Después de aquel pequeño incidente Aran y sus padres la pasaban bien a diario. Jugaban juntos, se divertían, ellos lo cuidaban y querían. Anty y Nina habían decidido comenzar a enseñarle lenguaje de señas tanto humano como espiritual. Sin embargo, no tenían idea de cómo hacerlo o por dónde empezar, no eran ningún tipo de maestro.
Los planes para hoy no serían esos, porque a Nina de repente se le ocurrió algo.
El día estaba soleado, la brisa del viento soplaba amablemente dando en el rostro de aquellos dos padres primerizos.
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Un silencio reinó después de Nina haber dicho aquello, era normal querer hacerlo, pero en las circunstancias que tenían no era normal del todo. Los otros seres pensarían raro e incluso podrían dañar a Aran.
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Entraron al cuarto y cargaron a Aran en sus brazos. No hacia falta decir nada solo se adentraron en el el bosque. En el camino se sentía la briza fresca del lago, las encantadoras flores silvestres le daban la vista mágica al bosque mientras que los árboles el respeto que se merecía y los espíritus ese miedo que los humanos le tenían a pesar de no poder verlos.
Paso largo rato y llegaron a su destino, frente a ellos estaba una cabaña hecha de árboles que se habían caído o quemado. Entraron al lugar, dentro no había nada, ni cama, ni ropa o muebles, nada de nada, el lugar estaba vació lo cual tenia sentido pues no tenían ninguna necesidad humana, eran seres completamente diferentes.
<< Y ahora que haremos? No tenemos nada para Aran. No lo dejaremos en el piso.>>
<< ¿Alguna gran idea GENIO? Esta idea fue tuya>> Escupió Anty enojado por no tener nada para su hijo.
<<¿Es solo mi culpa? Quien dijo que si... Tonto>>
Después de unos minutos de discusión decidieron que pedirían ayuda a los otros seres míticos que estaban alrededor. Alguien debía tener algo que funcionara.
Salieron de la cabaña y caminaron alrededor del bosque por unos minutos pero no encontraron a nadie cerca. Minutos después encontraron un arco de ramas enredadas con flores rosas y amarillas. En realidad, esa era la entrada al palacio de las hadas, una zona en la solamente existían hadas de todos los tipos, era como una ciudad invisible al ojo humano. De repente un hada de 1.7 metros de estatura apareció frente a ellos, era hermosa, su piel brillosa contenía dibujos florales que la hacía ver majestuosa. En su cabeza llevaba una corona de flores que les hacia saber que era de rango alto en su sociedad.
Aran al ver tal ser llamativamente hermoso intento alcanzarla con sus manos, atraído completamente por aquella belleza inimaginable.
<<¿Qué los trae por aquí? >> Pregunto solemnemente el hada notablemente disgustada debido Aran por alguna razón que parece muy obvia.
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<< Eres de mente cerrada y sobre todo ciega. ¿No puedes notarlo? Es especial.>> Dijo Anty empezando a molestarse por la situación.
<<... Así que es "adoptado" que asco. Tengo que hablarle a mis superiores.>>
<<¡No soportaré ningún tipo de insulto! ¡¿Quién te crees que eres?!>> Grito Nina a todo pulmón. Su lenguaje corporal indicaba que estaba a punto de golpear a esa hada altanera. Su rostro con el ceño fruncido y puños cerrados alertaron al hada, que muy cobarde rápidamente se dio la vuelta para alzarse en el cielo y alertar a sus superiores sobre la situación antes de ser golpeada.
En el centro del reino de las hadas se encontraba un castillo dorado con adornos bañados en oro rosa. A sus alrededores había flores inusuales, mesas para tomar té, árboles con hojas en forma de corazón, alargadas, redondas, de todos los tamaños. De el entraban y salían hadas que servían al hada superiora. La hermosura de todas aquellas criaturas tanto de hombres como mujeres era inigualable, sin embargo, las apariencias engañan, aunque eran verdaderamente hermosas también eran altaneras además de orgullosas.
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<< Superiora... saludos.>> Dijo mientras se hincaba para saludar
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<<¿Qué es especial? >>
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El hada grosera se inclinó antes de salir de la habitación, la respuesta a su "problema" no le había gustado por lo que cuando estuvo suficiente lejos de la matriarca escupió todas las groserías y malos deseos hacia Aran. Los humanos le disgustaban, le asqueaban, repugnaban, entre otras cosas. Para ella eran una escoria parasitaria que no merecía el regalo de la naturaleza, pues a pesar de que dependían de ella no hacían nada para cuidarla. En realidad su odio tenia fundamentos fuertes, pero a esta hada un poco amargada se le olvidó que generalizar no esta bien, pues siempre habrá algunos que hagan la diferencia. No pensó siquiera un momento en la posibilidad de que educar correctamente a Aran evitaría que fuera igual a los demás.
Solo se quejó y juzgó sin parar.