En los vastos confines del universo, el destino de cada ser viviente en el universo estaba profundamente entrelazado con su alma.
Era este ente inmortal, lo que moldeaba no solo la personalidad, sino que también influía en aspectos tangibles como la apariencia física, los talentos innatos e incluso la suerte se determinarían antes de nacer por el alma. Es por esto que se podría decir que el destino de cada ser viviente, estaba escrito antes de dar siquiera su primer aliento, determinando el curso de su existencia desde el momento de su concepción.
Además, en la inmensidad del Universo, siempre existía un alma maldita. Esta existencia estaría siempre condenada a un eterno sufrimiento y dolor, nunca pudiendo experimentar ni siquiera el más mínimo destello de felicidad o consuelo.
Los que alguna vez habían portado esta maldición no conocían la paz, atrapados en cuerpos defectuosos, perseguidos por la peor de las suertes, y ni una sola de esas almas malditas había logrado escapar de su cruel destino.
Pero entonces...
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Primera vida
Un adolescente que parecía tener 13 años jadeaba intensamente, era tan delgado que sus huesos sobresalían. Él, al igual que muchos otros esclavos, se dedicaban a realizar trabajos pesados para un rey tirano.
Su educación era tan ineficiente, que ni siquiera sabía hablar, su vida estaba plagada de abusos y malos tratos.
Los esclavos eran separados de sus familias a edad temprana, por lo que ni siquiera los recordaba. Todo lo que sabía, era que tenía que cumplir con sus labores o de lo contrario, sería azotado hasta quedar en un estado lamentable.
Además, para su desgracia había nacido con un cuerpo enfermizo, por lo que realizar sus tareas diarias, era extremadamente difícil para él. Al final su cuerpo débil y maltratado no pudo soportar más soltando los ladrillos que soportaba, dejándolos caer en el suelo.
—¡Crack! — el sonido de los ladrillos quebrándose, alertaron a un guardia que los supervisaba.
Con una mirada cargada de desprecio, el guardia sacó un látigo. Las pequeñas púas del arma se clavaron en la piel del joven, arrancando gritos desgarradores que resonaban por el campamento. El dolor lo abrumaba mientras intentaba cubrirse, pero era inútil.
Poco después el guardia pareció cansarse y se retiró
Las heridas en su cuerpo eran extremadamente graves y sangraban profusamente, al cabo de unos minutos exhaló su último aliento.
Segunda vida
Un bebé nació, al igual que cualquier niño el no podía entender nada de lo que pasaba, su rostro inocente, miraba su entorno, pero extrañamente no había nadie cerca de él.
Estaba solo en una cesta, no había ningún rastro de sus padres.
Aparentemente era un niño normal, pero en sus ojos se reflejaba un sentimiento que era extraño en un infante recién nacido.
Era miedo, su último recuerdo era haber muerto en un dolor intenso, pero ahora se encontraba en un lugar desconocido sin entender nada. Lastimosamente, los primeros en acudir a su llamado fueron un grupo de mercenarios.
El niño creció criado como uno de ellos, pero como tenía un cuerpo débil al igual que antes, era maltratado y usado como carne de cañón.
Su cuerpo era débil e incapaz de soportar las brutales demandas de la vida mercenaria, por lo que antes de que cumpliera la mayoría de edad, fue herido de gravedad en una las campañas de los mercenarios.
Al igual que la primera vez, su muerte transcurrió dolorosamente sin que a nadie le importara.
Tercera vida
Esta vez estaba en el laboratorio de un mago malvado. Él había resultado ser un sujeto de prueba para ser usado en sus malévolos experimentos.
Día tras día, su cuerpo era desgarrado por experimentos inhumanos. Cuchillas lo cortaban, martillos lo destrozaban, y su carne era arrancada de sus huesos en nombre de una ciencia oscura y depravada. El dolor era constante, el sufrimiento interminable. La muerte, cuando finalmente lo alcanzó, fue un breve respiro, pero no más que una pausa momentánea en su eterno ciclo de tormento.
Al igual que en las vidas anteriores, murió solo, sin pena ni gloria, en una fría mesa, desechado como si fuera basura.
Cuarta vida...envenenado.
Sus venas se llenaron de un veneno lento y corrosivo, lo que le provocó una agonía insoportable mientras su cuerpo se consumía por dentro.
Quinta vida...quemado vivo
Las llamas devoraron su carne, el fuego lo envolvió en una tortura implacable, y sus gritos de dolor resonaron en los cielos antes de que la oscuridad lo acogiera.
Sexta vida...devorado por bestias salvajes.
El terror le arrebató la cordura mientras las garras y los colmillos despedazaban su cuerpo, convirtiéndolo en un banquete para las criaturas de la oscuridad.
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Trigésima quinta vida...contagiado por un virus mortal.
Su piel se marchitó, sus órganos fallaron, y su respiración se apagó en una agonía lenta y sofocante.
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Nonagésima octava vida... suicidio.
Cada vida que sufría era atroz y para este individuo que recordaba cada una de ellas, su existencia era un interminable ciclo de dolor. Debido a eso, para cuando llegó a su nonagésima octava existencia, el peso de los recuerdos y el sufrimiento lo llevó al suicidio, un intento desesperado por escapar de un tormento que sabía que no tenía fin.
Sin embargo, incluso esto fue inútil. La muerte, en lugar de ser el final, solo trajo consigo un nuevo renacimiento, una nueva vida de sufrimiento que él ya sabía que no podría evitar.
De sus varias vidas él había entendido que no importaba lo mucho que lo intentara, su destino siempre estaría ligado a la desgracia.
Además, él había notado que en cada una de sus vidas, siempre habían dos cosas que no cambiaban.
En primer lugar, es que siempre estaría solo, su madre siempre lo abandonaría en el momento de su nacimiento o moriría durante el parto.
En segundo lugar, su cuerpo siempre sería débil y sin ningún talento. Por lo cual no importaba cuanto se esforzara, el éxito y la felicidad siempre estaban fuera de su alcance, burlándose de él con cada nuevo fracaso.
Debido a eso, este ser extremadamente lamentable, solo tenía un deseo.
Quería dejar de existir para detener este eterno tormento. Pero incluso eso le era negado, ya que mientras que para otros la muerte era el final de todo, para él solo sería el inicio de un nuevo ciclo de desgracias.
Era por todas estas experiencias que el había aprendido a ser solitario, desconfiado y melancólico. La idea de conexión o afecto le era tan ajena como la felicidad misma.
Fue por eso que cuando su siguiente vida comenzó, no tenía ni una pizca de esperanza de que nada vaya a cambiar.
Su alma, fatigada y rota, solo albergaba pensamientos pesimistas y desesperanzadores. Por lo que estaba convencido de que nada cambiaría en este nuevo ciclo de desgracias que estaba a punto de comenzar.
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—¡Oh! ¿Acaso no es ese el legendario oráculo Arslan, el cual es capaz de ver el futuro? —susurró una voz entre la muchedumbre.
—Tienes razón es él, se dice que sus predicciones nunca han fallado, gracias a su ayuda hemos podido evitar grandes desastres en el pasado —respondió otra.
—Mira es el señor oráculo mami —exclamó un niño entusiasmado.
—No crees que el señor oráculo se ve cada vez más guapo, es una lástima que sea casado —murmuró una joven.
En una concurrida calle de una ciudad de aspecto medieval, varias personas profesaban innumerables elogios mientras veían a un hombre alto y apuesto pasar.
Tenía una larga cabellera que caía sobre sus hombros, su rostro esbozaba una expresión serena que le daba un aire de madurez. Su tez era tersa y suave, reflejando su juventud que aún no había alcanzado los 30 años.
Una Mujer se acercó a él y lo saludo.
—Señor Arslan —dijo, haciendo una pequeña reverencia —Muchas gracias por su consejo del otro día, me temo que si no le hubiera hecho caso, habríamos sido arrastrados por el desborde del río, por favor permítame retribuirle de alguna manera —dijo la mujer mientras sacaba una bolsa de monedas.
El hombre levantó la palma de la mano, rechazando amablemente el ofrecimiento. —No es nada, solo requirió un pequeño esfuerzo de mi parte, no es necesario que me lo pague.
La mujer suspiro debido a que conocía bien el carácter del oráculo y sabía que, aunque insistiera el se negaría a aceptar su presente.
—Bueno, si hay algún asunto en el que pueda ayudarlo por favor no dude en pedírmelo. Ah cierto, ¿Es verdad que pronto nacerá su hijo? — preguntó la mujer con curiosidad.
Cuando escucho la pregunta de la mujer una sonrisa radiante se dibujó en la cara de Arslan y dijo con entusiasmo — Si, es verdad, Ters ya tiene 8 meses de embarazo y pronto tendremos a nuestro segundo hijo.
—¡Qué noticia tan maravillosa! Me alegra mucho escuchar eso. No le quito más su tiempo, señor Arslan. Que tenga un buen día —se despidió la mujer con una inclinación respetuosa antes de retirarse.
Arslan continuó su camino por las calles de la ciudad, saludando a las personas que lo reconocían y agradecían sus servicios. Después de caminar un rato, llegó a una lujosa casa, decorada con detalles elegantes
—Ters, ya volví.
—Cariño, regresaste temprano —respondió una bella mujer mientras se apresuraba a acercarse para recibir al hombre con un beso apasionado.
—¿Dónde está la pequeña Miri?
—Ella estuvo jugando todo el día por lo que se durmió temprano —respondió Ters con ternura.
—Ters, creo que ya es hora de realizar el asunto del que hablamos.
—¿Te refieres a la adivinación de la suerte para nuestro bebé, cierto? Pero no creo que sea realmente necesario, después de todo, tu mismo has dicho que la suerte de los miembros de una misma familia tiende a ser similar, así que es probable que tenga una gran suerte como Miri.
—Tienes razón, pero aún así es una tradición familiar que se debe realizar a todos los bebés que estén por nacer.
—Bueno, si insistes— luego de decir estás palabras ella se recostó en un mueble, mientras se destapaba la región del abdomen.
Arslan puso la palma de su mano sobre la piel desnuda de su esposa, mientras recitaba una serie de palabras que parecían un conjuro mágico. Unas runas míticas aparecieron en la palma de Arslan, mientras se concentraba.
Este procedimiento era uno que había realizado cientos de veces y era una de las técnicas de adivinación que había heredado.
La familia de Arslan era famosa por tener a los mejores adivinos, dónde él era reconocido como el mejor de todos, habiendo realizado predicciones increíbles, como el momento de la erupción de un volcán, los 3 años de sequía o incluso la llegada de una guerra civil.
Gracias a estas predicciones los pobladores de la ciudad pudieron tomar las medidas correspondientes minimizando sus pérdidas. Era por esto que para Arslan que estaba acostumbrado a predecir el destino de un reino, verificar la suerte de un niño era pan comido. Pero...
—¿Q....qué demonios? —exclamó Arslan, su voz temblando de una manera que nunca antes se había escuchado. Su rostro palideció y su cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente.
—¡Cariño! ¿Qué sucede? ¿Estás bien? —preguntó Ters, alarmada por la reacción de su esposo.
Arslan permaneció en silencio, sus ojos fijos en el vientre de Ters, reflejando una mezcla de horror y desconcierto. Pasaron varios minutos antes de que pudiera recobrar la compostura.
Finalmente, con voz grave y preocupada, habló —Esto es muy malo Ters, la suerte del alma de éste niño es horrible, en todos mis años e visto la suerte de innumerables personas pero incluso la más desgraciada de ellas es 10 veces más afortunada que esté niño, se podría decir que su suerte es prácticamente inexistente, es tan mala que es capaz de destruir a cualquiera que intente ser bueno con él.
La tez de Ters se ensombreció cuando escuchó estás palabras. Ella era la que más fe tenía en las predicciones de Arslan, por lo que no pudo evitar caer en la desesperación—¿Qué? No puede ser... ¿No me digas que su suerte es de gran calamidad?
Los adivinos tenían un sistema que les permitía cuantificar la suerte asignándole un valor, según este sistema la suerte podía clasificar como "Gran calamidad" de 1 a 5, "Calamidad" de 6 a 10, "Desgracia andante" de 11 a 15, "Abandonado por Dios" de 16 a 20, "Desafortunado" de 21 a 30, "Común" de 31 a 40, "Afortunado" de 41 a 50, "Bendecido por Dios" de 51 a 60, "Fortuna andante" de 61 a 70 y "Semi-Dios de la suerte" de 71 a 80.
—Me temo que es aún peor. Incluso una gran calamidad estaría en mejor posición. Si tuviera que asignarle un número a su suerte... sería cero.
—No, eso no es posible— dijo Ters derrumbándose de rodillas.
Este sistema de cuantificación de la suerte tenía efectos tangibles y profundos en la vida de las personas. La suerte influía en cada aspecto de la existencia, desde la salud y las relaciones hasta las oportunidades y los logros personales.
Por ejemplo, una persona con una suerte "Común" (31-40) podría llevar una vida relativamente estable, enfrentando los altibajos normales de la existencia. Podrían encontrar un trabajo decente, formar una familia y experimentar tanto éxitos como fracasos moderados a lo largo de su vida.
En el extremo superior, los raros individuos clasificados como "Semi-Dioses de la suerte" (71-80) parecían desafiar las leyes de la probabilidad. Podían sobrevivir a catástrofes inexplicablemente, hacer fortunas de la nada, o lograr hazañas que rozaban lo milagroso. Sus vidas eran objeto de leyendas y a menudo cambiaban el curso de la historia.
Los casos de "Gran calamidad" (1-5) eran extremos. Estas almas desafortunadas parecían atraer el desastre no solo a sí mismas, sino a quienes las rodeaban. Pueblos enteros podían sufrir sequías tras su llegada, o verse envueltos en guerras aparentemente provocadas por su mera presencia.
Es por esto que la idea de un alma con suerte "cero", como la del hijo de Arslan, era algo inaudito. Implicaba una existencia más allá de la calamidad, donde cada momento estaría teñido de sufrimiento y desesperación, y donde incluso los actos más benevolentes hacia esa persona podrían resultar en consecuencias catastróficas.
—Pero cariño ¿No dijiste anteriormente que se podía luchar contra la mala suerte? — dijo Ters con un rayo de esperanza en sus ojos.
—Eso es cierto, uno podría luchar contra su suerte con esfuerzo oponiéndose a su destino, pero mientras mayor sea la mala suerte, la cantidad de esfuerzo que se requiere aumenta a pasos agigantados, me temo que en éste casó ni siquiera si combinamos todo el esfuerzo del pueblo, nunca lograremos un buen resultado.
—No puede ser— dijo Ters, sus palabras estaban cargadas de dolor mientras acariciaba su vientre, las emociones la abrumaron cuando se desmayó de repente.
—¡Ters! — Arslan gritó mientras sostenía su cuerpo, examinando su condición.
Tras asegurarse de que solo se había desmayado suspiró con alivio y la llevo a la cama de su habitación, en cuyo costado dormía una niña acurrucada en una pequeña cama. Arslan sabía que esta pequeña tenía el sueño extremadamente pesado, por lo que no se preocupó por qué se despertara.
En la penumbra, Arslan permaneció sentado, contemplando el techo con una expresión llena de angustia. El tiempo pasó lentamente, y después de una larga reflexión, Arslan sacó de su bolsillo un pequeño frasco. Sus ojos lo miraron con una mezcla de tristeza y resignación.
Dentro de ese frasco el guardaba una píldora creada a través de varias plantas abortivas.
Originalmente él llevaba está píldora, por el extremadamente raro caso de que se encontrara con algún bebé con una suerte de "Calamidad" o "Gran Calamidad", en ese casó les explicaría a los padres la situación y les daría la píldora, dejando la elección en sus manos.
Pero en todos los años que llevaba de adivino jamás se había presentado tal situación, por lo cual nunca había llegado a dar está píldora a nadie.
Nunca imagino que algún día sería él quién tendría que hacer esta horrible elección. Habiendo experimentado la alegría de ser padre, él no quería asesinar a su hijo, pero sabía que si no lo hacía el resto de su familia podría afrontar un peligro enorme.
Él miró a su esposa inconsciente y recordó con cuánto cariño se acariciaba el vientre mientras esperaba por su hijo que aún no había nacido. Arslan que la amaba profundamente no quería hacer algo que le causara el más mínimo dolor, pero si no hacia algo todos estarían en peligro.
—Solo me queda usar esto —murmuró, contemplando la píldora con pesar. Sentía una opresión en el pecho, como si el destino mismo lo estuviera asfixiando.
Aun así, el decidió volver a analizar el alma del niño para asegurarse de que no se había equivocado. Él colocó la mano sobre el vientre de su esposa mientras se concentraba. Él nuevamente examinó el alma del pequeño bebé, ahora que estaba más preparado logró notar una serie de cosas extrañas en esta alma.
«¿Qué, por qué hay tantas memorias en su conciencia?»
Arslan nunca antes se había sentido tan asombrado, él había examinado numerosas almas en el pasado pero nunca había visto un individuo con tantas memorias. Además, un pequeño niño que no había nacido no debería de tener el más mínimo recuerdo, debido a que las almas en cuanto morían, serían limpiadas y reformadas de acuerdo a su karma.
Es decir que nadie estaba destinado a una eternidad de sufrimiento, ya que al ascender al purgatorio su alma sería reformada cambiando todas sus características.
Por ejemplo, si una persona nacía con la peor de las suertes y moría en la miseria, acumularía una gran cantidad de karma positivo, por lo cual lo más seguro era que en su próxima vida renacería con la mejor de las suertes.
En este proceso de reforma, el alma perdería todas sus memorias cuando volviera a renacer. Pero entonces por qué este niño tenía tantos recuerdos. Arslan no pudo llegar a una respuesta, así que decidió hacer algo que estaba en contra de su ética y examinó los recuerdos.
Una serie de memorias lo golpearon con la fuerza de una montaña, mientras imágenes de las memorias de casi 100 vidas se derramaron sobre su cerebro. Su cuerpo tembló intensamente, mientras veía lo que era la verdadera miseria. Él podía sentir la tristeza, el dolor, la frustración y sobre todo la soledad que consumía el alma de éste niño.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos incontrolablemente. No era solo un llanto superficial, era un lamento del alma, un dolor que jamás había experimentado. Cada vida que veía estaba marcada por un sufrimiento indescriptible, una miseria tan profunda que parecía desafiar cualquier lógica del destino.
En todas estas vidas sufría intensamente por las circunstancias del destino, era insultado, lastimado y ultrajado de diferentes maneras.
Nunca fue libre de divertirse, nunca nadie le dirigió una sonrisa, nunca tuvo un padre que lo protegiera, ni una madre que lo llenara de amor.
Estaba atrapado en un ciclo sin fin de dolor, en una absoluta soledad.
Arslan se derrumbó en el suelo abrumado por las intensas emociones.
—Como puede ser el cielo tan injusto con este niño— dijo mientras las lágrimas se derramaban de sus ojos.
Se sentía abrumado, impotente. Jamás había imaginado que un alma pudiera sufrir de tal manera, atrapada en un ciclo interminable de dolor y desesperanza. A cada instante, Arslan era testigo del horror y la agonía de esas vidas, y no podía comprender cómo el destino podía ser tan cruel.
—No... no creo que haya nadie que merezca una tortura tan brutal —dijo en voz baja, sus palabras ahogadas por el llanto.
Por un momento, él no sabía que debía hacer, pero entonces un recuerdo atravesó su mente.
—El deber de un padre es proteger a su familia por encima de todo.
Esa era la última frase que le había dicho su padre, antes de sacrificar su vida para salvarlo del ataque de unos bandidos.
Para Arslan ese era uno de los momentos que habían marcado su vida. Aún recordaba la expresión firme de su padre cuando le decía esas palabras.
De pronto una furia sin precedentes se empezó a surgir de su corazón.
—Es cierto, como padre de este niño no puedo abandonarlo.
«¡ROMPERÉ ESTE CICLO!» pensó con determinación inquebrantable, mientras su voluntad surgía como la erupción de un volcán. Arslan había tomado una decisión.
Con su mente clara, comenzó a recitar una serie de palabras místicas en un susurro, concentrándose profundamente en el alma del bebé.
«Tomare tu suerte y te daré la mía, aunque solo podrá ser durante una vida, al menos podrás probar lo que es vivir normalmente»
Una luz brillante llenó la habitación, envolviendo a Arslan, su esposa por un minuto interminable. Las luces parpadearon y danzaron como estrellas en el cielo nocturno, antes de finalmente desvanecerse, dejando la habitación en silencio.
Arslan cayó de rodillas, agotado por el esfuerzo. Sentía su cuerpo pesado, como si hubiera entregado una parte de sí mismo en ese momento. Pero no había tiempo para descansar. Apenas había sellado la suerte del niño cuando el pánico lo invadió.
—No puedo quedarme aquí... si lo hago, solo les traeré desgracia —murmuró con voz rota, mientras su mente se aceleraba.
Él tomó un trozo de papel y escribió una carta apresuradamente, luego se giró para mirar a su esposa y su hija por última vez. Su corazón se rompió en mil pedazos, pero sabía que esta era la única forma de protegerlas.
Las lágrimas volvieron a brotar de su rostro cuando él se dio cuenta que nunca más volvería a ver sus rostros otra vez. Luego agarro unas cuantas cosas antes de partir sin ningún destino, sabía que esto era lo único que podía hacer si quería que su familia viviera bien.
Su figura se desvaneció en la oscuridad de la noche, mientras emprendía un viaje sin retorno, un sacrificio silencioso para proteger a quienes más amaba.