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Chapter 38 - Despertar de un dulce sueño (Parte 3)

Las noches en aquellos pastizales a la luz de la luna. Rodeados no más que de roedores y aves que buscaban los árboles para tomar un descanso seguro. Despertaban en Luciel una nostalgia extraña. Se vio a si mismo tomando una gran confianza con Adelayn en solo una semana que llevaban de viaje juntos. La chica parecía haber abandonado aquella idea y aquel embelesamiento con él, por unas sesiones de entrenamiento con el Saeya. Pasar el tiempo junto a ella y darse un momento para entrenarlo. Fue un lapso en el que elegir uno de los muchos pensamientos que transitaban en su cabeza.

La claridad que logró obtener en cada pueblo a cambio de unas monedas, le hizo darse cuenta de muchas cosas. Entre ellas, Airan estaba mucho más controlado desde que decidió tomar su libido por los cuernos y enfrentarlo. Aparecía momentáneamente en cada burdel para hacerse cargo de vez en cuando. La culpa se mantenía acumulándose en un rincón de su cabeza. Culpa que arrojaba al abismo cada noche esperando no volver a verla. Sin embargo, ella flotaba lentamente hasta la superficie del abismo.

Analizaba en cada momento que tenía disponible el actuar de Sergius. Su mentor había perdido interés en él, solía mantener conversaciones necesarias y solo eso. No recordaba haber dicho nada especialmente problemático, y ya que los dos sabían la misión que les había sido encomendada tenía ganas de preguntar sobre Luzba'el. Aun cuando Sergius no participó en la guerra de los caídos hace poco más de siete años. Él debía tener más conocimiento del antiguo ejecutor.

Luciel cavilaba ideas cada noche hasta que Adelayn comenzaba a tener alguno de sus ataques de ansiedad. La chica temblaba en cada ocasión como si algo fuese a atacarla. Se dedicaba a calmarla cada que ello sucedía. Nunca duraban juntos mucho tiempo, pues él mismo apreciaba su urgencia crecer a cada segundo que la sentía cerca suyo. Centraba su cabeza en otras personas. Sahely y Camelia eran su principal tendencia. No solo por que ambas tenían un peso muy importante en su corazón actualmente, sino porque los comentarios y la situación de Adelayn se las presentaban en la cabeza de forma constante.

Los otros pacificadores vigilaban a la distancia en cada una de las noches, como perros daban vueltas, inexpresivos ante todos sus alrededores. Nunca perdieron la idea de que los Shaeyvah volverían a aparecer, de cierta manera ello los mantenía alerta. Luciel los examinaba cada que podía con más cuidado. Hasta que en alguna de aquellas veces en que se hundía en la calma del pozo, hasta casi llegar al fondo. Su mente recordó sus rostros, por lo menos un poco. Lo suficiente para saber la razón de que desde el primer día en que los vio se le hacían familiares. Los reconoció de su niñez. No crecieron con él en la academia, no, ellos desaparecieron muy a su pesar de aquel lugar.

Poena fue el primero al que logró discernir de entre sus memorias. Uno de los muchos chiquillos que se esforzaba por desquitar sus penas con los más débiles. Molestaba en toda ocasión a quien tuviese cerca. Aprovechaba lo grande que era aun de pequeño. La diversión favorita de aquel muchachito eran los Mòaemó que llegaban desde Pharona, al igual que lo eran para cualquier otro noble que viviera cerca de las tierras cambiantes. Según los aristócratas de Astyel, la gente de Pharona apenas era considerada útil.

Los nobles siempre tenían un trato especial incluso dentro de la academia, algunos tuvieron habitaciones personales desde niños y no cuando cumplieron la mayoría de edad. Poena fue uno de esos niños mimados en la academia por su familia.

Muchos de los nobles desaparecieron de la academia al poco de llegar por el escaso talento y determinación que presentaban.

Pero no el, Luciel lo recordaba. Había hecho un revuelo cuando una de sus víctimas intentó defenderse. Luciel había llegado primero, como siempre ante cualquier problema. El niño que ahora se hace llamar Poena había tomado un martillo de la nada cubierto en sangre, golpeaba a su indefensa víctima descontrolado, como una bestia.

Luciel junto a sus amigos se interpusieron en cuanto se dieron cuenta, aún con el miedo que podría causar aquella escena. Los profesores no tardaron en llegar al lugar aquella vez, y si bien se ganó una buena reprimenda pudo salvar a aquel chico regordete. Parecía que nada había cambiado luego del incidente. El chico rollizo en una de las pocas veces en que comunicaba algo dijo que el niño que ahora se hace llamar Poena había desaparecido al día siguiente de la academia. El evento pasó en silencio en los pasillos, solo era otro noble que se había ido a casa.

Ese mismo regordete chico moreno y nervioso, pasaba todos sus días en la biblioteca. Soportando apenas los entrenamientos físicos. Era una víctima fácil de todos aquellos que buscaran una con la que calmar su estrés de la academia.

Aquel chiquillo del que no recordaba su nombre era Justitia. Siempre tan solitario, se escondía tras las faldas de las profesoras. Rechazaba todos los acercamientos de Luciel y cualquier otra persona. Vivía en el silencio de la biblioteca buscando solo compañía femenina. Luciel recordaba haber hablado con una de las chicas mayores sobre él. Se acercaba a ella buscando trabajosamente lograr una conversación, buscaba una amiga en ella y todas las demás mayores. Según esa chica Justitia solo quería una compañía más familiar, juzgó ella debía extrañar a su madre o su hermana.

Era temeroso del contacto humano. Se tomaba su tiempo incluso al cambiarse y lavarse por su rechoncho cuerpo. En una de esas ocasiones Luciel se había quedado en los vestidores esperando volver a acercarse a él. Cuando de pronto escuchó el forcejeo dentro de la pequeña estancia. Creyó en aquel entonces otro niño más que no percibió se había quedado dentro y estaba aprovechando el momento. Al llegar, el niño ahora conocido como Justitia escondía la cabeza entre sus ropas, sus manos cubiertas de sangre y sus dientes rechinaban de dolor. Su encuentro hizo que aquel niño saliera corriendo, ocultándose.

Lo persiguió por el pasillo con la intención de llevarlo a la enfermería, de ayudarlo. Al atraparlo, vio en su cabeza un par de protuberancias rasgar su carne sobresaliendo en un punzante filo de color rojo. En aquel entonces no dio importancia a ese hecho, mucho menos cuando lo que había hecho que él lo persiguiera era la sangre que manchaba sus manos y ropa. Lo llevó con la doctora Svilena. Al pasar de los días ella misma le había dicho que el niño ahora conocido como Justitia se había ido lejos para hacerse cargo de aquella enfermedad que le aquejaba.