«El príncipe no iba a regresar para despertarme de mi letargo mágico con un beso, al fin y al cabo tampoco yo era una princesa».
Luna nueva, Stephenie Meyer.
Miguel se encontraba en su silla de ruedas practicando sus voleos en una cancha abandonada de fútbol. Por el clima en que se encontraba estaba usando una sudadera, un buzo y sus rulos dorados estaban cubiertos por una gorra de tela.
—Hola. —Jonatán volvió a sentirse nerviosa solo con verlo.
—Hey. —Volteó a verlos con una pequeña sonrisa—. ¿Qué hacen por aquí?
—Hice el desayuno para todos, pero ya no estabas cuando serví... —Atravesó la puerta de metal que los distanciaba—. Vine a dejarlo pensando que tendrías hambre; después de todo, el desayuno es la comida más importante del día. —Sonrió al extenderle el contenedor.
—Eres muy amable Natt, en serio, te lo agradezco mucho... —Se detuvo a mitad de palabra— ¡Hey, vaya! ¡Qué gran sorpresa! Son panqueques. —Revisó los pequeños recipientes que había alrededor—. Miel, frutillas, mantequilla... ¡Oh, dulce Señor! También me trajiste un termo con chocolatada caliente. —Amplió su sonrisa con gran alegría—. Hey, Natt, me leíste la mente, justamente quería comer esto. ¡Es mi plato favorito a la hora del desayuno!
—No lo sabía... —Jonatán volteó a ver a Saúl negando la cabeza. Realmente, de todo lo que sabía acerca de Miguel, eso la tomó por sorpresa—. ¡Me alegro mucho de que vayas a disfrutar de la comida!
—¡Hey, pero qué delicia! —Expresó cuando degustó un poco—. Están tan esponjosos, siento que se derriten en mi boca. —Siguió comiendo tratando de no devorarlos rápido—. Hey, eres un excelente cocinero, Natt.
—Oye, Miguel. —Irrumpió Saúl, cruzando el umbral de la entrada—. ¿Vives por aquí?
—Hey, sí, justamente en ese departamento de allá. —Apuntó a un edificio descuidado—. Es lo más barato que puedo pagar y me queda cerca de la universidad.
—¿Vives solo? —Jonatán preguntó impresionada, no obstante, Miguel dejó de comer—. Lo siento, no debí preguntar... —Tartamudeó.
—No, tranquilo. —Se metió una fresa en la boca—. Hey, es que intenté recordar cómo eran mis padres. Es todo.
—¿Perdiste a tus padres? —Saúl fue el sorprendido del momento.
—Hey, no olvides las piernas —respondió, para servirse chocolate caliente—. Cantaba en el coro de la iglesia para conseguir un poco de dinero; luego me adoptaron y anduve de casa en casa por un tiempo. Hey, después de todo, a nadie le gusta un niño sin piernas y con traumas. —Antes de beber, volvió su mirada en Jonatán con una sonrisa—. ¡Hey, Natt, también cantabas ahí, ¿cierto?! —Su mirada se vio iluminada ante el recuerdo que tenía de esos años—. ¡Con razón tu voz se me hacía muy familiar, incluso más...!
—Lo siento. —Jonatán lo interrumpió para abrazarlo con fuerza—. Con todo lo que te ha pasado es probable que ya no creas en Dios o que te sientas, muy cansado por todo.
—No... —La declaración lo dejó sin palabras y ciertamente, había verdad en sentirse cansado. Al descansar el mentón en el hombro de Jonatán, sintió que la había asustado, pero continúo hablando—. Hey, de hecho, me ha ido muy bien estos años y sigo rezando... —Se encogió de hombros murmullando dudoso—. Hey, sí, te lo confieso, abandoné la iglesia por ciertas cuestiones dañinas, pero no mi fe.
—Me alegra mucho escuchar eso —confesó alegre, antes de separarse y tomar sus manos. Miguel no evitó sonreír solo con verla fijamente—. Disculpa si la iglesia te ha lastimado mucho, así no es Jesucristo.
—Hey, Natt, sé que esto sonará raro —confesó tartamudo, casi nervioso frente a ella—. Sé que ha pasado mucho tiempo desde el coro, pero ¡quiero escucharte cantar de nuevo! —Admitió eufórico, antes de rascarse la nuca. Se rio levemente de sí mismo—. Hey, entre más recuerdo esos días en el coro, más ganas me dan de escucharte porque eras increíble.
—Hace mucho que no canto —admitió apenada por el halago—. Supongo que ya no soy tan increíble como antes.
—¡Hey, vamos! Es como andar en bici, nunca se olvida. Me lo han dicho, pero no sé si sea cierto. —Rió con suavidad, solo con ver lo atónitos que dejó al par por su broma—. Vamos, vamos, hey, estoy seguro que aún te acuerdas de Somebody to love.
—Esa canción es hermosa. —Sonrió Saúl para dirigir su mirada hacía Jonatán—. ¿Por qué no la cantamos los tres? Yo puedo hacer de coro.
—Hey, ¿qué te parece? Igual a los viejos tiempos en la iglesia, Natt. ¡Cantemos un rato, ¿sí?!
—No estoy seguro —murmuró nerviosa, jugueteando con sus dedos.
—¡Hey, amigo mío! Tenemos que animarlo a unirse. —Miguel avanzó para quedar al lado de Saúl y juntos centraron su mirada en Jonatán—. ¡Hey, tiene mucho talento, te lo juro! A la cuenta de tres, a ver si conseguimos que Natt cante de nuevo.
Entre ambos entonaron la canción frente a Jonatán, sonreían y hacían gestos alegres con tal de incitarla a que se uniera. Se veían muy chistosos con sus expresiones.
Consiguieron un pequeño público con el paso del tiempo. Algunas personas que transitaban el lugar se quedaron para escuchar; pero ellos comenzaron a creer que Jonatán no cantaría y fueron bajando el tono en su voz. Justo cuando estaban por rendirse, escucharon suavemente su aporte en la canción.
[. . .]
Entre tanto, Lucas se encontraba sentado en su confiable sofá unipersonal continuando con el libro de vampiros que había logrado captar su atención y devorándose la pizza que pensaba compartir, pero que ya no serviría a nadie más que a él.
Rubén tuvo que marcharse asegurando que regresaría por la tarde; en cambio, David solo lo observaba como un guardia personal para que Lucas no cometiese ninguna locura.
—¿Te das cuenta de lo ridículo que te ves ahora? —Interrogó luego de mascar un par de veces—. Los dos se preocupan por nada y por todo, eso es un problema.
—¡Nosotros no somos quienes casi se matan! —Gritó estupefacto, solo con verlo tan tranquilo—. Es inhumano de tu parte ponerte a leer, mientras comes y yo aquí, que no me explico por qué nadie me dijo que estuviste mal.
—Te pregunté si ibas a querer pizza y me dijiste que no, así que, no me vengas conque es inhumano cuando es claro que me rechazaste.
—¡Lo es, es inhumano, porque no te estás tomando en serio las cosas!
Lucas suspiró con pesadez antes de bajar el libro a su regazo. Dejó sus lentes sobre la contraportada y se terminó de comer la orilla de la pizza, logrando cambiar por un momento su malhumor.
—¿David, cuánto llorarías si en este momento te digo que Esther se murió?
—¡¿Cómo que cuánto?! ¡Estaría devastado toda mi vida! —Solo con imaginarlo sus ojos se humedecieron—. No me hagas pensar eso y deja de evitar el tema.
—No lo estoy evitando, lo estoy abordando —exclamó sereno, sin tomarle importancia realmente—. Bien, ahora dime si hubiese pasado lo mismo si te dijesen que yo fallecí hace siete u ocho años atrás. —Esbozó una sonrisa burlona, antes de centrar su mirada en él—. No me vayas a mentir, jodido, que hasta se me salen las ganas de burlarme con solo imaginar que te pondrías triste por mí.
David no pudo responderle. A la edad de diez años, lo único que conocía de Lucas era su presencia en su fiesta de cumpleaños y en Navidad; pero jamás había convivido tanto con él hasta ese momento. Si a esa edad tuviesen que darle la noticia de su muerte, David no hubiese sentido tristeza. Lucas no era un miembro importante en su familia durante esos años.
—¿Por qué intentaste hacerlo? —Balbuceó con dificultad. Las lágrimas se acumularon en sus ojos y no era por una tristeza, sino por la impotencia de no tener una respuesta—. Pensé que te gustaba mucho burlarte de mí, armar rompecabezas de paisajes, comer en tu restaurante retro favorito... Nunca te imaginé así, cuando siempre estás buscando la forma de ser malvado conmigo.
—Bueno, antes de que preguntes después, ya te diste la respuesta del porqué sigo con vida.
—¿Yo... te mantengo vivo? —Enarcó las cejas, incrédulo por lo que escuchaba. Lucas estaba hablando de una forma tan relajada, tal y como siempre lo ha sido.
—No, exactamente. —Se rascó el mentón, frunciendo los labios en búsqueda de qué más añadir—. La vida no siempre es de color rosa y eso es, porque hay más colores por descubrir que un simple rosado. Todos y cada uno de los colores en el mundo tiene un significado personalizado, el que tú mismo le das; la definición que tenga con otro individuo, no siempre tendrá similitud con tu propio significado.
—Eso no es verdad. El negro es para funerales y es de todos, es algo que se conoce por todas partes.
—En lo personal, es un color para las penas y los funerales; pero para otra persona... Bueno, bien podría significar pureza y felicidad, o simplemente, ser su color favorito porque se ensucia menos. —Se apoyó del respaldo, con la intención de inclinarse más hacia David—. Los rabinos no visten de negro porque estén de luto, tampoco los pastores o los abaya de las mujeres. La manera en cómo todas y cada una de las personas en este mundo transmiten un sentimiento, es verdaderamente, único y personal.
Cuando David apartó la mirada, Lucas volvió a echarse en su sillón y cerró los ojos. Se tomó un momento para inhalar profundamente y suspirar con tranquilidad.
—Puedes hacer que el color negro sera elegante o vulgar; convertirlo en arte o una tragedia sin gracia; pintar toda tu habitación de negro y dibujar un universo o solo dejarlo sin mancillar, puede ser tu color favorito en la vida o el color de tus desgracias. —Abrió un ojo, solo para encontrarse con que David aún no había levantado la cabeza. Se veía demasiado pensativo sentado en ese sofá—. ¿Otra vez intentas enseñarme algo nuevo, David? Primero tendrías que descubrir, qué no sé y luego, qué sabes tú con tanta facilidad para enseñarme a mí.
—Todo lo que conozco de ti es cuando hablas de esta forma tan madura y... ni siquiera me dice algo importante de ti.
—Al final, la vida jamás ha sido de color rosa; es, de hecho, el color que tú decidas darle para representar tu felicidad. El que haya sido rosa por tantos años, a lo mejor, habrá sido en honor a la primera persona que lo expresó de esa forma y cómo sabrás: Donde va Vicente, ahí va la gente. —Giró el cuello mientras presionaba los labios en espera de evitar sonreír y burlarse de su sobrino—. David, se lo dije a Rubén y te lo diré a ti: Ya no me voy a matar, no hasta que me aburra totalmente.
—¡¿Cómo puedes decir eso tan desinteresadamente?!
—Bueno, porque verás, cuando me quise suicidar hace siete u ocho años atrás lo hice porque ya no había nada en este mundo para mí.
—¿Y tu familia?
—¿Qué familia, David? —Lo observó con seriedad—. No me digas que hablas de tu familia. Si es así, te aseguro que de haberme muerto tú no sabrías quién fui. No me habrían mencionado porque hubiese sido más fácil no hacerlo.
—Pero ¿y tu empresa? ¿No tenías ambiciones que cumplir?
—Para eso existen los reemplazos, David. L'amore no se va a caer en un día solo por mí... —Suspiró con pesadez, solo para estirarse y buscar otro pedazo de pizza—. Mira, mejor deja de buscar una pregunta para mantenerme, que tarde o temprano, estés listo o no, todo lo que vive tiene que fallecer y yo sigo pensando que prefiero irme cuando ya no haya nada interesante.
—Entonces, te preguntaré qué hay de interesante ahora que no hubo antes.
—¡Vaya, eso está mucho mejor! —Al tomar la caja y buscar el pedazo más grande, esbozó una sonrisa para luego dirigir su atención y la pizza hacia David—. Por supuesto, eres una de las cosas más interesantes que hay por ahora —respondió, incitando en que agarrase un trozo—. No te sientas tan especial, que Rubén siempre es el primero en la lista porque llevamos casi toda nuestras vidas juntos; después de todo, es mi mejor amigo y es el imbécil que cortó la soga ese día. Ahora viene todos los días para ver que siga vivo.
—¡¿Qué?! —Ya no pudo comer con solo escucharlo—. ¿Te pensabas ahorcar?... ¡Espera, no puedo creerlo, pero ¿cuántos años tiene?!
—¿Cuántos calculas?
—Unos veinticinco a lo mucho.
—David, tiene cuarenta y siete —respondió entre risas—. Que se cuida muy bien, es otro tema. Gustavo es el veinteañero, creo que fue el mes pasado que cumplió los veintiséis. No me hagas caso, no me acuerdo, pero por ahí iba.
—Dulce Señor, tú y él se van a hacer inmortales si se siguen comiendo los años.
—Nos comemos otras cosas —admitió con picardía, atrayendo la mirada hostil de David—. ¡Pues sí, los pepinos para nuestras mascarillas faciales, David! Tener este bellísimo rostro toma trabajo y tiempo, sobrino.
—Deja de pervertirme la mente y... —Se mantuvo cabizbajo, observando el trozo de pizza en sus manos—. Lucas, no te vayas a suicidar, por favor; aunque hayan pasado años desde la última vez y yo te mire bien en este momento, ahora eres de mi familia y no quiero que te pase algo.
—No hables, si luego vas a cambiar de opinión —comentó con cierta molestia, retirando las aceitunas para comerlas a parte—. Antes, no me querías; ahora, sí me quieres, pero mañana podrías gritarme hasta de lo que me voy a morir.
—Yo no haría eso, Lucas —articuló con seriedad, fijando su mirada en el gesto de Lucas; este había fruncido los labios.
—Te conozco mejor de lo que te conoces tú, porque eres tan transparente, David. —Mantuvo la cabeza baja y centró su mirada en él—. Eres tan hipócrita. Un día me vas a odiar y pedirás que me mueras; solo espero que tengas el coraje de decírmelo en la cara y no a mis espaldas.
[. . .]
Jonatán observaba enamorada el número escrito en su brazo, esperando llegar pronto a casa para anotarlo en sus contactos. Para ella, había sido un gran día.
Luego de cantar Miguel tuvo que irse con sus amigos, lo último que Jonatán escuchó fue que irían al cine. Para mantenerse en contacto Miguel apuntó su número de celular en el brazo de Jonatán; ya que ninguno tenía papel a mano y porque Jonatán lo sugirió al ver la prisa que tenían los amigos de Miguel. Después de eso, Saúl y ella fueron a su próxima parada que era el centro comercial, ya que una de las tiendas llamó a Saúl para que llegase –la dueña era muy buena amiga de él–.
Al llegar, Jonatán fue a revisar los hermosos vestidos que habían visto el día anterior. Compró algunos, pero su mesada se fue más en las medias y los tirantes que llamaron su atención. A pesar de que estaba curioseando, entre los estantes, sintió una fuerte atracción que crecía entre más se acercaba; fue jugando frío o caliente para encontrar la ubicación que su corazonada guiaba.
Al final, en una esquina, encontró un vestido de color rosado y lunares blancos. Tenía una gran pinta de ser para una lolita; pero era imposible para Jonatán rechazar el hermoso tono rosado, el cual combinaba perfectamente con los listones de sus medias.
—Disculpe, ¿cuánto cuesta este? —Preguntó entusiasmada regresando con la dueña.
—¡Oh, qué bueno que encontraste algo que te gustase! Ayer que vinieron les iba a decir que por la compra de tres vestido, se llevaban uno gratis, pero se fueron tan rápido que por eso le pedí a Saúl que viniese.
—¿Por qué no vas a probartelo? —Sugirió Saúl, regalándole una sonrisa amistosa—. Nosotros esperaremos aquí.
Casi de forma instantánea se retiró a los vestidores recordando que llevaba puesta sus medias. Cuando se encontraba nuevamente en bóxer se dio un momento para apreciar el vestido en su gancho y emocionarse porque se vería bien con sus medias.
—Ya volví —murmuró tímida y contenta, con las manos juntas como si fuese una posición de rezo—. ¿Qué tal me veo?
—¡Niña, estás hermosa! —Exclamó la señora con una sonrisa.
—¿Viniste con las medias puestas? —Interrogó Saúl al ver lo bien que combinaban las cosas. Jonatán asintió penosa—. Te ves increíble. Nunca pensé que te gustarían esa clase de vestidos, pero bueno, no sé nada de moda.
—Aún no ha crecido mucho —murmuró al tomarse un mechón de cabello—. Me gustaría tenerlo mucho más largo, para poder experimentar nuevos peinados.
—Tranquila, preciosa, vamos a ponerte una linda peluca para que te puedas ver en el espejo por mientras —comentó la vendedora, buscando en una caja detrás del mostrador—. ¡Aquí está! Deja que te la acomode y podrás irte a ver en el espejo.
Cuando Jonatán sintió el cabello largo cayendo por sus hombros, no pudo evitar tomar uno y jugar un poco con el mechón. La animaron a observarse nuevamente en el espejo. De camino al más cercano sintió escalofríos en su espalda, con el temor de que, tal vez, no se vería bien luciendo una peluca.
—¿Qué te parece? —Saúl postró sus manos en los hombros de Jonatán, luego de verla congelada frente al espejo.
—Ahí estoy yo... —Murmuró bajo aún sin poder creer lo bien que se veía—. Papá Saúl, mira, ahí estoy, ahí estoy. —Apoyó sus manos contra el espejo notando que sus lágrimas estaban por derramarse—. ¡Aquí estoy, papá Saúl!
—Felicidades, preciosa. —Aplaudió la señora con una sonrisa. Se veía nostálgica y no demoró mucho en acercarse a Jonatán—. Me hubiese gustado que mi hijo... pudiese haber estado aquí. No es por generalizar, pero quiero creer que ambos pudieron haber sido muy buenos amigos.
Jonatán no dudó en abrazarla con escucharla expresarse tan triste por su perdida. A pesar de que la peluca se le desacomodó, Jonatán estaba feliz por hacer sentir a la dueña de la tienda más acompañada.
El día anterior, con solo escoger el primer vestido que deseaba comprar la señora sonrió melancólica y ayudó a Jonatán a probarse varios atuendos. La misma le obsequió un par de calcetines con dos franjas celestes, dos rosadas y una blanca. Un obsequió que le pertenecía a su difunto hijo, pero que desafortunadamente, no alcanzó a recibir tras su asesinato.
[. . .]
Jonatán decidió salir vestida de la tienda, probar su nueva peluca y pasear cómodamente. Le gustaba la combinación tan tierna que consiguió con el conjunto, tanto que deseaba llegar a casa y mostrarle a sus amigos, y a su familia su nueva ropa.
Algunos chicos la observaron cautivados ya que en la ciudad las lolitas eran muy populares; no obstante, una hostil mirada por parte de Saúl lograba que abortaran la misión de intentar coquetear. Él se tomaba demasiado en serio su papel paternal, así como su novia, mimaba demasiado a Jonatán cuando salían los tres juntos.
—No estuvo tan buena. —Jonatán escuchó a lo lejos la voz de Miguel—. Hey, tenías razón de que debimos escoger la otra película.
—Miguel, por cierto, ¿quiénes eran esos chicos con los que estabas? —Consultó uno de sus amigos.
—¿Acaso no es él mismo, ese que viene hacia nosotros? —Añadió un segundo.
—¡Hey, Saúl! —Miguel levantó el brazo sacudiéndolo para llamar su atención. Decidió desplazarse hacía ellos en su silla.
—Jonatán, puedes irte si quieres. Aún no tienes que presentarte con él, si no te sientes segura.
—No hablaré... pero quisiera quedarme.
—Intenta quedarte cerca de mí —susurró al verlo aproximarse.
—¡Hey! Pudiste haberte ido conmigo si íbamos al mismo centro comercial.
—Disculpa, no sabía que irías a este, de saberlo hubiera aceptado el aventón —habló con naturalidad, antes de chocar las manos con Miguel—. Aún te escuchas afónico después de cantar.
—Hey, a todo esto, ¿en dónde está Natt? —Bajó su mirada tratando de buscar a Jonatán. Al verla, su mirada se amplió con sorpresa.
—Miguel... —Saúl dio un paso hacia adelante para poder cubrirla.
—Lo siento, ¿me quedé observando mucho? —Desvió la mirada de vuelta hacia Saúl—. Hey, disculpa, no fue mi intención observar a tu novia de esa manera, simplemente, que es muy bonita, pero ¡no lo malinterpretes, por favor!
—¡No, calma! —Se rio al verlo tan asustado, aunque fue un alivio que dejase de ver a Jonatán tan fijamente—. Es una amiga. Mi cita es más tarde.
—Lo siento, hey, por si te incomodé. —Se dirigió hacía Jonatán con una sonrisa sencilla—. ¿Cómo te llamas?
—Ella es... Josselyn —respondió rápido, soltando una risa nerviosa—. Ah, sí, dejé a Jonatán en su casa antes de venirme y me encontré a mi amiga de paso... Es sorda, Miguel, no hablará —murmuró seguro de su mentira, volviendo a llamar su atención.
—Hey, iremos a comer, ¿nos quieren acompañar? —La sorpresa de Saúl fue darse cuenta que Miguel tradujo la pregunta a lenguaje de señas.
—Sí, claro... —Respondió por ambos con cierto nerviosismo—. ¿Por qué no?
Saúl se sentía demasiado nervioso sentado alrededor de jóvenes universitarios. Jonatán, en cambio, solo se dedicó a comer en silencio y a ver las señas de Miguel, cosa que no pudo evitar poner más nervioso a Saúl. Ninguno de los dos sabía qué estaba diciendo Miguel, pero su insistencia en conversar con Jonatán era frecuente.
—Ya me tengo que ir. —Anunció Rafael, uno de los amigos de Miguel, antes de levantarse—. Tengo clases de violín y de todas formas... Víctor, Miguel, ¿no se supone que iban a comprar un libro?
—¡Demonios! —Gritó Víctor sumamente preocupado al recordarlo—. ¡Miguel, ¿por qué te olvidaste de comprar el libro antes de que entraramos al cine?! ¡Mañana vamos a examen!
—¡Adiós, jóvenes ilustres! —Rafael se despidió entre burlas, luego de haberle regalado un manotazo a sus dos amigos.
Miguel fue el primero en abandonar el área de comida pidiéndole a Saúl y a Jonatán que los acompañase. Los cuatro corrieron por los pasillos en búsqueda de la única librería que poseía el centro comercial. Cuando Saúl y Jonatán alcanzaron al par de chicos, los encontraron haciendo un dramático sollozo porque la librería estaba cerrada.
—¿Tienen una clase de lectura? —Saúl se acercó a preguntar.
—Es la clase de español general y teníamos que comprar Los Miserables para una prueba de mañana —Miguel expresó desesperado.
—Bueno, yo tengo el libro, pero me tengo que ir a casa y...
—¡Nosotros los dejamos! —Suplicaron al unísono.
—¡Vámonos, no hay tiempo que perder! —Víctor fue el primero en echarse a correr.
Miguel avanzó con lentitud por los pasillos para no dejar atrás a Jonatán, al ser la única que se estaba quedando atrás –esto por la peluca–.
Una vez que estaban afuera Víctor sonó el claxon del vehículo y ellos se acercaron. Miguel no tuvo dificultad en subirse, pero su amigo tuvo que bajarse para meter la silla dentro de la parte trasera donde estaban Saúl y Jonatán.
Miguel, al recordar la fiesta, le dio la dirección a Víctor de la casa de Lucas. No demoraron mucho con la prisa que tenían por conseguir los libros prestados.
—¡Tío Lucas, tío Lucas! —Jonatán habló asfixiada, una vez que entró a la casa. Levi junto a David estaban sentados en el sofá cuando lo vieron.
—¿Sí...? —Lucas quedó impresionado con su atuendo, en cuanto alzó la cabeza para verla—. ¡Te ves hermosa!
—¡No hay tiempo ahora que perder! —Saúl gritó al borde de la desesperación. Había mentido demasiado en una sola noche—. ¿Tienes el libro de Los Miserables?
—¿Cómo lo quieres? ¿En español? ¿Inglés? ¿Francés? ¿Con comentarios de otros escritores o sin ellos? Tú dime.
—Préstame dos por favor... En español, no importa si tienen comentarios.
—Aquí están. —Ni siquiera vio el estante cuando sacó dos libros y se los entregó.
—¡Gracias!
Saúl y Jonatán regresaron para dejar los libros. Víctor tenía el motor rugiendo en cuanto vio que se estaban acercando; solo necesitaba ver los libros dentro de su auto y sería suficiente para marcharse.
—Gracias, nos has salvado el pellejo —Víctor habló apunto de arrancar.
—Esos libros no son míos, son de Lucas, el dueño de la casa, por eso quisiera que tuviesen mucho cuidado con ellos y los devuelvan cuando acaben.
—Descuida. —Sonrió Miguel—. Prometo que los vamos a devolver mañana después del examen. Hey, te lo prometo.
—Hasta luego. —Saúl se separó del auto y se despidió con un gesto de la mano. Jonatán hizo lo mismo, llamando la atención de Miguel.
—Hey... —Miguel se impresionó extendiendo su brazo hacía Jonatán con una sorpresiva mirada—. Natt... —Pudo decirle.
—¡Vamonós! —Gritó Víctor acelerando rápidamente.
Saúl y Jonatán se quedaron congelados en su lugar, viendo desaparecer el auto por el horizonte de la residencial.
—¿Te encuentras bien? —Saúl interrogó preocupado al verla decaída.
—Creo que perdí mi oportunidad con Miguel... —Con palabras entrecortadas respondió al verse el brazo, con el número escrito.
En el carro de Víctor estaban transmitiendo una sección de canciones pasadas. Ambos estaban en silencio escuchándolas, hasta que sonó la que Miguel había cantado con Jonatán esa misma tarde.
Se quedó en trance unos momentos pensando en la situación que acababa de pasar, pero cuando volvió en sí, cambió de emisora al pensar en ella.