Todos giraron a mirar a ambos chicos. Las pláticas y chismorreos pararon, y volvieron a comenzar instantáneamente. Esta vez los involucraba a ellos dos. Luciel podía sentir el desprecio mientras avanzaba a una barra de madera oscura, extrañamente limpia. Buscó con la vista a alguna de las mujeres o alguien que pareciera a cargo, vio como una de las criadas desapareció entre las puertas del fondo apresurada. «Creo que pronto vendrá el dueño»
Los dos jóvenes se sentaron en la barra ignorando sus alrededores. Las muchachas se discutían sobre quien se acercaría a ellos para saber que buscaban, no hacían reparo en ocultar lo que decían. El grupo lanzo a la más joven. Por lo que escucharon los dos, le tendrían piedad por su cara e inexperiencia. La muchacha rubia, peinada con un par de trenzas largas se acercó tartamudeando, apretando su vestido con ambas manos. Su redondo rostro pecoso mostraba fácilmente su pena, pues sus mejillas sonrosadas le daban mucha más belleza a su gentil semblante. Luciel solo la escuchaba, pues estaba mirando a la barra, aun así notaba que el nerviosismo de ella no era solo vergüenza, tenía miedo de ellos. Justitia intentó explicar que buscaban de comer, pero tartamudeo tanto como la joven. Luciel no pudo evitar reír y el grupo de criadas le acompañó, ninguna de ellas parecía tener nada mejor que hacer.
—Jalena, déjalos yo me encargo de ellos —Dijo un hombre rechoncho apenas apareció por la cornisa de la puerta. Jalena se apresuró a su grupo, quien soltó más risitas luego de algunos comentarios que se perdieron en los pasos del viejo. —Bueno, Jóvenes pacificadores, ¿en qué puedo ayudarlos?
—Nos gustaría darles descanso a nuestras monturas, algo de comida y un lugar donde pasar la noche. —Dijo luciel dando la cara al viejo rechoncho. El viejo rostro moteado en canas se iluminó apenas vio el aspecto del joven.
—Sera un placer —Se le escurrió de la boca al hombre. Algunas otras conversaciones surgían en el lugar. —...pero ¿pagaran cierto?, no quiero sonar grosero, pero no puedo permitirme tanto.
—Lo haremos, no hay porque preocuparse. Por ahora nos gustaría una comida, lo que sea que tenga, ¿cierto? —Le dio un codazo a Justitia.
—S-si
El hombre comprendió de inmediato una vez la tripa de Justitia gruñó cual animal. Gritó con apuro a la cocina para que les entregaran algo, mientras las criadas corrían buscando algo que hacer. Tomo al azar a dos del brazo, mando a una a cuidar de los caballos. La otra tenía que servir en lo que quisieran los dos pacificadores. Jalena volvía a ocupar esta segunda tarea.
Luciel se acomodó relajando el cuerpo en la barra. Esperó sin soltar una sola palabra, escondiendo su rostro entre sus brazos. La muchacha le tocó el hombro antes de poner un par de estofados en la barra. Justitia le agradeció luego de un par de intentos. Luciel no pudo evitar mirarla por completo al tenerla enfrente. El rubor en la cara de la joven le indicó que la había observado por mucho tiempo. Le agradeció avergonzado por su comportamiento. «Debo parar, solo ha pasado un día».
La capucha se levantó para permitirle comer, el asombro de todos en la habitación fue palpable, incluso para el viejo que ya lo había visto. Jalena dejó caer unas jarras que tenía en las manos, y ni siquiera ella prestó atención al desastre que había hecho. Luciel intentó ayudar a la muchacha no si bien escuchó, pero solo armo más desastre con la torpeza de la joven multiplicada por su presencia. Se rindió y se sentó a comer junto a Justitia, que parecía estar por terminar su primer plato, quien pidió otro apenas lo notó el mismo.
—Señor, ¿puedo preguntar si han visto a algún otro pacificador?, vinimos con otros tres, pero se adelantaron. —Dijo Luciel
—Llámame Vukan —El hombre sonrió a luciel —No aquí, no, hubieran causado el mismo revuelo que ustedes. Si un Pacificador aparece por aquí todos lo sabrán en menos de una hora, estoy seguro de que algunos aquí ya fueron a avisar al pueblo entero.
—Un placer, soy Luciel y el Justitia. Sabía que era raro vernos por el nuevo continente, pero no pensé que causaría revuelo.
—No he visto un pacificador desde hace más de tres años, desde ya saben... la gran cacería de ángeles. —Dijo Vukan. La tristeza se dibujó en su rostro al recordar. Palmeo su muslo apenas dio cuenta de su cambio de humor y puso de vuelta una sonrisa como si nada hubiese ocurrido —Y con Litae encargándose de lo sobrenatural, es natural la reacción. ¿Puedo preguntar a qué se debe su presencia?, es la primera vez que veo pacificadores recién salidos de la academia.
—Estamos intentando encargarnos de que la gente del continente recobre la confianza en nosotros. —Dijo Luciel, para rellenar la pregunta, suspiro al pensar que ya habían sido tres años desde la gran cacería. —Estamos de paso, no parece que nos necesiten en el pueblo. —completó al ver que no era lo que el hombre le había preguntado. La mentira le supo amarga, pero la dijo como si fuera nada. Aunque le gustaría mantener un perfil bajo, todo cuanto estaba sobre él lo delataría enseguida, su apariencia y estatura no ayudaban en nada.
—No, no, los mercenarios se manejan bien, es bueno que nosotros no debamos pagarles. Pero escuché que estaban cazando algo últimamente, metiéndose a las casas de las personas. Puede que sea mejor que ustedes se encarguen de ello. Juro por Gabriel que desde que aparecieron ellos y el imperio de Aenthos los brujos y demonios proliferan en todo el continente. —Dijo Vukan amargamente, algunas de las criadas giraron los ojos. Vukan las fulminó con la mirada, el ceño fruncido se mantuvo, gruño algo sobre ellas que no pudo comprenderse.
—En tal caso puede que sea mejor que demos un vistazo, si todo está en orden seguiremos con nuestro camino luego de descansar. Gracias —Dijo Luciel terminando su plato. Él también estaba comiendo tan rápido como Justitia.
La comida no era la mejor, ni el lugar, pero desde que había probado bocado fuera de la academia, Luciel entendió que cualquier lugar por el que pasen tendrá mejor comida que la insipiente que recibía en el comedor. Se perdió en el sabor, disipando muchos de los modales que tenía.
Su segundo plato fue interrumpido por el golpe de la puerta. Un estruendo que hizo que algunos soltaran un respingo. Vukan vociferó molesto palabras a la madre de quien sea que haya entrado así. Un joven de cabello tusado, con algo de sudor en la cara retomó aire en sus rodillas, sin prestar atención a lo que pasaba.
—¡Los pacificadores van a matar a Konrad! —La mirada del joven buscaba ayuda. Las expresiones de las personas, incluyendo a Vukan le dijeron a Luciel que Konrad era alguien querido en el pueblo. El joven de la puerta miró a ambos pacificadores en la barra abriendo tanto los ojos que parecía que se le saldrían de sus cuencas. Su piel perdió el color y hubo de sostenerse de la pared. —Yo- yo- yo
Luciel se levantó en cuanto escuchó la noticia, dejando que cayera algo de estofado en la barra. Antes de que nadie diera cuenta, el joven de túnica blanca se hallaba sosteniendo al muchacho que acababa de entrar. Lo único que algunos pudieron notar fue el espectro de su capa blanca moviéndose.
—¡¿Donde?! —La prisa de Luciel sonaba a rudeza, pero no había tiempo de calmarlo. Debía llegar antes de que cometieran una estupidez. Justitia se quedó con la cuchara en la mano, moviéndose de un lado a otro, pasando los ojos de Vukan a Luciel constantemente. —Somos quienes podemos detenerlos, así que habla.
—Cruzando el rio, a la derecha... —El joven chilló, ocultando su cabeza en las manos.
—¡Justitia quédate a pagar! —La voz de Luciel desapareció en la lejanía.
Una de las criadas salió detrás de Luciel, confundida. Dentro, Justitia quien aún estaba a medio camino, manoseaba la bolsa de monedas intentando pagar a Vukan tan rápido como podía. Dejó una moneda de oro en la barra y corrió torpemente a la puerta, anunció que regresarían al salir a la calle.
La figura de Luciel pasaba rauda, con ambas manos en sus espadas. No sabía qué clase de imbécil había comenzado una pelea a mitad del día, y solo esperaba que no fuera Sergius, porque muy dentro de su cabeza comprendía que no podría detenerlo. Cruzó el puente, pasando la mirada a los lados, buscando algún revuelo. Se encontró con un cúmulo de pastores que veían a la distancia. Horrorizados e impotentes no podían más que mascullar entre ellos. Se empujó a través de la pared de pastores para tener en claro la situación.