Prologo 1: Una calamidad anterior al tiempo.
El trance en el que Redhand estaba sumergido cesó, aquel ardor en la mente del asesino pareció callar en un aullido ensordecedor.
Cayó. De pie, aún sus reflejos estaban intactos, y su sed de sangre parecía desbordarse, pero, lo que tenía en frente era en sí, sed de sangre.
Miró el espectáculo de sangre y tripas que lo rodeaban, los magos del gremio de asesinos estaban regados por el suelo de la capilla Sixtina, y justo sobre ellos, un ser en apariencia y de primera impresión asqueroso y aborrecible, pero, aún oculto bajo su grotesca apariencia, pudo ver un ser que ya había enfrentado: Frank Siegger, El Buitre.
Siegger parecía sacado de una película de terror, sórdida y de bajo presupuesto, sobre su piel, costras de sangre a medio coagular parecían hacer de su cuerpo una armadura viviente, sus ojos estaban perdidos en una mirada nerviosa, ansiosa, llena de locura, repulsiva. Su porte era a lo menos el doble de alto, era un monstruo enorme pero no por ello decadente y perdido de razón en una postura patética, era un dios o demonio orgulloso y desquiciado, pero terriblemente consciente. Sin haber hablado aún podía sentirlo, era un ser primigenio y poderoso.
-¿Qué eres?- preguntó Redhand;- ya no pareces ser Siegger-.
-No, no lo soy, del todo- respondió la criatura riéndose, haciendo rebotar su voz enfermiza en la cúpula;-no soy Siegger, ni Kaín, ni Aszael, soy el Buitre Estepario, portador de Venganza-.
-No entiendo qué quieres decir, pero si tu haz hecho esto con mis... sacerdotes, nos convierte en enemigos, y eso significa que debo matarte, el gremio lo exige-.
-Un ser tan poderoso, tan fuerte, dime, Gar'Dal Soñador Oscuro, por qué rindes pleitesía al Gremio de Asesinos, cuando podrías ser libre de hacer lo que quieras, de matar a quien quieras-.
-Hay alguien a quien debo cuidar, una promesa que debo cumplir- la imagen de Kalair Zad, la única mujer que había amado, la dueña de su voluntad, cruzó fugazmente su cabeza;- el Gremio me da esa oportunidad-.
El Buitre se rio, un chillido asqueroso por poco destrozo los tímpanos de Redhand.
-Nuestro destino es matarnos, aquí y ahora, pero, por supuesto, aunque me mates no moriré, soy inmortal, pequeño humano-.
No tenía sentido, no había algo como inmortalidad en este mundo, ningún poder o fuerza lo suficientemente grande como para que le impidiera matar algo vivo. Después de todo era él, el aspecto de la muerte. Sus ojos escarlatas parecieron proyectar una luz aterradora, que incluso intimido al demonio, provocándole otra risa enfermiza.
Despegó en una carrera vertiginosa, en tan solo un instante llegó a donde estaba el demonio, y con su mano abierta, con los dedos en forma de gancho, los enterró en la carne del Buitre, sacando de su cuerpo un trozo de carne en lo que debía de ser una herida fatal.
Una.
Y otra vez.
Algo sucedía, estaba sacando sin parar carne y sangre del cuerpo de Siegger, pero esta parecía regenerarse, primero salía un extraño vapor sanguinolento de sus heridas y se solidificaba en una materia densa y obscura. ¿A eso se refería con ser inmortal?
Azsael contrataco.
Este demonio había sido uno de los cinco mil ángeles caídos hace 5000 años en el mar muerto, Azsael el aspecto del amor romántico, aquel que, enamorado de Lilith, la primera mujer, sacrifico sus alas para sostener a su amada durante el diluvio, pero Lilith no lo amaba, ella era incapaz de amar, solo lo enloqueció, para ser una criatura fuera de razón y temporalidad, el Vampiro Azsael Vapor de Muerte, un demonio inmortal.
Al Khaled, el líder del Árbol Eterno, el grupo de renegados que había declarado la guerra al Gremio y al mundo moderno, había conseguido a Azsael de alguna forma, encerrado en un frágil frasco, le entregó aquel demonio a Siegger señalándole que era la clave de su victoria, pero sin decirle como usarlo.
Abel, renacido una vez más reveló a Siegger su eterno ciclo de luchas, traición y asesinato. Siegger era Kaín, hijo de Adán, de Al Khaled el inmortal, condenado a vivir por siempre entre los hombres, y ellos, los hermanos, condenados a un ciclo eterno de renacer y matarse, aunque era Kaín el que siempre terminaba matando a Abel.
La rueda del destino parecía haberse roto, Kaín estaba paralizado mientras todas sus vidas pasadas inundaban su cabeza, era la presa por fin, Abel mataría a Kaín, dejarían de renacer, pero la última estocada no traspasó la carne de su hermano, sino el frasco de Azsael.
El demonio escapo de su prisión e inundo el cuerpo de Kaín, transformándolo en un monstruo, y con aquel poder mató nuevamente a Abel. La rueda volvía a girar.
Pero, Redhand no sabía nada de esto, todo era confuso, y el combate se prolongaba cada vez más.
Por más que Redhand desatará sus técnicas mortales en el cuerpo del Buitre Estepario este los recibía con un nauseabundo placer, mientras constantemente se regeneraba sin siquiera moverse un paso de donde estaba.
El asesino aumentaba cada vez más su velocidad, saltando, zigzagueando, embistiendo, cercenando, usó incluso su técnica más poderosa, el Taladro, en el que giraba su antebrazo sobre su eje, a una velocidad que su mano se volvía un arma de destrucción definitiva, ¿o no?, se estaba cuestionando si de verdad había algo que pudiera vencer a este Azsael. Sin parar aquel vapor sanguinolento se esparcía y regeneraba su cuerpo, pero, aún no contratacaba, como si se burlara del ser más fuerte en la faz de la Tierra.