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Chapter 19 - Adán y el Árbol del Mundo.

Armado con las reliquias de la bóveda de la cristiandad, Al Khaled se dispuso a subir a la superficie.

Luego de asimilar la llama del espíritu santo, podía percibir, incluso a distancia, las almas de aquellos que estaban peleando y muriendo en la Plaza de San Pedro.

Ni Abel, ni Kaín, ni Talia parecían seguir vivos, sus hijos, sus amados hijos ¿se habían matado entre ellos otra vez?

Con su fuerza renovada Adán se movió rápidamente por los laberintos hasta salir a la superficie.

La batalla aún era encarnizada, pero las fuerzas del Árbol Eterno estaban ahora asumiendo una pequeña ventaja, la terrible fuerza que los había detenido había cesado.

Adán sabía lo que eso significaba, Redhand había entrado al combate. Inhalo fuertemente, y tomando el cuerno de Josué, sopló con fuerza. Un viento tremendo se generó, como un tornado, e hizo volar a muchos de los asesinos del gremio y otros tantos caballeros del Papa. Todos se enteraron entonces, que el primogénito de Dios estaba llamando a las puertas del cielo.

Aun cuando la fuerza parecía demasiada, muchos asesinos llegaron a cortar el paso de Adán a la Capilla, este simplemente aguantó los embates con la piel del León de Nemea como armadura, y con su mano izquierda agitó la lanza del destino, destrozando a toda la multitud que se había dispuesto a frenarlo.

Al fin llegó, al lugar donde plantaría el Árbol del Mundo, cuyas ramas lo llevarían a la casa alta de su padre Dios.

***

Azsael había tomado la ofensiva, con una rapidez impropia de su grotesco tamaño, moviendo sus manos que se habían convertido en garras, trataba con futilidad de alcanzar a Redhand, que, aunque de se había quedado en fuerzas, no lo era en velocidad. Era más ágil, más rápido, y esos ojos, incluso a una calamidad como él le entorpecía moverse, quizá era su lado humano el que temía a los ojos de Gar'Dal Sueños Oscuros.

Redhand empezó a zigzaguear en patrones irregulares, confundiendo a su rival, lo rodeaba, se acercaba y se alejaba, y eventualmente lo embestía llevándose consigo trozos de la carne del Buitre. Lo asediaría hasta que su cuerpo dejara de regenerase, aunque le tomara una eternidad, ¿no?, no podía demorarse tanto, afuera algo ocurría, gritos más irrisorios y un tremendo sonido que los detuvo de seguir el combate, era un cuerno de batalla, pero, diferente, un sonido grave y majestuoso que hizo temblar todo el edificio.

Una apertura, Redhand atacó, ocultando su movimiento en el poder amedrentador de sus ojos y clavó su mano donde debía tener el corazón aquella bestia.

El Buitre chilló agudamente, le devolvió la mirada, pero tuvo que cerrar los ojos para evitar aquel sentimiento de muerte. Un ser inmortal como él ¿podría morir?, durante milenios había esperado la muerte y ahora le parecía aterrador caer ante este humano, no, no era un humano, al igual que él era un monstruo. 

De repente sintió una sensación familiar, pero repulsiva, un olor que ya hace mucho tiempo había odiado, Adán.

-Te presentas al fin, Adán-.

-Deberías ser más respetuoso con tu padre, Kaín-.

-¿Padre?, no por favor, soy más Azsael que tu pequeño, débil y enclenque Kaín, pronto no quedara nada de él, solo yo, Azsael Vapor de Muerte, el Ángel sin Alas-.

Adán estaba rejuvenecido y armado con todos los tesoros, reliquias que ningún hombre debería tocar, pero él era algo más que un hombre, era un semidios, y muy pronto, el único dios.

Miró a Azsael a los ojos, tanta locura, tanto rencor, tanta desesperación, el demonio tenía razón, Siegger había desaparecido y muy pronto Kaín también lo haría, pero, aquello era parte del plan. Sus hijos no llegarían al cielo, pero Azsael que venía de allí sería perfecto para llevarlo a él al alto trono, y Redhand, bueno, el asesino de hombres sería el asesino de dioses.

Adán sonrió, apuntó la lanza del destino a una de las piernas de Azsael y le atacó, tan rápido y preciso que le dejo cojo en un instante, no volvería a crecer, así como aquella herida no sanó en Jesús.

-Aghh- gruñó el demonio; -Qué pretendes Adán, me pones en manos de tu hijo y ahora nos atacas-.

-Te atacó a ti, no necesito de tus piernas- agitó otra vez su lanza y le mutilo la otra pierna; - ni tus brazos- se los corto con una facilidad que pareció irrisoria a los ojos de Redhand.

-Azsael eres mi pasaporte al cielo- le dijo guardando la lanza en su espalda, tomó entonces al demonio del cuello y abriéndole la boca le enterró en la garganta la clave de todo, la semilla del árbol eterno.

Redhand no pudo evitar sentir terror, estaba presenciando algo abominable.

-Acompáñame, GarDal- le dijo Khaled, mientras desde la boca del Buitre Estepario salía una delgada rama, pero solo duró en ese estado unos segundos, la rama se transformó en un tronco cristalino y el cuerpo mutilado de Azsael se desarmó, ahora era parte del árbol y su cuerpo inmortal nutriría el crecimiento de este.

Como peldaños de diamantes, una escalera comenzó a enroscarse al rededor del árbol, no dejaba de crecer, pronto hizo crujir la copula y esta se desplomo en sus ramas.

Al exterior el campo de batalla se detuvo, todos, asesinos de uno y de otro lado soltaron sus armas y detuvieron sus movimientos, ¿era un sueño o una pesadilla?

-No me hagas esperar Redhand, a ti te necesito completo, es tu destino, acompáñame al trono de Dios y cumple mi sueño, y no habrá muerte para ti, ni para Kalair, todo lo que amas será eterno y bello por siempre, cumple tu destino, mata a Dios-.

Redhand se llevó las manos a la cabeza, sacudió sus cabellos blancos y miró acto seguido a Adán, rio con fuerza, se rio de él y su sueño, de todo lo que ocurría ahí en el Vaticano, del mundo colapsando, de todo lo que había ocurrido para que este momento se diera, ¿era todo lo que quería Adán? Quitarle el trono a Dios. 

Redhand era demasiado orgulloso para aquello, con un odio apabullante miró a Khaled y esté no pudo evitar retroceder un paso, sentirse pequeño y atemorizado, pero, se había armado con los objetos más poderosos del mundo, Redhand no debería a amedrentarlo, había plantado la semilla en el hocico de Azsael, ahora no era imposible nada para él.

Una idea.

Adán empuñó esta vez sus cimitarras y corrió hacia el árbol y empezó a subir velozmente los escalones, si Redhand quería detenerlo tendría que seguirlo, pero luchar con él con la lanza no era una opción, ninguno de los dos tenía que llegar herido al trono o serían demasiado débiles como para afrentarse a Yahvé.

Redhand comprendió el plan de Adán, pero tendría que seguirlo de todas formas, o el mundo en que Kalair vivía moriría hoy.

Saltó a lo poco diez metros y empezó a correr sobre los escalones del árbol, era tan rápido que alcanzaría a Adán en solo unos segundos, este debía de enfrentarlo.

Adán agitó sus cimitarras tratando de guardar distancia con el asesino, apresuro el paso, pero sintió el golpe de puño de Redhand en la espalda, por suerte la piel de León de Nemea le había vuelto inmune a los ataques al torso, pero no pudo evitar caer sobre los escalones de diamante.

-No me importa que tan viejo seas, ni tus problemas con tu dios, ni con cuantas reliquias te armes, no tienes poder sobre mí, ni tocaras el mundo en él que Kalair vive, podrás haber engañado a Talia, a Abel y a Siegger, pero contra mí no podrás-.

No había contemplado aquello, era demasiado fuerte, tendría que usar la lanza del destino, y si lo mataba, bueno, tendría que usar la misma lanza en contra de Dios.

Adán se puso de pie rodando un par de escalones por detrás de Redhand, ¡Sellaste tu destino!, mocoso insolente, le gritó con furia, tomo fuertemente la lanza y la apuntó en contra de Redhand, solo un corte le bastaría para matarlo, solo uno.

Pero su rostro se volvió blanco, y vio aterrado lo que Redhand tenía en la mano, ¡ el Cuerno de Josué!, ¡No!, ¡No por favor!, le gritó implorándole a Redhand que no lo hiciera, pero este estaba determinado a acabar con este combate.

Redhand sopló el cuerno con todas sus fuerzas al momento mismo que Adán atravesó su corazón con la lanza maldita, le miró, con más que miedo, el estruendo había sido tan poderoso que el diamante del árbol se resquebrajo. Adán miró a la Tierra, no se había dado cuenta que el árbol había seguido creciendo, estaban tan lejos del suelo.

Todo estalló, la escalera y el árbol se volvieron polvo, cenizas, y se perdieron en el viento, Adán se vio cayendo al vacío, pero su cuerpo inmortal no moriría, podría intentarlo nuevamente, habría de conseguir otra semilla, otro demonio, tenía la lanza, con ella mataría a Dios, ¿lo haría?

Redhand no había muerto al instante, con lo poco que le quedaba de vitalidad quebró la hasta de la lanza desprendiéndola de las manos de Adán, se la quitó del cuerpo, y con un último aliento la lanzó.

Adán moriría, planeando como triunfar, sin siquiera darse cuenta que la lanza que tan poderoso lo había vuelto se enterraba brutalmente en su cráneo.