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Chapter 46 - Di mi nombre (Parte 2)

Bouwúphl estaba rebosando en Saeya frente a todos. El martillo de guerra que portaba comenzó a brillar con más intensidad. Las ondas moradas cubrieron su cuerpo más y más rápido. Un pelaje del mismo tono se formó en su cuerpo. Y adoptó la forma de una bestia a cuatro patas, con una melena blanca, sus dientes estaban achatados y en la frente cargaba un zafiro. El hocico y el rostro daban una apariencia canina.

Su larga cola dio un latigazo a los desprevenidos lanceros que se hallaban anonadados por lo que sus ojos veían. Un par de ellos fue disgregado en el acto junto a sus armaduras. Sus cuerpos se diseminaron como arena mojada, manchando el suelo con su vida.

Todas las armas se alejaron aun más de los dos que estaban peleando.

—Yo soy la bestia del norte. Tu destino no es más grande que el mío niño. Estoy listo para matar al dragón, ven con todo lo que tengas —Anunció Bouwúphl

Las palabras carecían de significado para Justitia. La única bestia del norte que conocía era el dragón que asesinó Gabriel. La bestia que, según Sergius yace en letargo en las cumbres del norte. No importaba lo que fuese o no. Solo tenía que aguatar hasta que llegaran los demás.

Justitia lanzó su espada como si fuera un cuchillo. La bestia lo esquivo con facilidad. Se impulsó por encima de Bouwúphl y comenzó a apalearlo salvajemente con las manos desnudas.

Bouwúphl rotó su cuerpo por completo para darle con la cola. Por un instante Justitia creyó que estaba a punto de atraparlo con la mano. Tomó su cegadora de vuelta, saltando hacia atrás.

Los nudillos de Justitia quemaban, la rojiza carne se cubría de vuelta con piel rápidamente. Comprendió que el deseo que había formado con su Saeya Bouwúphl, causaba efectos al contacto que no comprendía del todo. Adoptó la posición de defensa con la espada mientras reunía las pocas almas que se acercaban a él.

Justitia dio una zancada con Acecho del león. Penetró la gruesa capa de Saeya que cubría a Bouwúphl. Aun con al salpico de su sangre, el enemigo no mostro la más mínima reacción de dolor.

Bouwúphl rasguñaba el aire y mordía a todo aquel que se cruzara en su camino. El jaleo de los ataques y esquivas lo llevó al centro de la plaza. Con aquella apariencia era difícil saber que planeaba o el estado de Bouwúphl.

No hallaba descanso en aquel salvaje ataque que recibía. Pidió por una luz que cegara a Bouwúphl. Las almas salieron expulsadas al instante en que Justitia levanto la espada como el sol naciente de las mañanas, cegó a su enemigo. Castigo del cielo rasgó la cabeza de la bestia delante suyo creando una vez más una mancha roja en el suelo.

Fundó espacio entre los dos.

Estaba logrando hacerle frente y el hirviente odio que acompañaba su deseo no lo había consumido. Un atisbo de esperanza brilló en el rostro de Justitia. Rebozaba en sus entrañas un extraño alivio. Sus recuerdos de Jeria se marcaban en las negras paredes de la celda como dibujos lacerados. Manchaban su calma de determinación. La posibilidad de tener todo cuanto quisiera seguía ahí. «Traeré paz como en las historias, justo como Galaed. Esta vez seré yo quien se interponga en aquello que causa daño. Yo quien deseaba la fuerza más que cualquiera»

—Seré la paz que merece el mundo. El que resistirá aquí y ahora. La justicia que como hijo prometí convertirme —Anunció Justitia «Syna, amado hijo sería un buen nombre para el cachorro» Se plantó con un porte digno de los caballeros de leyenda —Bouwúphl, ahora luchó para vivir y ver el mundo por lo que es, por la libertad que me fue arrebatada... —La hirviente agua en su mente se volvió cálida, como el abrazo de Jeria —Me convertí en una bestia.

—Vivir con libertad tiene un alto precio —Comentó Bouwúphl

—Pagaré lo que haga falta —El brillo de su alma en la espada pulsó incrementándose hasta perderse la hoja negra. «Los sueños que me diste Jeria, tu recuerdo. Lo protegeré todo» Ahora portaba una espada de luz con ondas rosadas.

Bouwúphl fue el primero en comenzar sus ataques de vuelta. Oculto en la imagen de aquella bestia con melena, giraba el martillo sin dar espacio de descanso. Los zarpazos que daba su alma rasgaban la ropa y la carne de Justitia, en los pocos roces que llegaba a causar.

Ojos curiosos eran espantados fuera de zona limítrofe de la plaza por los guardias que se mantenían fuera. Muchos otros soldados entraron a la catedral para auxiliar con la mujer llamada Mikai. De aquel combate solo apreciaban el daño dejado que levantaba las losas blancas, el suelo quebrado, las luces producto de milagros y la sangre que pintaba la plaza.

Dos bestias gruñían en el centro rodeados de 12 pilares. Justitia seguía haciendo espacio con cada ataque y esquiva. Las luces le ayudaban a contraatacar y escapar de situaciones difíciles. Bouwúphl realizó otro gran arco con el martillo que tomó la apariencia de una mordida. No alcanzó a Justitia, en cambio, a uno de los grandes pilares de los apóstoles. La roca se esfumo como si se tratara de arena golpeada por el aire. Al caer aquel pilar golpe uno, y otro, y otro hasta que la mitad se hubo derrumbado en la plaza.

El polvo levantado escondía la silueta de Justitia. Se aproximó con Caza del lobo hallando el cuerpo de Bouwúphl entre la bruma. La cegadora encendida se hundió un largo tramo cortando musculo y piel.

Las largas garras y el hocico de la bestia salieron por encima del polvo cerniéndose sobre Justitia.

Saltó hacia atrás para intentar evitar el golpe, pero fue muy tarde.

El martillo golpeo con la parte punzante el costado de Justitia. Un frio de muerte toco su cuerpo en ese instante extendiéndose por su carne. Se quebró, como el cristal dejando una gran media luna en el estómago de su cuerpo. La sangre brotó un solo segundo impedida a continuar por su voluntad. Las entrañas se removían violentamente para sanarse a sí mismas.

Un contundente zarpazo más quiso alcanzar su pecho. La espada centelleaba por el gran dolor que su herida confería. Bloqueó con dificultad, y se percató de un puño dirigido donde mismo. Centró toda su alma en el impacto. El pecho, se aplastó junto a sus costillas y lo empujo fuertemente hacia atrás. Un segundo más tarde y su pecho habría explotado, intuyó.

La celda creaba corrientes que querían empujarlo fuera. Logro caer de pie. Falto de una parte de su cuerpo se sostenía por mera voluntad. Elevó su espada una vez más frente a Bouwúphl. La fuerza de su cuerpo se mantenía aún. Su deseo se mantendría hasta que llegará alguien más. Respiraba agitado al igual que Bouwúphl. «Si he de lograr algo es ahora, aquí y ahora» La cálida celda se ilumino con el agua en que se hallaba hundido. Bebió ahogándose en ella.

Se impulsó con Acecho del león. Y antes de asestar un golpe, rotó sobre sí mismo usando Coz ascendente y así evitar el golpe de lleno que daría la garra de Bouwúphl. Sus ojos, su espada e incluso su cuerpo estaban en fulgor, en el pálido y hermoso rosado de su alma. Por un instante creyó haber visto el martillo. Apuntó con Romper los colmillos y cortó. Atravesó de la palma de la mano de Bouwúphl. El martillo cayó al suelo resquebrajando losas por su peso. Enfurecido, Bouwúphl lanzó zarpazos aprovechando el tamaño de su cuerpo para cubrir más espacio. Justitia danzaba entre ellos con Caza del lobo sin dar un solo ataque. Buscaba terminar el combate. No tendría otra oportunidad.

Se decidió. Vio una abertura al cuello de Bouwúphl. Dio una zancada y apunto con Sacrificio del cordero. Daria en su objetivo antes de que Bouwúphl se defendiera.

Un alarido humano resonó en la plaza.

La espada de luz rosada se encontraba en el cuello de Bouwúphl dejando caer solo un hilillo de sangre. Una gruesa pared de piedra había aparecido frente a su ataque quitando la potencia de su golpe. Aun cuando la atravesó completa, fue suficiente para que Bouwúphl siguiera de pie frente a él.

Justitia había perdido fuerza en los brazos. Notó que una aguja blanca de la misma piedra que el suelo creció desde aquel muro, atravesando su pecho.

Cayó de espaldas y sus ojos enfocaron a la mujer llamada Mikai, se hallaba en las escaleras de la catedral. En la calle principal podia ver las figuras borrosas de Luciel y Sergius corriendo hacia él.

—No estas equivocado niño, el mundo que te ha abandonado lo está. El destino que te ha sido impuesto. Sufre el deseo de vivir en tu muerte —Bouwúphl jadeó girando el cuerpo bestial a los que llegaban y salió disparado a ellos.

Justitia yacía en el suelo con la sangre escurriéndose de su cuerpo. «Incluso si lo estuviera ya no importa, logré mi cometido, cumplí por lo menos ese deseo» La cegadora estaba a su lado resplandeciendo en espacios como una vela a punto de apagarse. «Jeria pude salvar a alguien... pude decidir por fin. Me gustaría que fuese de noche, y ver las estrellas que amabas, una última vez» Justitia se acostó en el suelo con la cara hacia el cielo. Escuchaba los pasos apresurados de Luciel. De su cuerpo desaparecía aquel color y rasgos que lo hacía parecer un monstruo.

«Lamentó las lágrimas de aquella vez Jeria. Perdón por todas mis dudas. Lamento tanto no haber sido la paz de nadie. Pude haber sido un mejor hijo, un mejo hombre, un mejor pacificador. Perdón. Por todo lo que no pude ser. Debí haber sido tanto, debí haber hecho tanto. Tan egoísta, tan determinado como cualquier otro, deseaba serlo otra vez. Deseaba no ser quien pide perdón. No puedo disculparme por siempre por todo lo que no soy. Aquí y ahora, veo todo con una claridad que nunca imagine. Aquí y ahora, la luz ciega como nunca lo hizo. Si pudiera parar aquel sol de quitarme la vista, y así poder ver lo que realmente soy"

Justitia alzó la mano intentando cubrir el sol con la palma. En sus ojos se formaban lágrimas que recorrieron sus mejillas. Halló una figura reclinarse frente suyo, Luciel. «Tú sabes quién soy, tú me has visto, ¿No es así? ¿Recuerdas?»

—...Nombre — «Mi nombre» La voz de Justitia se extinguía con cada fragmentó de aire del que se desprendía.

—¿El lobo?, tu pondrás nombre al maldito lobo, ¡Justitia calla y resiste!

—Max... recuerda —«Mi nombre, llámame por el» Las palabras salieron como meras siluetas de lo que querían ser.

El sonido dejó sus labios. Y su alma dejo de envolverlo en aquel precioso rosado claro que tenía.