Chereads / El Susurro de las Flores / Chapter 5 - Extenderse (Parte 1)

Chapter 5 - Extenderse (Parte 1)

Atravesaron los pastizales durante medio día antes de poder encontrarse con alguna construcción. Sergius los desvío al sur, fuera del camino de tierra original. Los guiaba en silencio, apresurado. Tanto que quien sea que los viera llegar diría que estaban en una persecución, sino es que siendo perseguidos. Cualquiera de las dos opciones no eran buenas noticias para los lugareños.

Justitia parecía haberlo querido cuestionar durante un buen tramo, y cuando halló el valor de hacerlo no recibió más que una dura mirada de parte de Sergius. Los otros dos se limitaron a galopar sin cuestionar. La muchacha, Agony llena de sudor se aferraba al cuello de la yegua que no podía seguir el paso. Se separaba del grupo poco a poco, apretaba los dientes. Determinó que ella comprendía que no podía pedirle más al equino, y no lo hizo. Prefirió bajar el paso lo suficiente para que la yegua no se desvaneciera, pero no tanto para perder al grupo. El caballo de tiro donde iba Poena los seguía a la distancia, a veces como una forma, a veces como un punto en el horizonte.

Cenizo se mantenía solo detrás de Justitia que mostraba tener problemas para controlar la velocidad de su caballo. La montura quería adelantarse a Sergius de tanto en tanto. El joven moreno demostraba más cansancio que los demás, pues su cuerpo se agitaba cada vez más durante las últimas horas, como un muñeco de trapo encima del caballo.

Luciel se acercó a los dos para tomarlo de la capa. Quiso hacer bajar la velocidad del caballo, sin embargo, desde su posición le era imposible. Exhaló liberándose de sus pensamientos por completo, de su propio cansancio. Pidió al ruido que auxiliaran a Justitia reponiéndolo de vigor. El ruido se convirtió en voces, presencias, imágenes en la parte trasera de su cabeza, que no importaba cuantas veces lo hiciera, llenaban su corazón de emociones. Cuando todas las presencias se hallaban en su mano las expulsó. Sintió como su cuerpo se tensaba en el momento, su mente tenía un instante de vértigo que siempre le supo a que estuvo aguantando mucho tiempo la respiración.

Justitia se irguió con renovada fuerza en su cuerpo, sorprendido, escuchó las indicaciones de bajar la velocidad que le dio Luciel. Llegaron a la altura de Agony al poco tiempo, quien estaba más ocupada intentando resistir su propia fatiga que verlos a ellos dos. Sergius no mostro ni el más leve interés en lo que había sucedido, sus ojos no se apartarían del frente a menos que algo realmente lo ameritara, y ellos no eran ese algo.

Luciel se halló a si mismo mirándola largo rato, sin prestar atención al camino. Primero de una forma que le hizo avergonzarse de sus pensamientos. Luego, cuando hubo barrido estos, sentía que su rostro era muy familiar. Sus ojos bajaron a las clavículas de Agony involuntariamente, donde vio marcas de quemadura. Sintió la mirada de ella y subió la suya para encontrarla. Tenía los ojos muy abiertos, casi recostada sobre el cuello de la yegua. Subía y bajaba la vista en pestañeos. El sentimiento coloreaba su cara. «Eres un imbécil» Agony giró el cuerpo y la cara hacia el otro lado abruptamente. «soy un imbécil —concluyó en su mente»

Sergius les esperó en las afueras del pueblo. Algunas miradas curiosas se encontraban en su dirección. Cuando los tres llegaron y se detuvieron lo suficientemente cerca para escucharlo. Vieron a su mentor bajar del caballo, con una bolsa de monedas en la mano.

—En este pueblo hay algo que no debería seguir existiendo. Investíguenlo, desháganse de ello y búsquenme —Les ordenó Sergius. Jugaba con la bolsa de monedas en su mano, les inspeccionaba con la mirada. Los tres jóvenes soltaron un sonido de duda observando a su mentor y al pueblo a intervalos aleatorios.

—¿Puede ser más específico?... señor —Preguntó Luciel. Bajó de Cenizo estirando el cuerpo. Apenas sentía las piernas luego de aquel viaje, no estaba con ganas de argumentar.

—No, quiero saber que pueden hacer, que saben hacer. Recuerden que tenemos que llegar cuanto antes al puerto.

—¿Cómo sabe que hay algo aquí? ¿Qué hará usted? —Dijo Luciel sin importar fijarse en sus palabras. Su mente estaba tan lejos como Poena en ese momento.

—No necesitas saberlo, solo seguir mi orden. ¿Queda claro? —Lo veía hacia abajo aun cuando Luciel era más alto que él. Su tono decía que no quería más preguntas.

—...Entendido señor —Se escuchó de los tres, Sergius sonrió triunfante.

—Explíquenle a Poena, no quiero verlos hasta que tengan todo resuelto. —Concluyó. Estiraba el cuerpo al avanzar. Desapareció entre las casas casi al mismo tiempo que Poena llego donde los tres.

Luciel se dedicó a explicar a Poena evitando cualquier pregunta que pudiera salir de su boca. Repitió más veces de las que le gustaría las palabras: "son ordenes de Sergius" A la par sus acompañantes se secaban el sudor. Los cuatro estaban agotados, pero no más que las monturas, que no veían la hora de acercarse al cauce del rio. El pueblo con unos 20 edificios a la vista separaba las granjas y zonas de pastoreo con un rio poco profundo. Los edificios de roca rojiza estaban adornados de la misma forma que en Madalena, a esta distancia era más fácil notar que lo que colgaba de las casas eran pequeñas banderas, todas con figurillas. Las calles no estaban tan llenas como en la ciudad. El flujo constante de personas, muchas de las cuales contaban con montura o carretas en el camino que cruzaba el rio, le hizo pensar que sería un pueblo de paso.

—Vamos, busquemos un lugar donde descansar y que pueda cuidar de las monturas. Si tenemos suerte alguien nos dirá inmediatamente si hay algún problema. —Dijo Luciel sacando el dinero que les dieron de las alforjas. Tomó una combinación aleatoria para dejarla caer en su bolsillo, y puso lo que sobraba en su mochila.

—Resolveré esto por mi cuenta —Espetó Poena pasando por delante de todos.

Agony gruñó, giró los ojos al ver que Justitia aún no se recobraba del viaje. Lanzo una mirada furtiva a Luciel, solo para apartarla de inmediato, frunció el ceño y se alejó con su yegua.

—...También iré por mi cuenta —Avisó una vez se había alejado varios pasos.

—De vuelta solo somos tú y yo —Luciel Caminó tomando el caballo de Sergius, se preguntó cuál sería su nombre.

—Gracias, por lo de antes. —Susurró Justitia al seguirlo. —¿Estas bien?, No deberías usar milagros de esa forma.

—Estaré bien, es mejor a que caigas del caballo. No entiendo que le pasa a Sergius, una cosa tras otra... —Dijo Luciel amargamente. Poco antes de entrar en la calle principal se puso la capucha de forma que esta cubriera casi por completo su cara. —Perdón, estoy pensando en voz alta, no me hagas caso.

El joven moreno asintió con la boca abierta, lo que sea que quería decir ya no saldría de sus labios.

Los viajeros y mercaderes que estaban saliendo de algunas de las pocas tiendas que se amontonaban en la diminuta plaza del pueblo se fijaban en ambos. Se podía divisar ahora, que de las banderillas que adornaban los edificios había por lo menos una con el símbolo del país, la cabeza de águila con el ala. Algunas tenían el símbolo del león, eran más bien pocas, pero verlo les hizo sentir cierto alivio a ambos muchachos. Les sorprendió que, al buscar alguna posada, algún lugar donde comer. Todos los negocios tenían una banderilla con la flor de lys, la misma de las personas armadas. Paso por la mente de Luciel el imperio del Oeste, Aenthos. Sabía que su símbolo era una flor de lys. No creyó que aquellos de su guardia parecieran civiles, mercenarios como mucho.

Los lugares, se veían vacíos, preparándose para la tarde y la noche. Algunas malas caras se dirigían a ellos, escupitajos y murmullos. Los muchachos contaron cuatro lugares donde podían pasar a tomar un descanso, y solo uno de ellos mostraba aun una banderilla del león, era el que les causaba más confianza. Entraron buscando alguna cara amigable.

Una decena de hombres se encontraba desperdigados por la habitación, picando comida, charlando entre ellos. Un bardo se encontraba hablando con un grupo de hombres mientras contaba las monedas que había ganado la noche anterior, no parecía muy feliz con su botín. Un puñado de criadas hacia como si limpiaran alguna mancha difícil de una mesa, comadreaban con una sonrisa en la cara.