1
La atmósfera estaba cargada. Se sentía como inmerso en una burbuja de opio. El olor era fuerte, adormecedor. Un calor húmedo envolvía su cuerpo. La pereza le abrazaba, tumbado en una cama de sábanas negras. Miraba a su alrededor; todo le era desconocido y se sentía incapaz de saber dónde se encontraba con exactitud. La habitación en la que dormitaba se sentía misteriosa y sucia. Las velas iluminaban grandes telas de araña proyectando sombras deformes por todo el cuarto, parpadeantes. Amenazantes. El humo que producía el incienso se hacía visible al atravesar los haces de luz ambarina, dibujando líneas curvas que se deshacían con lentitud hacia el techo. Las arañas envolvían con habilidad insectos pequeños sobre su cabeza. Las veía trabajar raudas, cazando, arrancando partes de ellos. Siseos extraños llegaban a sus oídos, sin saber muy bien si eran reales o danzaban por el interior de su cabeza. Quiso incorporarse pero aquellos ruiditos le sumergían en un torbellino psicodélico mareándole. Se sentía preso entre las sábanas.
Ni siquiera podía definir cuánto tiempo llevaba así.
Los arácnidos se retorcieron sobre sí mismos, convirtiéndose en humo blanco y disipándose en el techo como una neblina sobrenatural. Gin cerró los ojos con fuerza tratando de aclarar su mente enrevesada. De los restos de ese humo empezaron a formarse figuras alargadas; gusanos traslúcidos que se adherían a las paredes del cuarto y descendían dejando un rastro luminoso.
Ajeno a las extrañas criaturas, el esclavo comenzó a navegar en los recuerdos de su vida rutinaria, de su pequeño estudio y de su solitaria existencia. ¡Todo ahora le parecía tan lejano!, incluso surrealista e irreal. ¡Él solo era un universitario normal!, ¿cómo llegó a esta situación de fantasía oscura? Había terminado la carrera y mientras buscaba trabajo, dedicaba el tiempo restante a garabatear en la soledad de su diminuto espacio personal. Encontró un empleo de media jornada en una frutería. Al menos lo mantenía entretenido. No es que necesitase el dinero, pero era una manera de tener contacto con otros humanos.
Una sarcástica risa se escapó de sus labios.
Otros humanos, en lugar de otras personas.
Pensándolo bien, así es como los había denominado siempre, incluso con un tono despectivo. De hecho, se obligaba a sí mismo a saludar a los vecinos del edificio donde residía cuando cruzaban sus caminos. Se obligaba también a sonreír a los clientes que acudían a la frutería. En el edificio vivían otros estudiantes de carrera que de vez en cuando le invitaban a reuniones y fiestas. En la gran mayoría de ocasiones prefería volver a su apartamento con su soledad, sus lápices y su portátil.
Con ella.
Cuando no podía estar conectado por los quehaceres de la vida, la extrañaba. Estaba en su pensamiento cada segundo del día, y al despedirse y dejarse llevar por el abrazo de Morfeo, también la encontraba allí, junto a él en sus sueños.
Se sentía irremediablemente atraído por un ente digital. Pero ahora, ese ente era real.
¡Esa mujer!, ¿qué se supone que había hecho con él? ¿Un hechizo, dijo? ¿Cuándo ocurrió? ¿Cómo? ¡¡Dios!! Tantas veces se había dejado llevar por las palabras de esa mujer, envolviéndole, confundiéndole; volvía a sentirse embriagado.
No.
Se sentía hechizado.
Estaba hechizado. Eso le había dicho ella. Él era el ingrediente principal del conjuro de esa bruja. En la finca de sus padres el embrujo alcanzó su máximo apogeo. La excitación de la cita a ciegas —siendo ya esto parte del hechizo—, los fluidos del sexo, el amanecer, la sangre…
«Te mordió el cuello, tío», una extraña voz resonó en su mente.
Tocó su cuello de manera inconsciente al escuchar estas palabras en su cabeza tan claras como su voz misma.
Lo que sucedió había sido real. Sus dientes penetraron en la carne, notó el romper de la piel y el brotar de la sangre, pero seguía sin advertir cicatriz alguna. Su parte más racional le gritaba que escapara de allí, pero él en verdad no quería huir. Quería quedarse al lado de su ama por siempre. Detestaba cada minuto que pasaba lejos de ella, deseando que las arenas del tiempo cayeran raudas, anhelando que regresase a la cama.
Dejó de luchar con las sábanas que lo atrapaban y comenzó a relajarse con el recuerdo de la bruja. Le daría todo lo que ella le pidiera, cualquier cosa sin atisbo de duda.
«Todo por y para nuestra Ama», de nuevo aquella voz intrusa.
Volvió a reír. Esta vez de forma nerviosa, en reacción a aquella vocecilla de su cabeza que amenazaría su cordura.
Recordó con lucidez el momento en el que la relación alcanzó un nuevo nivel, traspasando límites inimaginables para él hasta ese entonces.
Si tuviese que determinar el instante exacto en el que esa mujer le embrujó, elegiría aquel sábado noche.
2
Le había estado tentando de forma brutal durante varios días seguidos con unos textos que hacían subir su temperatura corporal. En aquella época era invierno, uno bastante frío para él (la calefacción se averió) aunque no lo sintió en realidad. Su cuerpo y su mente estaban siempre ardiendo. Ella insistía de forma irónica querer leerle alguno de ellos. Sin necesidad de tener que articular palabra, solo escuchar. Por capricho de AbdA… de Breta.
Nunca creyó que aquella voz pudiera provocar en él tales sensaciones. No solo la voz; las palabras que murmuraba en sus oídos a través de los auriculares viajaban como mariposas por su pecho y abdomen hacia su entrepierna, para quedarse y revolotear largo rato.
«¿Sabes lo que estoy haciendo ahora mismo?», eran palabras húmedas que golpeaban su sexo una y otra vez.
Claro que lo sabía. Porque él hacía lo mismo. No era capaz de articular palabra, pero los sonidos de su rápida respiración le delataban.
«Apenas puedo oírte. Vamos, humedécete la mano, quiero oír el chapoteo…».
La situación ya estaba fuera de relato. Ella gemía y resoplaba de forma discreta entre petición y petición.
«Cierra los ojos e imagina que estoy justo enfrente de ti, en pie, desnuda, observándote. Dispuesta a hacer todo lo que me pidas, con lujuria, con calma, con morbo. ¡Pídeme lo que quieras!».
El muchacho obediente creó ante él la traslúcida imagen de una mujer blanca muy delgada de cabellos dorados, ojos cristalinos y labios sonrosados; como una pequeña hada sin alas. La materialización era tan real que hasta su sentido del olfato se veía también tentado. El cabello flotaba a su alrededor queriendo tocarle, atraparle. Desprendía pequeñas motas brillantes que se esparcían flotando por la habitación, como el polen mecido por una brisa tenue.
«Imagina que me inclino hacia ti…, la quiero tocar…, quiero succionarte hasta que me des tu semen...», incluso la línea telefónica parecía vibrar.
La figura transparente comenzó a moverse al ritmo de unas notas musicales que surgieron de forma paulatina. Agachándose para retirar su mano y tomar el control. Extasiado, se echó hacia atrás en la silla…
Reconocía esa melodía…
It's only when I lose myself in someone else
That I find myself
I find myself *
3
El olor a incienso de la habitación y la suavidad de las sábanas que le atrapaban le hicieron regresar del fogoso recuerdo, atraído por las mismas notas musicales del recuerdo. Entreabrió los ojos y vio una silueta perfilada en la puerta. Era la bruja y la música. Depositó el radio casette en el suelo y comenzó a avanzar de forma tímida en su dirección, subiéndose a la cama y trepando hacia su cuerpo al ritmo electrónico de la melodía. El muchacho no podía ver desde su posición sobre la cama, pero ella esquivó pequeños y extraños insectos en su avance; éstos se enredaron en los dedos descalzos de la bruja, desvaneciéndose al contacto y desapareciendo como bruma.
Breta se situó sobre el muchacho a horcajadas sin dejar de menearse de forma ondulante. Le sonreía y se balanceaba como drogada.
Sus ojos quisieron parpadear, su mente exclamar. Era Breta sin duda, pero había cambiado. Su pelo era ahora rubio, sus ojos azules y sus labios rosados. Él murmuró palabras sin sentido tratando de despertar de su alucinación.
Pero no pudo, porque no lo era.
De alguna manera, esa bruja se introdujo en su mente, encontrando el momento en el que su locura y su deseo se volvían más fuertes, alimentando el poder del hechizo que le lanzó aquel día.
Something beautiful is happening inside for me
Something sensual, it's full of fire and mystery
I feel hypnotized, I feel paralyzed
I have found heaven
Mientras pensaba en ello, excitado desde el momento en el que regresó de aquel recuerdo olvidado, la bruja no había dejado de balancearse sobre su pelvis. Al ritmo de las notas que aún emitía aquel aparato de otro siglo. Lo hizo hasta que gimió de placer. Mordiéndose los labios, salivando, apretando sus senos, haciendo crujir las costuras de su vestido. El chico podía notar la humedad atravesando las sábanas que le inmovilizaban. Sus instintos más oscuros querían salir en tropel de él. Estaba lleno de placer. Breta sacó de entre sus pechos un pequeño frasco que abrió y tomó de un solo trago. Tiró la botella al suelo y sonriendo se lo dio de beber de su boca. El líquido dulzón se deslizó garganta abajo mientras la lengua de la bruja acariciaba la suya con ímpetu. «¿Chocolate?», pensó. «¡Dios!, qué sabor tan delicioso, qué boca tan deliciosa». Respondió con intensidad incorporándose para rodearla entre sus brazos, pero una sensación adormecedora le fue arrebatando la fuerza. Breta fue quien le atrapó y recostó mientras le absorbía de la boca el aliento, hasta que el muchacho cayó dormido.
4
Cuando despertó se sentía revitalizado. Breta estaba tumbada a su lado, adormilada. Y morena. ¿Sería algo dentro de su normalidad, aquellos cambios de aspecto? ¿O era solo un juego de la bruja?
El sabor a chocolate todavía permanecía en sus papilas. Era aquel líquido el que hacía estragos en él, distorsionando la realidad, creando una atmósfera encantada a su alrededor, como en la mayoría de sus encuentros digitales. Un elixir cuyo sabor reconocía, y no porque fuera un sabor conocido, sino porque ya lo había saboreado otras veces de la boca de la bruja.
Su estancia allí estaba siendo prolongada, y su memoria borrada.
¿Para qué serviría esa pócima dulzona? ¿Con qué intención le daba de beber de aquella forma? ¿Para hacerle sentir embotado tras tomarlo y jugar con él como ella quisiera, repitiendo y repitiendo a cada despertar vigorizante? Pensar en ello elevaba de nuevo su temperatura corporal, porque deseaba repetir y repetir. Frenó el enorme impulso de despertarla. ¿Por qué una mujer como aquella se había antojado de alguien como él? ¿Cuál era el motivo? ¿Sería una casualidad?
«Las casualidades no existen, solo lo inevitable». De nuevo la voz en su cabeza se alzaba alta y clara.
Gin se sacudió y frotó sus ojos con energía. Se incorporó apartándose con delicadeza del cuerpo de la bruja para no despertarla. Necesitaba desentumecer el cuerpo y despejar la mente. Quedando al borde de la cama, se puso de pie levantando los brazos y estirando el torso, exhalando un ruidito de aprobación al notar como todos sus músculos se acomodaban.
Un atisbo de lucidez volvió a él.
Estaba secuestrado. Sí, él había acudido a la cita de forma voluntaria, pero tras aquella larga noche de sexo desenfrenado no lograba recordar mucho más. La mujer lo había drogado y llevado a ese lugar de alguna manera.
Drogado y secuestrado. ¿Pero con qué fin? ¿Por dinero? Gin dudó. Sí, su familia tenía mucho dinero —y no solo dinero—, ¿podría ser esa la razón? Joder, pero si él nunca había hablado con ella sobre su familia, ni siquiera conocían sus verdaderas identidades.
«Mi nombre es Breta, soy una bruja» ¿Una bruja real? En verdad, lo que había estado experimentando a su lado bien podría ser magia negra. Era una locura pensar estas cosas en el siglo XXI, pero daba explicación a las alucinaciones y a las tremendas sensaciones que había sentido, mucho más intensas que la realidad monótona que vivía. Toda aquella situación ilógica le tenía muy descolocado. Lo más inteligente era huir, ahora que la mujer dormía. ¡Maldita sea! En el fondo no quería alejarse. Quería quedarse a su lado. Siempre. Pero también quería hacer lo que quisiera… con ella. ¿Aquello era magia?
¡Tsk!, no iba a dejar las cosas así. La despertaría, la agarraría con fuerza y la haría hablar. No iba a dejarse dominar más por el placer, no dejaría que cerrase sus labios con besos que taparan sus palabras. Necesitaba saber, de ella y de lo que le había llevado hasta allí. ¡Mantén tu polla dentro de los pantalones, imbécil!
Un sutil sonido de arrastrar pareció llegar a sus oídos en medio de aquella quietud mortal. La habitación estaba casi en penumbras, muchas de las velas llegaban a su fin en esa noche. La fina ceniza de los inciensos se meneaba con la brisa que recorría el cuarto.
Gin creyó ver una pequeña sombra moverse por el rabillo del ojo izquierdo. Permaneció en pie quieto, el aliento contenido, percibiendo más movimientos diminutos. Tragó saliva y movió su cuello con lentitud observando el suelo de la desordenada estancia. Distinguió sus pantalones tirados y vio, de seguro que vio, un pequeño hombre hurgar en los bolsillos de su prenda. Gin volvió a retener el aliento. El enano se sintió observado y lo miró por un instante, sobresaltado sabiéndose descubierto en su hurto. Gin se sentía bien, no estaba adormilado ni cansado. ¡Aquel hombrecillo de verdad se encontraba allí! La figura desvió su mirada por encima de sus hombros al mismo tiempo que soltaba sus pantalones y desaparecía en un abrir y cerrar de ojos.
Sintió el abrazo de la bruja alrededor de su cadera. Extendía sus brazos hasta acariciar el miembro en relajación. Al notar el aliento de la chica en su espalda, su sangre empezó a acelerarse, olvidando incluso lo que había visto. En cuanto la mujer puso un dedo sobre él, todos los sentidos del chico se centraron en ella.
—¿Dónde vas? —susurraba—, no te vayas…
—No me voy, mi ama. ¿Qué deseas?
La bruja sonrió. Retiró sus manos con suavidad y se deslizó fuera de la cama. Se situó delante de él y comenzó a desnudarse. Cada trozo de piel descubierto inyectaba más sangre en su segundo cerebro. Breta le impulsó a sentarse al borde de la cama cuando ya estaba totalmente desnuda.
En los rincones en penumbras de la habitación, varios hombrecillos hacían recuento de lo sustraído. Uno de ellos examinaba una cartera de bolsillo encuerada, sacando de ella una tarjeta plástica que brillaba. La observó con detenimiento admirando las marcas holográficas del documento de identidad de Gin. Sacó también alguna moneda que mordió. El hombrecillo sonrió y guardó su botín con orgullo, no sin antes patear un gusano nebuloso que se acercaba a él, dispersándose lentamente.
—Mañana por la noche saldremos. —La bruja se había sentado sobre él, dándole la espalda e iniciando otra sesión de sexo.
—¿Salir? —No podía evitar resoplar mientras hablaba—. ¿A dónde? —preguntó el esclavo, acariciando su húmedo clítoris con una mano, mientras con la otra masajeaba uno de los pechos de la voraz bruja.
—Gin De Axus, qué bien follas…
De nuevo, la bruja le incidía a obedecer. ¡Joder!, otra vez se estaba dejando llevar por el placer. Eso le enfurecía. Le hacía sentirse débil.
—Ése no es mi nombre verdadero. —Hizo que se inclinase hacia adelante para introducir uno de sus dedos en el trasero de la mujer, que respondió con unos gemidos aún más provocadores.
—Ése… es… tu nombre de esclavo, sigue… Gin. El aquelarre se reúne. Debo ir…—Ambas respiraciones entorpecían la conversación—. Sigue así, sí… —La voz temblaba entre sus labios—. Tú me acompañarás.
Sí, deseaba jugar con su cuerpo de maneras que ella aún no le había pedido. Pero también quería respuestas, y estas pesaban más en esos momentos de lucidez. Así que se armó de valor, y de forma violenta la separó de su insaciable pene, lanzándola hacia delante, atrapándola entre su cuerpo y la pared.
—¿Por qué? —Su voz era desafiante —. ¿Dónde me has traído? El aspecto medieval de este sitio, los entes extraños…
Presionó su cuerpo contra el de la chica, atrapándola más entre la fría pared y su calor.
Ella no dijo nada. Movió sus caderas incitándole a tomar su cuerpo en aquella posición dominante, aunque sin tener el control, porque los gemidos húmedos nublaban su raciocinio de manera sobrenatural.
—Bruja… —susurró el chico—, ¿cuál es el poder que tienes para dominarme así?
—Tu deseo por follarme no se debe a ningún hechizo. —Alzaba las caderas buscando su miembro excitado—. No te resistas, no puedes resistirte…
Sus esfuerzos por mantener la sangre fría fueron un fracaso total. Su impulso más fuerte era obedecer ante las peticiones del cuerpo de su Ama.
—Vamos, esclavo… Tómame otra vez… —Ella le provocaba eludiendo las interrogantes, retirando el cabello que caía por su espalda para que él pudiera admirar bien su blanca piel balanceándose contra su sexo.
Volvió a ceder.
—Sí, Ama.
Gin sólo supo agarrarla fuertemente y penetrarla contra la pared, mientras introducía a la vez varios de sus dedos en su sexo, sintiendo que, de nuevo, le faltaban manos.
* El fragmento pertenece a la canción "Only when I lose myself" de Depeche Mode.