Las calles de la tarde tenían los suficientes transeúntes en ella como para poner nervioso a Luciel. Escondió su rostro en la capucha de la capa. Llamaba la atención tanto como lo hacía alguien que esconde su rostro en medio de un pueblo. Había pensado si sería mejor idea llevar puesta una máscara como lo hacían los Cuervos. «¿Una que me afilie con la iglesia tal vez?» Dio vueltas por las calles y las plazas hasta que vio la oportunidad de entrar en el establecimiento que estaba acechando.
Una de las mujeres con vestido colorido muy similar al que se encontró con las chicas de la señora Zlatka. Había salido de él y regresado tiempo después. Intuía por sus recuerdos y las anotaciones de su diario que era la forma en que vestían las prostitutas en Beruem. Dudaba una y otra vez si entrar al establecimiento o no. Su urgencia estaba aún en un punto muy controlable. Con algo de ayuda de su mano podría estar durante varios días sin problemas. Por lo menos eso creía él. Danzaba con su cuerpo de un lado a otro, al igual que lo hacía en su mente. Alastor insistía una y otra vez que entrara, mientras tanto Lucy repetía que no era necesario. «Si he de hacerlo, he de comportarme lucido en todo momento —concluyó para si»
Cruzó el portón del local. Encontrándose en un Lugar muy similar a donde lo llevó Nela. Oscuro y con apenas personas dentro. Las muchachas de vestidos coloridos y algunas otras criadas limpiaban diligentemente los pisos y mesas. Colgaban adornos de las joyas de cristal, apagadas todas ellas. El tono pálido de los muebles le hacía pensar en la arena.
Las muchachas lo observaron durante un largo rato antes de que escuchara los pasos de unas botas. Un hombre rechoncho con los brazos más gruesos que recordaba haber conocido se apersono a lado de un chico no mucho mayor a Eoin quien lo apuntaba con el filo de una daga. Los dos se interponían en su paso inspeccionándolo.
—Nada de armas, ni capuchas... —Dijo el más joven, meneaba la cabeza de un lado a otro intentando verle el rostro a Luciel.
La capucha blanca cayó sobre sus hombros mostrando solo el rostro. Se lograron escuchar varias boqueadas de aire de diferentes personas y con varias intensidades. Pasos dirigiéndose a él y murmullos. Les dedico una media sonrisa de incomodidad a los dos hombres que yacían frente suyo.
—¡Ah! Dá'ishò —Dijo el hombre regordete. Su compañero más joven le dio en las costillas con el mango de la daga antes de guardarla.
La gente en Astyel la había usado en varias ocasiones para referirse a él. No conocía el significado exacto, solo sabía que era usado para referirse a los nobles de forma despectiva. El muchacho de la daga intentaba darle la mejor sonrisa que tenía. Removía ambas manos con mucha energía.
—No soy un Dá'ishò —Aclaró Luciel aun en la puerta.
—¡Déjalo pasar yo lo atiendo gratis! —Gritó una mujer que no pudo ver. Luciel se ruborizo aun cuando buscaba quitarse cualquier pensamiento de encima.
—Mi... ¿señor?, no era... intención de nosotros... insultarlo a vos —El joven de la daga pretendía hablar Dá'inara sin mucho éxito.
—No es necesario —Comentó Luciel
—Si así lo crees, aun así, debo pedir tus dos espadas. Se ven debajo de tu capa —Dijo el muchacho y el tipo regordete señalo a las espadas.
—Preferiría no hacerlo de ser posible —Apretaba la quijada soportando la vergüenza que le hacían sentir ahora mismo.
Hacía años que nadie lo hacía sentirse tímido. Sahely fue la última que lo logró. Pero él empujó su recuerdo al abismo antes de lo hiciera salir corriendo del lugar.
Apartó su capa mostrando su uniforme antes de que continuaran las preguntas. Todos reaccionaron de vuelta alzando la voz y murmurando por lo bajo. Los dos hombres frente suyo carraspearon y comenzaron a llamar a gritos a la dueña, se llamaba Mirna. La mujer llevaba el vestido en colores opacos. De premiosos pómulos tenía una gran cantidad de maquillaje en la cara. Era difícil declarar su edad más los cabellos grisáceos de su cabellera negra delataban que era avanzada. La nariz aguileña de Mirna lo apuntó un momento para inspeccionarlo.
—Déjenlo pasar así, no podrán hacer nada contra él aun si decide no usar esas espadas —Concluyó la mujer espantando a los dos hombres con las manos como si fueran moscas. Su ronca voz continuó —¿Vienes por trabajo o placer pacificador?
—Eh... yo... —No tenía idea que responder. Una parte de si quería verse seguro y solo decir "placer", decir lo menos posible. Otra aun procesaba que era lo que estaba a punto de hacer. «Aún estoy a tiempo para irme» Su rostro se ponía cada vez más rojo. Por un momento pensó que tenía fiebre al sentir su rostro caliente.
Mirna lo observó con cierta sorpresa y curiosidad. Las muchachas e incluso las criadas que había por ahí se arremolinaron detrás de ella. Todas le sonreían y empezaban a murmurar entre ellas palabras que no alcanzaba a escuchar. En cierta medida le hacían sentir intimidado. Mirna las despachó con unas palmadas a todas. Las insto a seguir con sus quehaceres.
—Placer será muchacho... —Lo tomó de la mano haciendo que se moviera por fin de la entrada. —Hay muchas cosas que podría preguntar, pero puedo intuir cosas... ¿Piensas pagar?
—S-si —Luciel asentía pues en cierto modo su voz no tenía volumen.
—Entonces, mientras prometas comportarte dejare que la mejor de mis chicas te atienda. Ella se encargará de guiarte, no te preocupes por nada... Hace años trabaje en el valle bendito, no es raro que la gente de la iglesia visite estos lugares —Mirna comenzó a guiarlo hacia una de las habitaciones por los oscuros pasillos —... Con tu apariencia muchacho no deberías estar en lugares como este. Debo decir que hasta a mí me sorprendiste cuando te vi, y yo que creía haber perdido el gusto por los hombres.
Mirna se disculpó en varias ocasiones al comentar el buen aspecto de Luciel. Intentaba calmarlo cada que podía y hablaba consigo misma sobre que era algo común para la gente de la iglesia. Le reiteraba que no debía ponerse nervioso aun si era la primera vez que lo hacía. Una vez lo depositó en la habitación no se fue sin antes preguntar sobre si Luciel buscaba a una mujer o a un hombre. «»
—Mujer...—Soltó Luciel siendo la primera vez que contemplo aquella posibilidad.
Luciel dejo las dos espadas en un rincón cerca de la cama. La habitación era una amplia y pulcra sin apenas desorden. Adornaba el lecho en sedas puestas a manera de cortinas. Los muebles eran más bien grandes cojines y mesas que yacían en el suelo. Estaba impregnado de un olor floral, dulce y relajante.
«—¿Realmente lo haremos? Deberías dejarle esto a Airan —murmuro la voz de Lucy.
—Debo ser yo quien lo haga, si lo dejo todo a Airan solo estaré huyendo, déjenme solo. ya es muy difícil.
—Pero... está bien —La voz de Lucy desapareció en el abismo.»
Sabía que no era solo un tema de encargarse de Airan. Debía tomar el problema de frente si quería llegar a algo. Hacer un avance quedándose a un lado seria casi imposible. Debía domar sus deseos como le había dicho a Alastor.