes hombres, indudablemente miembros de la seguridad del local. Una chica rubia vestida de rosa, visiblemente nerviosa, comenzó a hablar con el que venía delante de todos, señalando a los chicos. Mientras tanto, Andrés y el otro peleaban ya en igualdad de condiciones, sin percatarse de nada más. Dos de los seguridad se acercaron y no sin cierto esfuerzo los separaron, pese a ser bastante más grandes que los contendientes. Aparentemente la chica que habló con ellos les había señalado cómo había sido la situación, porque se los llevaron a los cuatro, pero a los dos que golpeaban a Andrés inicialmente de muy malos modos, mientras que a Nico y a su amigo les pidieron que los acompañaran.
Ali se aprestó a ir con Nico, pero este se acercó brevemente.
—Linda, esperame acá, sólo vamos afuera a aclarar cómo fue todo, en un toque ya estoy de vuelta. No te muevas que sino voy a perderte en todo este gentío—. Le sonrió para tranquilizarla y, acariciándole la cara, la besó con suavidad, para salir luego detrás del grupo de seguridad, que lo esperaban.
Ali se sintió de golpe insegura y se sentó en el sillón. Tomó un trago de agua de su botella y respiró con profundidad un par de veces en un intento de normalizar su respiración. ¡Qué situación horrible! Nunca había entendido por qué los hombres peleaban y se podían golpear con tanto ensañamiento y, sobre todo, aguantarlo. Recordó el golpe en la cabeza que se había dado contra la pared cuando Bruno la empujó, que casi la desmaya, e instintivamente se tocó el lugar de la cicatriz, que entre su enorme cantidad de pelo ni se sentía. En ese momento alguien le tocó el hombro, llamándole la atención y, al girar la cabeza, se encontró cara a cara con Damián y Bruno.
Todo el calor que sentía aún en el cuerpo, producto de su cercanía con Nico, la abandonó de pronto y un frío glacial se le instaló en el pecho. Su rostro se endureció y se levantó del sillón.
—No tengo nada que hablar con ninguno de ustedes dos—. Hizo ademán de irse, pero Damián la tomó por la muñeca.
—Ali, esperá. Bruno quiere pedirte disculpas y aclarar algunos tantos con vos.
—No es el único presente hoy que me debe disculpas—. El tono de Ali era ácido.
Damián levantó las manos en señal de paz e hizo un ademán a Ali hacia el sillón, invitándola a sentarse. Ella lo hizo, manteniéndose alerta. Damián se sentó a su lado y Bruno se sentó en una silla que quitó a una mesa cercana.
—Ali... —Bruno se miraba los pies, incapaz de mirarla—. Ali, no sé cómo pedirte disculpas por lo que hice esa noche. Estaba realmente fuera de mí —sonaba compungido, pero ella lo miraba sin expresión—. Tan fuera de mí que llamé a Dami y le pedí que me ayudara. No entendí qué me pasaba, me asusté de mí mismo. Le conté lo que había hecho—. Pareció incapaz de seguir hablando.
—Fui a buscarlo al restaurante, lo encontré sentado en el cordón de la vereda, llorando —Damián continuó con el relato—. Me costó mucho que me contara al detalle lo que había pasado, estaba comenzando a olvidarlo. Al día siguiente lo llevé al hospital donde lo atendió un psiquiatra... Está ahora en tratamiento, problemas de manejo de ira, arranques nerviosos que le hacen hacer cosas que normalmente no haría, pérdida de control. Aparentemente tiene... algunas cuestiones que tratar, de muchos años. Está ahora medicado, eso lo está ayudando.
Ali miró a Bruno, ese gigantesco hombre que siempre le había parecido tan bueno, tan inocente... Parecía avergonzado de lo que Damián estaba contando, no levantaba la vista. El enojo de Ali comenzó a remitir.
—Parte de su tratamiento es pedirte disculpas—. Damián apoyó una mano en la rodilla de su amigo para infundirle ánimos—. Estás en todo tu derecho de rechazarlas si así lo sentís, pero él necesita hacerlo, así que espero que al menos puedas oírlo.
Ali miró a Bruno hasta que este, con dificultad, levantó la cabeza y la miró. Era imposible no darse cuenta de su arrepentimiento, sus ojos negros estaban llenos de dolor.
—Ali, sinceramente, te pido mil disculpas. Jamás imaginé que pudiera reaccionar tan violentamente con vos. No niego que me gustaste muchísimo tiempo... pero esa no era la manera de hacer las cosas. Agradezco todo el tiempo que tu novio haya estado ahí para frenarme... —Bruno suspiró y ella recordó que Nico había dicho que era su pareja, amenazándolo para que no se le acercara otra vez—. Las marcas que me dejó en el brazo me sirvieron para recordarme a mí mismo por qué necesitaba ayuda. Fue mi punto límite. De nuevo, Ali, te pido disculpas. espero que algún día logres entenderme.
Ali lo miró con compasión y le sonrió con amabilidad.
—Bruno, acepto tus disculpas. Está todo bien. Lo que más me alegra es que estés trabajando en vos mismo y buscando mejorar, a nadie le vendrá mejor que a vos.
El enorme chico le devolvió la sonrisa y suspiró con evidente alivio.
—¡Gracias, Ali! No sabés el peso que me estás sacando de los hombros.
Ella volvió a sonreírle y se levantó, pero Damián volvió a tomarla de la muñeca y la jaló hacia abajo, obligándola a sentarse de nuevo.
—Bruno, ¿nos darías unos minutos solos? Yo también necesito hablar con ella.
Este los saludó y hasta se animó a darle un breve abrazo a Ali, como si con eso cerrara el asunto. Visiblemente aliviado, se alejó por el pasillo del balcón.
Ali se volvió hacia Damián, envarada y reticente, y lo vio echado hacia atrás, apoyado en el respaldo y en actitud sobradora, mirándola apreciativamente, lo que la hizo sentirse mal. Ni de cerca le causaba la misma sensación que un rato antes, cuando había visto a Nico mirándola de la misma manera en la pista de baile.
—¿De qué querés hablar conmigo? —le dijo con sequedad, cambiando inmediatamente su expresión por una muy cercana al asco.
—Vamos, nena, no te pongas así conmigo, en esa actitud... hay mucha historia entre nosotros como para que me trates así—. Damián le sonrió de lado, una sonrisa que antes le hubiera ganado su buena voluntad, pero le causó repulsión.
—Por suerte es justamente eso, historia. No tengo tiempo para estar acá sentada con vos, decime lo que tenías para decirme así me puedo ir.
—¿Así que estás de novia? —Damon se puso serio, parecía interesado.
—¿Y eso a vos qué te importa?
—Solo estoy conversando. Se ve que aún estás enojada conmigo.
—No, Dami. La verdad es que no... Me sos indiferente—. Ali descubrió, al decirlo, que era cierto. Damián le era absolutamente indiferente... Ya no sentía enojo, ni despecho, ni dolor, ni amor, ni nada. No le importaba, y descubrirse sin ese peso muerto encima fue un alivio—. Sí, estuve muy enojada y muy dolida por un tiempo... pero eso mismo me hizo ver la clase de persona que sos. Además.. —Los ojos verdes de Ali destellaron con ira—. Lo que le hiciste a Bruno... No tiene nombre. Esa sarta de mentiras... De que yo lo amaba y que no estaba lista para él... Sos un reverendo hijo de puta.
Damián abrió los ojos, sorprendido. Se jactaba de conocer a Ali mejor que nadie, pero esta mujer que tenía al frente era bastante diferente. Más fuerte, más decidida, menos influenciable por él. Le gustaba ahora más de lo que le había gustado el tiempo que estuvo con ella.
—Dijiste que yo te debía disculpas —dijo él en un tono sincero, pero ella no le creyó.
—No me debés ninguna disculpa—. Ali se levantó y él hizo lo mismo, mirándola de frente—. En todo caso, yo te debo un agradecimiento. Me salvaste de vos. Y gracias a lo que hiciste y lo que fuiste conmigo, y lo que fuiste con Bruno, sé lo que no quiero para mi vida—. Ali estaba sacándose de encima mucho tiempo de dolor y de malos sentimientos, el alivio que sentía la hizo ponerse feliz—. Sí sé lo que quiero... Quiero algo que vos nunca pudiste darme, pero que otro sí me está ofreciendo—. Sonrió para sí misma, mirando la cara de confusión de Damián, que no entendía nada—. Dami, gracias, ¡gracias! ¡Realmente gracias! —Y le dio un abrazo, sonriendo, sintiéndose aligerada y colmada de felicidad, ansiosa por ir en busca de Nico.
Se soltó del abrazo, pero él la mantuvo sujeta por la cintura y la miró a los ojos, sonriéndole a medias.
—Aunque no quieras o no te sirva o lo que sea, te pido disculpas igual por lo que te hice sufrir. Sos una buena mina y te merecés ser feliz—. Damián decidió ser honesto.
Ali se aflojó en sus brazos y mantuvo las manos apoyadas en sus antebrazos, mirándolo con una sonrisa.
—Nena, yo hice todo mal con vos. En ese momento no podía ser lo que vos necesitabas, pero no tuve los huevos para afrontarlo, y mentirte y hacer cagada pareció mejor. Ahora... ahora podemos cerrar esto de una vez por todas e irnos en paz—. Se acercó dudoso y le dio un casto beso en los labios.
Ali no se alejó, comprendió que era ese cierre del que él hablaba y que ambos necesitaban. Cerraba este capítulo con Damián para abrir uno nuevo con Nico. Volvió a abrazarlo por última vez y, sin decir más nada, porque ya todo estaba dicho, lo soltó, le dedicó una última sonrisa y se alejó por el pasillo.
Si hubiese ido hacia la izquierda, se hubiera topado con Nico bajando las escaleras, que había subido cinco minutos atrás, para encontrarla hablando con un chico atractivo, tan alto como él, con una familiaridad que le indicaba que se conocían de antes y que no era sólo un idiota que se había acercado a hablarle por verla sola.
Pero no, Ali se fue por la derecha.
Nico se quedó parado, semioculto tras una columna, tratando de comprender lo que veía, lo que estaba pasando, pero no lograba escuchar nada, confundido y alerta. Cuando Ali se paró y abrazó al tipo, se envaró y aguantó la respiración, tratando de controlar ese sentimiento nuevo y horrible que estaba naciendo en su pecho. No sabía reconocer los celos, porque nunca los había tenido. Los vio hablar un poco más, vio a Ali relajada, con el semblante feliz, y vio al tipo besarla sin que ella ofreciese ninguna resistencia. No lo soportó más. Dio media vuelta y salió por donde había venido, sintiéndose traicionado, vapuleado, golpeado por algo peor que el tipo que le había sacado a Andrés de encima, y dejó que ese nuevo sentimiento monstruoso lo carcomiera y que la ira lo llevara a donde fuera. Con vergüenza, apartó de un manotazo las lágrimas que quisieron salir de sus ojos, mientras bajaba las escaleras. Al bajarlas vio frente a él la entrada a los baños y sin pensarlo entró y se encerró en un cubículo, donde en silencio y apretando los puños, dejó salir esas lágrimas que estaban quemándole los ojos. Los espasmos de los sollozos silenciados le sacudían el cuerpo y dio un puñetazo a la pared, con lo que solo logró hacerse daño en la mano.
No podía creer lo que acababa de presenciar, no quería creerlo, pero sus ojos no le habían mentido. No entendía cómo podía haber pasado de estar tocando el cielo con las manos, a estar encerrado en un baño oscuro y maloliente llorando por una chica a la que nunca creyó capaz de hacer algo así. El dolor que sentía en el pecho se fue transformando en una ira irracional que le hizo querer destruir el baño en el cual se hallaba, pero sabía que eso no sería una solución a nada. Pensó que tal vez eso mismo había sentido Ali cuando vio a Mora besarlo aquella vez, y lo hizo sentirse peor.
Quería sentir cualquier cosa menos lo que estaba sintiendo en ese momento. Lo que fuera.
Como si hubiese accionado un botón, dejó de llorar. Él no lloraba, no, menos por una mujer, cualquiera que fuera. Él era Nico Viggiano, en todo caso, las mujeres llorarían por él. No le importó que fuera un pensamiento estúpido, su mente era un remolino de negatividad y oscuridad que lo manejaba por completo. Se secó la cara con el dorso de la mano y se enderezó, tomó varias inhalaciones profundas, hasta que pudo respirar con normalidad. Salió del baño, se miró al espejo y abrió la puerta, adentrándose en la penumbra cortada por las luces del club. Luchaba internamente por mantener a raya el dolor y la ira, y caminó por la pista, buscando algo que lo ayudara a dejar de sentir, aunque no sabía qué.
Hasta que la vio, bailando en la pista, ajena a todo.
Supo que allí estaba su solución.
Sin mediar palabra, la tomó por la cintura, la giró sobre sí misma y la besó, con furia, con enojo, con fuerza, pero ella no se amedrentó y le respondió de igual manera, abrazándolo como si no quisiera dejarlo ir. Nico la miró de frente, sus ojos oscurecidos y duros por lo que estaba sucediendo dentro de él. Necesitaba sacarlo o moriría allí mismo.
—Mi auto está afuera —le dijo, y ella no necesitó más.
Caminaron juntos por el estacionamiento entre filas de autos, algunos de ellos ocupados con parejas entretenidas en una serie de actividades que hubiesen escandalizado a sus abuelas. Nico sacó la llave, tocó en el llavero el botón correspondiente y el cierre centralizado se abrió para dejarlos entrar al asiento trasero.
Nada de caricias, ni de besos, ni de juego previo. Ninguno lo necesitaba. Improvisando en el escaso espacio disponible, Nico se sentó y dejó que ella le desabrochara el cinturón y los botones del jean que bajó junto con su boxer, liberó su erección. Ella se quitó el jean y la ropa interior como pudo, y en el apuro de la situación, le quedó enganchado en uno de sus tobillos. Se acomodó a horcajadas sobre Nico y, sin preámbulos, él la tomó por las caderas y se incrustó en ella, que gimió con fuerza. Ella quiso besarlo pero él corrió la cara, y tirándole del pelo le inclinó la cabeza hacia atrás.
El sexo fue rápido, intenso, duro, una descarga de energía que culminó en un orgasmo obligado que a Nico no le trajo ninguna satisfacción. Ni se preocupó por si ella había acabado o no. Se desprendió de ella con un temblor y la sentó a su lado, se subió el boxer y el jean en un solo y veloz movimiento. Hundió la cabeza entre las manos, exhalando su decepción: seguía sintiéndose igual o peor que antes.
Sintió una mano que le acariciaba lánguidamentea espalda y oyó el ruido de un encendedor. El olor a tabaco quemado le llegó inmediatamente después.
—Te dije que serías mío.
A su lado, fumando un cigarrillo, Mora Rein sonreía satisfecha.