Chereads / El esclavo de la Bruja / Chapter 1 - 1. Algodón y Licor

El esclavo de la Bruja

🇪🇸AbdaSira
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Synopsis

Chapter 1 - 1. Algodón y Licor

Advertencia: Alto contenido sexual

1

Allí estaba. Por fin el día en que la conocería había llegado.

Lo planearon durante mucho tiempo tratando de cuadrar fechas para poder verse. Y sería el cuatro de septiembre, en aquel lugar: una finca propiedad de su familia. Ellos decidieron viajar la primera quincena vacacional, así que tenía todo el terreno para él solo. Un lugar apartado del bullicio de la ciudad, rodeado de viñedos y con alguna que otra propiedad privada a lo lejos. El sitio perfecto para su encuentro.

Así que allí estaba al fin. Nervioso. Ansioso.

Había llegado al lugar mucho antes con la intención de arreglar y acomodar la cita a su gusto y, planear sus movimientos. Más bien, decidir cuáles seguir, porque en su mente lo había imaginado cientos de veces.

Tumbado en el sofá del enorme salón de la finca, se dejó adormecer unos minutos con los recuerdos de sus encuentros digitales.

¿Cuándo fue que se conocieron? ¿En aquella fanpage? ¿O en el chat de Anime y Manga? No lograba recordar con exactitud.

Los amigos digitales van y vienen a gran velocidad. Al final, todos estamos en la red conectados por un interés en común. Entablar conversaciones que fueran más allá del fandom no solían tener mucho éxito, según su experiencia. Al final, se tornaba tediosa la conexión sintiendo que perdía el tiempo. Los antiguos modos de conocer gente estaban cambiando a pasos agigantados. Ahora, tus amigos se encontraban en Facebook y no en el salón de clases.

Sentía repulsión hacia la gente, en general. Por ese motivo, se había distanciado tanto de la "sociedad", y sin darse cuenta, se encontraba un poco solo.

Entre todo esto, conoció a AbdA y estableció un vínculo impensable para él. Las horas pasaban como inexistentes frente a su ordenador chateando con aquella mujer. Mucho más que chateando, en realidad.

En un principio decidieron no verse ni hablarse, solo escribirse. Y sus palabras… le dominaban. Empezando con un juego ficticio de roles, las situaciones se fueron volviendo más reales a cada encuentro.

Recordar algunas de las palabras que leyó, hacía que su entrepierna palpitase.

¿Y si no era ni siquiera una mujer? Podría ser. La gente miente constantemente en la red. ¿Y si lo fuera? Un hombre. ¿Cambiaría eso algo de lo que sentía por aquellas palabras embrujadoras?

El sol comenzaba a caer, la hora estaba próxima.

Sus nervios vibraban. Sobre la mesa tenía preparadas ya dos copas para celebrar su encuentro. El vino aireándose, y los preservativos bajo los cojines del sofá, de la almohada del dormitorio, dentro de la panera en la cocina…

¡Hostia!, sí que estaba nervioso. ¿Qué le diría al verla por primera vez? ¿Qué sentiría al escuchar su voz? Joder, necesitaba una copa.

Tratando de relajarse, se sirvió varios chupitos bien fríos de licor de orujo para templar su nervio. No sabía si el alcohol podría lograrlo, pero al menos eliminaría su timidez y le otorgaría algo de valor.

Al mismo tiempo que ingería otro trago, escuchó el timbre de la puerta principal. «Es ella», pensó. Golpeó la mesa con el pequeño trozo de cristal, tomó aire, y temblando un poco se dirigió a la entrada.

Frente a la puerta, no pudo evitar hacer una pausa antes de girar el manillar. El timbre volvió a sonar, y su corazón saltó. «Venga, valor...», se animó a sí mismo. «No importa su imagen exterior, su interior es irresistiblemente...».

No le dio tiempo a formular el final de la frase. Había abierto la puerta, y lo que sus ojos admiraron le dejó sin habla.

—Hola, "Gin de Axus"… —la escuchó murmurar en un tono coqueto indescriptible para él en esos momentos.

Su corazón latía a mil por hora. No supo qué decir. No quiso decir nada. Se abalanzó sobre ella tomándola con fuerza de la cintura para comenzar un beso intenso sin final.

Así, con sus cuerpos entrelazados, unidos por labios y lenguas, pasaron dentro de la casa. Los sonidos de sus bocas resonaban en aquella estancia tan amplia. Las manos de la mujer se habían introducido por debajo de su camisa y le acariciaban el torso, la espalda, los glúteos…, una y otra vez, intercambiando según sus cabezas giraban en torno a la comida de besos que estaban celebrando. Él hizo lo mismo. No llevaba sostén, tomando contacto directo con la piel de los pechos de algodón de aquella mujer.

Debió advertir la sorpresa del chico, y mientras masajeaba sus pezones erectos, ella le susurró al oído:

—Tampoco llevo tanga…

Estas cálidas palabras provocaron en el chico otra aceleración del pulso. Aspiró con fuerza, y agarrándola del trasero, atrajo más el cuerpo de la mujer hacia sí, alzándola para que sintiese con claridad el miembro excitado contra su sexo.

La llevó hasta el sofá donde la tumbó. Admiró por un instante su lujuriosa mirada, antes de comer de aquella fruta acuosa que ella le mostraba mientras se acariciaba.

—Prueba esto... —le decía relamiéndose.

Lo probó hasta saciarse, recogiendo su néctar con la lengua, de abajo a arriba, dibujando círculos con ella, introduciéndose un poco en su interior mientras los gemidos de placer inundaban sus oídos.

Emborrachaban sus sentidos.

Creyó que su entrepierna estallaría cuando escuchó cómo ella se corría muy sonoramente. Y no solo sus alaridos de excitación, sino también el rasgar de la tela y los botones saltando de su propia blusa que había destrozado en aquel impulso orgásmico.

Se desabrochó los pantalones. No podía más con la presión. La joven se incorporó para tomar sus manos y continuar ella misma. Le acarició primero por encima de la ropa interior, mientras le miraba desde abajo. La visión que tenía era excitante. Su boca entreabierta, sus labios turgentes, húmedos en todo momento. Ojos grandes, de un color claro, casi transparente. Su pelo rojo, enmarañado a esas alturas. El conjunto en sí se acercaba a la ficción. ¿Dónde había estado esa mujer antes?

Ahora él yacía en el sofá. Era su turno. Intentaba no cerrar los ojos; quería verla jugando con su pene erecto. Succionaba, jugueteaba con la lengua alrededor del glande. Lamía los testículos con soltura. Introducía por completo en aquella jugosa boca toda su virilidad repetidas veces, enloqueciendo los sentidos del chico. No solo resonaba su sexo.

—Diosa pelirroja —sus palabras gemían—, me voy a…—Trataba de frenarla un poco, pero no fue posible. Insistía con su lengua mientras murmuraba:

—Dámelo, quiero saborearte. Vamos , córrete. —No paraba de lamer. Sus manos la agitaban con ritmo—. Hoy quiero que nos corramos muchas veces…

Esa voz… Era tan femenina, tan dulce y sensual… Con esas palabras, él supo que practicarían sexo de todas las maneras en las que se habían escrito. Porque aquella situación era una.

2

Pensó que entre sesión y sesión beberían, charlarían, pero se equivocó. Tras correrse por primera vez, ella continuó quitándose las pocas prendas que le quedaban en un baile espiral. Movía la cintura y las caderas de una forma inimaginable, al menos para él. Como una acróbata. Cuando estuvo desnuda, de un salto se sentó en la mesa haciendo caer las copas que él había preparado. Abriose toda ella para comenzar a masturbarse frente a sus ojos. Se acariciaba los pechos, se humedecía los dedos con su flujo y luego los lamía con una lujuria extrema. Terminó tumbándose por completo sobre la mesa, donde acabaron teniendo otro orgasmo más.

3

Estaba empapado de sudor y sediento. Quiso ir a la cocina, beber agua y refrescarse un poco. También quería servir el vino que eligió para su encuentro, pero de nuevo, su plan fracasaba. La mujer lo había seguido y tan solo pudo tomar un sorbo antes de volver a beber directamente de su boca. Continuaban ambos desnudos y excitados. «Amigos míos, no sé qué tanto van a aguantar esta noche...», pensaba mientras se dejaba hacer. Su erección no había desaparecido en ningún momento.

Y duró mucho más. Y más dura cuando, tras humedecerlo, comenzó a frotarlo entre sus pechos. Él de pie, contra el fregadero. Ella agachada de cuclillas mientras sus suaves senos se deslizaban arriba y abajo, pronunciando palabras escritas en otros momentos. ¡Cómo le excitaban! ¡Cómo le controlaban! ¡Cómo cedía a ellas! Eyaculó sobre sus pechos de forma enérgica. Su cuerpo comenzaba a temblar, y su cabeza ardía.

—Vayamos a la ducha, quiero que me enjabones.

¡Lo que hubiese dado por un espejo más grande en el baño! Allí la tomó otra vez, frente al lavabo. Estaba tan húmeda que no hizo falta esfuerzo para poseerla desde atrás. Con intensidad. Así se lo pedía. «Dame más duro, más», él cedía enloquecido. Y volvía a correrse, ahora dentro de ella.

Esta vez tuvo que sentarse en el inodoro. La pelirroja, sin embargo, se metió en la ducha y comenzó a enjabonarse de una forma muy sensual, ignorándole. Frotaba cada rincón de su cuerpo blanco perla. El cabello mojado caía entre sus pechos como ríos de sangre. Balanceaba las caderas voluptuosas mientras acariciaba su coño depilado por completo, suave y terso, gimiendo con timidez. Como llamándole.

Esta orquesta musical volvió a erigir su poderoso miembro.

Posar sus manos tostadas sobre aquella piel tan pálida le producía morbo. Sin ni siquiera saber su origen, nacionalidad, ni nombre. Solo dos cuerpos conociéndose. Quiso acariciar su rostro con las manos. Tan suave como el resto. Observó sus ojos abiertos con detenimiento, creyendo perderse en ellos. «Son realmente transparentes». Esto pensaba mientras acariciaba con el pulgar el labio inferior, rojísimo también de la chica. Ella sacó su lengua y comenzó a lamerlo. Con su mano libre cortó la llave del grifo y la poseyó con lujuria contra los azulejos, provocando ecos en el cuarto de baño.

Ni siquiera recordó que los condones andaban cerca.

4

No faltaba mucho para que despuntase el alba. Algunos rayos ya comenzaban a iluminar el negro campo que rodeaba la finca.

Yacían en el dormitorio principal comiéndose el uno al otro. Las ventanas estaban abiertas y la brisa refrescaba sus cuerpos sudorosos. Tendido en una amplia cama de sábanas blancas, el bronceado mestizo; sobre él la pálida muchacha europea. En el cuarto no había penetrado todavía ninguno de esos débiles rayos de amanecer. Permanecían en la oscuridad devorándose. Concentrándose en el placer del otro, comunicándose, sincronizándose para un orgasmo compartido.

Otra vez, ella había bebido de él sin un atisbo de vergüenza o desagrado. En aquella posición Gin de Axus también tomó de su fuente tibia y salada. Caía en pequeños hilos sobre su boca.

Notó cómo ella temblaba levemente. Haciendo pausas. Conteniendo una risilla que fue cogiendo fuerza hasta tornarse en una carcajada. La chica cayó a un lado retorciéndose de la risa.

—¿Se puede saber de qué te ríes, mal bicho? —le preguntó riéndose un poco también.

Era contagioso.

—Mira. —Señalaba a la ventana—. Está amaneciendo.

La débil luz del alba comenzaba a perfilar la figura de aquella mujer que se acercaba gateando hacia él.

—He bebido de tu boca, he tomado de tu semen… y ahora…

El movimiento fue tan rápido que el hombre quedó paralizado. No se movió ni cuando sintió los colmillos penetrar en sus carnes, ni cuando ese dolor electrizante de succión parecía querer guillotinar su cuello. La separación fue dura. Lo hizo de forma brusca induciéndole tal dolor que al fin consiguió moverse llevando las manos a su sangrante cuello.

—...y ahora, tu sangre —, concluía relamiéndose.

Miró sus palmas. Estaban manchadas. El dolor fue remitiendo a medida que el sol penetraba en el dormitorio iluminándolo todo. Palpó de nuevo, y se extrañó al no encontrar ni siquiera una marca donde ella le había herido. Volvió a observar sus manos para cerciorarse de que no era fruto de una alucinación por falta de riego. Su pene aún seguía erecto.

Pero ya no se sentía mareado en absoluto.

—¿Qué me has hecho? —la preguntó—. ¿Quién eres…?

Ella rio y rio mientras danzaba a su alrededor completamente desnuda. Dio varias piruetas para situarse frente a él, brazos atrás, cabello ocultando sus pechos; como en un eromanga.

—Mi nombre es Breta. Yo soy… —Tocó sus labios de forma coqueta—. Soy una bruja…

Gin de Axus solo podía observarla embobado.

—Y te he lanzado un hechizo. Ahora me perteneces. Eres mi esclavo sexual. Para siempre.

La brillante luz del día llenaba ya el cuarto. Podía verla con toda claridad. Resplandecientes su cabellos, sonrojadas sus mejillas, labios carnosos de fuego…

El hombre no pudo resistirse a aquellos labios. La tumbó de nuevo en la cama y le hizo el amor lentamente una vez más.