Cerca de lo que parecía un pequeño bar de mala muerte tan grande como dos posadas de Vukan. Se encontraba en el suelo un chico de unos doce años, rollizo y de cabellos castaños cubierto en sudor. Mordía ferozmente un trozo de su túnica de cuero, con lágrimas que se le escurrían por la cara. Los chillidos que soltaba apenas se escuchaban, su conciencia se escapaba en cada segundo. Su brazo pulverizado colgaba grotescamente, como si fuese solo una bolsa de carne. Cargando al muchacho estaba una joven rubia de cabello corto en brigantina. Dagas rodeando su cuerpo y un arco en la espalda. Miraba al frente, a un hombre de aspecto curtido cubierto en sudor de la misma forma que el chico, portaba una espada corta poniéndose en el camino de Poena. El hombre mostraba los dientes en su furia, no apartaba la vista aun cuando el monstruo delante suyo le sacaba un brazo de altura. Poena portaba un martillo de guerra amarillento. El material no le parecía metal y estaba seguro de que no era madera. «¡¿de dónde saco eso?!»
Los tres desconocidos notaron la presencia de Luciel, era otro pacificador. El miedo se apoderó de sus semblantes, rogaban con los ojos que alguien les ayudara. El hombre con la espada apretó con más fuerza el mango, temblaba en sus manos como si no tuviera control. Movió las botas en la tierra aferrándose a esta, pero algo le dolía tanto que apenas se estaba en pie.
—¡Corran! —Rogó el hombre a los que estaban detrás suyo.
—¡Poena, Detén esto! —Ordenó Luciel.
Poena se detuvo, lo suficiente para notar de quien venia la orden. El polvo brotó de los pies de la mujer quien se movía trabajosamente con el muchacho en brazos. La agonía que surgió del niño al intentar cargarlo decidió que se moverían a rastras.
—No te metas, tu no me ordenas —Masculló Poena.
El martillo se levantó una vez más. Luciel vio una fina onda de luz extenderse por sus brazos hasta su arma, cubriéndola por completo en un instante. La onda luego desapareció al final del martillo solo para comenzar desde sus brazos de vuelta. Como las ondas formadas en una superficie de agua, esa onda continuó en la misma parte de su cuerpo, palpitante. El brillo rojizo de la onda, tan oscuro como el barro, alertó a Luciel que Poena no bromeaba. Aplastaría a los tres con ese ataque. La mujer gritó fuertemente, como si se hubiera percatado de que el peligro había aumentado en un instante.
Luciel esprintó sacando ambas espadas de su vaina. El martillo llegaría a su objetivo, rompería al hombre y probablemente a los dos que se escondían tras de él. No tenía tiempo para pensar, no tenía tiempo para llegar. Exhalo todos sus pensamientos. Extendió las espadas a medio camino girando sobre sí mismo, sin poder completar la silueta a la perfección extendió su alma en un deseo de protegerlos. «llega» Formó un espectro aguamarina palpitante de sus propias espadas que desvío el martillo al suelo. Sintió el golpe en los músculos y huesos. La fuerza bruta de Poena le superaba, debía parar el enfrentamiento o se metería en problemas. El polvo levantado le dio el tiempo suficiente para ponerse delante de Poena. El martillo había formado un boquete considerable en el suelo, resquebrajándolo como si fuera vidrio. Poena gruñó blandiendo el martillo de vuelta.
—Detente y explícate —Ordenó Luciel. Comenzó a reunir ayuda en su cuerpo, el ruido eran claras voces. Vertiginosas llegaron gritando, esperando. Luciel las empujó a la parte trasera de su cabeza.
—¡Quítate, es un brujo ¡—Gritó Poena con rabia en el rostro.
—No lo hare, Agony tenía razón, eres imbécil —Espetó Luciel.
El martillo se alzó por encima de su cabeza en un arco rápido. Luciel extendió de vuelta su alma, esta vez solo en sus brazos y armas. El golpe hizo retumbar sus huesos, tensar sus músculos al punto que pensó que tendría que ceder. Desvío el golpe esta ves debajo de él.
—El nuevo continente les llama magos, son comunes aquí. —Dijo Luciel como último intento de hacerlo cambiar de opinión.
Estaba decidido a causar daño a Poena de ser necesario. No tenía idea de que tan resistente era, pero su lentitud le jugaría a favor.
El rostro de Poena se oscureció, estaba listo para volver a levantar el martillo. La temperatura bajo drásticamente por las almas que habia reunido Luciel. Su propio rostro daba a entender que él tampoco estaba bromeando. Justitia llegó para notar la cantidad de almas que habían reunidas, en solo unos cuantos segundos. El polvo había bajado, las personas habían salido corriendo para este punto, los únicos ahí además de los pacificadores eran los tres amedrentados.
—¡Paren! —Gritó Justitia, Corrió con la espada en la mano —Beruem permite magos en sus territorios, no hay anda que perseguir aquí
Poena al verse superado en número, escupió cerca del muchacho cuyo brazo colgaba. Bajo su martillo, al avanzar donde Justitia. Abrió la boca por un momento, pero se limitó a empujarlo haciendo que este se tambaleara buscando equilibrio. Continuó caminando y arrastró el martillo durante un buen tramo, dejando marcada la tierra. Los pocos jornaleros que aún quedaban cerca lo evitaron. Los chillidos del joven retomaron control de la calle, las personas se juntaban para verle. La mujer lo recostó en el suelo, para revisarlo mejor, pero cualquier intento empeoraba el dolor. La desesperación de la mujer no le dejaba dar instrucciones a nadie, sacaba de su mochila algunas cosas que podrían servir. El hombre se limitaba a intentar hacer espacio con las personas que se acercaban.
—Permítanme encargarme de sus heridas. —Dijo Luciel. Se acercó con las armas envainadas. —No es algo que un doctor pueda tratar.
—¡No! - Gruñó la mujer —ya han hecho suficiente
—Y puedo hacer más, solo...
—Lo llevaremos con el doctor, el sabrá que hacer
—Mira su brazo, el hueso está destrozado, dudo que algún doctor aquí pueda hacer algo por él.
—En la ciudad, ahí sabrán —La mujer negaba con la cabeza sin mirarlo.
—Se le infectara para entonces, solo permíteme ayudarlo. —la voz de Luciel rogó por ello, no podía permitirse ver el dolor por el que pasaba el joven, no por un error de uno de sus acompañantes. —por favor...
La joven se ruborizó al levantar la cabeza. Se sorprendió de su reacción, tanto que cerro sus puños apretando las uñas contra su palma. Se apartó dejando espacio.
El muchacho aún se esforzaba por no retorcerse de dolor. Luciel posó sus manos en el pecho del joven, pidiendo por su recuperación, visualizó un brazo y todo lo que lo componía. Reunir tantas voces era complicado, las venas de su cuello saltaban.
Justitia no podía decir o hacer nada, estaba anonadado por el espectáculo que dio Luciel, comprendió que era especial, era diferente de él.
El vértigo fue mayor esta vez, la vista se le nubló un par de veces antes de volver a enfocarse, mantuvo la imagen en su cabeza. El cúmulo de gente miro asombrada el brazo del muchacho retomar su color y forma normal paulatinamente, y el dolor desaparecer. La respiración del muchacho se tranquilizó, miro atontado a sus alrededores con los ojos aguados.
—Pensé que eras un doctor, no un mago... ¡santo! Quise decir santo- Se corrigió el hombre.
—Tú también estas herido, déjame revisarte -Dijo Luciel quitando importancia a su error.
—Estoy bien, solo fue un golpe, se pasará en un rato, aun puedo moverme bien. —Su mano temblaba al hacer fuerza, los ojos del hombre se cerraban de dolor, pero aun asi mantenía una media sonrisa.
—Te revisare entonces, vamos a donde pueda hacerlo —Luciel se irguió ofreciendo una mano a la mujer y al chico.
—yo...
—Gracias, Jozef lo necesitas —interrumpió la mujer —tenemos una habitación
—Los sigo, vamos Justitia... Ah ¡Vengan a avisar si ese tipo causa más problemas! —Luciel gritó al cúmulo de gente que se mantenía en la calle.