1
Cuando salió del cuarto de tortura, Breta arrastró a Gin con rapidez por los pasillos. Sentía hambre, mucha hambre. Tenía tanta hambre como sed en aquella carulosa tarde de verano entre libros y polvo. Su cuerpo no había dejado de vibrar desde su encontronazo con Rei. Algo que ya era habitual. Este hecho la enfurecia mas. Tenía que evitar esas reacciones con él. Estaba prevenida, pero de una manera u otra conseguía cabrearla hasta el extremo de perder el control. Ese incidente le traería problemas con el Consejo. El olor a sangre impregnó la sala y permaneció adherida en su vestido. Había sesgado varias vidas. Vidas de estudiantes de la Casa Rams, pero no la Rei. De eso estaba segura. Caminaba apresurada huyendo de todos aquellos pensamientos, pero éstos la alcanzaban a cada paso.
2
La primera vez que desató su ira fue también la primera vez que Rei trajo consigo un esclavo muy joven. En la casa se murmuraba sobre el gusto por los jovencitos de Black Paradox, aunque nadie se opuso. El joven brujo era tan respetado como temido. Y esto se debió a un hecho insólito e incluso irreal: la apertura de «la Puerta». El aquelarre lo tomó como una demostración del poder de Paradox, situándolo entre los altos cargos de la Casa Rams y guardando con recelo lo sucedido como si el joven fuera un tesoro descubierto bajo las tierras encantadas. Una joya sin pulir que con el tiempo le otorgaría a la casa una posición sin igual. Dando por hecho que el brujo conseguiría lo que otros ni alguna vez habían podido dilucidar. Un misterio casi al mismo nivel de la procedencia de su apellido, aparecieron de la nada. Igual que La Puerta.
Rei llegó a la casa siendo un niño como el único superviviente del terrible incendio de la residencia Black Paradox. La familia se había anexado a la Casa Rams hacía poco tiempo debido, principalmente, a su fortuna. Adquirida igual de rapido que su fama. Artesanos ávidos en pócimas y ungüentos que enloquecían a la sociedad ocultista. Su dominio con los ingredientes era admirable y los efectos de sus recetas exquisitas y extravagantes; el reflejo de la misma familia. Sangre de brujo genuina, como la de Breta.
Muchos en el aquelarre quisieron aprovecharse de la soledad prematura del rico huérfano. Pero para sorpresa de ellos, Rei rompió una actitud mucho más madura y experimentó que todos juntos. El aura que emanaba de aquel pequeño cuerpo era lo suficiente intimidante para mantener una raya hasta los pensamientos de sus enemigos.
Un aura que afectó a Breta de maneras muy diferentes. Era atraída hacia el mago, y no metafóricamente. Si estaban cerca el uno del otro y alguno de ellos sintieron el impulso de la carne, el otro experimentaba el deseo con viveza y lo convidaba a unirse. La llamada era tan fuerte que había llegado incluso a dañarse para sustituir esa sensación por dolor. Lo había estado manejando durante un tiempo, esquivándole siempre que podía. El encuentro en la biblioteca fue el primero de otros. La unión de sus auras como de sus fluidos creó un vínculo que la joven bruja no podía explicar, aun siendo una alumna excelente. Al igual que Rei.
En la tarde en el que presentó a aquel chiquillo, sintió la llamada tan intensamente que no pudo ignorarla. Sin poder (o querer) evitarlo, la siguiente. Se sintió hechizada. La puerta del dormitorio de Rei estaba entreabierta. Sus pasos en el interior eran como susurros, tratando de controlar su respiración y con ello su pulso descontrolado.
La habitación estaba bien iluminada. El sol la invadía derramando sus rayos en cada cuerpo, en cada objeto de la habitación de forma cálida y sin embargo, la imagen que presenció ante sus ojos la dejó helada. Las ventanas estaban abiertas y por ellas penetraba una ligera brisa. Danzaba con las cortinas de manera sutil, frotando la tela en un siseo suave. Flotaba sobre la cama y se unía al que producían las sábanas donde el cuerpo desnudo de Rei se impregnaba con el sudor de la excitación. Semitumbado al borde de los pies de la cama, acariciaba entre sus piernas el cabello del pequeño esclavo que había traído ese día. Las gotas de sudor que recorrían el cuerpo de Rei centelleaban tímidas bajo la mirada de la bruja, embrujando a una Breta que casi no podía ver otra cosa. Despertaba en ella el deseo de lamerlas. El sonido de las chupadas mezcladas con los gemidos de Rei provocaron en sus entrañas un fogonazo que descongeló sus músculos. El corazón hacía circular su sangre a velocidad vertiginosa. ¡Qué estampa tan aterradora! ¡No era más que un niño!
—¡¡Rei!! —rugió llamando su atención en un intento desesperado de parar el acto que estaba presenciando. Aunque la intención real fuera la de erradicar las sensaciones que se producían en su interior acalorado.
Se sintió estúpida al momento. Creer que aquella llamada de atención los detendría como a dos niños sorprendidos en una travesura fue una idiotez. Él sabía que estaba allí, observando. Abrió los ojos y la miró sin pudor. Al contacto, el brujo sonrió sin dejar de llevar el ritmo de su esclavo. Sin apartar la mirada de una Breta enfurecida cuyos pómulos y frente se coloreaban, cerrando los puños y mordiendo sus labios. Le encantaba verla así; le volvía loco. Apartó al chico con delicadeza, se incorporó y lo sentó sobre sus rodillas de frente a ella, ambos con las piernas abiertas.
¡Cómo podía haber realizado el hechizo con alguien tan joven!, no podía ser. Para realizarlo debería haber tomado la saliva, la sangre y el semen de aquel chiquillo. Entre risitas, fue descubriendo la piel del sonrojado chico. No apartaba sus entreabiertos ojos de los de su amo, dejándose hacer, mostrando su miembro erecto, pequeño e igual de sonrosado. Decidida, Breta dio dos pasos al frente, solo dos. La sonrisa retorcida de Rei le provocaba inseguridad. ¿Cómo hacer para que soltase al chico y la tomara a ella? Sí, deseaba ocupar el lugar entre sus piernas, enjuagar su sudor con labios de seda.
Hechizada.
Rei le guiñaba un ojo mientras humedecía su mano derecha y comenzaba a deslizarla con suavidad provocando respiraciones ahogadas y tenues gemidos. Manteniendo en ella la mirada, llamándola para que sumerjaese su cuerpo en aquellos profundos lagos verdes.
Excitada.
¿Así de intensa era la sangre Lemuria y Black Paradox? ¿No existía una manera de romper aquella aberrante atracción? Concentrada al máximo en desobedecer el impulso que calcinaba sus entrañas, terrible era el esfuerzo por tomar aire para hablar.
—¡Basta! ¿Qué pretende con esto? —A cada golpe de voz, Breta apretaba más sus puños cerrados, clavándose las uñas hasta deslizarse una diminuta gota de sangre que Rei olió de inmediato.
Se relamió ante el olor, mostrando su lengua y humedeciendo con detenimiento índice y corazón. Generaba en ella una corriente puntiaguda que hacia temblar sus piernas.
«¡Repónte!», gritó la mente de Breta. «¡Detén esto!». ¡Cómo podría continuar quieta sin hacer nada! ¡Tenía que intervenir! ¡Eso no estaba bien! "¡¡Maldita sea!! ¡¡¡Maldito brujo!!!». Su cuerpo tensionado no se mueve. No podía creer cómo de maldito estaba su ser. Porque así era en verdad, aunque se hubiera resistido a creerlo. Aunque su madre le contara sobre aquel venenoso hechizo.
Creta Lemuria estaba convencida de que su esencia estaba impregnada con un embrujo que perduraba en la sangre de los descendientes de su familia. Un hechizo que alguno de los antepasados de Paradox les lanzó. Ignorando cuándo empezó, ni cómo. Un misterio envuelto en oscuridad, pero tan potente como para no desaparecer tras generaciones. Quizá Breta era demasiado pequeña como para entender las palabras de su madre. Lo único que podía ver claro es que los Black Paradox eran un peligro para ellas, y el paso del tiempo había diluido sus advertencias, perdidas en el recuerdo de Breta. Memorias endulzadas que tan solo dibujaban el amor maternal de su madre perdida. De la ausencia de su calor, de su fragancia y de la melodía de su voz.
Las cautelosas palabras de Creta cobraban mucho más sentido en esos momentos y desde entonces las tenían en mente, pues aun estando en una situación que le provocaba rabia y repulsión, su interior bullía ante la de Paradox como lo había hecho en la biblioteca; llena de pasion y deseo.
¿Qué era lo que se había mezclado en el interior de ambos que provocaba la necesidad imperiosa de fusionar sus cuerpos? ¿Por qué la sangre se alteraba ante aquel demonio vestido de blanco? El dolor que ella misma se producía en ambas palmas no conseguía borrar las sensaciones que crecían y amenazaban con desbocarse. La moqueta de la habitación absorbía las pequeñas gotas de sangre que se acumulaban en las heridas producidas por las uñas de la bruja. Imperceptibles para quien mirase a través de la ventana; provocadoras para el brujo. Sonreía sin dejar de masturbar al chico mientras introducía sus humedecidos dedos en el sonrosado recto, levantando las caderas y provocando gemidos que iban y venían, que aumentaban y se resbalaban desde las sábanas. Breta se mordía ahora también la lengua.
—Bésame, mi reina. Mis labios necesitan estar ocupados. Si no lo haces… —El aliento del chico pedía un final dulzón y húmedo. Rei deslizó el cuerpo desalinado que rodeaba con sus brazos a su lado sobre la cama, tendiéndolo ante sus miradas— …tendré que ocuparlos en él…
Otro acelerón inundó su pecho cuando Rei hizo el amago de lamer el pequeño miembro que se masturbaba sin descanso.
«¡Detén este juego!», se gritó Breta a sí mismo. «¡Detén su depravado juego!».
El aire de la habitación se partió en dos. Un filo invisible cortó la brisa que penetró por las ventanas. Lanzó a Rei hacia atrás con violencia estampándolo contra la pared y dejándolo allí pegado. El cuerpo de Breta voló a la par que su hoja, quedando al instante frente a su cuerpo desnudo presionando su cuello con el antebrazo derecho.
—¿Por qué haces esto, Rei? ¿Por qué un chico tan joven? —Breta aumentaba la presión que ejercía sobre Rei, utilizando también su cuerpo y sintiendo el miembro erecto contra ella.
—Porque los más jóvenes son los únicos que al tocarlos me recuerdan a tu piel, mi reina. —Hablaba con pausa, estrangulado por el antebrazo de Breta pero sin perder su tono arrogante y meloso—. Blanca y tersa, fina y suave. Tomarlos sacia mi sed y mi deseo de poseerte a cada momento…
El aura de la bruja vibraba. Rei lo notó y aprovechó para contraatacar deshaciendo la fuerza invisible que le resultó pegado a la pared y lanzando a Breta hacia atrás. La ruptura del hechizo tuvo un sonido similar al de un disparo, rápido y seco, que dio paso a un silencio prolongado. Las cortinas dejaron de balancearse, los rayos del sol se debilitaron…, el esclavo sonrió. Breta estuvo a punto de caer debido al impacto seco que la impulsó hacia atrás, pero recobró el equilibrio, avergonzada por haber bajado la guardia con las sibilantes palabras de Rei. Unos segundos en los que fue capaz de acercarse hasta la cama donde su esclavo seguía excitado. Lo tomó entre sus brazos para acariciar la piel de su pecho, de los muslos, los labios, la lengua que el chico extendía…
—No es nada más que un sustitutivo de tu piel. —Lamía su cuello y el lóbulo de la oreja—. ¿Sientes celos? ¿Quieres que lo libere?
—Suéltalo, sí. Es aberrante lo que haces…
—¿Aberrante? —Su enérgica risotada perforó sus oídos—. Bien, dejaremos que este chico sea libre…
Las uñas de su mano derecha crecieron y se afilaron para hundirse en el pecho del chico y descender hasta su vientre derramando sus vísceras y desgastando el suelo con ellas. La izquierda se introdujo en la gran herida. Pequeños crujidos emergían hacia el exterior como un rumor chapoteante y pringoso. Extrajo el corazón aún palpitante y lo masticó con calma ante los desorbitados ojos de Breta. Dejó caer el cascarón vacío, desplomándose la boca arriba, tallado en su rostro la sonrisa retorcida de quien ha perdido la vida por una sobredosis de placer artificial.
Tan brutal fue para los ojos de Breta admirar la escena en la que Rei devoró a aquel niño, que su sangre entró en ebullición brotando su energía y materializándose en un fuego tan intenso que cegó a ambos y calcinó todo lo que había en la habitación.
Un aura plateada se encendió alrededor de Paradox en el mismo instante que la chica escupía ese fuego carmesí que lo pintó todo de negro, incluyendo el cadáver del niño inocente que Rei había consumido.
Las llamas fueron rápidas. En cuestión de segundos en la habitación solo quedarán en pie ellos dos. Rei inalterado, Breta agitada y temblorosa. Desnudo como estaba, rodeado por aquella pequeña luminosidad y en una habitación de carbón, comenzó a caminar hacia ella como una visión fantasmal. La bruja ya no podía sostener su cuerpo, pero Rei la atrapó entre sus brazos y evitó así que se desplomase.
—Ese hechizo ha sido potente. Debes de estar agotada… —le susurró mientras la abrazaba con delicadeza—. Toma de mis fuerzas, mi reina…
Posó sus labios sobre los de Breta. No ofreció resistencia. Se recuperaba a medida que bebía del aliento que su boca le convidaba. Rei la estrechaba con más fuerza, encarcelándola en su abrazo. Bajaba las manos hacia sus glúteos, apretándolos contra sí para eliminar la distancia milimétrica entre sus cuerpos.
De esa guisa les habían pillado aquellos que se acercaron hasta allí para comprobar qué había ocurrido.
3
La presión de sus garras afiladas de bruja fue en aumento a medida que las imágenes de Rei volvían a increparla. Gin notaba esa fuerza en su brazo; el dolor punzante que le producía le ayudaba a salir del sopor en el que se había encontrado desde que llegó a ese misterioso lugar. La chica le arrastraba con prisas, ansiosa. No podía ver su rostro, sus cabellos sueltos bailaban justo delante de él, llevando a su nariz el olor a lujuria que descubría su Ama.
Se cruzaron con una veintena de personas y todas ellas prestaron atención a la pareja, haciéndoles preguntas a Breta de forma jocosa. Gin intentó no perder detalle de aquella gente, pero no de sus caras, sino de sus palabras. Pasaban raudos ante ellas siendo borrones oscuros y sucios para él. Escuchar con atención fragmentos de las conversaciones ajenas hilaba y daba sentido a una realidad aterradora. Su realidad al fin y al cabo. Tenía que sobreponerse y afrontarla.
—¿Ya hablaste con la señora? ¿Te llevarán ante el Consejo? Los profesores no hablan de otra cosa.
—La tradición no debe ignorarse. Forma parte de nosotros.
—Los ideales son más importantes. Las tradiciones cambian, nosotros cambiamos junto al entorno. Nos adaptamos. ¡Además, está mal aunque se vea delicioso!
—¡Devólaro! Despues de eso podras cambiar lo que quieras. Es solo tuyo.
—No se lo comerá…—reían—. Es débil…, como su madre.
Se formaban grupos tras de ellos. Los murmullos se apelmazaban, las palabras se mezclaban.
—¡No tienes vergüenza! Menudo morro. ¡¡Acaparadoras!! A mi no me engañas. Los encuentros para darse cuenta de un atracón. ¡No eres muy diferente a nosotros!
Ascendían por unas escaleras enmoquetadas, con barandas de madera gruesa y pulida. Lo hacían rápido. Gin miró hacia atrás como si sus ojos le ayudasen a escuchar. En el camino habían mantenido el ritmo acelerado y habían llegado arriba sin interrupción si uno de ellos no les hubiera cortado el paso. Chocó contra la espalda de Breta.
—Sabes bien lo que tienes que hacer. Lo más inteligente. Paradoja y tú…
Breta le esquivó sin pronunciar palabra, pero sí hincando más sus uñas en Gin. Clavó sus ojos en él al pasar a su lado. El chico vestía una chaqueta de colegio con un emblema dorado en la solapa.
Aquel lugar, ¿qué era exactamente? ¿Una secta, una organización al margen, una institución en las sombras, un colegio? «El aquelarre se reúne… debo ir…». La corriente eléctrica que produjo ese gemido en su recuerdo intentó volver a embotar sus sentidos. ¡Maldita sea! Le costase creerlo o no, eran hechiceros, brujos… ¡como quieran llamarse! Un mundo totalmente al margen del que el conocía. Devoraban cuerpos y descuartizaban mentes, sesgando sin control vidas inocentes vete tú a saber con qué fin. Él mismo formaba parte de la carnada. Una exclusiva que solo podía tomar su Ama.
«¿Irá a matarme? ¿Lo hará de la misma manera que fueron destrozados aquellos desconocidos?». Gin rió en sus adentros. «¿Y por qué pensar en ello me hace feliz?».
«Te hace feliz porque sabes que tu Ama lo hace cada noche… Devora un pedazo de tu alma, os hacéis uno en esos instantes, darías la vida por permanecer en ese estado por siempre».
«¡Joder! ¡Is true!". Era un deseo tan potente que no le importaba haber comprobado que al final, ¡su vida será sesgada! «No, ni hablar, así no es como va a suceder. No, será a mi manera, será como yo quiera. Tomaré el control de Breta, será ella quien calme mi sed… Basta de dejarte dominar. ¡Opónte! Eres un ser humano, con capacidad para decidir, para actuar. ¡No eres esclavo de nadie!».
«Tú lo has dicho, solo eres un humano. No podrás romper el hechizo que te hace desear obedecer…».
Las voces del gentío habían ido desapareciendo y ahora solo se oía el murmullo de la música en el piso de abajo. La planta superior parecía estar vacía. Gin no apartaba la mirada del cabello, del cuerpo de su Breta jurándose a sí mismo que esta vez las cosas saldrían conforme él tenía planeado, no como la bruja enfermedad. «No seas tu esclavo, seas tu amante, mujer».
En el último piso estaban las estancias de los miembros del aquelarre. Breta abrió una de esas puertas como al azar, y lanzó dentro a Gin como si fuera un muñeco. Este cayó hacia atrás, sobre la cama de aquel dormitorio desconocido. Unas oscuras.
Sus ojos tardaron varios segundos en hacerse con la oscuridad del cuarto, aunque poco le importaba el aspecto de la habitación. Observaba cómo Breta daba pequeños pasos a un lado ya otro, nervioso, mordiéndose con disimulo las uñas. Los ojos de la bruja brillaban en la oscuridad, como si tuvieran luz propia. «Esta mujer no es humana, no, no lo es. Es un demonio que quiere devorar mi alma». La suave colcha bajo sus brazos parecía querer atraparle. Y en el fondo lo deseaba pero tenia que ser racional. ¡Su vida corre peligro! Esos sentimientos tan potentes e insensatos fueron fruto de la magia que le tenía hechizado. Mientras lo pensaba, Gin se incorporaba y se ponía en guardia dispuesto a rebelarse; con un nudo en el estómago y el corazón a mil, sobre todo cuando Breta paró su paseillo irritante y clavó su mirada en él.
A los pies de la cama, la bruja tragó de relajarse para no sucumbir al deseo que la inducía a consumir esa alma embriagadora. El sentimiento producido por los recuerdos cálidos y los placeres acumulados en su mente eran en extremos fuertes ahora; no la dejaban pensar con claridad. En esos instantes terminó de comprender a su madre. Lo duro que era evitar ese apetito tan literal de posesión, tan irresistible… Sí, hacerlo podría ser una experiencia única pero ¡era a costa de una vida! Por mucho que insistieran en tradiciones o en el hecho de que proporcionaría un incremento enorme a su magia. «¿Y si él te lo pidiese?», pensó de repente. «¿Lo harías?» Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sacudió su mente, tenía que despejarse, no dejarse enredar por sus propias cavilaciones. Defendería la existencia libre de toda alma pura. Estaba decidida.
Ambos en sus reflexiones, mantuvieron las miradas durante un tenso momento y cuando llegaron a su conclusión, rompieron el silencio de la habitación oscura al unísono.
—No vas a devorarme.
—No voy a devorarte.
Ambas voces sonaron como un único eco. Los ojos de Breta se abrieron al máximo. Gin, de rodillas sobre la cama, la miraba en actitud amenazante.
—Te deseo, desde mucho antes de que lanzaras ese hechizo sobre mí, bruja.
Breta solo podía abrir más y más sus ojos, perpleja hacia las palabras que su esclavo estaba pronunciando. ¿Se estaba rebelando? ¿Se estaba resistiendo al control del conjuro?
—Me engañaste, me hechizaste y has estado controlando los sentimientos y emociones que recorrían mi cuerpo, drogándome para que no pudiera resistirme a tus peticiones, ¿verdad? Dime, ¿qué soy yo para ti? ¿Cuál es mi lugar aquí? ¡Háblame, maldita mar!
Breta cogió aire mientras tomaba la decisión de cómo actuar en ese momento. Fue rápida y autoritaria… y violenta.
—Eres mi esclavo. —Le tumbó de forma brusca y montó sobre Gin—. Mi esclavo sexual.
-No. No soy tu esclavo… —A los ojos de Breta, el cuerpo de Gin comenzó a brillar; envuelto en la luminosidad del alma pura. Tomo el control sobre la cama agarrando su cuello y apretando. Invirtió posiciones atrapándola entre su cuerpo y el colchón—. No soy tu esclavo… soy tu amante.
Gin comenzó a besarla con intensidad. Breta esperaba y esperaba atrapada bajo la fragancia del muchacho, cuando debería ser al revés. ¿Qué debería hacer? Estaba desconcertada.
—Detente —dijo ella atrapando con ambas manos las muñecas de Gin.
—No —respondió él tajante sin apenas dejar de aplicar succiones sobre sus labios.
—Detente, te lo ordeno. —El precepto no iba más allá de sus lenguas.
-No. —Él separó su boca para mirar los ojos trasparentes de la bruja—. No volveré a acatar ningún orden…
Soltó su cuello para continuar besando y aliviando el escozor que había provocado con sus dedos en la piel de la bruja.
A los oídos de Breta llegó el sonido seco de la arena que se disuelve y cae. El sonido del hechizo que se deshacía a cada negación de Gin.
—Para… —La voz de ella comenzó a volverse gemido—. Obedece...
Gin insistía en los besos prolongados contra el cuello y el pecho de Breta…
—No pararé… —susurraba él repetidas veces regresando una y otra vez a sus labios para continuar besándola con pasión. La intensidad del roce aumentaba derritiendo la entrepierna de la bruja. Se sintió dominada por su esclavo. ¿Cómo podía ser eso? Ni hablar. No iba a dejarse dominar. Pensar en ello volvía a traer imágenes de Rei a su mente… «¡¡Ni hablar!!».
Gin había descendido por sus caderas cuando Breta le agarró por los hombros y lo empujó con brusquedad hacia atrás apartándolo de ella. El chico quedó sentado al borde de los pies de la cama luchando para no caer de espaldas al suelo.
Y no cayó porque era ella quien ahora le atrapaba con ambas manos por el cuello. ¡Qué increíblemente rápida era aquella mujer! Gin la abrazó fuerte por la cintura y se impulsó con ella hacia atrás para caer ambos fuera de la cama. Sintió el dolor en su espalda al golpear contra el suelo. Ese crudo dolor tapó el que provocaban las uñas de la bruja clavándose en su cuello. La sangre escapó por las pequeñas incisiones para deslizarse por su piel y terminar en la boca de la bruja que, como enloquecida, lamía para recogerla. El escozor de su lengua en las heridas se mezclaba con el placer de las palpitaciones lujuriosas.
—Ni el mejor de los vinos puede igualarse… —Breta parecía hablar consigo mismo.
«No vas a dominarme, no vas a devorarme. Yo te devoraré a ti». Gin reaccionó también de manera brusca al tirar de los cabellos de la bruja alejándola de su dolorido cuello. Ella sintió el tirón y quedó sentada sobre sus caderas excitadas. El sabor de la sangre emborrachó por completo los sentidos de Breta. Se relamía la comisura de los labios mientras acariciaba su garganta y su pecho como siguiendo el camino de la sangre ingerida hasta su estómago. respirando con dificultad y con los ojos entreabiertos; Ebria de él. Esto incitó aún más a Gin en su decisión de poseerla. Se incorporó cargando con el peso de la mujer, haciéndola sentir en su sexo la emoción que robustecía su entrepierna. La bruja seguía como ida debido a su sangre, y él lo sabía. Pero lo que Gin deseaba es que estuviera despejada, así que la tiró sobre la cama con brusquedad. Con la misma decisión con la que la arrojó sobre el lecho, el esclavo desabrochaba su camisa arrugada y sus pantalones sucios. Breta se incorporó para volver a intentar a embestirle y tomar el control, pero Gin la agarró por una de sus muñecas, giró su brazo y lo retorció tras la espalda inclinándola al borde de la cama. Sin soltarla alzó las telas de su vestido y la tomó de aquella guisa, apartando con velocidad la escasa pieza que eran sus braguitas de encaje.
En la habitación se escuchaban los choques que producían sus carnes una y otra vez, mezclados con los gemidos de placer que ambos emitían. Gin había tomado el puesto dominante mientras retenía a su mujer en aquella excitante postura. La tomaba como vencedor de la contienda que eliminaron, complacido como ningún otro día. Tiró del brazo que tenía atrapado hacia él para enderezarla y poder así olisquear sus cabellos. Con su mano izquierda sujetaba con firmeza sus caderas para no salir de su ardiente interior y con la otra apartó el rojizo pelo y besó su hombro derecho, sintiendo la suavidad de la piel. La lamió y la saboreó…, y sin saber muy bien por qué, la mordió hasta derramar algunas gotas de sangre. Al degustar aquel sabor metálico su sexo se aguantó aún más, su pulso se disparó aún más…, y Breta gritó aún más fuerte. Ambos lo disfrutaban, sus voces lo afirmaban, los sonidos lo aprobaban. Concentrados, o más bien, distraídos en el acto lujurioso que consuman, ninguno fue capaz de percibir la presencia de Rei entrando sigiloso en la habitación. El sexo de Breta le había llamado y él había acudido sin demora para tomarlo.
4
El dominio de Gin hacia Breta terminó en ese preciso instante. Rei apartó al esclavo de su reina sin tocarlo con las manos. No supo muy bien qué estaba pasando hasta que se vio inmovilizado contra la pared. Piernas separadas y brazos en alto. Oyó caer objetos al suelo y hacerse pedazos. Los ojos de Gin distinguieron la figura de aquel hombre mientras se acercaba a su mujer para tomar la posición que él había ocupado tan solo unos segundos antes. Su cuerpo quiso reaccionar, apartar a ese desconocido de Breta, pero se sintió atado a la pared. «¡Qué pasa!», gritó su mente. Miró sus extremidades y supo que sería imposible para él liberarse. De la misma pared habían nacido unos tallos verdes que se lo impedían y lo obligaban solo a observar.
—Mi reina… —susurró Rei mientras abrazaba a Breta y la olisqueaba—. Has derramado tu sangre…
Las dentelladas en el trapecio de Breta delataban a Gin. Paradox giró la cabeza para ver al esclavo de soslayo forcejeando para liberarse sin éxito. El mago giró el cuerpo de Breta para encararse y hacer contacto visual. Al verle, Breta dejó escapar una exclamación antes de que los labios de Rei la abordaran. Ella sucumbió, dejándose caer en la cama mientras las manos de Rei se introducían en su húmedo sexo, masajeándolo resbaloso. Gin se revolvía sin poder hacer nada, solo marcar en su piel las ataduras mágicas que lo contenían.
Todas las emociones del día habían nublado la razón de Breta; ya no tenia dominio ninguno sobre ella misma. Rei la había dejado sentada al borde de la cama después de extraer varios gemidos lujuriosos y se dirigía hacia donde Gin estaba retenido. La presencia de aquel hombre lo intimidaba; los ojos verdes de Paradox también brillaban, como los de la bruja, pero parecían los de una bestia. Al verle acercarse a su boca se secó y su garganta se enmudeció.
—Es increíble, ¿verdad? —le decía mientras se acercaba a él—. El sabor de la sangre de tu Am…
Se había situado frente a Gin y le acariciaba los labios con su pulgar derecho. Tomó su rostro y lo besó. Un beso con lengua ávida que recorrió el interior de la boca de Gin al mismo tiempo que palpaba su miembro expuesto. Breta les observaba desde la cama relamiéndose con las pupilas tan dilatadas que parecían agujeros negros.
—Aún retienes en tus papilas el sabor de su sangre. Casi no puedo saber cómo es el tuyo propio. —Cínica era la mirada que le mostraba.
—Es… Espera… —balbuceó Gin mientras veía cómo aquel hombre de cabello plateado descendía para continuar masturbándole con su boca—. No, no…—gimió.
El ruido de las lamidas era demasiado para Gin. Quería detenerlo con todas sus fuerzas. Alzo la vista hacia a su mujer. Ella les observaba, excitada. El contacto de sus miradas hizo que Breta se incorporara y se acercara a ellos, pero no para deshacer aquella situación, sino para unirse a ella. Le besó mientras sentía el placer de una boca desconocida en su pene. «Breta...», era lo único que podía articular Gin. El nombre de su amada.
Ella apartó a Rei del sexo de su esclavo mientras recogía los pliegues de su vestido para introducirlo dentro de ella, en una postura similar a la que habían mantenido antes de la llegada de Paradox. Gin creyó que explotaría de placer en ese momento al sentir la suavidad y el ardor de Breta. Mientras los observaba, Rei desabrochó sus pantalones y dio de comer a su reina al mismo tiempo que montaba a Gin.
Bajo el quicio de la puerta, oculto por las penumbras del dormitorio, el pequeño esclavo de Rei observaba la escena, memorizándola, admirándola embobado. Gin medio vestido, atado de espaldas a la pared por unas extrañas plantas; desalinada su camisa abierta, dejando ver el pecho agitado que no paraba de hincharse y contraerse. Breta, con los refajos de su negro vestido recogidos sobre sus caderas, mostrando unos glúteos pálidos. El cabello rojizo enredado en los dedos de Rei que, erguido frente a ella, la manejaba al ritmo de los embistes que le propinaba a Gin. Dentro del cuadro lujurioso y pervertido, aquella imagen era bella, llena de colores distintos. Tonos tostados en la piel del esclavo de Breta; rojo sangre los cabellos ondulantes en el movimiento de la mujer. Brillante el blanco de los de su Amo; verde esmeralda los ojos que lo miraban y le sonreían. El pequeño le devolvió la sonrisa y siguió observando.
Los movimientos del trío iban en aumento. Gin procuraba morder sus labios para apagar los gemidos que la suave intimidad de Breta le proporcionaba. Estaba tan excitado que no podía evitar que Paradox le escuchara. Éste lo observaba con la miraba fija en él mientras disfrutaba de las succiones de su mujer. Gin cerró los ojos para no verle mientras se corría dentro de Breta. Al escuchar su gemido final, nada ahogado, Rei se deriva para tomar a Breta entre sus brazos y llevarla a la cama, abrirla de piernas y comer todo el líquido que derramaba el sexo de la bruja. Ella se retorcía de placer, agarrando con fiereza el cabello de Rei, mientras gritaba el nombre de Gin repetidas veces. Cuando los gemidos de la bruja avisaron de la llegada de un copioso orgasmo, Rei la penetró con intensidad y con ritmo desmedido.
—Grita mi nombre, Breta… ¡¡Mi nombre!! ¡¡¡Breta!!!
Así lo hizo cuando el clímax llegó a ella, provocando que Gin agrietase sus labios ante la rabia de escuchar el nombre de otro hombre en la boca de su mujer.
Tras aquel grito, Breta quedó envuelta en una neblina cálida, en calma sobre la cama. Rei, satisfecho y sonriente (siempre sonriente) se incorporó y mientras se abrochaba los pantalones se acercó hasta Gin para taladrar su alma con aquellos punzantes ojos. Recogió con sus dedos el rastro de sangre que descendía por el mentón del mestizo para alcanzar su boca y degustarlo. Al hacerlo, su sonrisa desapareció.
Gin quiso articular alguna palabra pero sintió el tremendo golpe en el estómago que Paradox le propinó, dejándole sin aliento para hacerlo. Los tallos que le aparecieron aprisionado se desvanecieron y Gin cayó de bruces al suelo.
Rei abandonó la habitación con calma, dejando tras de sí un profundo silencio