Encontró el pozo a unos cuantos metros del establo donde había roto su promesa de fidelidad. Cada paso que daba albergaba un enorme peso que llenaba su corazón. Cada paso que daba, su cuerpo se liberaba de un agotamiento que tenía semanas azorando su cuerpo. La pipa que colocó en su boca humeaba farolas advirtiendo de su ida a buscar agua. La noche abrigaba la falta que juzgaba haber cometido con aquellos que les ofrecieron posada.
El pozo de piedra blanca pulida en pulcritud mostraba un trabajo con un mecanismo para subir agua, digno de los mejores artesanos de Jeshena. Recordaba a Luciel los muebles con que estaba provista su habitación el día que se la entregaron. El terreno estaba rodeado por los recién plantados campos, marcados con una cerca de madera que separaba el borde de la meseta con el vacío. Algunos perros salieron a advertir su presencia, solo para recostarse en la noche al poco tiempo. Al horizonte se encontraban un par de edificios más. La casa principal con tres pisos, «una mansión para la zona» la segunda una casa de iguales dimensiones mucho menos adornada, con montones de herramientas por todos lados, daba la apariencia de abrigar a al menos una docena de gentes de los vientos que corrían en el páramo.
La fría agua que caía sobre la cara de Luciel limpiaba su mente en cada salpico. Tomó un tiempo para contemplar la noche, juntando los fragmentos de memoria de las pasadas semanas en algo medianamente congruente. Dejaba su mente en un vacío en cada calada que daba al tabaco. Este vacío propiciaba un mejor agarre a los lazos de colores que se alejaban de su alma en direcciones opuestas. No podía verlos, no tan nítido como en su sueño. Y aun así estaba muy claro cual lo llevaría donde Sahely y cual donde Camelia.
Jugaba con el anillo, haciéndolo pasar entre los dedos como una moneda. Rodaba brillando con la luna. De este a oeste, del cielo al mar, de un lazo a otro.
—Es raro ver a alguien con uno de esos, y tu llevas dos. Realmente debes ser especial para algo más que solo el director Abraham —La voz de Sergius se alzó de detrás de uno de los árboles, con la malicia característica de esta agregó —Aun más entre pacificadores es extraño ver aquellos que han conseguido formar un vínculo. Escuché lo que puedes hacer con ellos, es impresionante incluso para el mejor de la generación...
—Apresura lo que hayas venido a decirme —Dijo Luciel manteniendo especial cuidado en sus palabras.
Sergius le dedicó una mueca con altanería al acercarse.
—Venía a asegurarme que no fueras perseguido por los honestos hombres que cuidan de la granja. Los ruidos de la jovencita debían ser suficientes para alertar por lo menos a alguien. Por lo que escuché, no eres más considerado que los Ka'òl de las cumbres con las mujeres. Pobre muchacha perder la virginidad con tal animal.
Un escozor le hirvió la sangre levantando su pecho. La culpa se ocultó como una voz más en los centenares que habia en su cabeza. Hubo de exhalar más tabaco para calmarse, aun si fuese solo un poco.
—No debería interesarse demasiado en la vida sexual de sus pupilos, si es que nos considera como algo así. —dijo Luciel acudiendo a modular su tono una vez más.
—En tu caso es algo que debo tener bien en cuenta muchacho. Svilena y el director Abraham han hecho especial énfasis en tus dos problemitas —Los ojos de Sergius una vez más lo hicieron sentir mucho más bajo de lo que era.
Quería apartar la mirada en vergüenza. La sostuvo con puro orgullo que no sabía de dónde sacó. «¿ahora es de conocimiento público mi urgencia, o es que siempre lo fue? Cuantos más sabrán que no soy más que una bestia persiguiendo placeres. —pensó antes de que una voz lo apaciguara repitiendo —calma, calma y escucha»
—...Sinceramente —Continuó Sergius —Svilena dijo que te cortarías la garganta a las semanas, yo por mi parte pensé que podrías soportar un mes. Supongo que ambos nos equivocamos. La forma en que te levantaste luego de caer del caballo mostrando tu superioridad como santo, ¡por Gabriel! debe ser bueno no tener que preocuparte por una herida en combate. El viaje ha sido un gran entretenimiento gracias a ti y Justitia, uno reniega de cuan especial es y el otro sufre por serlo... Y bien, ¿regresaras a tus modos de fiel? ¿o ahora que probaste la carne iras de caza en cada pueblo? Puedo asegurarte de que las doncellas suelen ser fáciles de engatusar, sobre todo las más jóvenes, son impresionables. Aun si los padres o hermanos llegan a ser un problema, siempre son las que más placer dan al tenerlas en tus brazos.
Luciel soltó un resoplido con furia. Los nudillos se marcaban blancos en sus puños. Quería golpearlo, quería callarlo como hacia con Airan cada que exponía la belleza de una mujer, como si fuera un objeto que podía poseer.
—Señor, si vos tenéis conocimiento acerca de los problemas que me aquejan, también deberíais saber que no siempre tengo autoridad en mi actuar. Lo de esta vez fue una de esas ocasiones, no lo repetiré, os lo aseguro. Los problemas pudiesen ser grandes como vos expusisteis, y dichos problemas solo consumirán tiempo. Algo de lo cual no disponemos, según recuerdo —Cambio su tono y forma de hablar a uno altivo. Uno que mostraba también gran respeto por el hombre que estaba delante suyo, aun cuando Luciel no sentía tal cosa.
—Si asi lo queréis —se mofó Sergius con un gruñido y agregó regresando a su forma de hablar normal —Perdimos dos días con tu problemita y espero que no volvamos a perder más de vuelta, no me importa qué clase de moral sigas o creas seguir. Si tu interés está en cazar doncellas en los pueblos, dejando palabras dulces e ilusiones como trampa o cambiar placer por monedas es algo que solo harás cuando paremos para descansar. Si te niegas a hacerlo, encargarte de tu problema por tus propios medios y moral. Tengo la autoridad para ordenar a Agony que ella personalmente te atienda como una mujer.
La propia idea le causó nauseas. «¿Llegaría a realizar tales horrores un pacificador?, no sería diferente de un criminal. No importa que tan bella o que tan dispuesta pueda haber parecido. Solo una bestia tomaría una mujer de esa forma»
Un suspiro llenó de humo el frente de su cara donde Sergius ya se movía a paso lento hacia la noche. El sabor del tabaco se pegaba a su lengua como el recuerdo de la joven de ojos color miel.
Un estruendo resonó en el fallo que marcaba el final de la granja. Como un trueno cayendo en las maderas de una vieja casa. Se acercaron ambos pacificadores saltando la cerca que los separaba de la seguridad. Los Shaeyvah solo se habían presentado cuando no había ningún civil en las cercanías, como pesadillas esperaban a que no hubiese nadie más que los viese. Luciel no había tenido tiempo o la cabeza para pensar sobre que podría significar eso, y ahora mismo el propio Sergius también temía que fuese algo más.
Al asomar la cabeza al borde pudo verlo. A unos veinte metros de altura por el camino y dirigiéndose a los bosques un carromato con el techo destruido corría a todo lo que daban sus caballos. Brincaba cada tanto por el camino junto a sus pasajeros, hombres robustos con ballestas. Todos ellos portaban una mascarada negra cullos detalles no se lograban apreciar. «¡Cuervos!, ¿Qué hacen en la meseta?» Lanzaban saetas por el camino de donde habían salido, gritaban entre si cosas que no podía descifrar mientras se alejaban. Dos jinetes los perseguían a gran velocidad con las armas fuera. No daban indicios de su afiliación o su sexo. Un tercero se hallaba rezagado corriendo acalorado, tan alejado como Luciel del suelo.
—¡Debemos ir a revisar! -ordenó Sergius al advertir los mismos sucesos —Recoge todas tus cosas y adelántate, te alcanzaremos en un momento... ¡Por Gabriel! Primero invocadores y ahora Cuervos.
Luciel como un animal, salió corriendo al recibir la orden. «Cuervos e invocadores —Pensó —La meseta se ha alejado demasiado de la mano de Gabriel. No, no puede ser eso
—No hay tiempo para esto, regresa y toma tus cosas —Espetó Alastor
—Pero ¿y la chica?
—Déjamelo a mí, puedo tratar mejor con ella que ustedes -intervino la dulce voz de Lucy»
Corrió al granero. Pauso su paso un solo momento al deslizarse a un dulce sueño que esta vez había dejado entrar. Su rostro se aflojó poniendo una sonrisa. Cerró las manos con determinación.
«Lucy céntrate en lo que debes hacer y ve a buscar a los cuervos, si Luciel no despierta yo tomare el control —Aclaró Alastor»