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Chapter 3 - Capitulo II. La familia Sandler

Por fin habíamos iniciado nuestro viaje, pasaron 20 minutos desde que partimos de casa del tío Arthur y justo ahora nos encontramos saliendo de Shecklerville. Para nosotros era una magnífica oportunidad de conocer a fondo al tío Arthur y sus impresionantes habilidades pero teníamos prohibido el halagarlo pues no es hombre de cumplidos. Mientras observaba la carretera que íbamos dejando atrás empecé a recordar una vez que cometí el error de halagar al tío Arthur como un excelente detective cuando descubrió la identidad de un ladrón que realizó una serie de robos. Recuerdo que le dije que si se lo proponía podía llegar a ser el mejor detective en kilómetros a la redonda.

»—excelente tío, descubriste al ladrón como nadie pudo haberlo hecho.—dije—si te lo propones, aún retirado puedes convertirte en el mejor detective en kilómetros a la redonda como los de las novelas policiacas.

»—¡Bah! Una persona que escribe una novela policiaca tiene dos objetivos; el primero, que agrade al público en general con su historia, y el segundo es convertir a su personaje principal en el mejor detective del mundo cuando es obvio que abundan escritores que han hecho lo mismo convirtiendo a sus personajes en los mejores desde el inicio de la historia. Es a lo que yo llamo «el poder del guión». Por otro lado mi meta no es ser el mejor como Sherlock Holmes o Hércules Poirot...mi meta hijo... mi meta es resolver los misterios más extraños, más dudosos que se puedan conocer.

»—pero eso te generaría mérito.

»—sí, pero el mérito no me importa, mi trabajo es disfrutar de poner a manejar mi mente resolviendo misterios, códigos, etc.

—¿En qué piensas Matthew?—me preguntó Sarah al verme distraído mirando a lo lejos.

—en nada.—respondí dejando escapar mi reciente recuerdo— tío, porque no nos cuentas quien es éste coronel Sandler.—sugerí.

—ah, claro. El coronel Jhon Sandler y yo somos viejos amigos, entramos al ejército al mismo tiempo en aquellos años de juventud, luego yo decidí retirarme para entrar a la policía. Es poco lo que sé de él, pero de que es buena persona eso no lo dudo.—explicó— Sandler fue mi superior por un tiempo en el ejército, rápidamente se volvió a lo que yo llamaría un prodigio, un hombre nacido para mandar y que le obedezcan. La última vez que charlé con él me dijo que se había casado y era padre de tres bellas hijas. después de que un tío lejano le dejara su fortuna, él decidió retirarse y dedicarse en cuerpo y alma a su familia. Hoy en día debe de tener unos 60 años pero debo suponer que está en forma como el cuerpo de un hombre de 30, pues siempre le apasionó el ejercicio.

—¿Y sabe que nos dirigimos a su casa?—preguntó Steve desde su litera.

—por supuesto, hace días le expliqué que realizaría un viaje de verano con mis sobrinos y el se ofreció a que nuestra primera parada sea en su mansión.—intentó mirar lejos y exclamó:—¡Oh!¡Pero que ven mis ojos, esa ha de ser su mansión!

Mi tío no estaba seguro si esa era la mansión de su viejo amigo pero a lo lejos se veía una hermosa mansión de 3 pisos de alto, pintada de un rojo pálido y ventanas por doquier, desde nuestra posición se veían uno o dos balcones, la reja de la mansión era de cuatro metros de alto y 5 de ancho; era de un gris oscuro con filosas puntas en su punto más alto. Nos bajamos de la casa rodante para preguntar si era el destino al que debíamos llegar. Detrás de la reja estaba sentado un hombre moreno y de piel arrugada y de unos 1.80 de altura leyendo el periódico del día.

—buen día, ¿Es éste el hogar del coronel Jhon Sandler?—preguntó el tío Arthur.

—sí—respondió el portero—, pero en éste momento no se encuentra y me temo que regresará cerca de las 4:30 de la tarde. ¿es acaso usted el señor Alvin Cooper, de Howardville

—no buen hombre,mi nombre es Jhon Arthur Chandler Cooper, y soy un viejo amigo del coronel.—contestó mi tío dirigiendo una de sus miradas curiosas hacia nuestro nuevo conocido.

—¡Oh! ¡Arthur Chandler!¡El coronel me dijo que hoy llegaba un amigo suyo llamado así, y que le dejara pasar enseguida—el portero abrió las rejas, y nos abrió paso a ese majestuoso jardín que decoraba  la mansión Sandler—. si gusta puede ir a la parte del jardín donde está la señora Daphne y sus hijas tomando el té.—añadió.

La forma de la mansión formaba una letra «T» invertida a 180°, caminamos por el bello jardín cruzando por su parte izquierda, y allí; a unos 10 metros se encontraba la señora Daphne con sus tres hijas. Las más encantadoras y bellas mujeres que mis ojos habían visto, pero me duró poco la dicha, pues mi tío me susurró al oído:—ten cuidado y recuerda lo que te he enseñado, pues las mujeres son el misterio más peligroso que cualquier hombre se atreva a investigar.—después muy amablemente en tono de profesor me dijo mientras nos acercamos más y más:—¿Qué puedes deducir de ellas?

Sinceramente no tengo la misma capacidad de observación y deducción de mi tío, pero por lo que he aprendido de él y su método pude deducir algunas cosas.

—vaya, la hija mayor está casada y al parecer estuvo enferma hace poco—comenté.

—¡Interesante querido sobrino!—exclamó y me preguntó:—¿Cómo lo has deducido?

—su mano derecha, tiene puesto un anillo con una piedra preciosa muy valiosa, la redondea con su otra mano...al parecer...al parecer su esposo no se encuentra aquí y le extraña.

—¡Hum! ¿Y lo de que estuvo enferma?—preguntó dirigiendo una de sus miradas curiosas.

—fue fácil, sus zapatillas, son nuevas y el lugar donde estaba la etiqueta destaca por tener un color más pálido al del las zapatillas lo cual dice que ha expuesto sus pies al fuego de la chimenea y esto provoca el sudor de sus pies haciendo que la etiqueta empiece a humedecer pues son zapatillas sencillas y exponen gran parte del pie al fuego aún con ellas puestas  y esto hace que la etiqueta deba ser arrancada.—expliqué—además estamos en verano a 35° con una calor horrible y nadie sano usaría el fuego de la chimenea si no es porque está resfriado.—añadí.

—¡Magnífico!¡Has mejorado Matthew, has mejorado!

Admito que me agradó un halago por parte de alguien tan reservado como el tío Jack, aún recuerdo las expresiones de Sarah y Steve cuando expliqué mi deducción, pues se quedaron sorprendidos de los detalles a los que presté atención y ellos ignoraron a simple vista. Por fin llegamos con la señora Daphne y al parecer ella pudo deducir quienes éramos tan sólo con ver a un anciano de 50 años y 3 jóvenes que entran a la flor de la vida. Obviamente pudo deducir que se trataba del tío y los sobrinos que harían visita a su esposo y nos saludó de forma amable.

—¡Oh! usted debe ser Arthur Chandler, y estos deben de ser sus sobrinos ¿o me equivoco?—dijo la señora Daphne.

—no, en efecto somos nosotros. El portero nos dijo que Jhon no se encuentra—respondió mi tío.

—sí, ha salido por unas horas, ya sabe, por cosas de negocios. ¡Oh, que tonta soy! Les presento a mis hijas; Irene es la mayor, Isabelle  es la segunda, y por último está mi mayor orgullo, mi hija Ángela.

No sé que razones tuvo la señora Daphne Sandler para llamar en frente de sus otras hijas a Ángela su más grande orgullo, pero era la muchacha más encantadora que habían visto mis ojos. Sus ojos color café erizaban a cualquiera que les admirara, su blanca piel como la nieve, y rubios cabellos como el oro mismo. Eran lo que le hacia una muchacha encantadora y a simple vista se notaba su inteligencia.

—un gusto señoritas—saludó mi tío Arthur haciendo una reverencia—,permíta presentarles a mis sobrinos; Steve Chandler, Sarah Jhonson, y por último mi sobrino menor, Matthew Chandler.

Saludamos de forma cordial los tres.

—no se preocupe por Jhon, debe estar en una de esas partidas de juegos de casino a las que está acostumbrado aunque siempre dice que sale por negocios.

—¡Vaya!—exclamó el tío Arthur—así que Jhon aún conserva su vicio por el juego...¡Oh! Si no me equivoco, ese que viene ahí ha de ser él.

Detrás de nosotros se acercaba un hombre alto y de cuerpo corpulento, con abundantes cicatrices en sus brazos, de rostro de hombre astuto y confiado, cabellos negros pero que poco a poco serán canas pues se le notaba desde lejos. nacido para mandar y ser obedecido. vestía peculiar, portaba unos pantalones cafés, zapatos del mismo color y una camisa blanca al parecer de buena tela, un reloj de bolsillo y lo que parecía ser una navaja en su bolsillo izquierdo.

—¡Mi amigo!¡Que gusto verte después de tantos años!—exclamó el hombre dirigiéndose hacia mi tío.—así que ellos deben ser tus sobrinos; ¡Tú debes ser Matthew, tu tío me ha hablado mucho de ti!—comentó volteando su mirada hacia mí.

—gusto en verte Jhon, veo que los años no te han afectado en nada, sigues igual.—contestó el tío Arthur con carcajadas.

Parecían ser amigos de bromas y malos comentarios, pues nadie se ofendió y lo tomaron como chiste.

—¿Por cuánto te quedarás amigo?—preguntó el coronel.

—¿Cómo?¿Quedarnos? pero veníamos sólo de visita.

—nada de visita amigo, te puedes quedar así sea una semana, no hay inconveniente.—miró a sus hijas—¿Cierto hijas?

—pues claro, acepte señor Chandler, será agradable conocerle más.—dijo por fin Irene.

—cierto, Irene tiene razón—apoyó Isabelle—, pocas veces conocemos a los amigos de papá.

—además era usted detective, era el famoso Arthur Chandler—comentó Ángela con tranquilidad mientras llevaba la taza de té a sus labios—no sabía que era amigo de nuestro padre.

A excepción del coronel, Ángela y nosotros cuatro, la señora Daphne, Irene e Isabelle quedaron en un estado de asombro y se quedaron viendo a mi tío por unos segundos. Pasaron unos dos minutos cuando la señora Daphne rompió el silencio.

—no puedo creer que el hombre que resolvió el caso del asesinato del alcalde de Shecklerville éste hoy frente a mí, ahora yo también apoyo a mi esposo e hijas a qué se quede un tiempo.

—creo que acepto su propuesta, si tanto insisten, me quedaré 10 días, digo, si mis sobrinos están de acuerdo.

—no hay problema tío—respondimos los tres.

—¡Maravilloso!—exclamó el coronel.

Y así, empezó nuestro primer día en la mansión Sandler, todo parecía ser calmado y relajante pero... Lo que sucedió días después nos dejó a todos atónitos con las dudas más grandes que hayan cruzado por nuestras cabezas.