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Chapter 18 - 15.

Ali despertó con el sol pegándole en los ojos y se extrañó de no haber escuchado la alarma del celular, que había programado para que sonara a las siete y media. A las nueve debía estar en la Universidad, de donde saldrían los colectivos hacia la capital, para ir el domingo por la noche a ver a la Sinfónica de Londres. Sacó un brazo de debajo de las frazadas y tomó el celular de la mesita de luz, solo para descubrirlo apagado. Se dio cuenta que no lo había enchufado al llegar por la noche y se había quedado sin batería. Se levantó con rapidez, asustada de que fuera demasiado tarde, y buscó el cargador en su escritorio, enchufó el teléfono y, tras unos segundos de espera, pudo encenderlo. Horrorizada, miró los números brillantes en la pantalla.

08:52hs.

Jamás en su vida se movió tan rápido. Fue una suerte que hubiese dejado el bolso de viaje listo la noche anterior. Buscó desesperada ropa limpia en su armario: jean azul, camiseta negra, un grueso suéter con capucha de color cemento y sus borcegos negros. Entró al baño, se lavó la cara y los dientes en segundos, tomó una goma del cabello del primer cajón y, con el cepillo de dientes en la mano, corrió de regreso a su dormitorio, donde lo guardó en el bolso de viaje. Del pequeño bolso que había usado la noche anterior sacó su billetera, que llenó con el dinero que guardaba en una cajita de música y la guardó en el bolso. Desconectó el celular, con un quince por ciento de batería, lo puso en su bolsillo trasero y salió corriendo de su habitación.

Habían pasado cinco minutos.

Si llamaba un taxi perdería mucho tiempo, por lo que decidió caminar una cuadra y media hasta la avenida 23 de Septiembre; allí siempre había mucho tráfico y conseguiría uno más fácilmente. Salió de su casa y había caminado unos cuarenta metros, apretando el paso, cuando vio venir un taxi libre por la mano contraria. Le hizo señas desesperada, el taxi hizo un giro en U, contraviniendo las normas de tránsito, y frenó a su lado.

—Bien —pensó Ali mientras entraba—. No le importará ir rápido para llegar.

Cerró la puerta y se encontró con un taxista joven, con cara malhumorada y que la miraba con desgano.

—Al campus de la Universidad Nacional, por favor —dijo Ali, sin intimidarse—. Por el ingreso de la avenida De la Torre. Y le agradeceré si puede ir rápido, estoy por perder un viaje.

El taxista no le respondió, se giró de nuevo y arrancó, acelerando.

Ali sacó su teléfono del bolsillo y lo desbloqueó. Tenía tres mensajes de WhatsApp de Lorena, uno de Mariano, pero no había ni noticias de Nico, y suspiró entristecida. La pantalla se oscureció y sonó el pitido indicando que la batería estaba baja.

—¿Necesitás cargar tu teléfono? —El taxista le extendió un cable—. Tengo un cargador de auto, enchufalo hasta que lleguemos.

Ali le agradeció y dejó el teléfono cargándose en el asiento del acompañante, y se dispuso a mirar por la ventanilla. No podía creer que se hubiera dormido así... Entendía por qué, de todos modos.

Había llegado a casa cerca de las tres de la mañana, tras haber buscado a Nico por más de una hora. Lo había llamado un par de veces, pero tras la primer llamada no respondida, las dos siguientes pasaron directamente a contestador, y dejó de insistir. Había salido a esperar a Mariano y Lorena al auto, pero cuando llegó al sitio donde lo habían dejado estacionado descubrió que ya no estaba. Lo comprendió, los chicos salían de viaje incluso antes que ella. Se había encaminado a la calle para buscar un taxi, cuando un bocinazo la hizo girar y pensó que podría ser Nico, pero era Marina Welch, una compañera de clase, que la acercó gentilmente hasta su casa. Ya acostada en la cama le envió un mensaje a Nico, preocupada, pero él ni siquiera lo recibió, así que supuso que tendría el teléfono apagado. Le costó mucho conciliar el sueño y se durmió angustiada. No dejaba de pensar en todo lo que había pasado con Nico, en la sensación que le causaban sus caricias, sus besos... ¡qué manera de besar!, en el hecho de que él quería llevarla a su casa, y ella no se había negado... No entendía por qué él había desaparecido así.

El taxi giró apresurado por la avenida De la Torre y Ali desterró a Nico de su cabeza, se irguió en el asiento y miró hacia el edificio de Música. No veía colectivos por ningún lado. Miró la hora en el reloj del auto: 09.32hs. Indudablemente habían partido.

—Nena, tu teléfono—. El taxista lo desenchufó y se lo entregó—. Son setenta y cuatro pesos.

Ali pagó y se bajó, triste y desganada. Caminó con el bolso colgado al hombro hasta el edificio de Música y encontró un cartel pegado a la puerta.

"A quienes no llegaron: de la terminal de ómnibus salen colectivos a la capital cada tres horas. Los esperamos en la residencia universitaria: calle Armada Nacional n.º 1655. Buen viaje".

Ali anotó la dirección en el block de notas de su teléfono y se giró para ir a la parada del colectivo que la llevaría hasta la terminal, mientras guardaba el celular en el bolsillo.

Mirándola con infinito dolor, Nico estaba allí parado, con un vaso de café para llevar en la mano.

—¡Nico! —exclamó Ali, sorprendida, pero su sonrisa inicial desapareció ante la tortura en los ojos de él.

Él dio unos pasos hacia la puerta y leyó con atención el cartel. Ali lo miraba congelada, no comprendía nada.

—¿Nico? —intentó ella, sin poder ocultar la angustia en la voz.

Oírla llamarlo y en ese tono le laceró el alma. Nico era un amasijo de emociones y sensaciones todas desconocidas para él, que no entendía ni sabía manejar, pero no podía resistirse a ella. La miró y, sin cambiar de expresión, le extendió su vaso de café.

—¿Querés?

Ella lo tomó dubitativa.

—¿Perdiste el colectivo? —le preguntó Nico, sin mirarla a la cara.

—Sí —dijo ella en voz baja—. Me quedé dormida.

—Yo viajo, pero en mi auto. Iba a ir con Andrés, pero quedó muy golpeado de anoche y se quedará —Logan tomó aire antes de continuar—. ¿Querés viajar conmigo?

Ali levantó la vista, sorprendida, y no dudó en aceptar.

—Me encantaría. Pero solo si me dejás pagar la mitad del combustible.

—No hay problema. Yo no tengo nada listo aún, pensaba salir luego. Vine a buscar esa dirección. Te busco a las cuatro en tu casa, ¿ok? —Y sin darle tiempo a replicar, dio media vuelta y se fue hacia su auto, dejando a Ally con la boca abierta en un gracias que nunca salió.

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Llevaban media hora dentro del auto y ninguno de los dos había dicho ni una palabra. Se habían detenido a comprar unos paquetes de galletas, a cargar el termo con agua caliente y a llenar el tanque de combustible, y así y todo no habían dicho nada. Cada uno iba inmerso en sus propios pensamientos, y ninguno era feliz.

Ali pensó que Nico estaba arrepentido de lo que había pasado entre ellos la noche anterior y que no sabía cómo decírselo. La idea la entristecía y le dolía, pero no podía reclamarle nada... Al fin y al cabo, no habían quedado en nada, y pensó que había sido algo bueno que no se hubiese ido con él.

Nico estaba efectivamente arrepentido, pero no por lo que Ali creía. Cada vez que miraba por el espejo retrovisor recordaba lo que había pasado hacía apenas horas en el asiento trasero y se le revolvía el estómago. Cerraba los ojos y veía al tipo rubio y atractivo besando a Ali, y le daba una puntada en el pecho. Había dormido sobresaltado y la tristeza no lo dejaba ser.

—¿Mate? —La voz de Ally, tentativa, lo volvió a la realidad.

—Dale. Me van a venir bien.

—¿Amargo?

—Como lo tomes vos.

—Amargo entonces.

Menos mal, pensó Nico. Aborrecía el mate dulce. Continuó manejando y de cuando en cuando miraba a Ali preparando el mate. Ella bebió el primero, volvió a cebarlo y se lo pasó. Le gustó el mate en sí mismo: recubierto de cuero, cosido con un tiento a un costado, gastado por el uso, de buen tamaño. Sorbió el primer trago por la bombilla y chasqueó los labios: estaba bien caliente y la yerba era fuerte, bien amarga. El calor le fue bajando por el pecho y le amortiguó el frío que se le había instalado allí de forma permanente desde anoche, cuando dejó a Mora en su casa. Sacudió la cabeza para desechar el recuerdo, y en tres sorbos más terminó el mate. Qué increíble... Un solo mate y se sentía mejor, reconfortado, menos angustiado. Se lo devolvió a Ali y vio de reojo que ella se cebaba otro.

Ali miraba por la ventanilla, ya estaban saliendo del área urbana y adentrándose en la ruta interprovincial. Unos diez kilómetros más y podrían tomar la autopista. Bebió el mate y frunció el ceño cuando observó un frente de tormenta gris plomo, aún lejano, pero de aspecto preocupante.

—¿Quién era el tipo rubio al que estabas besando anoche?

La voz de Nico, apremiante y angustiada, la trajo de vuelta al interior del auto, y el contenido de la pregunta la dejó sin aire. Ahí está, pensó, por eso desapareció.

—Ese es Damián, mi exnovio—. Ali decidió ser sincera. De todos modos, no estaba acostumbrada a mentir—. Terminamos muy mal, hace más de un año... Lo amaba muchísimo, me destruyó cuando me dejó—. Ali miraba a Nico, pendiente de su reacción. Él miraba a la ruta, completamente serio—. Anoche me encontró, junto con Bruno—. Logan apretó el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. Bruno está ahora bajo tratamiento psiquiátrico por problemas con el manejo de la ira y un par de cosas por el estilo, y me pidió disculpas. Y luego Damián me pidió disculpas también... Muy tardías. Me sirvió verlo y hablar con él para por fin cerrar toda esa historia. Y a él le sirvió para lo mismo. Cerramos ambos un capítulo doloroso de nuestras vidas... Y él lo cerró con un beso. No se lo negué, tampoco se lo respondí. Lo entendí, dada toda nuestra historia juntos—. Ali bajó la cabeza, como tomando coraje para decir lo siguiente—. Cerrando ese capítulo, supe que podría comenzar otro con vos... Y fui a buscarte.

Nico la había escuchado con atención. Ni siquiera se cuestionó si creerle o no, sabía que estaba diciéndole la verdad. Por lo que conocía de ella, era frontal, directa, no la imaginaba mintiéndole para zafar de algo. por supuesto que estaba diciéndole la verdad... Sí, el beso que presenció no fue un beso apasionado, reconoció, pero no pudo soportarlo como para quedarse a ver qué pasaba. Para él había sido suficiente para desencadenarle una serie de sentimientos que no sabía manejar. Qué estúpido fue... ¿Por qué no fue a hablar con ella en ese momento? Ahora ya era tarde...

Ali había dejado de mirarlo y le extendió otro mate en silencio. Comprendía que él estaba pensando en lo que le había dicho y que tal vez necesitara tiempo para procesar vaya uno a saber qué. Continuó mirando por la ventanilla por unos minutos, relajada pero expectante, y leyó de pasada el cartel anunciando que a quinientos metros se encontraba la entrada a la autopista.

—Anoche me acosté con Mora.

Ali quedó petrificada en el asiento y se le cortó la respiración. Sintió como si le hubiesen bateado el pecho, pero desde adentro. No dejó de mirar por la ventanilla.

Esta vez le tocó a Logan aguardar a Ali. La miraba de reojo todo lo que le permitía la ruta y aminoró la velocidad. Ella estaba inexpresiva, él no tenía manera de saber la tormenta que había desatado en su interior. Y, de pronto, la voz calma de Ali le llegó.

—Qué bien por ustedes. Hace rato que ella quiere estar con vos.

Logan giró la cabeza y la miró sorprendido y, por reflejo, Ali tomó el volante con una mano, volcándose el mate caliente sobre las piernas.

—¡Mirá para adelante, boludo! ¡Estás entrando a la autopista!

Oyeron un par de bocinazos detrás de ellos, Nico retomó el control del auto y, esta vez sí prestando mucha atención a la maniobra, frenó al costado de la autopista tras accionar las balizas.

Ali abrió la puerta del auto mientras se desabrochaba el cinturón con velocidad, se bajó y comenzó a sacudirse la yerba caliente de las piernas. Levantó la vista enfurecida.

—¡Sos un boludo, sabés! —le gritó.

Nico se bajó y se acercó a Ali, que estaba parada contra el viento frío, para calmar la quemadura.

—Nena, perdoname... Es que me sorprendió tanto lo que dijiste...

—No es excusa para dejar de mirar la ruta—. Ali soltó una bocanada de aire y lo miró ya sin enojo—. Perdón por gritarte, es que me quemé mucho.

—Cómo vas a soltar el mate...

—¡Cómo vas a dejar de mirar por dónde manejás!

—Bueno, bueno, ya establecimos que hice mal—. Nio levantó las manos en señal de paz, en un intento de apaciguarla.

—Abrime el baúl así saco un jean del bolso y me cambio.

Ali se metió luego al asiento trasero del auto y se cambió el jean, y dejó el otro extendido atrás para que se secara. Bajó nuevamente, fue del lado del conductor y abrió la puerta.

—Bajá que ahora manejo yo —le dijo, autoritaria.

—¡Pero si no hicimos ni cien kilómetros todavía!

—No te estoy preguntando, te estoy diciendo—. Era increíble la autoridad que emanaba con su metro sesenta y tres y sus cincuenta kilos—. No confío en vos al volante por ahora. Bajá que ahora manejo yo —repitió.

Cinco minutos después Ali manejaba mientras Nico terminaba de recoger los restos de yerba del lado del acompañante. Se enderezó en el asiento de nuevo, cerró la bolsita con los desperdicios y la dejó en el hueco de la puerta.

—Ali, ¿de verdad te alegra que me haya acostado con Mora? —Logan retomó la conversación.

—Nunca dije que me alegrara.

—Ali... —Logan intuía que no le gustaba nada.

—No, no me alegra. Pero si es lo que ambos quieren, bien por ustedes—. La expresión de Ali se había endurecido—. Yo no soy quién para decirte a quién coger y a quién no.

—Pero te importa.

—No, no me importa—. Ella se irguió en el asiento—. Lo que sí me alegra es no haberme ido con vos anoche... Al final, todo lo que me dijiste fueron puras boludeces. Terminaste siendo el imbécil calentón de siempre, con tu chica objeto.

Nico sabía que tenía razón... Cuando se enojaba no pensaba con claridad y hacía lo que se le ocurría en el momento... Y siempre era una mala decisión.

—Ali... Nada de lo que te dije es mentira —suspiró y se pasó la mano por el pelo, revolviéndoselo, buscando palabras, las palabras correctas—. Ali, no sé qué me pasó. Te vi con el tipo este, abrazada, contenta, te besa... Hasta hacía cuarenta minutos habías estado bailando conmigo, besándome de una forma... Me anulabas el pensamiento. Y te besa... —Se tocó el pecho, el sentimiento monstruoso de anoche lo arañaba—. Lo sentí acá —Se miró la mano. Ally lo oía atenta—. No sé qué sentí, nunca me pasó antes, pero me quemó, me enojó, me nubló la vista, el cerebro, me rompió por dentro, y lo próximo que sé es que no quiero eso, no quiero sentirlo más, y me estoy cogiendo a Mora en el auto.

Había ido subiendo la voz mientras hablaba, gesticulando con las manos, su voz destilaba desesperación. Dejó caer los brazos y miró por la ventanilla, desesperanzado.

—Fui un idiota, Ali. Perdoname.

—No tengo nada que perdonarte... Nico, no me debés explicaciones. Anoche... Bueno, anoche fue genial, para mí al menos, fue hermoso... Pero vos y yo no somos nada... Solo compartimos unos momentos, unos besos... No te obliga a nada conmigo.

A Ali le dolió decirlo, pero era la verdad. Ella entendía que Nico no se sintiera igual.

—Qué loco —Nico se rió bajito—. Aún no somos nada y ya nos estamos peleando.

Ali lo miró brevemente.

—¿Aún?

—Aún—. Nico se giró en el asiento para mirarla bien—. Ali, cuando te dije anoche que con vos quería ser diferente, que quería hacer las cosas bien... No te estaba mintiendo. Yo no sé cómo hacer esto. Nunca fui novio de nadie, nunca me surgió querer estar bien con alguien, querer ser mejor por alguien. Lo quiero con vos—. Nico la miró desesperado—. Ali, no sé qué hacer con esto que siento por vos. Ayudame... y decime que querés estar conmigo.

Listo. Estaba dicho. Sintió un alivio momentáneo de por fin haberle soltado todo, pero inmediatamente fue reemplazado por el terror a que Ali lo rechazara. La miró atentamente, al borde de la desesperación, a la espera de que ella hablara.

Ali estaba anonadada. Hacía tanto tiempo que deseaba escuchar eso de Nico... Pero... Por favor, todo esto era demasiado. Se sentía golpeada por saber que hacía pocas horas él había tenido sexo con Mora Rein, ¡en este mismo auto!, tras haber subido al cielo con ella para dejarla sola en el frío, por haberse enojado...

—Yo... —comenzó, y se detuvo, dubitativa—. Nico, si anoche me hubieras pedido estar con vos, sin dudarlo me hubiera lanzado a tus brazos—. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero las contuvo—. Hoy... No lo sé. ¿Qué me garantiza que a la primera de cambios no saldrás a cogerte a la primera que te mueva el culo, porque estás enojado conmigo? —Ali apretó el volante en las manos—. Yo no puedo ser responsable de que vos no sepas manejar tus emociones. Sos un adulto... Tenés veintitrés años. Veinticuatro, no lo sé. Pero tenés la actitud de un pibe de dieciséis... Atolondrado, impulsivo, dejándote llevar así porque te molestás... No sé si yo puedo lidiar con eso.

Los hombros de Nico se hundieron en su decepción. Ali tenía razón, parecía un niño grande.

—Te estoy pidiendo que me ayudes a crecer.

—Ni siquiera podés garantizarme serme fiel.

—Puedo garantizarte mi mejor esfuerzo.

Ali lo miró brevemente y le sonrió con pena. Volvió los ojos a la autopista.

—No alcanza, Nico. No alcanza.

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Llevaban tres horas y media viajando y no habían vuelto a hablar. Nico había conectado su celular al equipo de música con un cable USB y venían escuchando los primeros discos de Apocalyptica. Ninguno de los dos se sentía bien, ambos se veían cansados y abatidos.

Por los parlantes comenzó a sonar Conclusion, y para los dos fue demasiado. Si no era la canción más triste del mundo, estaba muy cerca del primer puesto.

—Nico.— Ali señaló el cielo a través del parabrisas y él abrió la boca, consternado.

Casi encima de ellos enormes y pesadas nubes negras presagiaban una tormenta de proporciones épicas. En su vida Nico había visto el cielo tan cargado. Se veían relámpagos gruesos y veloces cruzar los nubarrones, y, unos quince segundos después, se oían los truenos, aún lejanos, pero peligrosos.

—¿De dónde salió eso? —Nico no dejaba de mirar el cielo.

—La vengo viendo hace unas horas. Pensé que la pasaríamos de lado, pero se ve que el viento la rotó o algo porque estamos yéndole al encuentro.

Nico notó que ella estaba preocupada.

—Linda, ¿querés que maneje yo?

Ali lo miró agradecida y comenzó a aminorar la marcha, poniendo las balizas para frenar a un lado.

—Sí, por favor. Está anocheciendo y no tengo experiencia manejando en ruta con lluvia.

Las primeras gotas comenzaron a caer una hora después, cuando ya entre los relámpagos y los truenos no había espacio de tiempo. Eran gotas enormes, estallaban en el parabrisas y formaban círculos tan grandes como monedas. Un minuto después, caía agua como a baldazos. Nico apagó la música de un manotazo, se envaró en el asiento y escudriñó la autopista, pero era casi imposible ver algo. Ali se mantenía a su lado silenciosa y quieta como una tumba. Iban despacio, la visibilidad era prácticamente nula.

—Ali, tenemos que parar en algún lado. No puedo seguir manejando así, es un peligro —Nico gritó para hacerse escuchar por encima de los truenos ensordecedores—. Por favor, mirá afuera a ver si hay algún lugar donde frenar. Si freno en la banquina alguien nos va a llevar puestos.

Quince eternos minutos después, Ali indicó a Nico que a uno o dos kilómetros había una salida y allí habría un hotel o algo así.

—No alcancé a leer bien —le dijo ella, disculpándose.

Nico no le respondió, concentrado en el camino y en no perder la salida.

Un rato después arribaron a un estacionamiento anegado por la enorme caída de agua. Nico estacionó lo más cerca que pudo del edificio que vislumbraba a través de la cortina de agua y apagó el motor.

—Linda, vamos a tener que dejar todo acá. Lo poco que corramos va a alcanzar a empapar todo.

—Dame tu celular y tu billetera, los meto en una bolsita y no se dañan.

Ali metió también los suyos, ató fuertemente la bolsa y se soltó el cinturón de seguridad. Tomó en la mano la palanca para abrir la puerta y miró a Nico.

—¿Listo?

—Listo.

Abrieron las puertas al unísono, las cerraron de un portazo ni bien pusieron los pies en el suelo y salieron corriendo hacia el edificio, diez metros más adelante. Alcanzó para dejarlos completamente empapados, chorreando agua como si se hubieran lanzado vestidos a una piscina.

—¡Tanto va a llover! —se quejó Nico, sacudiendo la cabeza en el pequeño hall de ingreso.

Ali se pasó la mano por los ojos, retirando el agua, y se estrujó el pelo.

—Entremos que nos va a dar una neumonía —le dijo a Nico y abrió la puerta. Caminó dos pasos y se quedó de piedra, y Nico la chocó de atrás. Levantó la vista y, como Ali, se petrificó.

Una mujer gorda y enfundada en un vestido violeta brillante, con un maquillaje recargado y de otra década, salió de atrás de un escritorio viejo y se acercó sonriéndoles.

—¡Bueno, no esperaba clientes hoy! ¡Pasen, pasen! Bienvenidos a Doré, La Casa del Amor. ¿Una habitación para la hermosa pareja?