—¿Estás lista ya? —preguntó Vartor, animadamente. Se hallaba sentado sobre una caja de madera vacía, la cual encontró en la despensa.
—No todavía —dijo Iralu.
No pasó mucho hasta que volvió a preguntar.
—¿Ya?
—No.
—¿Y ahora?
—¡Que esperes un poco, jovencito! —Iralu volteó la cabeza hacia Vartor y le frunció el ceño. De inmediato suavizó su expresión, sonriéndole.
«Igual enojada es menos aterradora que los gatitos de Tati», pensó el flacuchento. Es que era imposible hallar una pizca de hostilidad en ella. En ese aspecto le recordaba a Zenumi.
Oh, Zenumi. Ni siquiera le había confesado sus sentimientos. Tenía la esperanza de que, si entraba a La Legión, se volvería un chico más valiente y virtuoso. Entonces, un día de esos por fin le diría que la amaba.
—¡Ahora sí! —exclamó Iralu, con voz divertida. Había afinado su charango y parecía que tenía los dedos pulsando en las cuerdas y trastes correctos.
—Bien. Uno, dos, tres...
Tan pronto como la cuenta regresiva finalizó, Vartor sopló y su flauta dejó salir notas que se unieron con las del charango de Iralu, formando una armonía preciosa, una canción rápida y apasionada. En una esquina, Tati se retorció, levantándose para estirarse mientras sus gatitos caían hacia los lados, intentando regresar a por más leche.
Se mantuvieron así, con Vartor dejando que sus dedos pulsaran los agujeros de la flauta como si tuvieran inteligencia propia. Abría los ojos de vez en cuando para observar con atención el rostro de la chica de cabello gris plata. Ella ladeaba su cabeza con una divertida sonrisa en sus labios, amplia, dejando ver un par de dientecitos. Vartor podía estar seguro de que en su día a día, no solo él se sentía así de feliz como ahora.
Miky y Fufu entraron a la habitación, atraídos por el musical. La puerta había quedado sin el pestillo, así que era fácil para ellos empujarla. Incluso, si no la dejabas asegurada, podían abrirla desde adentro, tirando por debajo con sus garras. A Vartor se le escaparon hacia el pasillo en más de una ocasión, así que se trataba de una lección que le quedó grabada en lo más profundo de su memoria.
Luego de un buen rato tocando, el espectáculo llegó a su fin. Iralu exhaló satisfecha y dejó su charango a un lado. A continuación, agarró su botella de cerveza que había dejado a sus pies y la llevó a sus labios. Dio unos sorbos exagerados, tras eso suspiró.
—¿Quieres?
Vartor dudó un momento. No le resultaba muy agradable el alcohol, aunque bebía en alguna que otra cena.
Iralu puso una cara que parecía decir: "si no aceptas, lloraré". Probablemente, si la rechazaba, ella solo haría una mueca burlona. La subcapitana no se enojaba, todo se lo tomaba sin complicación alguna (excepto su trabajo de secretaria del comandante).
—Pasa para acá —dijo Vartor, estirando una mano. Preso de una abrupta emoción, se echó la cerveza al fondo, atragantándose y tosiendo. Al notar que Iralu clavaba ojos sorprendidos en él, se dio cuenta que ni siquiera había limpiado la boca del envase. Condenado impulso.
Estuvieron un rato acariciando a los gatos. Miky tendía a ir con Iralu, mientras que Fufu donde Vartor.
—¿Tienes algún sueño? —preguntó Iralu, con los párpados un poco caídos. Se veía algo cansada, lo que de cierto modo volvía su hermosa cara aún más atractiva de lo que ya era.
—Un sueño, ¿eh? —«no es un sueño, pero quería que mis padres estuvieran bien. Si veían que su hijo no resultó ser un vago descarriado, podrían vivir en paz». No obstante, sí que había uno. Comenzó a florecer en estas últimas semanas, gracias a la joven mujer que tenía en frente—. Me gustaría tener una banda y viajar tocando música. Ir a tabernas, salir de la provincia. Me gustaría también conocer Minarius.
—Ya veo. Son bonitas aspiraciones. Ojalá se cumplan, Vartor. Eres un buen chico.
—Gracias —el muchacho se sonrojó, nervioso. Supremo Uolaris, si se lo hubiera dicho Zenumi, probablemente esa sería su reacción. Espera, ¿por qué actuaba de esta manera?, ¿sus sentimientos estaban cambiando? No podía ser cierto.
Iralu abrió la boca para decir algo, entonces se detuvo. ¿Qué pensaría ella acerca de Vartor? Su visión completa, claro. No solo las ideas superfluas, como que era una buena persona o alguien divertido. ¿De qué forma lo veía?, ¿sería la diferencia de edad un impedimento para...?
—Tus compañeros también son buenas personas —siguió diciendo la chica—. Yo... tengo que confesarte algo.
«¡¿Qué...?! ¡¿Podría ser...?! No, cálmate un poco». Vartor sintió que a su corazón le salían patas y escapaba de su pecho.
Iralu levantó el mentón, mirándolo con rostro serio, directo a los ojos. La oscuridad envolviendo la mitad de su rostro, junto a la luz de la lámpara que aclaraba la otra, revelaron una magnífica dualidad.
—Hace un tiempo, vinieron hasta aquí unos hombres de La Legión. Estaban buscando a un grupo de jóvenes que desertaron. Nos preguntaron si los habíamos encontrado.
En ese preciso momento, las expectativas de Vartor se hicieron pedazos. El joven se levantó de un salto, volteando la caja de madera. Los gatos huyeron asustados hacia quien sabe dónde.
—Eran ustedes, ¿no es así? —Iralu mantuvo la vista en Vartor, quien tenía el rostro tenso.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
El silencio cayó sobre ambos.
—Porque no teníamos certeza de que fueran ustedes. Tampoco sabíamos qué tan peligrosos eran en realidad. Estábamos en una posición difícil.
—Estuvimos en peligro todo este tiempo, ¡maldición de la bruja!
—El comandante Roders y yo, o, mejor dicho, todo Elartor se ha dado cuenta de que ustedes son buenas personas. Él no los entregará.
No podía explicar el enojo que sentía. Vartor pocas veces había llegado a ese punto. ¿Por qué ella no lo dijo antes?, ¿por qué esperó tanto? ¿Qué hubiese pasado si en una excursión los perseguidores reconocían a uno del grupo?
«Cálmate. Iralu no tiene la culpa. De seguro sigue las órdenes de Roders». Luego de inspirar y exhalar aire, Vartor se tranquilizó.
—Perdóname, Vartor. Por favor, no fue con mala intención.
En un acto instintivo, sin pudor alguno, el joven dio un paso adelante y tomó cariñosamente las manos de Iralu. El calor de ellas fue un toque placentero, devolviéndole la cordura.
—¿Estaremos seguros aquí?
—Sí —la chica asintió repetidamente—. Incluso en las excursiones, el comandante ordenó que tus compañeros salieran solo después de que otros exploradores aseguraran la zona.
—¿Qué está pasando en La Legión?, ¿por qué hay una pugna?
—No lo sé. Las cosas han estado raras desde hace mucho. Parece que los altos mandos recelan de los usuarios de diamantina. Algunos soldados de la Fuerza de Exploración desaparecieron sin dejar rastro.
«No somos los primeros».
Esto no pintaba nada bien. ¿Podía el equipo aferrarse a la esperanza de que la fortaleza sería un lugar seguro? Vartor quería creer que sí. De cualquier forma, debía informarle al resto de lo que acababa de oír. Aunque, si lo hacía, tal vez Amatori y Holam querrían salir de inmediato. Aparte de Elartor, no existía otro lugar donde pudiesen resguardarse. ¿Qué hacía entonces?
Reflexionó desde su propia perspectiva.
Vartor sentía que había encontrado un hogar. Este era su sitio, donde creyó que lo valoraban, que realmente servía. Y frente a él, estaba esa chica. Por el momento, le resultaba anticlimático revelarle lo que sentía.
Lo haría más adelante, sin falta alguna. No cometería el mismo error que con Zenumi.