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Chapter 4 - 4. Caos y Sacrificio

1

«¡Qué dulce visión! ¡Qué hombre tan apetitoso! ¿Podré reprimir mis ansias de devorarlo? No debo sucumbir a ese deseo. No debo traicionar mis ideales. No debo volver a probar su sangre».

Éstos eran algunos de los pensamientos que rondaban la mente de Breta, mientras succionaba de la boca de Gin cabalgando sobre él en la parte trasera del Buick.

La Matriarca la había convocado en la Casa Rams, residencia de los miembros más importantes del aquelarre, de magos más jóvenes en su educación y también su casa. Quería que llevase a su esclavo, quería ver con sus propios ojos uno auténtico.

Breta continuaba absorbiendo la saliva de Gin, deleitándose con ese sabor intenso y revitalizador. Era una sensación de poder extremo que humedecía de excitación su sexo… y también su alma.

Un alma que se sentía incompleta y que gritaba fusionarse con su otra mitad para completar su ser. Su alma gemela.

2

Durante generaciones, las brujas han potenciado su poder absorbiendo este tipo de almas. Aquellas que formaban parte de la bruja misma, pero que se habían desperdigado por todos los rincones del Universo junto con muchas más, perdidas entre cada átomo, cada plano existencial, en cada mundo. Aunque no dejaban de ser teorías.

Era y sigue siendo casi imposible encontrar la tuya. Solo unos pocos lo han logrado, obteniendo tras consumirla un nivel más en su grado de brujería. Todas ellas habían conseguido una posición de poder de esta manera, como su familia. Breta pertenecía a la tercera generación consecutiva capaz de hallar a su alma gemela. Era de conocimiento público y el apellido Lemuria de sobra conocido no solo por este hecho. Fue una de la familias que dio apoyo al fundador de la casa: Eliott Rams. Hablar de Lemuria era como mencionar al mismo Rams, en especial de Breta.

Pero esos tiempos pasados ya habían terminado. El camino del fundador se había borrado, y el ritual del alma gemela desvirtuado. Si se realizaba con cualquier otra alma, devorarlas proporcionaba un chute de poder adictivo al que muchos estaban enganchados, como a una droga. El vicio les incitó a unirse y protestar contra aquel privilegio prehistórico, apoyándose en la idea de la igualdad, para poder así disfrutar de los máximos placeres que solo conseguían unas pocas. Aquel pacto, aunque de unión débil, se llevaba a cabo y eran las propias brujas quienes elegían el alma al que devoraban, subyugando su ser mediante el hechizo de esclavo. Hacerlo les llenaba de una energía renovadora y potenciadora, catapultando sus habilidades mágicas a la par de la diversión obtenida ante la absoluta sumisión del alma.

Los esclavos eran elegidos siguiendo unos criterios personales que las brujas decidían en corrillos chillones.

Odiaba a aquellas idiotas. Ella se negó desde muy pronto a realizar ese ritual. El esclavo ni siquiera era la auténtica alma que debían consumir, según la tradición. No tenía ningún sentido hacer un pacto por un rato de placer, así es como ella lo concebía. Negarse tanto a buscar a su esclavo como a aceptar uno asignado, le había traído muchas complicaciones con aquellos que ahora llamaban el Consejo: miembros poderosos del aquelarre con aficiones y gustos retorcidos. Unos la animaban a buscarlo, pues en su familia casi siempre lo lograban; otros la instigaban a no hacerlo y aceptar al esclavo que ellos mismos habían escogido para ella.

Aún así todos ellos con un fin común: obtener un gran poder. Aunque era una bruja joven, a dichos personajes no se les olvidaba qué clase de sangre corría por sus venas. Y cuando lo olvidaban y perdían el respeto, Breta estallaba perdiendo los papeles que tanto procuraba no mostrar.

Ni su madre, ni ahora ella devorarían ninguna alma jamás. Su visión de «unión» era diferente a la de los demás.

Todas esas personas estarían esperando en la Casa Rams. Admitir ante todos ellos que traía consigo a su Alma Gemela la cabreaba, porque eso no significaba que se hubiera inclinado hacia una postura que la mayoría apoyaba. Se mantendría firme en su creencia de no asesinar. ¡En los tiempos que corrían ya no era necesario obtener más poder para nada! Era una época en la que la tecnología sustituía muchas veces a ciertos tipos de brujería. Consumir almas de la manera en la que lo hacían era una masacre sin ningún fin útil, y no podría pasar desapercibido por mucho más tiempo. Todas esas personas con potencial para la brujería tendrían seres queridos preocupados buscándoles. En algún momento la situación se complicaría. Tenía que encontrar la manera de pararlo.

Breta poseía un gran poder. Si devorara ese trozo de su alma, ¡quién sabe el nivel que adquiriría! Tal vez, el necesario para subyugar a esas perras envidiosas, y detener el asesinato de muchos humanos inocentes. Su etapa de adolescencia había llegado a su fin y la madurez aclamaba un cambio, una revolución. En realidad, una historia de amor envuelta en áspero envoltorio.

3

El Buick circuló buen rato por carreteras de tercera conquistadas por la salvaje naturaleza antes de llegar a la entrada de la Casa Rams. Era un finca enorme rodeada por una inmensa verja negra de hierro forjado, rematada por puntas de flechas afiladas en todo su perímetro. El vehículo se detuvo en la entrada unos segundos. Las puertas se abrieron de forma automática y el metal produjo unos chirridos agudos similares al del lamento de ánimas.

El atardecer caía rápido sobre aquel lugar; la vegetación absorbía todos los rayos del sol, dejando un camino de semipenumbras. Llegaron hasta la explanada en forma de herradura de donde provenía la iluminación, situada frente a la entrada principal del edificio de piedra y hiedra. Ya había muchos vehículos estacionados allí. La gente se movía entre ellos dirigiéndose al interior. Todo lo demás comenzaba a ser engullido por las sombras.

De las ventanas emanaba un brillo apagado, cortado por siluetas veloces que no paraban de cruzarlo. El ajetreo exterior accediendo al lugar, la resonancia de la música interior, las risas, la humareda que provocaban los vehículos recién llegados; algún evento parecía celebrarse allí en esa noche. Aquellas reuniones se habían vuelto bastante comunes en los últimos meses. No había ninguna fiesta o celebración, simplemente era otro día más en la Casa Rams.

Tras descender del vehículo y caminar unos metros, fueron abordados por varias personas, logrando separarles en aquel punto tan temprano.

—¡¡Breta, querida!!

—¡Estábamos esperándote!

—¡Estás despampanante con ese vestido escotado!

De entre todos estos ademanes de interés, la voz de Rei llegó a ella alta y clara sobre las demás captando su atención al momento. Su cuerpo y su mente se pusieron en guardia de manera instintiva. «¡Gin!», pensó alarmada. Como si aquel joven en su traje informal hubiera escuchado su mente, se aproximó raudo como un fantasma hasta ella para coger y besar su mano, atrayéndola suave pero con firmeza hacia su cuerpo.

—No te preocupes por tu perro. —Sus labios rozaban sutiles los dedos de Breta a cada dicción—. La señora Mina ha indicado que quería ver al esclavo a solas unos minutos. Ven, acompáñanos con calma, te guiaremos.

A su lado, un muchacho pequeño, tez blanca, pelo oscuro y desaliñadas telas, la miraba con la curiosidad de un niño.

—¿Quién es el crío? —le preguntó ella a Rei.

Él sonrió mientras soltaba su mano. Estiró su cuerpo hacia atrás mientras desabrochaba un botón más de su destartalada camisa blanca. El pequeño se aproximó al repeinado Rei e introdujo su mano bajo la camisa gimiendo como un cachorro.

—Es mi nuevo esclavo.

Esas palabras atravesaron las sienes de Breta como un latigazo. «"¿Mi nuevo esclavo?", dice el muy hijo de puta… Te juro que pagarás por tus necios caprichos, Brujo...». El muchacho comenzaba a lamer el pezón que había quedado al descubierto con dulzura. Breta se sonrojó un poco al ver aquello y giró la cabeza a ambos lados observando que la nube de estúpidos que la tenían rodeada se había dispersado por completo desde que Rei llegó a ella.

—Vamos… —comenzó a decir éste cogiendo entre sus manos el rostro del pequeño muchacho para alejarlo con suavidad—. Ben, ahora tenemos que guiar a la señorita. —Le dio un tierno y fugaz beso en los labios—. Te prometo que jugaremos luego.

El muchacho se quejó un poco pero acató las órdenes de inmediato. Caminaron entre la gente que se agrupaba ciega de razón en toda la planta baja, mientras Rei la informaba de los servicios que podía encontrar allí. Todos detestables para ella. En cambio, el joven brujo parecía disfrutarlo mucho. El olor a opio trataba de distorsionar sus sentidos. El ambiente estaba cargado, y no solo de humo. Se masticaba en el ambiente; en esa noche habrían sacrificios.

—Ya llegamos, allí al fondo. Es un cuarto mucho más íntimo…, más acogedor.

La puerta de madera tallada se escondía tras una cortina negra que el esclavo de Rei corrió de un solo tirón. Aquella puerta estaba hechizada, ¡podía notarlo! Los tallados vegetales parecían querer confesárselo a la bruja. Tomó aire y lo retuvo mientras entraba en la habitación siguiendo a Rei y al pequeño. Se cerró tras de sí emitiendo un sonido poco natural. Mágico, como ya había sospechado segundos antes. Era una encerrona. Nada bueno podía venir de la perversa mente de Rei. Ambos habían estudiado juntos, era un muchacho hábil, pero poco centrado. Ocioso.

—¡¡Breta!! ¡Qué alegría!

—¡Breta, la afortunada Breta!

—La caótica Breta…

Las voces se echaron a reír al mismo tiempo. Estaban sentados alrededor de una mesa plateada, coronada por botellas de licor y tiras de cocaína. Todos allí eran compañeros de Rei, también suyos, y sus respectivos esclavos.

—¿A qué viene esto? —Cada músculo de su cuerpo estaba en guardia. Un solo movimiento extraño…

—Nada, Breta… —Rei la rodeaba por los hombros y la acercaba a su cuerpo interrumpiendo sus propios pensamientos—. Somos amigos y nos reunimos para darte la bienvenida. Te echábamos de menos…—deslizaba las palabras al final de cada frase.

—Déjate de estupideces, Rei —añadió ella, zafándose de mala gana del brazo y del olor de aquella horrible alma.

—¡No insistas, Rei! —exclamó uno de ellos—. Breta no es cualquier bruja. Te hemos atrapado aquí porque queremos que respondas a unas preguntas que tienes pendientes.

—¡Sí! —añadió otro de aquellos brujos de poca monta—. ¡¿Qué vas a hacer ahora!! Después de tanta pájara con tu postura de no tomar a los esclavos.

—¡Eso! ¿Ahora qué dices al haber encontrado al tuyo? ¿Seguirás los mismos pasos que tu madre y lo desperdiciarás?

—¡¡¡No os incumbe en absoluto!!!! —rugió Breta.

Un ligero silencio se aposentó unos segundos sus cabezas, casi tangible. Ben, el pequeño esclavo de Rei, danzaba entre ellos preguntando y preguntando, queriendo saber por qué aquella situación tan tensa.

—¿Qué pasa? —la voz del muchacho era aniñada—. Yo quiero saber también… ¿Quién es esa Breta? —La señalaba con el dedo mirando a unos y otros en busca de una explicación—. Parece alguien importante, pero ¿por qué no quiere a su esclavo?

Aquí la voz del chico pareció romperse, como si se sintiera él abandonado por una Ama que ni siquiera era suya.

—¡Acércate, Ben! —le gritó Rei.

El repeinado muchacho se subió sobre la mesa derribando algún cristal de forma danzarina, acogiendo entre sus brazos como a un dulce minino a su pequeño. De forma natural comenzó la narración explicativa para calmar la curiosidad del esclavo recién llegado.

Los demás se relajaron sobre sus sillas y continuaron bebiendo mientras escuchaban la historia de Breta. Sobre la mesa, las fichas de mahjong que había dispersas por toda la superficie metálica comenzaron a mezclarse por sí solas y a repartirse emitiendo un sonido sobrenatural; el líquido de una botella de ginebra se escapó formando un tornado en miniatura, vertiéndose en cada una de las copas vacías de los jóvenes brujos. Un pequeño destello hizo titilar los vidrios. Uno de los brujos encendía su cigarrillo con la bola de fuego que había invocado. El humo de la primera calada fue intenso y deslizándose sobre ellos hasta difuminarse en el ambiente viciado. Otro mago le hizo una seña a su esclavo. El joven se aproximó y extendió ante su Amo el brazo. Mordió su labio inferior cuando el brujo le produjo un corte en él. La sangre emergía tímida dibujando el trazo del corte. El mago se relamía al hacer volar el adictivo polvo blanco hacia la tierna herida cubriéndola, sazonándola. Lamió la mezcla y al hacerlo ambos, brujo y esclavo, emitieron un suspiro de gozo.

4

El ruido de las fichas había concluido quedando colocadas para el inicio de la partida. Breta continuaba en pie, con todos sus sentidos en alerta, observando a su alrededor, escaneando la estancia. Sus ojos volvieron a posarse en Rei y Ben.

—Verás, mi pequeño y dulce Ben. —Comenzó a narrar acariciando el cabello del muchacho, aferrado a él bajo su camisa desabotonada—. Nuestra amiga Breta desciende de un linaje muy importante para el aquelarre.

A medida que Rei avanzaba en sus líneas, el pequeño emitía sonidos de sorpresa, admiración, alegría, formando una banda sonora que llegaba a los oídos de Breta de forma cantarina, burlona.

Cinco brujos y cinco esclavos. Todos ellos mediocres, solo Rei podría suponerla un problema. Se mostraba en actitud desairada sobre la mesa metálica, centro de la estancia. A su alrededor en actitud despreocupada, unos apoyados en sus codos, otros con las piernas sobre la mesa, iniciaban la partida. Escoria. Ni siquiera los consideraba parte del aquelarre. Y aquellos pobres esclavos…, ¡esos pobres desgraciados que nada tendrían que pintar en su mundo!

Al fondo se veían amontonadas, unas sobre otras sin orden ni concierto, una docena de sillas, iluminadas por un letrero de neón parpadeante de alguna marca de licor desconocido para ella. A ambos lados reposaban pesadas estanterías con botellas y velas encendidas esparcidas de forma irregular en ellas. Excelente arsenal.

La perorata de Rei empezaba a irritarla bastante.

—Su familia ha tenido la suerte de encontrar su pedazo de alma perdida, ¿sabes? Cada vez que eso ocurría y devoraban esa porción de sí mismos, su energía ascendía hasta límites casi divinos. Muchos eran los brujos que perdían su tiempo buscando por todo el mundo sin resultados, frustrados y llenos de envidia. Así que, cuando la madre de Breta, Creta, se negó a sacrificar a su esclavo para obtener el siguiente poder… ¡Ja! ¡No quería degustarlo! ¡Quería dejarlo vivir a su lado como a un perro de compañía! —Gesticulaba para engordar el dramatismo que dirigía a su pequeño Ben.

—¿Por qué? —preguntaba el pequeño—. ¿No le quería? Yo te quiero mucho. —Lloriqueaba un poco—. ¡Pobrecillo! ¡Su amo no lo quería!

Breta apretaba los puños con fuerza. Reventaría esa puerta como fuera y saldría de allí. Gin estaba solo, drogado y perdido entre esa multitud lujuriosa. Tenía miedo de que ensuciaran su piel con manos asquerosas.

—Muchos dicen que al final sacrificó su propia vida para nada. Creta estuvo revolucionando cielo y tierra contra el Consejo para abolir esta práctica, provocando enfrentamientos. Después de su trágica muerte, las brujas y brujos se reunieron y decidieron que tenían derecho a probar ese poder de forma libre. Desde entonces todos estamos mucho más felices con nuestros…

—¡¡Das asco!! ¡¡¡Rei!!! —Breta cortó sus palabras, ¡y el aire! Algunas de las llamas se extinguieron, dejando en semipenumbras la sala. Sobre la mesa las fichas dejaron de moverse.

Al escuchar su nombre aullado de aquella manera, sintió una punzada de placer en su bajo vientre. Años persiguiendo esas piernas, esa potente voz de mujer que lo volvía loco.

—Breta… —Había bajado de su regazo a Ben, y ahora la observaba sentado al borde de la mesa.

Admiraba su rostro rosado tras aquel aullido de ira hacia él. ¡Cómo le excitaba esa reacción en ella! La sonrió para continuar hablando.

—Breta decidió continuar con la cabezonería de su madre tras su muerte repentina… Negándose a buscar a su esclavo y mostrándose indiferente ante el aquelarre que insistía en que tuviera uno. —Comenzó a carcajearse, regocijándose ante la bruja, buscando una reacción extrema que continuase calentando su sangre—. ¡Al final, accedió a hacer el contrato con un alma que el mismo grupo escogió para ella!

El timbre de voz que Rei utilizaba, más las risotadas provocadoras surtieron efecto. La ira de Breta explotó con el último comentario. Con manos invisibles alzó todos los objetos de la sala sobre las cabezas del grupo. Algunas piezas se lanzaron con violencia hacia el sarcástico brujo. Una de las botellas de ginebra impactó contra la sien izquierda de Rei, haciendo resbalar por su rostro la sangre que emanaba de la brecha. El ruido de cristales rotos dio paso a un silencio total que el muchacho rompió con sus risitas burlonas. En el aire flotaban aquellos objetos que no habían sido lanzados, sosteniendo la tensión creciente entre los brujos.

—¡Au! Eso ha dolido un poco… —decía mientras se tocaba la brecha y lamía luego sus propios dedos ensangrentados—. ¿Quieres probar un poco?

—No hables más —sentenció ella.

—¿Pretendes quedarte con dos esclavos? —Rei había tomado una posición rígida, defensiva —. Niñata malcriada… —Su voz ahora era seria, grave y amenazadora—. No creas que por descender de bobos con suerte el aquelarre va a pasar por alto tanto capricho. Ya tienes un esclavo, Breta, Malvic. —Volvió a risotearse un poco—. Un alma de calidad excelente y que ahora es intocable aunque su dueña lo ignora por completo… ¡Qué mierda de existencia has creado para ese pobre diablo! ¿Por qué no le devoras ya? Así podrías quedarte con ese moreno que has traído de la ciudad. Podrías tomarlo a él también y alzarte como Matriarca y hacer y deshacer a voluntad…

El tono de su voz había subido al mismo tiempo que los trozos de cristal que ella le había arrojado para hacerle callar. Ahora todos los objetos de la sala estaban suspendidos en el aire y volaban como flechas sobre la figura de Breta. Ella sintió el momento en que tomó posesión de ellos y se protegió de inmediato paralizándolos en el aire con un rápido movimiento de su mano izquierda. Así estaban también todos los presentes en aquella habitación oculta; congelados como los trozos brillantes y afilados suspendidos en el aire.

Breta mantenía su mirada en Rei. Cerró el puño y los cristales se desintegraron. Rei no se quedó atrás y proyectó hacia su cuello una mano invisible que la estranguló con intensidad. Él ya había llegado frente a ella con su cuerpo y atrapaba los brazos de la bruja para que no realizase ningún hechizo manual.

—¿Cuántas veces más vas a rechazarme? No existe otra alma, que no sea la tuya, capaz de calmar la mía… No existe esclavo que pueda llenar el vacío que dejas… —Apretó más fuerte la proyección de sus manos. Breta estaba rígida tratando de respirar—. Devora a ese humano, obtén el poder para romper con todo y erradicar a esas perras envidiosas. —La presión sobre el cuello de Breta comenzó a ceder—. Recupera el puesto de tu familia en el aquelarre, sé mi reina y yo cubriré las carencias que te empeñas en tapar con tu verdadero esclavo… —su boca le susurraba al oído—, antes de que sea demasiado tarde y lo devoren otras por ti. Como por ejemplo… —Tomó una larga pausa. Breta ya podía respirar—, Lily y Sabrina…

El pulso de Breta se aceleró. Su consecuencia solo quedó visible en las retinas de Rei. Emergieron dos lazos cortantes del aura rojiza que proyectaba la Bruja; uno de ellos casi lo rebana. Pudo retroceder a tiempo y cubrirse de aquellas agujas afiladas. Tras de él, Ben se había agarrado a la fina cintura de su Amo, tembloroso. Miles de ellas, agrupadas y volando como aves en el cielo, se precipitaron contra la puerta de madera haciéndola brillar. Impactaron varias veces, como brazos gigantes golpeando con ímpetu y rabia, emitiendo a cada embestida un sonido metálico. La Bruja se había girado para encararse contra la puerta y alzando los brazos hacia ella, empujaba para romper el sello que Rei había puesto con la intención de retenerla mientras las brujas dementes mancillaban a Gin.

Fascinado observaba cómo el hechizo se deshacía cual castillo de arena brillante y la puerta se retorcía proyectando a gran velocidad finas astillas en todas direcciones, mezcladas con las agujas de los lazos del hechizo de Breta. Quedaron clavadas por todas partes. La sangre también salpicaba todo el lugar. Excepto Rei y el pequeño Ben, todos los demás habían sido ensartados, golpeados y cortados hasta quedar solo deformidad en sus cuerpos. El sonido de la carne cayendo al suelo, o las vísceras escurrirse se escuchaban con claridad. Ni siquiera Ben emitió sonido alguno. La bruja sin mirar hacia atrás en ningún momento salió acelerada del lugar, atravesando con rapidez el denso vicio que se respiraba en la planta baja de la Casa Rams y dejando un rastro de sangre con el largo de su vestido.

5

Utilizó su vínculo con Gin para guiarse por la casa hasta dar con la cámara de tortura donde se encontraban y evitar que lo sacrificaran.

¡Qué idiota se sentía! De nuevo había sido engañada por aquel maldito hombre. El quería tenerla entretenida mientras esas locas se desquitaban con su esclavo manoseándolo y ensuciándolo. Sus provocaciones siempre eran de índole maligna. Y con esa imagen en su mente, envuelta en ira y desprecio, volvía a declarársela de la manera menos esperada. ¡Ese brujo de corazón lascivo y alma liviana! Podía hacerla enloquecer en el lecho al igual que Gin, pero su mente era demasiado retorcida, incluso para ella. Su esencia era oscura. Eso tendría que repelerla, y sin embargo era atraída todas las veces, como hechizada. Un auténtico brujo nato, como ella. Tal vez fuese eso lo que hacía que sus auras reaccionasen como dos polos opuestos.

Mientras buscaba a su esclavo, los recuerdos compartidos con Rei se colaban en su mente una y otra vez, aunque tratase de apartarlos de sus pensamientos. Y es que habían sido muchos años juntos. Desde la niñez.

6

Rei había llegado a la Casa Rams al fallecer sus padres cargando con el peso de su apellido como único superviviente. La familia Black Paradox era una de las casas más adineradas del país, ocupando también lugar en el Consejo desde su inclusión en la sociedad ocultista y otorgando ese «aire fresco» a la Casa Rams. La actitud del muchacho era de alegría, no de pena por la gran pérdida que había sufrido. Aunque a veces fingía el dolor ante los mayores. Ella vio todas las caras del muchacho en los años que residieron allí manejando y mejorando sus habilidades.

Breta por el contrario, sí se mostraba afectada por la muerte de su madre. De hecho, desde entonces no había pronunciado muchas palabras seguidas. Era una muchacha callada, observadora y solitaria. El aura de aquel niño de cabellos plateados la atraía, pero al mismo tiempo la asustaba.

Ese aura se intensificó el día en el que el aquelarre admitió públicamente a Rei como cabeza irrefutable de la familia Black Paradox y propietario de todos sus bienes materiales, pudiendo hacer y deshacer sin tener que contar con la Casa para ello; como un adulto. El muchacho ya había destacado entre los estudiantes de la academia, pero no fue hasta pasados unos años que Rei realizó una hazaña sin igual rompiendo algún tope que retenía el verdadero potencial del brujo. Esa aura liberada la atraía con más intensidad que nunca, tal vez las hormonas adolescentes eran las que hacían que su sangre hirviese estando cerca de Paradox. Una incomodidad placentera que intentaba evitar en todo momento. De hecho siempre trataba de esquivarlo en los pasillos o en el comedor, pero de alguna manera él conseguía acercarse tanto como para susurrarle palabras que hacían que sus rodillas temblasen. «Yo también siento tu magia, es caliente y sensual… Me atrae. Déjame acariciarte, te deseo…» , siempre a traición desde atrás, como si fuera su propia sombra. Llegaba silencioso, sin ser detectado; más suave que una brisa ligera.

Fue una provocación que no pudo ser contenida en un día caluroso en el que las ropas se adherían a la piel. Se desató la lujuria contenida de dos adolescentes en celo.

El recuerdo de las gotas de sudor resbalando por aquella pálida piel hizo que su corazón produjera un fuerte bombeo hacia sus entrañas más ardientes. Emitió un suspiro al sentirlo y sacudió la cabeza, incluso el cuerpo para hacer desaparecer aquellas imágenes de su mente. Caminaba agitada a través de los húmedos pasillos de la Casa. Sus pisadas producían ecos que parecían acompañar los latidos de su bombeante sexo; el frío helaba sus pómulos enrojecidos por el pudor de sus recuerdos y eso la humedecía aún más. Cuanto más se mojaba su ropa interior, más furia ardía en su interior. Aquel calor interno atraía sin remedio una y otra vez los lujuriosos recuerdos.

7

Había permanecido en la biblioteca de aquel edificio durante horas, leyendo y tomando notas hasta quedarse sola en la estancia. El sol comenzaba a caer y sus rayos tintaban todo el lugar con unos tonos acogedores, románticos quizá. El olor a imprenta impregnaba cada rincón, se mezclaba con el polvo y con la humedad ambiental pegándose a cada centímetro de su piel.

Estaba cansada y su cuerpo dolorido de la postura del estudio. Se estiró en la silla donde continuaba sentada, a la cabeza de una de aquellas mesas largas, haciendo crujir sus músculos y emitiendo un gemido de placer al sentir la relajación. Levantó las piernas para ponerlas en alto sobre la mesa y hacer así circular la sangre por ellas. Los rayos que penetraban por las ventanas de la biblioteca iluminaban el polvo suspendido en el ambiente dibujando conos lumínicos.

Breta respiró profundo entrecerrando los ojos y relajándose por completo. Gotas de sudor se acumulaban en su frente sin remedio. Aquel verano se presentaba en extremo caluroso. Cogió una hoja de las tantas que tenía esparcidas sobre la mesa para darse aire e intentar refrescarse. Quería quedarse un rato más allí en calma. Disfrutando de la soledad y la quietud de aquel lugar. El aire que se daba así misma refrescaba las zonas humedecidas de su cuerpo. Se había despojado de la mayor parte del uniforme quedando descalza, y llevando solo la falda corta de estudiante y la camisa blanca, desabrochados los botones que la ahogaban y dejando asomar un poco su lencería negra. El aire se coló por su escote endureciendo sus pezones. Miró a ambos lados para cerciorarse de que no había nadie allí que pudiera mirarla, así que alzó un poco su falda para darse aire bajo ella…

Se dejó llevar por la somnolencia que provocaba el clima que se había creado en la biblioteca introduciendo sus dedos bajo su ropa interior. Se sentía tan relajada que no pudo controlarlos y comenzó a darse placer a sí misma, primero con disimulo, luego de forma más desvergonzada, sabiéndose sola, sacando uno de sus pechos para apretarlo y masajearlo. El flujo de su vientre había empezado a chorrear por los muslos, sus dedos chapoteaban incesantes salpicando y dejando caer esos ríos salados. Su voz emergía entrecortada y jadeante creando una mezcolanza de sonidos afrodisíacos.

El calor, la humedad, el olor; el ambiente que la rodeaba en esa tarde la estimuló sobremanera. Se había quitado las bragas empapadas de su excesiva excitación, y permanecía así, con las piernas en alto, muy abiertas ofreciendo su sexo a entes invisibles.

Perdida en sí misma no pudo notar la presencia de Rei aproximándose por detrás desde la entrada hacia ella. La realidad era que el joven y delgado muchacho parecía deslizarse sobre el enmoquetado suelo de la biblioteca. El atardecer era ya profundo y las sombras deformadas decoraban el mobiliario, las estanterías plagadas de antiquísimos libros y también los rostros excitados de ambos jóvenes. El muchacho avanzó hasta llegar cerca de Breta, agachándose para poder susurrar levemente en su oído, como otras tantas veces.

Rei también estaba descalzo, lucía su torso desnudo marcado por la musculatura adolescente. Solía llevar el pelo hacía atrás, despejando su cara, pero esa tarde lo tenía revuelto. Caía por su cuello y por su frente; y aunque la oscuridad se iba apoderando de la estancia, su cabello plateado y sus ojos esmeralda parecían emanar luz propia dándole un aspecto de depredador nocturno. Los pantalones del uniforme le quedaban grandes y se sostenían apenas sobre sus marcadas caderas, dejando ver la ropa interior del chico. Al mismo tiempo, del cabello de Breta también emanaban tímidos reflejos cobrizos.

Cuando Rei entró en contacto con ella, no lo hizo con las manos. Sus energías comenzaron a mezclarse despacio, acompañando los movimientos del torso del muchacho al aproximarse al cuello de la bruja.

—Mi deseo hacia ti se ha proyectado en tu cuerpo esta tarde. He sentido tus palpitaciones llamándome —susurraba de forma pausada—. Aquí me tienes para saciarte, para mezclarme con tu esencia deliciosa.

Mientras las palabras de Rei bailaban con los entrecortados jadeos de Breta, el chico iba posicionando sus manos bajo las de ella. La izquierda en el pecho sintiendo el pezón duro, la derecha entre su sexo y los dedos de ella, húmedos y resbaladizos.

—Mi reina…, déjame entrar… —gemía él moviendo sus dedos en círculos.

A esas alturas Breta ya era muy consciente de que aquel arrebato húmedo había sido provocado por el aura tentadora de Rei. Agotada como estaba, se había dejado llevar sin pensar que esa actitud repentina y libidinosa era sugestionada desde un inicio por el aura del brujo. El calor bochornoso que los atrapaba, los jadeos que articulaba, el sudor que empapaba su cuerpo, provocaban una sed que no podría calmarse con simple agua. Deseaba beber de su boca, saciar ese hambre constante de su ser.

Cuando los labios del muchacho exhalaron en forma de susurros sobre su yugular, no se sorprendió ni quiso apartarle. Deseaba terminar con esa zozobra que la sacudía desde hacía tiempo, en cada momento que ese chico se acercaba a ella. El corazón se aceleraba y bombeaba con fuerza su ardiente torrente sanguíneo haciendo palpitar sus sienes y sus labios. Hinchaba sus pechos poniéndolos tensos, conducía corrientes eléctricas a través de su vientre volviéndolo aún más suave y jugoso. Y aunque una vez se prometió no sucumbir ante el apellido Black Paradox, las suaves manos de Rei acariciando sus intimidades solo avivaban el puro deseo de consumir el crepitante fuego bajo el roce constante y rítmico de sus cuerpos entrelazados.

—Hazlo…, hazlo de una vez… —fue la respuesta que al fin pudo escuchar Rei de los labios encendidos y entreabiertos de Breta.

Escuchar aquellas palabras calentó las entrañas del muchacho endureciendo aún más su sexo palpitante. Retiró por un momento sus manos para situarse al lado de la bruja, tomarla en sus brazos y tumbarla sobre la mesa de la biblioteca arrugando y haciendo volar los papeles que había sobre ella. Allí la tenía servida, al fin, abierta y chorreante. Contorsionándose mientras ella misma terminaba de desabrochar su camisa de estudiante y acariciaba sus pechos fuera del sostén. Los ojos de ambos fijos el uno en el otro, llamando a la tentación de la masturbación. Agarró de sus caderas con fuerza para acercarla al borde de la mesa y así poder saborear, lamer y sorber de aquella fuente el elixir trasparente y viscoso que chorreaba por los muslos de Breta. Limpió cada gota para luego jugar con su lengua dentro de ella, produciendo más viscoso y salado manjar que absorbía de forma ruidosa. Los gemidos de Breta se descontrolaban, acariciando cada tomo de cada estantería de la amplia estancia que era la biblioteca del edificio principal de la Casa Rams.

Mientras Breta sentía cómo la lengua salvaje de Rei estimulaba sus puntos más sensibles, sus deseos de alimentarse se multiplicaban. Y su boca pronunciaba esos deseos en voz alta.

—¿Qué dices que quieres? —la preguntaba riendo. Aplicaba sobre su clítoris una lamida viciosa y larga. —¿Deseas comerme como yo te saboreo a tí?

Succionaba y tiraba de su piel provocando gemidos aún más potentes en ella. Rei se incorporó y tomándola de la cintura atrajo su cuerpo contra el suyo, posando su pene erecto contra su sexo húmedo, haciéndola saber qué tan excitado se encontraba.

—Pídemelo, mi reina… Quiero escuchar su petición… —susurraba las palabras dentro de la boca de la bruja.

Besándola con intensidad. Entrelazando sus lenguas ardientes. Breta había introducido sus manos bajo la ropa interior del muchacho y lo estimulaba a la vez que sus bocas continuaban acariciándose en suave intensidad.

—Quiero comerla… —la voz temblaba al igual que su cuerpo—. Me pones muy caliente, Rei

—¡Qué apetitosa diosa! —añadió a viva voz mientras se retiraba y se sentaba en la silla donde ella había comenzando a tocarse escasos minutos atrás.

La sonreía con picardía mientras agitaba su miembro hacia ella, excitándola aún más. Breta descendió de la mesa de roble oscuro para arrodillarse ante el brujo y comenzar a aplicarle una mamada lasciva, sin dejar de taladrarse el uno al otro las miradas. Rei acariciaba su cabeza confirmando el ritmo de sus chupadas, echando la suya hacia atrás, disfrutando de la cálida boca de Breta y sintiendo cómo su saliva chorreaba por sus testículos y sus muslos. Él resoplaba el nombre de su reina, borracho de placer. El calor de su boca se trasformó en suavidad extrema cuando ella colocó su pene entre sus pechos y continuó proporcionándole un placer que le llevaba muy cerca del clímax. Temeroso de no poder aguantar más la presión la agarró y la montó sobre sí, introduciéndose en aquel volcán en erupción y manejando su cuerpo como el de una muñeca. Ella cabalgó al ritmo que Paradox le marcaba hasta que juntos sintieron la explosión de sus sexos; Breta mordiendo la yugular del brujo, Rei clavando sus afiladas uñas en el turgente trasero de la bruja.

Ellos no eran conscientes de la escena que estaban protagonizando, mezclando sus energías en aquel lugar: brillante y blanco el de Rei; rojizo el de Breta, creando un rosado similar al de sus sexos dilatados.

8

Los recuerdos iban y venían formando un caos de imágenes en la mente de Breta. Ese día fue el principio de una relación viciosa y visceral. La rabia se mezclaba con excitación, formando espirales alrededor del cuerpo de la bruja. Volver a visualizar los encuentros con Rei hacía que su apetito se incrementase. Deseaba con lujuria comer de Gin y le enfurecía al mismo tiempo. Los sentimientos negativos fueron cogiendo peso justo en el momento en que sintió el rastro de su esclavo. Cuando localizó el cuarto de tortura donde estaba Gin, trató de controlarse para no eliminar a todos los que allí estaban.