El cachorro sin nombre al que había estado cargando todo el tiempo se removió buscando comodidad.
Justitia caminó, al paso, tranquilo a lado del cachorro. Se recordó que no hallaba mejor entretenimiento a caminar por los pueblos. Sentir el viento enfriar su rostro. El cachorro lo guio a las zonas cercadas. Comenzó a mirar los animales ser pastoreados y permanencia en silencio admirando la sencillez de la vida de aquellas personas y animales. Envidiaba esa sencillez, envidiaba sus vidas. Su cabeza se inundó de pensamientos similares. Hasta que alguien se le acerco a entablar conversación. En esta ocasión era Agony.
—¿Estas bien? Llevas mucho tiempo aquí. Los pastores se han asustado. —Agony escudriñaba más al cachorro negro en sus brazos que a él.
—Lo estoy —Ella le dedico un sonido aceptando su respuesta —¿Alguna vez pensaste en qué harías al salir del calabozo?
Carecía de interés por la respuesta. En cierta forma carecía de entendimiento en porque había formado la pregunta en primer lugar.
—Si, bueno... no. —Ella dudaba con la actitud malhumorada de siempre. —Antes, cuando era niña, pensaba que podría huir. Hacer tantas cosas que había soñado. Pero eso solo eran estúpidos pensamientos de cuando era una chiquilla. Además, no es como que pueda hacer mucho más de lo que me ordenan. Ni si quiera puedo hablar con Luciel por... —Frunció el ceño pensando una respuesta que no llego —No sé por qué no me dejan hablar con él.
El viento aullaba aun entre las salientes que rodeaban el pueblo. Los pastores se acercaban lentamente curiosos de ellos. Agony los termino por ahuyentar con un movimiento de mano.
—Y bien, ¿Qué hay de ti? ¿Por qué lo preguntas?
—Yo... —"Yo no lo sé, la respuesta a ninguna de esas preguntas las se" –No lo se.
«Si acaso —pensó Justitia —Deseara algo para mí, algo para mi futuro, si acaso lo hiciera ¿Tendría le derecho de hacerlo? Todo, todo cuanto había pasado era culpa mía. Todo el dolor, todo el sufrimiento había sucedido gracias a mi existencia. A mi debilidad. Todas esas personas y Jeria murieron por mi culpa»
La insistencia de Agony pasó omitida por sus oídos. Ella se alejó debido su silencio. Dejándolo en unas cavilaciones propias de sus pesadillas. Por primera vez en mucho tiempo sintió de vuelta la frustración de ser débil, más débil que cualquier otro. De no poder levantarse por sí mismo, de que otros como Luciel hubiesen de interponerse entre él y aquello que le hacía daño. Que otros como Jeria hubiesen de sufrir la consecuencia de su debilidad.
Le gustaba el silencio, el silencio que proferían las celdas luego de tener que estar escuchando gritos por horas, propios y de los demás. No quería volver a tener que hacer daño a nadie más, a nada más. Quería la fuerza para no tener que volver a pasar por dolor, para no tener que volver a pelear. Maldecía en su mente su origen, su destino. Odiaba su debilidad y por sobre todo odiaba el deseo que le había sido recordado. El deseo de querer algo de vuelta. El deseo de ser más que los demás. El deseo de no sentir nada y la vez todo. Deseaba la oscuridad de su celda como quien lo hace con el abrazo de su madre. Deseaba tenerlo todo cuanto había ahí fuera en el mundo, todo cuanto le podría hacer daño. Todo cuanto le había sido arrebatado. Todo cuanto le habían negado. Lo odiaba como había hecho con la propia iglesia, con la propia Svilena. Odiaba recordar ese deseo.
Su rabia se extendió por su cuerpo, con sus uñas clavadas en sus palmas. Comenzó a sangrar. Sus carnes se encendieron en un calor que no existía. Sus músculos se tensaron y comenzaron a expandirse. Un fuerte dolor punzaba su frente.
El cachorro sin nombre comenzó a ladrar y aullar asustado. Justitia regreso a si mismo al escucharlo. Un hilillo de sangre recorría su rostro. Se le metió al ojo pintando su visión de carmesí. Tentó con la mano la punta de los dos cuernos que había perdido hace unos años. Negaba para sus adentros buscando algo que le diera un reflejo. Carecía de la templanza y los medio para hacerlos desaparecer.
Se dejo caer sentado. Resignado una vez más a su inutilidad. Perseguía la imagen de agua fría en su mente. Donde podría calmarse y enfriarse. Donde podría congelar sus pensamientos innecesarios. Se hallo ahí el suficiente tiempo para que el cachorro se durmiese a su lado. Vaciló al cargarlo y fue a buscar alguien que le vendiera algo con lo que cubrirse la cabeza. Los cuernos no eran tan grandes como para notarse en su cabello, pero quería asegurarse que no lo hicieran.
Paseo por el pueblo hasta que el hambre le pudo más. Llevaba puesto un pañuelo de lana gruesa rodeando su cabeza en una especie de turbante. Aquella prenda le recordaba su tiempo perdido por las dunas del pecado, era lo único que logró comprar. Buscaba la posada que la chica llamada Adelayn les había dicho horas antes.
Su mente se había enfriado lo suficiente como para que de vez en cuando le fuese recordadas las palabras de Sergius. "ver el mundo por lo que es, querer volver a vivir" Los fragmentos de aquellas frases seguían dando vueltas cada tanto. Contemplo la puerta del establecimiento recordando a los invocadores. «Debo decirles a ellos... Encontrare alguna manera y se los diré» su rostro tomó un leve tinte de determinación adosada por una incertidumbre que le recorrió el cuerpo.