La decoración de la habitación era decadente. Espejos por todos lados, sábanas de satén brillantes y color rojo sangre, almohadones en forma de corazón recubiertos de peluche, unas butacas tapizadas en un dorado gastado por los años.
Nico y Ali habían pasado un momento muy incómodo, con la gorda mujer vestida de violeta enseñándoles la habitación y mostrándoles detalles ocultos de la misma, pese a que Nico le había aclarado que solo buscaban refugiarse de la tormenta: una perilla que regulaba la intensidad de la luz, otra que encendía luces de discoteca, una selección musical desactualizada y compuesta de canciones desconocidas para ellos, un televisor cubierto de peluche rojo, "pero las pelis porno se pagan aparte, tortolitos", les aclaró. En la misma habitación se encontraba una ducha amplia rodeada de vidrios esmerilados y Ali no se animó a preguntar por qué estaba fuera del baño. La mujer les entregó las llaves y se fue, dejando una estela de perfume dulzón detrás de ella.
Los dos se quedaron parados donde estaban, incómodos, silenciosos y empapados. Solo se oía, amortiguado, el fragor de la tormenta. Finalmente Ali rompió el silencio.
—Nos tenemos que cambiar o así mojados nos vamos a agarrar la madre de todas las gripes—. Ali se encaminó hasta la puerta de un armario empotrado en la pared y lo abrió, encontró allí unos toallones y dos batas de toalla y las sacó—. Aguantaremos con esto hasta que podamos sacar nuestros bolsos del auto.
Nico abrió la ducha y vio salir una lluvia con buena presión, que pocos instantes después comenzó a largar vapor. Ali la miró anhelante, estaba helada.
—Bañate vos primero —dijo Logan, caballeroso—. Prometo no mirar.
—Mejor entrá vos primero, yo voy a estar una hora hasta que logre enjuagarme el pelo.
Discutieron unos minutos hasta que finalmente Nico cedió. Se fue detrás de los vidrios esmerilados, se desnudó, se metió bajo el agua y suspiró de alivio. Se quedó los tres minutos que tardó en entrar en calor y salió apresurado para que Ali no siguiera enfriándose. La encontró sentada en una de las butacas doradas, que había girado para enfrentar la ventana, admirando la tormenta y temblando de frío, con los brazos cerrados en torno al torso. Nico se envolvió en una de las batas, sorprendentemente suave, y carraspeó para anunciarse.
—Andá ya, te estás muriendo de frío —le dijo y le extendió la otra bata.
Ali prácticamente corrió hacia la ducha y se metió vestida. Se desnudó bajo la ducha, agradecida por el momento de paz y por el calor que empezaba a correrle por el cuerpo. Tiró la ropa en una esquina del amplio cubículo y se quedó parada con los ojos cerrados, dejando que el agua le cayera desde la cabeza a todo el cuerpo, relajándose. Se lavó luego el pelo con los productos que encontró dispuestos en la misma ducha y usó mucho acondicionador, sabedora del desastre que podía ser su pelo si solo lo mojaba.
Nico había prometido no mirar, pero no pudo mantener su promesa. Se había dirigido hacia la butaca donde Ali se sentaba antes, por reflejo miró hacia atrás cuando escuchó el ruido de la ropa de ella golpeando el suelo y quedó detenido con la mano en el respaldo. Los vidrios esmerilados solo dejaban adivinar la figura de Ali bajo el agua, pero para él fue suficiente. No pudo sustraerse a esa imagen, tan sexy en ese momento, y no fue hasta que Ali cerró las canillas y dejó de oír el agua correr, que finalmente se sentó en la butaca a mirar por la ventana. Oyó a Ali salir y trajinar con algo detrás de él, pero mantuvo la vista en el paisaje de tormenta que se desarrollaba frente a él.
—Ya estoy —dijo Ali detrás de él.
Nico se paró y se encontró con una Ali pálida, envuelta en una bata blanca firmemente atada, descalza, con el pelo enrulado mojado echado hacia un lado, y le pareció lo más lindo que hubiera visto en su vida.
—No te das una idea de lo preciosa que te ves así.
Ali sintió el rubor subiéndole al rostro y miró con expresión torturada a Nico.
—No seas así. No me digas esas cosas.
—Ali, vamos a pasar acá toda la noche. Y vamos a hablar de qué carajo pasa entre vos y yo—. Nico se había puesto serio y la miraba con resolución—. Estoy cansado de pretender que no siento nada por vos, y ahora que sé que a vos te pasa algo conmigo, por un error estoy por perderlo todo antes de siquiera tenerlo. Me niego a no dar pelea. ¿Qué sentís vos?
Ali lo miró con desamparo, y, poniéndose roja, le respondió.
- Hambre. Siento frío y hambre.
Nico la miró atónito y luego lanzó una carcajada, que hizo a Ali reír a su vez.
—Sí, yo también... —Nico se acercó al teléfono que descansaba sobre la mesita de luz—. A ver si podemos pedir algo...
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Media hora después, la señora gorda del vestido violeta les había subido sendos platos de guiso de lentejas que tenía en su cocina y un par de medias gruesas para Ali, que era friolenta y no lograba recuperar el calor. Sentados sobre la cama, con las piernas tapadas por la frazada y los platos apoyados en los almohadones de corazón, los chicos comieron con ganas. No se habían dado cuenta del hambre que tenían. Habían viajado inmersos en un ambiente tan tenso que ninguno había siquiera comido una de las galletitas que ahora descansaban en el asiento trasero del auto.
—Che, no sé si esto está realmente rico o si es que sólo yo tenía mucha hambre —dijo Nico, cargando nuevamente su cuchara.
—Está rico de verdad—. Ali estaba a punto de terminar su plato—. Me comería la olla entera.
—¿Querés que le pida a la señora que suba un poco más?
—¡No, no! Está bien, si comiera más sería por gula, no por hambre.
Nico la miró comer y sonrió. Le gustaba verla comer, comía generosamente, no era de esas remilgadas que sólo comen media porción y se quedan con cara de hambre.
—Comés bien.
—Sí, como mucho... me gusta comer —respondió Ali tras acabar su plato—. Para mantenerme tengo que salir a correr a la noche, sino sería una ballena.
Nico rió con la comparación y pensó que ni queriendo Ali llegaría a ser de tal tamaño.
—Nos quedó un tema pendiente—. Sorprendentemente, fue Ali quien lo retomó.
Nico detuvo el recorrido de su cuchara a mitad de camino, y la miró serio. Finalmente, comió el bocado y dejó el plato sobre la mesa de luz, pasándose el dorso de la mano sobre la boca.
—Creo que yo dejé en claro lo que me pasa con vos y lo que quiero —dijo él, hablando pausado—. Me gustás, mucho. Me costó admitírmelo, y me tomó por sorpresa verme queriendo ser distinto, porque vos lo merecés. Al principio, sólo me pareciste linda y quería cogerte y ya —suspiró y sacudió la cabeza—. Después... no sé qué pasó, todo fue mutando sin que me diera cuenta, empecé a interesarme por vos, a preocuparme por vos, me di cuenta que haciendo lo que hacía siempre con una mina no lograría más que alejarte de mí. Y no te quiero lejos.
Ali lo escuchaba atenta, se dio cuenta de que Nico le estaba diciendo la verdad, y supo que debería responder con la misma moneda... pero en ese momento no estaba segura de cuál era su verdad. Los últimos acontecimientos habían sido tan fuertes, tan rápidos, tan intensos, que la habían desestabilizado. Para Nico, supo, había sido todo lo contrario, habían logrado aclararle mucho.
—Yo nunca fui novio, nunca me enamoré, nunca tuve que lidiar con todo esto que me pasa cuando te miro, cuando te escucho, cuando sé algo de vos —Nico continuó mientras la miraba a los ojos, liberándose—. Es difícil... debería ser fácil, creo, pero... qué se yo—. Se pasó la mano por el pelo, como si eso lo ayudara a aclarar las ideas—. Sé que quiero dar lo mejor de mí para estar con vos, y ser lo que necesites. Quiero hacer las cosas bien con vos.
—Nico, vos no tenés que cambiar ni por mí ni por nadie. Vos tenés que ser... vos mismo. Y quien te ame debe amarte por quien sos.
—¿No querés ser vos?
La pregunta quedó flotando entre los dos, como una niebla espesa que amenazaba con ahogarlos. Ninguno bajó la vista.
—Me estás pidiendo que te ame—. Ali no lo preguntaba, lo estaba afirmando.
—Tal vez más adelante. Pero si querés que estemos juntos, existe la posibilidad de que terminemos amándonos mutuamente.
—Sí, es cierto—. Ahora era su turno—. Yo... Mierda, Nico, ayer tenía todo tan claro, y hoy... Confieso que me aterroriza dar el salto. ¡Y todo esto pasó tan rápido, todo junto! Un momento no sabemos nada, al siguiente estamos comiéndonos las bocas, luego aparece mi ex, ¡justo esa noche, de todas!, para cerrar una historia de años, minutos después estás cogiéndote a otra mina porque no pudiste parar un ataque de celos, me quedo sola sin comprender nada, de pronto estoy encerrada en un auto con vos, peleando como si fuéramos la pareja que no somos... —Ali dejó caer los hombros, como si el recuento la hubiese agotado—. Y aún no pasaron veinticuatro horas. ¿Te das cuenta? —Se frotó el puente de la nariz—. A ver... Ahora no sé dónde estoy parada. Sí... Me gustás mucho. Eso lo tengo claro. Hace mucho tiempo... Primero por lindo, por tu presencia, después fui conociendo otras cosas tuyas... Cuando tocaste el cello, esa noche en Club Berlín... —La voz de Ali se hizo más grave, más leve—. Nadie que tocara el cello de ese modo podía ser un imbécil. El imbécil que siempre creí que eras... Y todo fue dándose para conocernos un poco más, para atisbar la persona que escondés atrás de tu actitud de machito pelotudo... —Ali abrió los ojos, golpeada por lo que en ese momento pasó por su cabeza. Supo lo que le pasaba—. Nico... Quiero estar con vos, de verdad. Pero me da terror la enorme capacidad de hacerme daño que tenés... Podés destruirme con tus acciones, así de fuerte es lo que siento por vos—. Bajó la vista, derrotada por la confesión—. Te tengo miedo.
Nico quedó petrificado, sentado sobre la cama como estaba, las manos detenidas sobre el almohadón de peluche. Nunca había pensado que alguien pudiera sentirse así por él... Y vio entonces, con claridad, que Ali acababa de describir a la perfección la maraña de sentimientos que se agitaban dentro de él.
—Ali, linda, yo me siento igual... No sólo tengo miedo a que hagas algo que me lastime, tengo pánico a perderte... Siento que estoy al borde de perderte. Me aterra—. Estiró el brazo y levantó el rostro de Ali, mirándola directo a los ojos—. Ali, vos tenés todo en tus manos para hacerme mierda. Usando tus palabras... así de fuerte es lo que siento por vos—. Dudoso, se acercó a Ali y se sentó sobre sus talones—. Estamos en igualdad de condiciones. Sólo puedo prometerte dar lo mejor de mí para hacerte feliz.
Nico la miraba expectante. Todo dependía de lo que ella dijera. La ansiedad vibraba entre los dos. Pero Ali no habló.
Levantó la mano y, con suavidad, tomó la cara de Nico en ella, acariciándole la mejilla, que mostraba un rastro de barba oscura.
—Nico... —Su tono fue indescifrable, y Nico cerró los ojos, preparado para oír lo peor.
Ali se incorporó y besó a Logan con decisión, tomándole la cara con ambas manos.
Él respondió sin dudarlo, abrazándola con ambos brazos, presionándola tan fuerte contra sí que la hizo perder el equilibrio y cayó hacia atrás, con ella pegada a su pecho. La besó con la desesperación que le confería el haber creído que hasta ahí había llegado su brevísima historia con ella, con el anhelo que le había quedado insatisfecho de la noche anterior, cuando subió a buscarla dispuesto a todo, y la vio feliz con otro tipo. Aún envolviéndola en sus brazos, giró hacia un lado y la recostó sobre la cama, ubicándose sobre ella, y comenzó a besarla más pausado, más profundo, a conciencia, tratando de retomar el control... Se lo había dicho anoche y hoy también: quería hacer las cosas bien. Pero qué difícil se le estaba haciendo...
Ali sintió el colchón en su espalda y se aferró más a Nico, manteniéndolo lo más cerca posible. Él bajó el ritmo y ella se dejó llevar, pero el beso se fue transformando en algo más profundo, más intenso, más gutural... Estaban descubriéndose, y la intensidad de todo lo que habían vivido y experimentado en el último día, la fuerza de todo lo que acababan de decirse, estaba presente en ese beso. Y tanto sentimiento comenzó a desbordarse, porque no podía contenerse sólo en un beso, reclamaba más espacio, más libertad, y fue trasladándose a sus cuerpos. Ali se dio cuenta, en un destello de claridad, que estaba solo vestida con una bata de baño, la cual estaba aflojándose producto de tanto roce y abrazos, y que Nico estaba igual. Se sintió repentinamente excitada y la sensación la sonrojó.
Nico se dio cuenta que su bata se había abierto cuando sintió en la parte superior de su pecho la presión de los senos desnudos de Ali. De repente fue consciente de sus cuerpos: las batas se habían abierto, supo que Ali podía sentir sin dudas su pene erecto apoyado contra su cadera, una pierna de ella estaba enroscada en torno a la suya, ella le tocaba la espalda con una mano y le tenía agarrada la cabeza, él la tenía abrazada con un solo brazo mientras se apoyaba en el otro... Tuvo un único segundo para decidir si continuar o no.
Apoyó la frente sobre la de Ali e inhaló profundamente, tratando de apaciguar los latidos desbocados que le golpeaban el pecho. Abrió los ojos y, levantando la cabeza, los clavó en los de Ali: en ellos vio deseo, ardor, anhelo. Le dolió alejarse de ella y, sin mirarle el cuerpo, le cerró la bata, para luego cerrarse la suya. Ali se sonrojó de nuevo, avegonzada al volver a la consciencia.
—Creeme que lo que más quiero es hacerte el amor hasta el fin de los tiempos... —Nico suspiró, exhalando largamente—. Pero quiero hacer las cosas bien con vos. Quiero que lo hagamos bien... No en un hotel de cuarta al costado de la ruta, con almohadoncitos de peluche y espejos en el techo. Quiero que sepas que no estoy con vos sólo por sexo. Necesito que lo sepas. Que no me iré a la mañana siguiente. Quiero ser tu novio por lo menos veinticuatro horas, sin haber cogido con vos. ¿Está mal eso?
La miró con un poco de miedo, pensando que tal vez a ella le molestaría que hubiese cortado semejante momento. Ali le sonrió, anudó con fuerza el cinto de la bata y se metió bajo las sábanas y la frazada.
—Pasaron muchas cosas en menos de veinticuatro horas —dijo ella, la voz tranquila—. No hace falta quemar todo en un día.
Nico suspiró con evidente alivio y se acomodó la bata.
—Ahora metete a la cama y abrazame que me hace frío.
Diligente, Nico apagó las luces, se acostó junto a ella y la abrazó. Ali cayó dormida en menos de cinco minutos, pero él se quedó observándola, iluminada apenas por la escasa luz que venía de afuera.
—Yo ya te amo, Alina, aunque suene a locura —le dijo en una voz apenas audible—. Pero no voy a asustarte diciéndotelo ahora.
Depositó un suave beso en su pelo enrulado y dos minutos después caía en un sueño profundo, relajado y sin sueños.