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Chapter 21 - 18.

Ali estaba sencillamente preciosa. Se había recogido el pelo en una media cola de caballo alta, dejando caer una cascada de rulos sobre su espalda, que llegaba por debajo de sus omóplatos. El vestido era sencillo, pero efectivo, color vino oscuro, con una fluidez etérea que hacía parecer que la tela flotaba sobre su cuerpo. Tenía un escote en V profundo tanto al frente como en la espalda, formado por las mismas mangas que le llegaban al codo, como si tuviese dos paños rectangulares unidos por una cinta en la cintura. Era lo suficientemente largo para dejar adivinar los tacos de las sandalias a juego que llevaba.

El vestido había sido rápidamente cubierto por el grueso tapado negro que Ali había lucido la noche de su fallida cita con Bruno, ya que el frío invernal seguía apretando con fuerza. Ali caminaba con las manos en los bolsillos unos pasos delante de Nico, charlando animadamente con Julia y Romina, cuya excitación iba en crescendo a medida que se acercaban al teatro, el cual habían visto por fuera en su paseo vespertino. Ninguna de las tres había visitado este teatro anteriormente, uno de los más grandes e importantes del país, y hacerlo para presenciar nada más y nada menos que a la Sinfónica de Londres lo hacía doblemente especial.

Una cuadra antes de llegar al teatro el profesor Grimaldi les pidió a todos que se ordenasen en una fila por orden alfabético para poder ingresar más rápido y sin mucho problema. Se lo veía nervioso y acelerado, ansioso como un niño pequeño la víspera de Navidad. Nico se acomodó entre Maxi Wallen y Carla Torrini, con quien alguna vez se había acostado y que lo ignoró por completo, poniéndose a cuchichear ininteligiblemente con Julia. Ayudado por su metro noventa de altura, observó a Ali continuar charlando con Romina mientras hacían fila juntas. No quería perderla de vista, tenía toda la intención se sentarse con ella durante el concierto.

Llegaron a la puerta del teatro y el impacto dejó a varios asombrados. La fachada del antiguo edificio estaba hábilmente iluminada con reflectores led en colores cálidos, que la realzaban dándole un aspecto majestuoso e imponente, haciendo que algunos se sintieran un poco cohibidos. Era un edificio realmente bello, con delicadas estatuas representando a dioses de las artes adornando los elevados nichos que se formaban entre las columnas por encima del pórtico. Había mucha gente parada en las escalinatas que daban acceso al lugar, hablando con animosidad, varios fumando un último cigarrillo antes de ingresar. Todos iban vestidos de gala y Ali pensó que había sido un acierto haber salido de compras con las chicas esa tarde. Romina se veía espectacular en el vestido color perla que había elegido, con un delicado encaje bordado con piedras en el pecho y de corte imperio. Se lo hizo saber y la ruborizó.

En la ventanilla donde vendían los boletos pasaron uno a uno dando su nombre y número de documento, y les entregaron una entrada a cada uno. A todo el grupo de universitarios se le había aaignado la primer platea, por lo que, siguiendo las indicaciones de un acomodador que parecía tener tantos años como el teatro, Ali y Romina enfilaron hacia las escaleras. Habían subido dos escalones cuando Ali sintió que la tomaban por la muñeca y la tiraban con fuerza hacia atrás, con lo que perdió el equilibrio. Trastabilló y por algún milagro pudo mantenerse en pie tras haber vuelto a bajar de espaldas los dos escalones, para encontrarse ante los ojos furiosos de Mora. Romina se quedó pasmada sin saber qué hacer más que observarlas. Mora la aterraba.

—Te dije que no te le acercaras, y lo hiciste.

Ali se le rió en la cara y al principio Mora quedó descolocada, para luego enfurecerse aún más. Abrió la boca para hablar pero Ali habló primero, en un tono duro y autoritario que hubiese asustado a más de uno.

—A ver, pendeja, vamos a hablar clarito vos y yo porque estas estupideces de secundaria ya me están colmando la paciencia—. Las facciones endurecidas de Ali no mostraban más que enojo—. Nico no es tuyo, ni mío, ni de nadie. Tiene derecho a hacer lo que se le cante la gana, a estar con quien se le cante la gana, cuando se le cante la gana. Dejá de hablar como si tuvieras un título de propiedad sobre él. Y tampoco tenés derecho a decirme a mí a quién puedo o no acercarme, comportate como la mujer adulta que se supone que sos y bancate que un tipo no quiera estar con vos.

Mora ya no se veía tan segura de sí misma, pero no iba a echarse atrás de buenas a primeras.

—Nico y yo pasamos la noche del viernes juntos—. Sabía que si Ali era realmente la novia de Nico, esa información la lastimaría y hasta podría provocar un conflicto entre ambos. Para su sorpresa, Ali levantó la ceja izquierda y le sonrió con ironía.

—No seas exagerada, cogieron en el asiento de atrás de su auto y nada más.

Mora apretó los puños y se puso roja de ira, cuando alguien las tomó del hombro a ella y a Ali, y las llevó hacia un costado. Nico se veía bastante molesto.

—Basta, las dos —hablaba en voz baja, pero con mucha gravedad—. Mora, acabala de una vez. Ali es mi novia ahora. Aceptalo y dejanos vivir en paz. Yo no soy, no fui, ni seré tuyo. Cogimos una vez y listo. Ordená tus cosas en tu cabeza y dejá de joder.

Tomó a Ali por la cintura y comenzó a subir las escaleras con ella, saludando a Romina, que seguía pasmada en el mismo lugar. Detrás de él subió Andrés, que se había quedado esperando a un lado y caballerosamente ofreció su brazo a Robin, que lo tomó encantada.

Mora los miró subir, tragando su rabia y haciendo inhalaciones profundas, procurando calmarse. Nuevamente estaba dañándose la palma de las manos con las uñas, y agitó las manos, obligándose a descomprimirlas. Tomando una última bocanada de aire, se acomodó el vestido y subió por la escalera con la cabeza erguida cual si fuese una reina, preguntándose si no sería ya hora de visitar a un psicólogo.

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Nico y Ali se habían sentado en la segunda fila de la platea, hacia el medio, junto con Andrés y Romina, él en obvio plan seductor y ella encandilada por la atención.

Ali sabía que Andrew era un jugador con todas las letras, pero no se metió. A esta altura toda la universidad sabía quiénes y cómo eran Nico y Andrés, Romina ya era lo bastante grandecita como para tomar sus propias decisiones. Además, quién sabía, posiblemente ella buscara también algo de una sola noche. Sacudió la cabeza para dejar de pensar en cosas que no le concernían y, al hacerlo, notó detrás de sí un destello amarillo que le llamó la atención. Miró hacia atrás y, un escalón encima suyo y mirándola con sorna, descubrió sentada a una sonriente Mora Rein. Ali se volvió hacia el frente y suspiró en resignación.

—¿Qué pasa, linda? —Nico estaba muy entretenido mirando la disposición del teatro y no se había percatado de nada.

—Mora está sentada inmediatamente detrás de nosotros —Ali ni siquiera consideró bajar la voz—. Parece que piensa que nos pone incómodos.

Nico no le dio importancia y, tomando la mano de Ali, comenzó a señalarle y explicarle lo que veían en el teatro, le habló sobre la construcción del mismo y su acústica, de curiosidades de su arquitectura y de los pocos cambios que él veía desde la última vez que había estado con su padre, ya hacía seis años atrás. Pronto la mente de Ali eliminó a Mora y se encargó de disfrutar de la noche.

Al poco tiempo la sala estaba llena y, como si lo hubiesen estado esperando, los músicos comenzaron a ingresar al escenario, portando sus instrumentos, con aspecto solemne y serio. El silencio fue de repente absoluto, y fue roto sólo por los artistas acomodándose en sus sillas.

Ali se sintió de repente sobrecogida por el momento, sintió que se le cerraba el pecho y se le aceleraba el pulso, y sin darse cuenta apretó la mano de Nico. Éste la miró y observó el rápido movimiento de su pecho, el color arrebolado que subía por el mismo, y sonrió, comprensivo. A él le pasaba lo mismo cada vez que veía a alguna orquesta, la perspectiva de oír música clásica en vivo lo emocionaba más allá de las palabras. Se sintió de pronto muy unido a Ali y le apretó la mano de regreso.

Una vez acomodados los músicos, hizo su entrada el director, erguido y serio.

—¿Quién dirige? —Nico habló muy bajo, casi rozando la oreja de Ali.

—Valéry Gergiev —respondió ella, observando al hombre calvo que dio la espalda al público y se enfrentó al grupo de expectantes músicos, que acomodaron sus instrumentos, listos para hacerlos sonar.

La batuta fue tomada con excepcional delicadeza de su lugar en el atril. Pasaron quince segundos de ominoso silencio en los que nadie respiró... Y comenzó uno de los momentos más mágicos en la vida de Ali y Nico.

El profesor Grimaldi se había equivocado o no les había pasado bien los datos, ya que lo que comenzó a escucharse fue la Sinfonía n.º 5 de Tchaikovski, no El Lago de los Cisnes, pero era una obra tan bella que ambos pasaron por alto el error del docente. Durante la hora y media en que la música producida por la orquesta los deleitó y emocionó, Ali y Nico mantuvieron sus manos unidas, sin hablar, sin mirarse, abstraídos por completo por el poderoso sonido que les llegaba y les movía el alma.

Es imposible describir con palabras la miríada de sensaciones y emociones que recorren a un ser humano al escuchar una música tan hermosa en vivo, interpretada por algunos de los mejores músicos del mundo. Ambos se sintieron transportados fuera del espacio y el tiempo, y fueron sorprendidos cuando el aplauso ferviente y generalizado del público los ancló de nuevo a la realidad. Por reflejo se pusieron de pie y aplaudieron vigorosamente por largos minutos, hasta que las palmas les escocieron. Cuando los aplausos comenzaron a decaer y los músicos iniciaron la retirada, Nico volvió la vista hacia Ali. Era la felicidad encarnada, sonriente, el rostro cruzado de lágrimas de emoción secándose y, sin contenerse, la tomó por la cintura con ambos brazos y la besó.

Ali olvidó que estaban rodeados de sus compañeros de clase y lo besó de regreso, rodeándole el cuello con los brazos. Era uno de los momentos más hermosos y felices de su vida, estaba agradecida de haberlo vivido junto a Nico. Se separaron, sonriéndose mutuamente, y tomándose de la mano, recogieron sus abrigos y fueron hacia la escalera, seguidos por los sorprendidos Andrés y Romina.

Cuando salieron a la calle el frío los golpeó y los hizo apurarse a ponerse los abrigos que aún llevaban en la mano. El profesor Grimaldi les anunció a todos que tenían la noche libre y que en la puerta de la residencia universitaria, donde estaban hospedándose, habría un guardia de seguridad que los dejaría pasar previa comprobación de sus documentos de identidad.

—Recuerden además que mañana a las diez salimos de regreso a nuestra ciudad. Quien no esté, se queda.

Dicho esto, el profesor se despidió y se fue con un grupo de personas desconocidas que indudablemente lo esperaban.

—¿Quieren que vayamos a comer a algún lado? —Andrés se acercó, frotándose las manos—. No sé si tengo más hambre o más frío, empecemos a movernos.

—¿Qué les gustaría comer? —preguntó Logan, encarando a Romina y Ali.

—Lo que sea está bien, no conozco nada por acá como para recomendar —dijo Romina, arrebujándose en su abrigo.

—Para aquel lado está la zona céntrica, seguro encontramos algo —Ally señaló hacia el norte.

Tras quince minutos de caminata y luego de descartar dos hamburgueserías como opción, siguieron la recomendación de un chico de su edad al que encontraron en una esquina y arribaron a un bar un poco escondido y de aspecto extravagante, llamado Tánger. En la entrada había un cartel anunciando la presentación de una cantante, Yasmine Hamdan.

—Ese nombre me suena —dijo Ali, arrugando el entrecejo en su intento por recordar.

—Entremos acá —Andrés no daba más—. Tengo tanta hambre que en cualquier momento le mastico el brazo a alguien.

El local era bastante espacioso, con una decoración marroquí muy sobrecargada. El ambiente era pesado, caluroso y olía a especias quemadas y palo santo... y a comida. Eso fue suficiente para convencerlos. Se ubicaron en una mesa contra una esquina, un poco apretados, y al colgar sus abrigos en los respaldos de las sillas, el celular de Ali cayó al suelo.

—Pero la puta madre... —Ally lo recogió y comprobó que no se hubiese roto la pantalla táctil, pero estaba quebrada—. ¡No te puedo creer! ¡Una caída tan boluda y se rompe así!

Intentó encenderlo pero el teléfono no respondía, y con cierto enojo lo volvió a guardar dentro del abrigo.

—Tengo uno viejo en casa que puedo prestarte hasta que consigas otro —le dijo Nico, presionándole el hombro con comprensión.

—Gracias, no te preocupes. Veré qué hago cuando vuelva —le respondió Ali, tratando de sacudirse el mal humor que se le estaba gestando dentro y acomodándose en el rincón que le había tocado en suerte.

El mal momento fue pronto olvidado. El bar era un hervidero de gente y de actividad, les trajeron sin preguntar generosos platos llenos hasta el borde de un aromático guiso plagado de cosas que no pudieron identificar pero que estaba exquisito, acompañado de pintas de cerveza artesanal. Comieron los cuatro con deleite, disfrutando el plato picante y sabroso, que les dejó un calor permanente alojado en el cuerpo.

Los cuatro, ya saciados, calentitos y entonados por la fuerte cerveza, se embarcaron en una animada conversación, saltando de tema en tema, narrando anécdotas la mar de divertidas, riendo a carcajadas y olvidados del mundo. Andrés despidió cerveza por la nariz cuando Ali contó de la vez que su madre olvidó la llave puesta y ella, borracha, tuvo que trepar por la tapia del vecino, enganchó su falda en una rama y se le rompió, dejando su escaso trasero al aire para regodeo del vecino, para encontrarse con su padre furioso que venía a abrirle y lo vio todo. Nico la miró boquiabierto, le costaba imaginarse a Ali pasada de copas.

—Hay mucho que no conocés de mí... por ahora —le dijo ella socarronamente cuando él se lo comentó.

Romina contó que su madre la descubrió durmiendo desnuda tras una borrachera en el sofá de la sala, abrazada a un oso de peluche que no era de nadie que viviera allí, y ligó terrible castigo por ello.

—Al día de hoy no recuerdo qué pasó ni cómo llegué allí... ni de dónde saqué el oso.

De esa clase de historias Nico y Andrés tenían miles, en su mayor parte compartidas, y pasaron una buena media hora haciendo que las chicas se desternillaran de risa. Nico estaba por contar su gran escape con Andrés de un bar gay en una noche de San Valentín (y cómo habían acabado allí en un primer lugar), cuando unos cinco o seis músicos subieron a un pequeño escenario en el medio del local, y tras ellos una sensual mujer morocha, de piel con reflejos cobrizos y enormes ojos negros, que se acercó al micrófono y se presentó como Yasmine Hamdan en un inglés con tintes árabes. Explicó brevemente que su show principal sería mañana en un teatro que los chicos conocían de nombre, pero que esta noche ofrecería un pequeño concierto acústico en este bar que tanto asociaba a su tierra natal, Líbano.

El silencio tras su presentación fue tan absoluto como el que unas horas antes había precedido a la Sinfónica de Londres. Los músicos, sosteniendo instrumentos desconocidos para los chicos, mantenían las cabezas gachas, hasta que uno de ellos hizo un casi inaudible chasqueo, y sutilmente la música comenzó a sonar.

Ali reconoció inmediatamente la canción, levantando la cabeza en sorpresa, y cayó inmediatamente en la cuenta de dónde conocía a la cantante. El tema se llamaba "Hal", y la chica lo cantaba en una de sus películas preferidas, Only Lovers Left Alive, la misma que Nico le había recomendado y que habían visto juntos, pero separados, cada uno en su casa y comunicados por WhatsApp. Miró a Nico para ver si él se daba cuenta y lo vio totalmente absorbido por la presencia magnética de Hamdan y el sonido hipnótico de su voz, la boca abierta en sorpresa. Sí, se había dado cuenta. Esa película la había marcado de un modo muy profundo, le había hecho ver que Nico era una persona muy especial, porque no cualquiera hubiese apreciado una película así. El filme le había parecido de una sensualidad intrínseca que la había dejado sin aliento, y, tal como Nico le había adelantado, la banda de sonido era única y espectacular.

Y de pronto, por pura casualidad, tenía frente a sí, en vivo y en directo, a Yasmine Hamdan interpretando la canción que más le había gustado, en una de sus escenas predilectas y que más la había emocionado. Había vuelto a ver la película no menos de cinco veces más, fascinada, enamorada de los personajes, de la historia, del amor y la soledad, de Nico.

De pronto sintió las manos de Nico tomándole el rostro y sus labios sobre los suyos, besándola con una pasión desconocida, empujándola contra la pared detrás de ella. Este beso era distinto, como si hubiese esperado años para dárselo. Ali volvió el cuerpo hacia él y lo abrazó, besándolo de vuelta, acariciándole el pelo con una mano, envuelta en esa canción que le despertaba los sentidos.

—Cada vez que veo la película pienso en vos —le dijo Nico al oído, llevándole el pelo hacia atrás y besándole el cuello.

—¿Volviste a verla? —preguntó ella, sorprendida.

Nico le rodeó la cintura con los brazos y, encogiéndose, apoyó la cabeza en su hombro y miró hacia el escenario.

—Miro al menos una parte cada noche. Siento como si estuvieras conmigo.

Ali le besó la coronilla y lo rodeó con los brazos, y quedaron así abrazados disfrutando el resto del concierto, que fue hermoso y subyugante. Ni Andrés ni Romina escaparon al encanto de la música, tan poco frecuente para sus oídos, tan bella y atrapante. Cuando terminó y Yasmine se despidió en medio de un aplauso cerrado, se volvieron hacia Nico y Ali con la maravilla pintada en los rostros.

—¡Qué genialidad! —exclamó Romina, anonadada—. ¡Nunca esperé escuchar algo así!

—Qué vos más hermosa tiene esa chica —Andrés parecía salido de un trance—. Es tan fuera de lo común...

Los cuatro pasaron una hora más charlando sobre la música, los instrumentos que habían tocado en el show y el magnetismo de la talentosa cantante, bebiendo la exquisita cerveza artesanal, hasta que Nico se paró y, tomando su abrigo, anunció que él y Ali se retiraban.

—Nosotros iremos a bailar, ¿verdad, princesa? —Andrés pasó el brazo por sobre los hombros de Romina y le guiñó un ojo, divertido.

—Eh... ¿Así vestida? —dijo ella, mirando su largo vestido color perla, pensándolo inadecuado para una discoteca.

—Estás hermosa. Y donde tengo pensado llevarte no vas a desentonar en absoluto.

Romina se sonrojó y aceptó encantada. Los cuatro se dirigieron a la puerta, tras haber pagado a la atareada moza sus consumiciones, y partieron en parejas en direcciones contrarias.

Nico pasó el brazo sobre los hombros de Ali y ella el suyo por la cintura de él, y comenzaron a caminar.

—Ali, ¿dormirías de nuevo conmigo esta noche?

El suave tono de su voz hizo que Ali lo mirara con una sonrisa.

—Después de todo lo que he vivido esta noche con vos, no imagino no continuarla en tus brazos.

Nico sonrió y le depositó un beso en la frente, y continuaron caminando en silencio hasta la residencia universitaria. No les hacía falta hablar, no hoy, no esta noche. Tenerse al lado mutuamente era suficiente.

Un adormilado guardia de seguridad revisó sus documentos y los dejó entrar, para volver a sentarse en un silloncito junto a la entrada, desde donde veía un pequeño televisor con un partido de fútbol diferido.

Nico tomó a Ali de la mano y la llevó hasta su habitación, y luego cerró la puerta. Se acercó a una de las mesitas de luz y encendió un velador, que iluminó levemente la habitación con su luz cálida.

—¿Andrew? —preguntó ella, señalando vagamente una de las camas.

—Dormirá en tu dormitorio. Ya lo acordamos.

—¿En qué momento?

—Cuando vos y Robin fueron al baño en Tánger.

Ali sonrió divertida, reconociendo la obviedad, y de golpe se dio cuenta de la intensidad con la que Nico la observaba. Su sonrisa desapareció y sin darse cuenta se tomó las manos, nerviosa, y se quedó parada donde estaba. Por hacer algo, se desabotonó el abrigo y fue a colgarlo en el respaldo de una silla.

Nico estaba, para su propia sorpresa, profundamente tranquilo. La perspectiva de acostarse con Ali lo había tenido colgando de un hilo todo el día y ahora, que el momento había llegado, se encontró en un mar de paz que no comprendía, pero que le agradaba. La atmósfera del cuarto había cambiado, cargándose de una velada ansiedad y expectativa, y lo notó, dándose cuenta de que Ali esperaba lo mismo que él, aunque con una actitud completamente diferente. Parecía una adolescente nerviosa de dieciséis años ante su primera vez, y le entró la duda.

—Ally, ¿estás bien? Parecés nerviosa —dijo con suavidad, se acercó a ella y le tomó las manos.

—Lo estoy.

—Linda, esta... —carraspeó—. ¿Esta es tu primera vez?

Ali abrió los ojos sorprendida y luego, sin poder evitarlo, comenzó a reír. Nico la miró desconcertado.

—Ay, Nico, sos muy tierno... —Ali luchó por suprimir las carcajadas—. ¿De verdad creés que soy virgen?

—Sí, bueno, qué se yo... —Se tomó la nuca, confundido—. Pensé que podrías serlo...

—Nico, tengo veintitrés años...

—Bueno, qué se yo... —No se dio cuenta que estaba repitiéndose—. Te veo tan nerviosa...

—Porque sí es mi primera vez con vos, tarado, pero no porque no me haya acostado con nadie antes—. Tras la gracia que le había causado la pregunta de Nico, los nervios de Ali se habían esfumado.

Él le sonrió divertido y le acarició el lado derecho del rostro, bajando hacia su cuello. Ella inclinó la cabeza inconscientemente sobre la mano, elevó el rostro y lo besó. Nico le retribuyó el beso, tranquilo, despacio, disfrutándolo. Abrazó a Ali y le acarició la porción de piel que el vestido dejaba al descubierto, haciendo que le diera un escalofrío.

—Este vestido te queda precioso —le dijo en voz baja, mientras le besaba el cuello—. No pude dejar de mirarte en toda la noche.

—Tendré que ponérmelo más seguido —replicó ella mientras le pasaba la mano por el pelo.

—En realidad estaba pensando en cómo te verías sin él.

Para ser una frase tan mala, pensó Ali, la había excitado mucho. Y definitivamente era porque era la voz de Nico la que había formulado tan trillada oración. Sin pensarlo demasiado, se alejó de él dos pasos hacia atrás, buscó en su espalda el cierre invisible que iba desde el pico del escote trasero del vestido hasta su culo, y lo bajó. Con delicadeza bajó las amplias mangas, que se deslizaron con suavidad por sus delgados brazos, y el vestido cayó en un movimiento fluido, formando una masa informe a sus pies. Pasó una pierna a un lado y luego la otra, saliendo del bollo de tela, y procedió a desprender el cintillo de sus sandalias. Una vez fuera de ellas, metió los dedos en la pretina de sus pantimedias, sin las que no hubiese soportado el frío cruel de esa noche, y las bajó, primero una pierna, luego la otra.

Nico estaba sin habla. Este era, sin lugar a dudas, el momento más íntimo y sexy de su vida. No se imaginó que Ali estaría sin corpiño, lo que debiera haber sido obvio por el escote del vestido, y la revelación de su cuerpo lo tomó por sorpresa. Ali no tenía un cuerpo de supermodelo, pero para él, frente a sí, tenía una diosa, vestida con sólo un culotte de encaje negro. Pensó que en su vida olvidaría esa imagen, esa piel blanca que mostraba tatuajes en el brazo izquierdo y sobre las costillas del lado derecho, los pechos redondos y de pequeños pezones rosados, la cascada de rulos que se desparramó sobre sus hombros cuando ella desarmó su peinado.

—¿Cumplo con tus expectativas? —la voz de Ali lo ancló de nuevo a la realidad.

—Linda, sos mil veces mejor que mi mejor sueño.

Nico se acercó a ella y la rodeó con ambos brazos, apretándola contra su cuerpo, y la besó con una fuerza nueva que no sabía de dónde venía. Ali le respondió de igual manera, abrazándolo y poniéndose en puntas de pie para llegar a esa boca suave que la reclamaba con ansiedad. Tomó luego con ambas manos el cuello del saco de Nico y acarició la tela hasta llegar a la altura del pecho, para arrastrarlo hacia atrás y quitárselo.

Minutos después la ropa de Nico se había unido al vestido de Ali en el suelo. Él se separó un poco de ella y la miró con detenimiento. Le encantó que ella fuera tan segura de sí misma, dejándose examinar y sosteniéndole la mirada, sin ruborizarse ni nada. Sonrió y la abrazó.

—Sos tan hermosa...

Besó sus labios nuevamente, siguió besando su cuello y su clavícula y acarició uno de sus redondos pechos, mientras ella se estremecía ante su contacto. Siguió bajando, besó sus pechos y, sin resistirse, lamió un pezón rosado. Ali sintió que se derretía. Nico se arrodilló frente a ella y le besó el ombligo, mientras tomaba la orilla de su culotte negro con los dedos y lo bajaba con suavidad, recorriendo con las manos la completa longitud de sus piernas delgadas. Ella levantó los pies uno a uno para ayudar a retirar la prenda y, cuando se disponía a verlo pararse para volver a besarlo, sintió que la besaba en el centro mismo de su existencia. Un gemido involuntario salió de su boca.

Nico la besaba con suavidad y la sentía temblar ante cada beso. Descubrió pronto el sitio exacto que más la estremecía y lo buscó con la lengua, sintiendo que jamás se cansaría de esto, de oír su respiración agitada, de sentir su piel de gallina bajo las manos, del temblor sutil que la recorría, de la humedad caliente y firme que envolvió sus dedos cuando decidió ir más allá. Ali volvió a gemir y se tapó la boca con una mano, mientras enterraba los dedos de la otra en el hombro de Nico.

Nadie le había hecho esto jamás. Siempre había sentido curiosidad y ganas de probar, pero sus anteriores parejas sexuales se mostraron reacios y nunca lo concretaron. Y de pronto Nico lo hacía sin mediar aviso ni palabra, haciéndola sentir en las nubes, queriendo separarlo de ella para besarlo y devolverle todo el placer que le estaba haciendo sentir, pero deseando que no acabara jamás.

—Nico... —dejó escapar su nombre en un suspiro casi inaudible, pero él la escuchó. Sabía que estaba haciéndolo bien.

Él se dio cuenta antes que ella. Ali tensó las piernas y apretó más fuerte el hombro de Nico, incapaz de controlar los gemidos de placer que surgían de su garganta. Él imprimió más ritmo a lo que estaba haciendo y de pronto una descarga eléctrica pareció surgir de la lengua de Nico, que había acelerado sus movimientos, y recorrió el cuerpo de Ali por los treinta segundos más largos y cortos de su vida. Se sintió morir y revivir al mismo tiempo, se le cortó la respiración y el corazón se le detuvo un instante antes de continuar enloquecido. Buscó a tientas detrás de ella y se afirmó en el respaldar de la silla donde había colgado su abrigo, ya que sus piernas se negaron a seguir sosteniéndola.

Nico ya estaba parado frente a ella y en un movimiento fluido se sacó su bóxer, la tomó en sus brazos y sin mediar palabra la levantó en el aire, para depositarla sobre la cama, cayendo sobre ella. Ali, sin recomponerse aún, le tomó el cuello con una mano y lo besó, mientras con la otra lo tomaba donde él ardía como nunca.

Ni bien ella lo tocó una pequeña descarga lo recorrió y pensó, con cierto pesar, que no aguantaría mucho tiempo. Ver y sentir a Ali acabar por su obra y arte lo habían llevado a un nivel de excitación que nunca había experimentado. Necesitaba distraerse o él acabaría antes de haberla siquiera sentido.

—Ali... —comenzó, mirándola a los ojos, pero ella lo miraba de regreso con una expresión que jamás le había visto ni a ella ni a nadie, pero que sólo lo invitaba a una cosa: entrar en ella.

Se estiró sobre la cama hasta el piso, y buscó apurado con una mano entre la tela, hasta que logró sacar un pequeño envoltorio del bolsillo de su pantalón. Se incorporó nuevamente y se sentó junto a Ali, rasgando el paquetito gris con los dientes. Ali volvió a acariciarlo entre las piernas, distrayéndolo. Con el preservativo en la mano no pudo más que observarla tocarlo, obnubilado por las sensaciones que le recorrían el cuerpo. Ella le quitó el condón y se lo colocó con suavidad. Nico la besó tomándola del cuello y la recostó de nuevo, ubicándose sobre ella.

—Ali... —repitió, perdido, y dejó que ella lo condujera a su interior.

Nico gimió desesperado cuando por fin estuvo dentro de ella; Ali sintió primero que la desgarraría, pero el placer tomó lugar inmediatamente. Levantó las piernas y las envolvió en la cintura de Nico, que bajaba y subía despacio, disfrutándola. Él escondió la cara en su hombro y ahogó un gemido en él, mientras apretaba en el puño la sábana blanca que cubría el colchón. Ali arqueó el cuello hacia atrás y dejó escapar un gemido más fuerte, lo cual lo volvió loco. No quería que terminara, pero estaba cerca.

Sin salir de ella, la tomó de la cintura y se sentó en la cama, haciendo que ella estuviera sentada sobre él, envolviéndolo con las piernas. Ali le rodeó el cuello con los brazos y lo besó ávidamente, apoyó las piernas a ambos lados de Nico, casi arrodillada, y aceleró el ritmo. Él sintió que no daba más, la abrazó fuertemente y la apretó contra sí, mientras espasmos de placer lo recorrían al acabar dentro de ella. Ali siguió los movimientos de él hasta que el último espasmo lo hizo temblar entre sus brazos.

Ninguno de los dos supo en qué momento se separaron y terminaron acostados, abrazados y cubiertos por las frazadas. Sus piernas estaban tan entrelazadas que no se distinguía dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro.

—Te amo, Ali —Su voz grave fue determinante.

Ella lo miró seria a los ojos y le tomó la cara con una mano.

—Te amo, Nico.

Ambos sonrieron y se dieron un beso tranquilo. Nico sintió un cosquilleo en el bajo vientre y miró a Ali, sorprendido.

—¿Qué pasa? —dijo ella, con cara de preocupación.

—Creo que mi cuerpo te quiere de nuevo. A ver, besame otra vez.

Ali rió divertida, acercó su cara a la de Nico y volvió a besarlo, esta vez con más intensidad, mientras le acariciaba el pecho con una mano.

Nico la miró y sonrió de lado, apoyando la mano en su cintura.

—Definitivamente te quiero de nuevo.

Ambos sonrieron y se abandonaron a sus propios cuerpos.