Luciel se plantaba lejos de los dos enemigos que habían dado muerte a Max y Sergius. El miedo recorrió las casas de su mente como un viento de invierno. Pensaba en sus posibilidades de ganar. La bestia y la mujer estaban heridas, los refuerzos estaban cerca, pero ellos dos peleaban en conjunto, un error sería suficiente para matarlo. «Un año» No tenía tiempo para pensar. Las almas se arremolinaron cerca suyo de vuelta. El deseo de protegerlos que perteneció a Sergius apareció como un empujón.
Luciel se preparó.
—Estas solo muchacho, no podrás de esta forma. Debiste quedarte y tal vez asi tendrías una oportunidad —Dijo Mikai Lanzando otra serie de saetas de piedra sobre Luciel.
La bestia seguía sus pasos. Luciel usaba las hebras de su alma, las deformaciones de piedra y sus propias espadas para cubrir todos los ataques que buscaban abrumarlo.
Luciel se sumió en el pozo de su mente, por encima veía los edificios quemándose, por debajo las memorias, voces murmullos. El agua estaba helada. Bebió del abismo que era ese pozo, ahogándose en la concentración que esta le proporcionaba. La cegadora centelleó en el mismo tono que su alma y el brillo que despedía se intensificó hasta cubrir por completo su hoja negra.
El baile que ofrecía Luciel entre los ataques de los dos era impresionante. Los pocos golpes que asestaba Mikai con las saetas, se regeneraban en unos segundos. Las almas que había acumulado no serían infinitas y la mujer insistía en que se fueran a cada poco tiempo que pasaba. Los látigos, sus milagros y todo lo que usaba no le daba ni si quiera una abertura para dar un buen golpe a alguno de los dos. Intuía que la bestia era la más herida.
Lanceros y guardias de la ciudad, así como mercenarios de Litae, se apersonaron en la periferia de la plaza.
Silbaron flechas y Saetas dirigidas a los dos que estaban frente a Luciel. La mujer se protegió con la sombrilla y para la bestia el Saeya era suficiente para cubrir la mayoría del daño.
—Vámonos, matarlo ya no vale la pena —Anuncio Mikai dando pasos hacia la costa.
La mujer araño el cielo lentamente lanzando por los aires enormes rocas dirigidas a los recién llegados y los civiles.
La situación lo superaba, aun si podia resistir, puede que solo los mercenarios pudiesen hacerle frente. Debía mantenerlos ahí por más tiempo. Las almas lo escucharon despegándose de su cuerpo. La idea de una pared que los detuviera se formó. Una que solo lo dejara a él enfrentarse con esos dos monstruos.
El suelo se partió desde las botas de Luciel tomando de vuelta todo lo que se había roto y emergió una gruesa pared de piedra que se cerró en un círculo.
Una mueca apareció en el rostro de la mujer. Sus ojos relampaguearon en la sombra que ofrecía el muro.
Luciel sintió un letargo luego de aquello y las voces de todas las almas que estaban cerca de quedaron pegadas a la suya incluyendo a Sergius y Justitia. Los nombres de todos aquellos que habían muerto estaban grabados en él. Gritaban sus penas, anhelantes de que alguien los escuchara.
La mujer se esforzaba en un afán de deformar el muro con su magia, pero este no cambio en lo más mínimo.
Luciel sonrió pensando que si resistía lo suficiente Adelayn y Niall junto a los mercenarios podrían encargarse del resto. A la mujer le costaba tomar almas del ambiente pues casi todas se hallaban manteniendo el muro que lo separaba de todo.
Luciel regresó a la danza que daba, demostrando todo el trabajo que había puesto en las siluetas de su estilo de combate. La mujer se había hartado y lanzaba rayos de magia por más débiles que fueran sin reparo de lastimar a su compañero. La bestia rugía dejando un rastro de líquido carmín a su paso.
Tan cerca, debía seguir resistiendo. ¡Aquí y ahora él era el único que se interponía! ¡Aquí y ahora era el único que recodaba los nombres de todos! Debía seguir adelante para que quedaran grabados en la libreta que cargaba en el bolsillo. Decirlos frente a sus tumbas.
—Tu nombre es Luciel, ¿No es así coronado? —Comentó Mikai —Hare que te pongan el mismo una vez nos sirvas. Bouwúphl lo llevaremos con nosotros.
La bestia asintió en su cansancio.
Luciel continúo esquivando mientras buscaba una abertura para poder atacar a uno de ellos. No tenía almas consigo más que para algún milagro más.
Dio una zancadilla silenciosa con Acecho del león que ocultó gracias al lazo de Camelia. Se abrió paso a latigazos. Su alcance era mucho mayor de esa forma. Bloqueó con Coz ascendente y continúo girando para tener mayor fuerza. Cambio la postura a Sacrificio del cordero apuntando al cuello de la mujer. Un muro de piedra se interpuso. El látigo azulado lo partió dejando espacio libre.
La bestia saltó recibiendo el golpe de lleno y pudo escuchar el corte de la carne, la sangre escurrir por el suelo.
Un grueso brazo yacía en el suelo. La bestia regreso a tomar la forma de un enorme hombre con una melena blanca. Portaba tembloroso un martillo de guerra en la mano que aun poseía.
Luciel quiso crear espacio entre ellos con un salto. Pero fue muy tarde, la tierra lo había tragado como a Sergius aferrándolo al lugar donde estaba solo de las botas. El martillo creo un largo arco frente suyo.
Estaba seguro de que le daría de lleno. Luciel cambio la capa para que cubriera su costado en un grueso cuero. Centró su Saeya para recibir todo el golpe e interpuso sus armas. Aquel instante de pura concentración lo hizo relampaguear en turquesa.
El silbido de una flecha resonó en la plaza hasta que cayó justo delante de los tres. La flecha tenía pegado un cilindro metálico extraño a ella, del que manaba una pequeña luz parpadeante. En ese segundo desde aquella flecha un estruendo retumbo como un estallido de cañón y apareció un centelleo de Luz blanca que cegó la vista, aturdiendo a todo quien estaba cerca.
Luciel se esforzaba por mantener la posición y la fuerza para defenderse.
El impacto le dio con mucho menos fuerza de la esperada. La espada de acero normal se pulverizo. Y Luciel salió disparado a través del muro. Las rocas rasgaban su carne, la fuerza rompía sus huesos.
Su conciencia y las voces de Justitia y Sergius junto a todas las demás desaparecieron en el instante en que su cuerpo tocó el suelo.
Había perdido.
Fin de la primera parte.