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Chapter 3 - 3. Atracción y Rebeldía

1

Habían llegado a aquel nuevo y misterioso lugar en un coche peculiar, conducido por un individuo aún más peculiar.

Estuvieron esperando al chófer en la entrada de la destartalada casa donde habían permanecido retozando varias semanas, aunque para Gin el paso del tiempo al lado de aquella mujer no existía. Fluía y se escurría junto al sudor de sus cuerpos, perdiéndose lentamente sin ser advertido. Breta no articuló palabra durante la espera. Gin sólo la miraba inmerso en sus adormilados pensamientos. Cuando el vehículo llegó, el chófer se apeó a abrir la puerta trasera para que ambos subieran. Sin pronunciar ni una sola palabra. Al igual que Breta. El hombre era alto y delgado en extremo, pálido como un muerto. Huesudo como un esqueleto polvoriento, Incluso su traje parecía una mortaja. Cuando la pareja se acomodó dentro de aquel antiguo vehículo, el cadavérico y mudo chófer volvió a su puesto, arrancó, condujo hasta finalizar su trayecto y se marchó sin más.

Al iniciar la marcha echó un vistazo a través del cristal trasero de aquel Buick negro para ver la casa en ruinas, inhabitable. Miró a Breta, esperando algún tipo de aclaración. Pero la bruja ni se inmutó.

2

Lo que ocurrió desde ese momento al punto actual era todo borroso para él. El recorrido en coche, el momento en que se apearon, incluso el aspecto del lugar. Quería recordar, pero su cabeza estaba demasiado embotada para pensar. Caminaba como un autómata.

Apenas había iluminación en el lugar al que habían ido. Veía siluetas moviéndose a su alrededor, otras parecían observarle mientras cuchicheaban. Zigzagueante vagaba entre aquella enigmática muchedumbre, solo. «Breta...», le susurraba su mente. Había intentado guiarse por las ondulaciones de la capa que llevaba Breta, pero en algún momento esos movimientos se mezclaron con otros similares. Estaba perdido, solo y confuso. Se sentía abandonado.

«¿Abandonado? ¡Ja! ¿Qué eres ahora, un crío? Abre bien los ojos, a ver dónde te ha metido la perra ésa que te ha hechizado...», sacudió su cabeza con energía, como si al hacerlo pudiera sacar esa voz de su interior.

Poco a poco sus ojos iban acostumbrándose a la penumbra que reinaba en la sala. Sus oídos captaban también la música que sonaba allí, melodías familiares. Siempre melodías que le atrapaban y le ponían banda sonora a esta experiencia novelesca en la que se había embarcado tras las faldas de una mujer desconocida. ¿Qué era aquel sitio por el que vagaba? ¿Un salón de baile? ¿No mencionó Breta que era una reunión?

«El aquelarre se reúne. Debo ir…».

Inconscientemente él mismo acariciaba su pecho recordando… recordándola. Todo su cuerpo ardía visualizando los primeros momentos de contacto por toda su piel. Volviendo a recorrerlos con sus manos bajo la camisa que llevaba, imaginando que el tacto no era el suyo propio. Queriendo volver a revivirlo. Su respiración se había acelerado, inhalando más de ese humo penetrante que ya le era conocido. El olor del vicio lascivo. El ambiente estaba tan cargado que se podían masticar las esencias que lo engullían.

De pronto se escuchó un silencio profundo, haciendo que su pecho se contrajese.

Una melodía hecha silbido se abría paso de forma gradual. Luego unos golpes sordos sobre su cabeza que hicieron que se incorporara súbitamente. Sintió las vibraciones de los altavoces sacudiendo su corazón. Cuando la música emergió de aquellas notas graves, las figuras allí reunidas empezaron a danzar poseídas por alguna droga alucinógena. Él comenzó a sentirse otra vez mareado. Ahora avanzaba entre la gente, chocando con ellos, sintiendo de forma esporádica roces obscenos y pequeños pellizcos…

This is where your sanity gives in

And love begins.

Never lose your grip,

Don't trip, don't fall,

You'll lose it all.

The sweetest way to die.*

Sin percibir que le estaban rodeando, su mente continuaba tratando de recordar el trayecto hasta ese lugar. El ambiente se pegaba a su piel. Pesaba. Era húmedo y caliente. Como ella.

«¡Oh, sí!, ya lo recuerdo, Breta...».

3

Le había dado otra vez aquel dulce líquido. De la misma manera. En la parte de atrás de aquel coche funesto. Sin mediar palabra, tras unos segundos de miradas, éstas sintieron la atracción de los cuerpos. Se sentó sobre él con las piernas abiertas habiendo recogido ya el largo de su vestido con habilidad.

—Esa casa en la que hemos estado, ¿era una alucinación?, ¿o un hechizo?

Breta sonrió ante las interrogantes de su esclavo mientras acariciaba su mejilla.

—¿Tú que crees, Gin? —le susurró al oído.

—Creo que es producto de tu magia, bruja —añadió en un gran esfuerzo por no perder el hilo.

Quería comprender todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Tragó saliva depositando ambas manos en las caderas de la bruja.

—¿Los hombrecillos también son creación de tu magia? —preguntó con la voz entercortada.

—No… —Las palabras se escurrieron de los labios sonrientes de Breta —. Son habitantes del lugar. Les encanta incordiar a los humanos. Esparcí céntimos por toda la casucha pero parece ser que no fue suficiente para que nos dejaran a solas. Al menos no nos interrumpieron.

Estas últimas palabras las pronunció mientras le incitaba a aspirar el aroma de sus pechos, atrapando el cabello de su nuca y presionando su cabeza contra ellos.

Pudo ver la pequeña botella de ese elixir que ya había probado otras veces alojado en el fondo de su escote. Con igual rapidez que con sus telas, sacó la botella, la tomó y se la pasó con un profundo beso. Ni una sola gota se desperdició. Recorrió el interior de su boca con la lengua y comenzó a tomar la saliva que se producía en el placer del contacto. Beber de aquella manera le hacía sentir sofoco. No solo absorbía su saliva; atrapaba su lengua y le robaba el aliento casi por completo.

—Ya que lo vas a olvidar… Dime, ¿qué quieres saber, esclavo?

—¿Por qué yo? —La pregunta nació como espontánea mientras se mordía los labios formulándola. La bruja no dejaba de balancearse sobre su regazo.

—Porque tú y yo somos Almas Gemelas.

El efecto del elixir comenzaba a hacer mella en Gin, mezclándose con los impulsos placenteros que provocaba ser dominado, difuminando las palabras de su Ama.

—Me aseguraré de que estás a salvo y la mejor manera es tenerte a mi servicio como esclavo. Estarás protegido. No se atreverán a ponerte un dedo encima porque eres mío.

Lamía con deleite la mejilla de Gin, degustando el sabor de su piel encendida, empapando su ropa interior sin detener sus balanceos lujuriosos. Regresando a los labios para comerlos , ahogando así sus alientos.

4

Fuera de su ensoñación también se sentía sofocado y excitado, y no por sus recuerdos, que ayudaban bastante a acelerar su pulso, sino porque una mujer que no conocía le acariciaba el cuello mientras otra agachada ante él le palpaba en aquel ritmo musical.

Acalorado y arrinconado, presionaban sobre él dirigiendo sus pasos mientras iba siendo rodeado por más manos que aparecían y se posaban en él. Le acariciaban cada rincón del cuerpo, le desabrochaban la camisa, humedecían su piel con lenguas calientes y ásperas, danzando otros a su alrededor observando, contoneándose, acechando... Parecían una manada de lobos cazando.

—No lo mordáis. Es fruto prohibido.

Más manos se posaron sobre él derribándole con suavidad. Gin creyó flotar unos instantes mientras iba cayendo como si su cuerpo estuviera relleno de plumas. Casi no quedaba hueco en su cuerpo que no estuviera siendo manoseado por aquel ejército de impúdicas garras. No paraban de bailar sobre su piel y de envenenar sus sentidos, ya borrachos de los recuerdos que emergían de su mente.

—No pasa nada, solo lo lameremos...—. Las palabras llegaban a sus oídos envueltas en risas diabólicas.

Aunque era consciente de lo que estaba ocurriendo, la sensación era la de un sueño.

Se sentía ligero, ebrio de placer mientras todas aquellas manos estimulaban cada rincón de su cuerpo. Y sin embargo su realidad, su respuesta a aquellos estímulos provenían de su Ama, concentrado justo en el momento en el que le dio más de ese elixir en el Buik.

Sus labios fueron humedecidos por una lengua anónima que los lamió varias veces hasta abrirlos e introducirse dentro de la boca del muchacho. El sabor le era conocido. Familiar y dulce, así que se relajó aún más y siguió pensando en ello...

5

—¿Por qué me das ese elixir?

—Es mejor que no sepas dónde nos encontramos. Es territorio de brujos.

—¿Es mejor que no sepa? ¿O quizá sería más correcto decir que no quieres que lo sepa? ¿Qué significa eso?

—Significa —comenzó a balancearse sobre él—, que nadie puede tocarte, excepto yo.

—Tampoco me dejaría tocar por nadie, excepto tú, ¿qué necesidad tienes en darme ese brebaje? Beberé cualquier líquido que me des de tu boca, te seguiré a cualquier lugar al que quieras ir, satisfaré todos tus deseos…

—Porque es altamente adictivo. —Las palabras eran ya susurradas dentro de sus bocas.

6

Los recuerdos eran tan vívidos que los sentía también en esos momentos. Provocados por decenas de dedos. Libada su dermis con rasposas lenguas, ¡vigilado por decenas de ojos!

Se encontraba tumbado semi desnudo, gimiendo y revolviéndose. Comenzando a perder el sentido y abrazando el placer fantasmagórico del lugar.

—¡¡Moveos!! ¡¡¡Apartaos!!! —rugió una masculina voz.

Espantó a toda la multitud acumulada alrededor de la escena que el esclavo de Breta estaba protagonizando. Notó cómo le agarraban del cabello y lo levantaban con un tirón fuerte y preciso. Pudo ver un instante la cara del hombre que lo había incorporado de aquella forma tan agresiva. Aunque sus ojos solo enviaron a su cerebro el helado azul del iris de aquel desconocido. Y su diminuta pupila, como aguja venenosa. No tenía fuerzas para estar de pie, y mucho menos caminar. Ni siquiera hablar. Se balanceó cayendo sobre el cuerpo del hombre. Éste se retiró para evitar el contacto. Gin creyó que el golpe contra el suelo sería lo último que vería y sentiría ese día. Pero aquel hombre no lo dejó caer. Lo agarró de la camisa abierta que se replegó hasta sus muñecas, quedando el muchacho atrapado con los brazos estirados hacia atrás en incómoda postura.

La música aún continuaba sonando. La gente que había alrededor y no había huido, los observaba con detenimiento. La verdad era que el cuadro que ambos dibujaban iba muy bien con el ambiente que se estaba mostrando en aquella fiesta. En aquella orgía.

El hombre era alto, robusto y muy rubio. Llevaba una gabardina oscura y larga que ocultaba el arma que llevaba colgada del cinto. Sus atuendos eran pulcros. La chaqueta de su uniforme abotonada hasta el cuello. Las botas limpias e impecables. El semblante serio remarcado por su rubio cabello perfectamente peinado hacia atrás. Proyectaba una imagen clara de poder y de autoridad.

Gin no comprendía muy bien que ocurría ahora. Estaba suspendido en el aire hasta que aquel hombre comenzó a moverse. Sus piernas sentían el ardor que le producía el ser arrastrado. Cargaban con él como si solo fuera un despojo, y el aspecto que tenía no distaba mucho.

La música se alejó y el calor desapareció. La penumbra iba y venía. Los ecos de las pisadas del hombre que lo arrastraba eran graves. Escuchaba también el tintineo de unas gotas cayendo y el frío se adhería a la mayor parte de su piel desnuda de forma pegajosa. El olor a moho y polvo penetraba en su nariz.

¿Qué pasaba? ¿Quién era ese hombre y a dónde le llevaba?

«Breta…, Breta…, ¿dónde estás?».

Sintió dolor al caer de cara contra el suelo pedregoso cuando el hombre lo soltó, cayendo a plomo. El mareo comenzaba a desaparecer, el frío le estaba despejando. Quería conocer el rostro de uno de aquellos lobos. Le vio empujar con esfuerzo una puerta de gruesa y pesada madera. Gin se sintió pequeño a sus pies. Se levantó y colocó bien su camisa intentando entrar en calor. Al terminar de abrir la grotesca puerta, el hombre le taladró con una mirada llena de odio. Era claro. Quería articular palabra, ¡cualquiera hubiera valido!, pero esos ojos punzantes no se lo permitieron. Presentía que si emitía algún sonido, ese hombre lo descuartizaría ahí mismo.

No pudo pensar nada más, solo mirar.

Lo siguiente fue brutal.

7

Le volvió a agarrar de manera brusca para arrastrarlo hacia dentro de la siniestra sala. Tan veloz y violento que solo pudo concentrarse en el dolor. Fue lanzado sobre una superficie metálica.

—¿Así que éste es el esclavo de Breta? Puedo deducirlo… —Una mujer se había acercado a la mesa en la que yacía Gin boca abajo, entumecido por el impacto —. Parece un buen ejemplar.

Iba encapuchada. Como el resto.

En un rincón, acuclillado, temblando y aterrorizado gemía y lloriqueaba un joven delgado. Era muy molesto. Su voz chillona penetraba pensamientos y su aspecto terrible provocaba sentimientos de asco. Estaba sucio, el cabello revuelto, hecho nudos y las ropas raídas. Como si hubiera sobrevivido a algún tipo de tortura perversa.

Aquella sala tenía los techos muy altos, sus gimoteos ascendían, rebotaban y volvían a caer sobre ellos en ecos repetidos que podían destruir la razón y la cordura.

Aún así, las mujeres que allí había no parecían molestas por los ruidos que vomitaba aquel pobre individuo. Estaban totalmente centradas en el cuerpo desaliñado de Gin.

—¿Deberíamos empezar por él? —Otra mujer más joven se había acercado hasta la mesa—. Huele delicioso.

—No te atreverías… —Una voz distinta se escuchó desde más atrás. Parecía la de una niña.

—¡Malvic! —La primera mujer, de rostro serio y gesto autoritario, le dio una breve indicación al hombre rubio que supo interpretar a la perfección.

Volvió a agarrar a Gin como si fuese un animal muerto y zarandeándolo lo lanzó al rincón junto al otro muchacho que se encogió de terror alzando sus quejas y lamentos de intensidad.

Otra vez más dolor al chocar contra la pared y caer al suelo. ¿Por qué un trato tan agresivo? ¿Quiénes eran esas personas?. «Idiota», pensó para sí mismo.

«Míralos con atención. Son brujas. Como tu Ama, no pierdas detalle».

Su antiguo yo querría haber hablado con aquel chico aterrorizado. Saber qué estaba ocurriendo de su boca temblorosa, ya que ambos parecían inmersos en la misma enigmática situación. A su nuevo yo, el Hechizado, no le importaba lo más mínimo aquel despojo humano. Quería filmar con sus ojos a aquellos encapuchados. Imprimir en sus retinas todos sus movimientos. Gin de Axus lo oyó y lo sintió fuerte y claro. No era una simple voz creada por las drogas alucinógenas de la bruja o del lugar. Estaba ahí. En su interior.

—¿Quién eres tú? —Gin se atrevió a hablarle como si lo hiciera consigo mismo, considerándolo un intruso en su mente.

«¿Cómo que quién soy yo? Yo soy tú». Las risitas picoteaban su cerebro. «¡Pero no pierdas detalle!».

—Muy bien ¿Empezamos o esperamos a Breta? No podemos estar así eternamente. De hecho, opino que deberíamos empezar por su esclavo. Por joder. No soporto a esa niñata.

Cabellos rizados asomaban a ambos lados de su capucha.

—Eso sería interesante. —Las risitas en la niña no cesaban—. ¡No! Sus consecuencias lo serían… —Observaba a Gin desde más lejos. Estaba acuclillada y se balanceaba con gracia—. ¡Devorar al esclavo de otro! ¡Qué temeridad! —Las risitas pasaron a ser carcajadas.

—¿De qué te ríes tanto? —recriminó la mujer que parecía llevar la voz cantante del trío. Más seria y más vieja —. Es un tema serio.

—¡Claro! No lo dudo… El olor de ese chico ¿No lo notáis? Es distinto al de mi esclavo. —Señaló con una de sus pequeñas manos al rincón. Sus uñas eran largas y afiladas—. Recordad la clase de bruja que es Breta. ¡No querrá comérselo! —decía sin abandonar su socarronería—. Su olor es muy parecido al de ella. Seguramente no te haya mentido y éste sí sea su otra parte. —Esta última risilla la soltó muy bajito, como para sí misma mirando de soslayo a Malvic con ojos punzantes, con intención de provocarlo. El hombre se tensó de forma visible—. Señora mía, me parece que a usted le faltó paciencia con Breta. ¡Menudo embrollo ahora! Pobre Malvic… ¡tan solo y abandonado! Pero claro, eso a usted le va muy bien, ¿verdad?

Aquel recto hombre temblaba frenando el impulso de dar un paso hacia delante, agarrar el cuello de aquella enclenque bruja y callarla para siempre.

—No hay ningún embrollo. —La mujer se mantuvo firme ante la provocación de la odiosa niña—. Breta acatará las órdenes que tome el Consejo en cuanto a este tema, como ya ha ocurrido otras veces.

—Ya, pero si devora ese alma como pretenden… ¿no te preocupa lo que pueda ocurrir en el aquelarre?, ¿lo que pueda ocurrirte a ti?

—Será mejor que cierres tu boca felina —sentenció irritada.

Gin escuchaba atento la conversación de las brujas.

Ambos Gin.

«Uy…¡pero mira qué sorpresa! Así que tu Ama ya tenía un esclavo. ¡Qué mujer tan insaciable!».

—¡Pero qué dices!

«¿Cómo que no? Mira lo tenso que se ha quedado ese rubiales después del comentario de la gatita. Ese hombre es el esclavo de tu Ama. Es muy probable que sea el motivo por el que te ha traído lamiendo el suelo…», la voz del Hechizado sonaba burlona.

La conversación entre las brujas continuaba bajo la mirada fría y los puños apretados de Malvic.

—¡Por qué no comérselo! Si es perfecto… —gritó la bruja de cabellos rizados. Tintineos se escuchaban con sus movimientos—. ¡¿Para qué si no?!

—¡Para qué si no! —La risilla loca de la niña no paraba mientras se incorporaba y se acercaba a las otras dos. Había descubierto su rosto dejando caer una larguísima trenza entre sus diminutos pechos. La túnica que la envolvía había caído de camino y dejaba al descubierto las escandalosas vestiduras que llevaba bajo ella. Puro y brillante cuero. Gin podía olerlo desde su rincón. De su cinturón sacó una fusta con la que golpeó la superficie de la mesa varias veces.

Al oír el sonido producido por los golpes secos sobre el metal de la superficie de aquel altar plateado, el despojo quejumbroso emitió un grito largo de terror y angustia.

—¡¡Noo!! ¡¡Por favor, paren!! —Se encogía sobre sí mismo aún más mientras se agarraba la cabeza y tiraba histérico de su cabello—. ¡¡Quiero vivir!! ¡¡¡Déjenme vivir!!! —Sorbía sus propios mocos para continuar gritando—. ¡¡Puedo ser útil!! ¡Lo prometo! ¡¡Lo suplico!! —A cada grito que emitía expulsaba de su boca saliva pastosa que caía a plomo delante de él.

La mujer más mayor exclamó asqueada y añadió:

—Terminemos ya con esto.

De nuevo un solo gesto bastó para que Malvic entendiera cuál era la orden. Éste asintió y obedeció de inmediato.

Los gritos del chico aumentaron desde que lo agarraron y lo ataron a la mesa de la manera más brusca. El hombre descargaba su frustración contra él. La mujer más joven descubrió también sus vestiduras mientras se relamía. El cabello ondulado y negrísimo se balanceaba con sus meneos. Llevaba una cota de malla metálica. En sus muslos, numerosos brillos llegaban hasta los ojos de Gin. El relucir de las armas blancas era hipnotizador. La bruja sonreía mientras deslizaba sobre sus muslos el filo de uno de sus cuchillos, dejando una delgada marca ascendente. El zumbido que produjo al pasar sobre la cota de malla quedó sobre ellos mezclándose con los gritos y sollozos del muchacho que luchaba revolviéndose en vano.

Ni siquiera podía parpadear. ¿Qué es lo que iba a pasar? ¿De qué manera? ¿Sería lo mismo para él? ¿Por qué no se levantaba y luchaba por la vida de ese chico? Quizá lo hubiera hecho, pero sus piernas apenas le sostenían. Eso quería pensar, porque aunque su cerebro mandaba esas órdenes a sus músculos, éstos no respondían. Solo podía seguir observando.

8

En aquella habitación había muchas estanterías con objetos relucientes; tarros de reflejos verduscos, cadenas y látigos colgaban de ellas. Gruesas y pesadas cuerdas. ¿Acaso aquel lugar era un habitáculo de tortura? La tintineante luz de las velas iluminaba la estancia desde candelabros de largas y gruesas patas. Al otro lado de aquella mesa metálica, tras las brujas, podía distinguir un cuerpo colgado de la pared por contundentes cadenas. El cuerpo de un hombre que parecía inerte. Los ojos tapados, marcas largas y rojizas salpicaban todo su cuerpo. Estaba prácticamente desnudo; solo vestía la ropa interior.

Ellas mientras tanto ya habían iniciado su juego. La chica gatuna había activado un gramófono del que empezó a salir una melodía sucia y alegre. Comenzó a bailar alrededor del altar golpeando con su fusta al muchacho atado a la mesa, provocando en él más gritos de desesperación.

—¡Ama! ¡¡¡Ama!!! ¡Perdóneme! ¡Seré obediente! ¡¡¡Lo prometo!!! —gritaba y sollozaba sin control a cada sonido de látigo.

Sobre él, la bruja de cabello ondulado, tras haber rajado la estropeada prenda que éste llevaba con uno de sus cuchillos, se había subido a horcajadas suyas y lamía el pecho del muchacho.

A Gin ese sonido del rasgar de tela le pareció muy provocador. Imágenes de costuras rompiéndose y botones saltando quisieron cegarlo. «No es momento, amor...», la escuchó susurrar en su mente.

La bruja de la trenza se había situado de cara a su compañera. Le ofrecía un frasco que ella tomó y dio de beber al despojo. El chico comenzó a tranquilizarse bajo las lamidas de la bruja de la cota metálica, incluso emitía pequeños suspiros de alivio tras ingerir aquel líquido.

«¡Otra vez! ¡¡Otra vez ese maldito elixir!!», gritó Gin en sus adentros sin quitar ojo de la escena. La bruja besaba con ansias al muchacho atado y comenzaba a rajar sus pantalones para poder deshacerse de ellos rápido y así practicarle una mamada viciosa. Aquella mujer le miró varias veces mientras lo hacía. Y eso se la puso dura.

A la cabeza de la mesa, la bruja de la trenza enrollaba una cinta de raso roja alrededor del cuello del muchacho que gemía. La bruja sonrió dejando al descubierto unos colmillos afilados. Gin sintió un escalofrío al ver cómo los relamía con su lengua, también puntiaguda. Lo hacía mientras apretaba y apretaba la cinta.

—Vamos, chico, vamos… Dáselo todo, dáselo… —le decía ella.

La tercera mujer no había hecho ningún movimiento. Estuvo observando con calma como las jóvenes se divertían.

—Lily… —rogaba la bruja del pelo rizado—. Pásame hilo de pescar…

—¡Oh! —exclamó la pequeña bruja de la trenza—.Te veo muy animada… —mientras pronunciaba Lily estas palabras, la bruja morena no paraba de gemir cabalgando de manera sensual al esclavo de ésta—. De esa forma despertarás a tu encadenado…

Mientras se dirigía a alguna parte de aquellas abundantes estanterías, metió un latigazo muy cerca del hombre encadenado a la pared. Éste pareció responder al sonido. No estaba muerto. Lily rio cuando aquel hombre comenzó a gritar el nombre de su Ama.

—¿Sabrina? ¡¡Sabrina!! —Tiraba de las cadenas hacia adelante, buscando—. ¡Oigo tus gemidos, Ama!

«¡Cruce de esclavos! ¿No acaba de sugerir la gatita que eso no está bien?».

—No entiendo lo que quieres decir…

«¡Qué cortito eres! Esperemos a ver qué más podemos deducir, pero… En serio… —hizo una pausa silenciosa—. ¿No ves el brillo que rodea a ese hombre?».

El Hechizado podía percibirlo aunque a los ojos de Gin la luz que envolvía a Malvic era muy débil, producto de sus drogados sentidos.

«Es un hombre de espíritu firme, por eso la vieja ésa le estará metiendo mano… ¿No ves cómo se divierten? ¡Qué brujitas más malvadas!».

La mezcla de sonidos con las de las carcajadas del Hechizado hacía retumbar la cabeza de Gin aturdiéndolo un poco más. Lily no paraba de reír, ni Sabrina de gemir acompañada del esclavo que estaba montando. La bruja encapuchada solo observaba en silencio al lado de Malvic.

La pequeña bruja propinó al encadenado algunos latigazos en su torso. El hombre aulló a cada seco contacto mientras gritaba el nombre de su Ama.

—¡Oh! —exclamó Lily agarrando los testículos del encadenado hasta hacerlo gemir de dolor—, …está excitado ¡¡La tiene bien dura!! —gritaba mientras apretaba con más fuerza.

El hombre chilló dolorido, aunque no lo suficiente para que su erección desapareciese. Ella golpeó la zona más veces, disfrutando y riendo a carcajadas.

—¡¡Lily¡¡ —jadeaba Sabrina —, el… el hilo…

La pequeña bruja introdujo sus garras bajo la ropa interior del encadenado mientras con la otra le propinaba pequeños latigazos en las piernas y los pies. Ella se relamía sintiéndo cómo corría entre sus dedos la sangre derramada de las heridas punzantes que sus largas uñas producían en el sexo del hombre encadenado.

Sabrina volvía a llamar su atención con voz ahogada. Lily dejó tranquilo al esclavo de su compañera para acercar el hilo que ella le había solicitado. De inmediato volvió al colgado para rasgar la única prenda que llevaba, y así poder relamer los cortes que le había provocado mientras masajeaba su miembro erecto.

Gin no pestañeaba. No quería pestañear. Estaba asombrado, acalorado mirando cómo las brujas jugaban con los chicos que tenían subyugados, y como éstos, pese al sufrimiento que ellas infligían en sus cuerpos, gozaban de una extraña manera. El despojo de la mesa tenía el rostro amoratado por la cinta que la bruja de la trenza había dejado bien apretada en su cuello. El hombre encadenado sangraba por muchas heridas tiñiendo su cuerpo de rojo intenso.

«¡Qué locura!», gritaba la mente de Gin.

«¡¡Qué espectáculo más asombroso!!», bramaba el Hechizado.

Cada vez que escuchaba esa voz, Gin de Axus se sacudía intentando alejarla de su cabeza. Conseguía mitigarla por breves instantes, pero lo que no podía controlar era su erección. No bajaba, ¡al igual que a los otros esclavos! ¡Todo era una locura! Ante sus ojos la escena más horripilante de su vida, y él solo podía pensar en que su Ama jamás le había tratado de la manera que esas putas locas lo hacían en esos momentos.

El ataque de risa del Hechizado fue una sensación de sacuda tremenda para Gin.

«Sí… ¡Claro que sí! Es efecto del hechizo de esclavo. ¡No solo del elixir!».

Gin tapaba sus oídos en un esfuerzo inútil por no escucharlo, intentando apagar ese sentido mientras sus ojos tampoco podían cerrarse.

Sabrina se bajó del esclavo prestado que se estaba tirando, para continuar estimulándolo con las manos. Comenzó a enrollar en la base del pene de aquel desgraciado el hilo de pescar que Lily le había acercado, apretando fuerte, consiguiendo que más sangre se acumulase en aquella zona, relamiéndose ambos labios mientras veía como el falo que sostenía se hinchaba un poco más. Estaba sentada a su lado, con las piernas bien abiertas mirando en la dirección en la que Gin observaba,. Fue tan rápido el movimiento que la bruja asestó, que a Gin le costó varios segundos asimilar qué estaba pasando.

La mujer comenzaba a beber del líquido derramando manchando sus labios y sus mejillas. La sangre resbalaba entre los eslabones de su cota. El esclavo chillaba de forma ahogada, próxima ya a un final definitivo para él. Cuando la bruja cesó de beber posó su mirada en Gin, y comenzó a masturbarse con el pene cercenado del despojo de la mesa metálica. Lo introducía en su interior y lo sacaba de forma pausada, excitándose mientras le miraba. Sus muslos se teñían con la sangre que conseguía escapar al torniquete que le había practicado al pene antes de amputarlo con una de sus cuchillas.

Gin estaba embelesado, congelado ante esa visión. Los gritos desesperados del otro esclavo, el encadenado, fueron tan intensos que consiguieron atraer su atención siendo aún más espantoso para Gin, y más atractivo para el hechizado.

La bruja de la trenza había rajado el vientre del hombre de las cadenas rebuscando con ambas manos en su interior. Las lágrimas empapaban la venda y resbalaban por su cuello. Quiso vomitar cuando Lily sacó las manos llevando consigo las entrañas. Ella las olió, las lamió e incluso mordió algún trozo para después colocar alrededor del cuello de su juguete sádico sus propios intestinos. Sin parar de reír como una loca histérica.

— ¡¡Abre la boca!! —risoteaba—. ¡¡Abre esa boquita linda!!

A cada carcajada le introducía un trozo de intestino en su boca llevando a la asfixia a aquel hombre que continuaba chillando y llorando. Las vísceras que la bruja no había sacado de la cavidad abierta se escurrían lentamente por sus piernas hasta depositarse en el suelo.

Malvic había comenzado a moverse por la sala. Le ofreció a la bruja encapuchada un gran machete que ella aceptó con un pequeño gesto de cabeza. En su filo pudo apreciar unas inscripciones que no identificó. Él se retiró y comenzó a coger frascos de cristal vacíos que fue llenando con las vísceras derramadas del hombre encadenado.

En la mesa, el casi asfixiado despojo sonreía de forma extraña. Su color había pasado a un tono azulado, y ya no emitía gemidos de dolor. Sonreía como ido.

«¿Cómo ha podido suceder algo así? ¿Acaso ha disfrutado también?», pensaba Gin.

«¡Tiene algo que ver, pero no del todo, idiota! ¿No te dije que abrieras los ojos? Él ha bebido ese elixir… el otro no. ¡Y mira cómo chilla el muy cochino!».

Aquellos gritos desoladores taladraban sus sienes con intensidad.

—No… cómo va a ser por eso...

«¿Y por qué no? ¿Qué sabrás tú? Has olvidado muchas cosas en estos meses, verdad? Quizá es que no has asimilado nada sumergido en tu burbuja».

—¡¿Meses?!

Su cabeza quería estallar y su estómago vaciarse. ¿Y si su Ama también le daba aquel elixir para hacer algo parecido? ¿Por qué no lo había hecho ya?

La mujer encapuchada había levantado el machete frente al chico amoratado y lo mantenía alzado mientras murmuraba palabras ininteligibles en un cántico desconocido y grave.

Los gritos de locura del hombre encadenado habían cesado y ahora las notas del gramófono llegaban más nítidas a todos los rincones de la sala.

I know (I know) you belong

To somebody new

But tonight

You belong to me

Although (although) we're apart

You're part of my heart

And tonight

You belong to me**

9

La música que emitía aquel aparato le otorgaba a la escena un toque demasiado extraño; la melodía alegre y las voces angelicales hacían aún más siniestra la situación. Cuando la bruja terminó su leve cántico dejó caer el machete en el vientre ensangrentado del muchacho hasta escuchar el ruido del choque de la punta contra el metal de la mesa. Permaneció así unos segundos en los que Lily se aproximó a la mesa para observar de cerca. Tenía la cara ensangrentada. Parecía un demonio vestido de cuero. Sabrina había consumido la erección del cercenado pene y lo depositaba dentro de un tarro. Se acercó también para ver con detalle cómo su compañera encapuchada realizaba un certero y rápido movimiento que abrió en canal al pobre engendro.

«¡Qué fuerza! ¡Qué estilo!», gritaba asombrado el Hechizado.

Gin no tenía palabras ni para armar pensamientos.

Jamás sus ojos habían visto algo igual. Entre risas estuvieron hurgando dentro del cuerpo caliente. La sangre resbalaba por todos los lados de la mesa desbordada. Llegaba al suelo y se esparcía dibujando enredaderas rojas entre los huecos de las baldosas vasto suelo. ¡Y el sonido que producían las brujas en su labor! Viscoso, blando y húmedo.

—¡Qué buen espécimen el tuyo, Lily! ¡Huele y sabe mucho mejor que el mío!

—Eso es por la rebeldía que ha estado mostrando desde que le encontré. Intentando liberarse de mí, el muy imbécil… ¡Cómo si eso fuera posible! —Siempre riendo y riendo—. He de decir que yo misma le incité a rebelarse, no sé por qué será, pero les da un sabor muy peculiar y apetitoso. Ya lo había comprobado en otras ocasiones —decía orgullosa mientras trenzaba en su pelo, añadiendo a otras, la tira de raso roja que había atado alrededor del cuello de su esclavo. Hurgó más en el interior de aquel cuerpo ya inerte para sacar partes de él, chupándose los dedos con excitante gula.

Gin continuaba observando cómo sacaban los órganos y los depositaban dentro de frascos que el hombre de la gabardina les iba acercando. Se lo quitaron todo: le arrancaron con delicadeza los ojos, le cortaron la lengua, las orejas. Partes de su piel a tiras. Aquello que dejaron sobre la mesa, ya no era un ser humano.

—¿Me pregunto qué tendrá de especial ése de ahí? —mientras la bruja de la cota de malla lanzaba al aire estas palabras, todas las miradas se posaron en Gin.

El escalofrío que recorrió su cuerpo fue indescriptible. Heló su sangre. Sus músculos se pusieron rígidos. Apretó la mandíbula marcando todos los músculos faciales como también resaltaban las venas de su cuello y de su frente. Si alguna vez se había sentido agobiado, si alguna vez había sentido vértigo desde algún gran edificio, esa sensación de congoja…, ¡no era nada comparado! Creyó que su alma sería absorbida en aquel momento, y después cogerían su cuerpo y lo dejarían vacío.

«No temas, mi amor… Ya llego». Una chispa de luz activó su mente.

—Breta… —logró susurrar.

Era cierto. Lo sentía. La sentía cerca. Sus sentidos se habían recuperado, y ahora podía percibir un calor extraño que le atemperaba y calmaba los petrificados músculos.

Su Ama estaba ya allí.

10

Un estruendoso sonido abrió de forma brutal las puertas de la sangrienta sala. Penetró e hizo vibrar todo lo que había allí. El gramófono dejó de sonar. Varios tarros de cristal se quebraron, derramando su asqueroso y putrefacto contenido. Aquel olor rancio se mezcló con el de la sangre y las vísceras. Tras de sí una ráfaga de viento los revolvió obteniendo un olor muy familiar para el aquelarre.

—Breta —dijo una de las mujeres queriendo afirmar en voz alta la presencia de la esperada bruja pelirroja.

Allí estaba su reina. Erguida y amenazante. Sus pechos asomando en su escote, hinchados de la ira. El cuerpo de Gin se relajó al verla, al fin.

—Tardaste demasiado, así que tuvimos que empezar sin ti. Si tienes hambre… –—Sabrina jugueteaba con dos cuchillos, uno en cada mano—. Si quieres, yo te lo sirvo…

—¡¡Ni se te ocurra!! —bufó la bruja encapuchada—. ¡No toleraré peleas en la Casa!

La actitud intimidante de Breta se relajó un poco ante las palabras de Mina, la Bruja Mayor de su aquelarre. Se acercaba hasta ella mientras se limpiaba las manos ensangrentadas en un paño oscuro. No se veía la sangre que lo empapaba, pero sí que podía olerla muy bien. Era agradable.

—Me dijiste que lo trajera para que lo vieses, nada más —comenzó a decir Breta con tono frío—. Pues aquí lo tienes. Ya lo has visto y me lo llevo.

—Alto ahí. Debes darme respuesta. ¿Vas a presentarlo al Consejo o piensas rebelarte?

—Esa ley es estúpida. Haré lo que me plazca con él.

—Se te presionará para que lo hagas de una forma u otra —hizo una pausa—. ¿Qué me dices de Malvic? ¿Qué piensas hacer con él? Su alma tiene potencial. Por eso lo traje aquí… para tí.

El muchacho parecía contenerse, no de la misma manera que con las provocaciones de Lily, pero sí que se abrazaba a sí mismo con la intención de reprimir su cuerpo. Breta no se percató de ello, su atención estaba en Gin.

—No me interesa en absoluto. Si te gusta, quédatelo. A fin de cuentas —sonrió—, lo trajiste para tí, pero el Consejo te lo arrebató para dármelo a mí. Es tuyo desde un inicio.

Malvic continuaba quieto, apretando la mandíbula para no perder la compostura. Era un hombre formado, recto. Ninguna provocación podría hacerlo reaccionar de forma errónea. Mina esbozó una sonrisa de triunfo. Sus deseos reales eran siempre en su propio beneficio y placer.

—¡Uy! ¡Eso es casi una condena, Breta! Me gusta cuando eres cruel —rió Lily.

Breta se dirigió hacia Gin sin mirar a las otras brujas, que la quitaban ojo. Sabrina con desprecio; Lily con ironía.

Se agachó para observarle de cerca. Le acarició la cara con suavidad retirando los mechones de pelo desordenados de su frente. Su roce le tranquilizó aún más de inmediato. Sus dedos inyectaban en su piel un veneno adormecedor que lo fue sumiendo en un confortable sueño, venciéndolo en pocos segundos y cayendo dormido entre los brazos de Breta.

—¡¡Breta!! —gritó Sabrina—. Si no lo consumes tú, no creas que los demás nos quedaremos mirando cómo ese joven se desperdicia. Tenlo muy en cuenta ¡No todos le lamemos el culo al Consejo!

—¡Es inevitable! ¡Es delicioso! —Aquel demonio negro y rojo daba saltitos mientras le gritaba las palabras a Breta—. ¡No podrás luchar contra tu instinto! ¡¡Acabarás por comértelo! ¡Porque huele delicioso!

Como si fuera un pajarillo herido, Breta tomó a Gin en sus brazos y salió de aquella apestosa sala sin pronunciar ni una sola palabra más. Las risas de la gatuna bruja no cesaron hasta un buen rato. Se escuchaban con eco por los húmedos pasillos de las entrañas de la casa.

* El fragmento pertenece a la canción "Paralyzed" de The Cardigans

** El fragmento pertenece a la canción "Tonight you belong to me", de Prudence & Patience