Cayendo la tarde y con el sol resplandeciente sobre todos. La plaza comenzó a tomar mucha más gente recorriéndola y tomando un descanso de sus bulliciosas calles. Justitia daba vueltas por las planchas de flores y los pasillos con jardineras sobre puestas como macetas que llenaban de color el blanco espacio que significaba aquella plaza.
Rechazó la comida que le ofrecía Worzak pues aún le quedaban tiras de carne seca en los bolsillos. Las guardaba para el cachorro y ahora daba vueltas masticándolas él. Se mantenía en la celda de su mente con toda la calma que esta le ofrecía. De esa forma las personas en su periferia no eran más que manchas con facciones que podrían ser interesantes y mientras rumiaba los posibles nombres para el cachorro sus sentidos lo notaron.
Dos personas en la multitud. Destacaban como haría la sangre en su blanca camisa. Nadie se percataba de ellos dos, nadie además de él. La gente los evitaba en la multitud inconscientemente. Una mujer y un hombre, ambos caminaban apacibles entre el gentío dirigiéndose a la plaza, dirigiéndose a la catedral.
La respiración y la celda desaparecieron en su propia paranoia. Justitia los perdió de vista, pero recordaba sus apariencias. Una vez más se lanzó a la celda buscando a esos dos. Una mujer con un largo vestido negro lleno de encajes que dibujaban bellos patrones y detalles en diferentes tonos de morados y lilas. Dejaba al descubierto sus hombros y mostraba algo de su escote. Su cabello grisáceo, metálico Junto a sus ojos de un color vino brillaban con la luz que llegaba del sol. Portaba una sombrilla que hacía juego con su vestido. El hombre por su parte era tan grande como Poena, puede incluso más grande que él, con hombros extremadamente anchos llevaba una prenda que cubría una parte de sus hombros y pecho, recorría la cabeza como una capucha. El pelaje de la vestimenta lo hacía ver como un león con melena blanca. El mango de un arma sobresalía en su espalda y parecía no llevar ninguna otra ropa en el torso.
En su concentración logró percibirlos una vez más. No tenía conocimientos técnicos sobre el Saeya, por lo cual intuitivamente hizo que sus ojos brillaran en ondas rosadas de su alma. No se escaparían de su vista así, y no lo hicieron, ambos caminaban sin miramientos. Las personas que llegaban a chocar con sus cuerpos quedaban confundidas, como si tropezaran. «Son ellos, deben serlo... los demás»
Justitia comenzó a llamar almas concentrándose en aquella celda. Las voces llegaban en alaridos, se pegaban a él como hojas llevadas por el viento, quedaban pegadas a su alma escuchando su pedido.
Los ojos carmín de la mujer se posaron sobre él, causando un sobresalto en su ser. Ella le ofreció una media sonrisa y comenzó a apresurar su paso. El hombre y Justitia corrieron tras de ella al mismo tiempo, encontrándose cerca de la puerta al recinto de la catedral.
—¡Detente! —Gritó Justitia levantando todas las miradas hacia él.
El hombre de la prenda parecida a una melena se interpuso en su camino protegiendo a la mujer. «¿Es que no hay nadie con una altura normal?» El tipo era más grande que Poena, con una tersa piel oscura que estaba llena de tatuajes con letras y dibujos que Justitia no comprendía. Su rostro cuadrado hacia sombras que remarcaban sus facciones y cabello Ka'òl.
La mujer se giró para mostrarle un rostro blanquecino como no había visto antes. Su piel le figuraba resquebrajada como la leña que se quema durante mucho tiempo, como ceniza. Las fisuras en ella dejaban ver un leve carmesí de su musculo. La piel de ella era como mirar directamente las brasas de una fogata, Era hermosamente terrorífica.
—Sal de aquí muchacho, ahora que tienes oportunidad. No podrás hacer nada para detenernos —Dijo la mujer de ojos carmín —Bouwúphl, cuida que se quede aquí, no tardaré.
—Como digas Mikai —Respondió el hombre.
—¡No, espera! —Justitia intentó abrirse paso, pero el mastodonte llamado Bouwúphl se interpuso. Una de las manos de Bouwúphl ya estaba en el mango de su arma. Y Justitia Imito el movimiento preparándose.
—Hazle caso muchacho, el destino no volverá a ayudarte —Comentó Bouwúphl.
La mujer cruzó la puerta del recinto sin mirar tras de sí.
—¡Intrusos! ¡Mujer de ojos rojos y hombre con melena! —Gritó Justitia desde el fondo de sus pulmones. Podía sentir el nerviosismo, el miedo apoderarse de su cuerpo.
Desenfundó su cegadora adoptando una posición de combate. «No será por mí que se la lleven»
—Es tu última oportunidad, déjanos en paz y nadie tendrá que salir lastimado —Avisó Bouwúphl. Los guardias que estaban en el recinto y todos aquellos que vigilaban la plaza, lo rodearon y se arremolinaron alrededor de Justitia y Bouwúphl en el acto —Puedo ver tu suerte y se te ha acabado toda. El destino te ha abandonado, joven ángel, llévatelos a todos o veras esta plaza bañada en su sangre —Bouwúphl levantó un martillo de guerra lleno de inscripciones y runas. Tenía un zafiro en el medio que emitía un leve brillo.
—¡Calla y entrégate maldito! —Comenzaron a gritar algunos de los caballeros y lanceros que estaban rodeándolo.
Justitia se sumió en su fría y silenciosa celda para seguir atrayendo almas, para prepararse a usar su Saeya. Como en el calabozo, sus ojos brillaron en concentración, una en la que solo entraba al pelear por su vida.
Todos los guardias a su alrededor tenían miedo, uno que él tampoco negaba sentir, pero que había arrojado fuera de la celda para que no interviniera. Juzgaba que ninguno de ellos tenía experiencia en combate real, sudaban, temblaban y más importante estaban gritando para no tener el enfrentamiento. «Primero avisar, luego decidir...» Salió de la celda solo un momento por aquel pensamiento, y se le escaparon algunas almas. «Resistir hasta que lleguen los demás, puedo hacerlo, debo hacerlo»
Los guardias lo miraban a él, el pacificador en su rojo uniforme y con una temible cegadora en mano. Justitia era el único que podría darles respuestas ante la situación. Respuestas con las que no contaba.
—Yo me hare cargo de detenerte aquí —Dijo Justitia y alzó una mano al cielo, imaginando una señal de luz y humo que formara el león blanco, que les avisara sobre el problema. Las almas respondieron a su pedido y se despegaron de su ser en un haz de luz que exploto en el cielo creando la cresta de Gabriel —Hasta que lleguen los demás. No se irán.
Un grave grito fue seguido de otro, tres, cuatro de los guardias avanzaron con espadas y lanzas apuntando sobre el cuerpo del mastodonte. Se arrojaron en conjunto para no dejarle espacio de defensa.
Bouwúphl se imbuyo a sí mismo en una onda casi morada, oscura y extraña. Recorrió todo su cuerpo el mismo instante en que las hojas de las armas lo tocaron. Algunas se mellaron al contacto, otras se quebraron. Un gemido ahogado se escuchó en las filas de los hombres que miraban absortos la escena.
Bouwúphl tomó una de las lanzas y la jaló acercando el cuerpo del guardia que la portaba. Lo levantó con una sola mano y lo lanzó con toda su fuerza sobre las filas temblorosas frente suyo.
El sonido de las armaduras golpeándose llenaba la plaza junto a las voces ahogadas de los hombres. Cayeron al suelo desprotegidos, se arrastraban. Bouwúphl elevó el martillo que portaba con una sola mano y lo dejo caer en un rápido movimiento que levanto polvo. Algunos alaridos fueron ahogados por el ruido de chapoteo que dejo aquel golpe.
—¡No son rivales!, ¡morirán como gallinas perseguidas por un lobo! —Anunció Bouwúphl al despegar su martillo de los cuerpos.
Los pocos civiles que quedaban en la plaza gritaron causando el caos por la calle. Los guardias tomaban pasos hacia atrás, dudaban de acercarse.
Justitia se hallaba en una disyuntiva con la poca claridad de que tan fuerte era el mastodonte frente suyo. Blandía su espada buscando mejor agarre, hacia un repaso de todas las siluetas que había aprendido. «Ellos no serán de mucha ayuda, debo actuar, debo decidir... ¡Rápido!»
Las voces se arremolinaban a su lado, eran las almas de los guardias recién muertos. Su mente dio un vuelco al presentarse los últimos momentos el miedo de todos ellos, y sus nombres grabados en las negras paredes de su mente. La celda estaba repleta para este punto, y lo único que lo mantenía dentro de ella, era la idea de que moriría en cuanto saliera de esa concentración.
Los soldados daban pasos en circulo alrededor de Bouwúphl, nadie quería dar el primer paso a este punto. Y los cascos y rostro se dirigían a Justitia en breves vistazos. La respuesta de Justitia no llegaba, la decisión de que hacer los mantenía en una eterna anticipación de movimientos.
«Decide, vamos, rápido» Repetía Justitia en su mente. El polvo se había apartado dejando ver la desfigurada forma que quedaba en suelo de los que fueron alcanzados por el martillo. «Es culpa mía, no puedo ni decidir el nombre de un cachorro, ¿Cómo tomare cargo de la vida de todos ellos? Será todo otra vez como en el calabozo, todos ellos mirándome, inmóvil ante la masacre frente mío, fuerte... debo ser fuerte»
—Es demasiado fuerte para nosotros, ¿Qué hacemos? ¡Pacificador! —Suplicó uno de los caballeros a lado suyo. El hombre sudaba por debajo de aquel casco, sus ojos estaban abiertos dejando vislumbrar su mirada desesperada.
Otro pequeño trio de caballeros se adelantó con los escudos preparados y las espadas apuntando a un solo lugar. El martillo dio un giro rápido en la mano, golpeando los escudos desde abajo. Bouwúphl rotó con el torso aplicando más fuerza. Los tres caballeros salieron disparados por encima de las filas. Sus cuerpos tendidos en el suelo suplicaban por ayuda.
—¡Aléjense! —Gritó por fin Justitia. «Debo, debo hacerlo ¿Cuántas vidas más se perderán por mi culpa? Quiero protegerlos, debo protegerlos. Parar, Actuar» Sus pensamientos calentaban su mente con determinación, aquella celda radiaba calor que nunca existió dentro.
Todos los guardias comenzaron a retroceder lentamente sin dejar de ver al mastodonte que era su enemigo.
—Muy tarde —Anunció Bouwúphl
Un largo paso retumbo en el suelo.
El martillo de guerra creo un largo arco que se cernía sobre aquellos que intentaban alejarse. «Débil, indefenso, un cachorro eso es lo que soy. Uno que aun llora la muerte de su madre. ¿Acaso Gabriel me odiaba tanto? ¿Este era mi único destino? Culpa. Es culpa mía por no querer lastimar a nadie, es culpa mía que todos terminen muertos. Estoy maldito, mi destino, mi vida, mi ser, todo. Odio mi debilidad, odio el nombre que me dieron para burlarse de mí. Odio solo mirar lo que pasa delante mío» El cuerpo de Justitia envuelto en un bello Saeya rosa salió disparado en varios giros, Coz ascendente bloqueo el golpe de lleno. Su cuerpo resintió la fuerza bruta.
Justitia se plantó justo delante de aquel mastodonte. Su expresión era la de un niño a punto de llorar, un niño que cargaba un mandoble negro, y que podía enfrentarse a aquel hombre de melena blanca.
—¡Aléjense y busquen ayuda! Yo lo detendré aquí —Levantó una voz rota Justitia. Algunos de los lanceros se alejaron de inmediato corriendo —¡Dentro debe haber más gente herida!
—Necesitaras más que solo esto —Soltó Bouwúphl adoptando una posición de combate.
Justitia buscaba sumido en la calma de la celda un espacio en el que atacar. Bouwúphl comenzó a acometer con el martillo sin miramientos.
Uno, dos, tres, logró fuertes porrazos que logró esquivar haciendo espacio. Un cuarto lo cubrió con el filo de la espada. Por un instante sintió como si se le fuese a salir de las manos.
Bouwúphl usó su mano libre para asestar un golpe en el rostro de Justitia.
Justitia salto en la dirección del golpe para hacer distancia entre ellos. Algunos de sus dientes se partieron. Tosió un poco sin que saliera nada, y la cabeza parecía inflársele. «No podre contra él... deseo protegerlos, pero no soy suficiente, nunca soy suficiente. Odio... Debo llenarme de él»
—¿Dónde está tu voluntad muchacho? Solo fue un golpe —Dijo Bouwúphl sin expresión alguna.
Justitia se había prometido no usar aquel odio. Negar su origen, y esconder aquellos cuernos debajo de una fachada. «Protegeré todo y decidiré lo que haya que decidir, mi deseo es más grande que mi envidia, más grande que mi miedo, más grande que mi duda. Deseo proteger a todos y convertirme en la bestia que renegué ser hasta que lleguen los demás, perderé todo lo que alguna vez fui de otra forma todo lo que alguna vez quise ser» Justitia se centró en aquella celda donde los insectos revoloteaban encima de las manchas de sangre y sudor. El hedor de fuera, los pensamientos que llegaban como gritos de niños indefensos. El frio suelo de roca negruzca se calentaba como si estuviera llamas. Agua comenzó a brotar desde fuera, hirviendo, quemándolo.
Todos se sorprendieron cuando el cuerpo de Justitia se tornó de un color rojizo claro. Unos largos cuernos de carnero aparecieron en su frente. Los caninos sobresalían de su boca. Se encorvaba en dolor mientras su cuerpo se inflaba en músculos que nunca entreno, aumentando considerablemente su estatura.
—¡Shaeyvah! —Gritaron con miedo algunos caballeros que estaban cerca.
Dolía adoptar esa forma, su piel se estiraba hasta rasgarse y crecer una nueva. Sus dientes se habían sanado en un solo momento. «Concentrado, mantente concentrado» La peste de la sangre se le metía por la nariz incitándolo a babear como animal.
Justitia se precipitó sin forma en su combate y arremetió cubierto en Saeya. La cegadora brillo incendiándose del mismo rosa que su alma. Bouwúphl detuvo el golpe con el martillo retrocediendo en el proceso. Justitia dio un zarpazo mostrando unas largas uñas negras y arranco un largo trozo de piel del brazo de Bouwúphl.
Justitia saboreaba el aire cerca de aquella piel. Hasta que la metió en su boca. Mastico dejando caer saliva al suelo. «Asqueroso, céntrate, será hasta que lleguen» Las memorias se aglomeraban fuera de la puerta de la celda listas para sacarlo del agua hirviente que era su deseo. Empujó la memoria de la primera vez que se convirtió en esta bestia, y en el proceso todas las almas que había reunido se alejaron del temerosas de su aspecto. Ninguna quería prestarle ayuda.
—¿Eres un Shaeytan? —Dijo Bouwúphl al contemplar su brazo herido —No esperaba que la iglesia los dejara vivos.
—Soy lo que ves —Dijo Justitia con una voz gutural —Un deseo de protegerlos a todos.
—¿Qué hay de la espada?
—No importa —Contestó Justitia escupiendo las palabras.
Bouwúphl sonrió mostrando unos dientes afilados.
—Inútil, Tu muerte será inútil, pero me asegurare de recordarte si das una buena pelea —Bouwúphl se aferró a la tierra con los pies mostrando su alma rodearlo, brillando con intensidad —Deseo...