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Chapter 5 - Cap. 5 Delirando sobre los días venideros

Los siguientes dos días de preparación fueron teoría más que práctica. Zei Toniel les enseñó algunos conceptos importantes que aplicaban en La Legión, como, por ejemplo: la estructura jerárquica de la organización, la subordinación al Consejo Provincial, la conexión e importancia de la Iglesia de Uolaris y entre otras cosas que Ainelen olvidó.

El instructor entró mucho en detalles, lo que hizo que ella se aburriera y terminara perdiéndose en sus pensamientos.

Algo que sí fue capaz de recordar bastante bien, fue la clase de soldados que se formaban. Estos eran: los bastiones (quienes eran la primera línea de un equipo), los curanderos (los que sanaban a sus camaradas), los espadachines (el eje ofensivo) y los arqueros (los que realizaban ataques a distancia y se encargaban de la exploración).

La utilidad de cada uno de estos, variaba según la división en la que se encontraran. Por ejemplo: un bastión en la Fuerza Fronteriza pertenecería a la infantería, pero dentro de la Fuerza de Exploración, era el primer hombre, quien atraía la atención de los monstruos y permitía que los demás hicieran una entrada efectiva al combate.

Le pareció curioso que los exploradores viajaran en grupos de cuatro miembros, y que la persona que comandaba la división era una mujer.

Al cuarto día volvieron los ejercicios físicos, ya casi finalizando la clase de introducción. Según lo que se informó a Ainelen, serían cinco días de preparación básica, a lo que luego seguiría la elección de la clase que elegirían como especialidad, y, finalmente, la solicitud formal para unirse a alguna de las divisiones.

Finalizando ese cuarto día, ella estaba metida debajo de su cama. Ya era tarde, pero no podía dormir.

¿Cómo estaría su madre?, ¿y su abuela?, ¿y su abuelo?, ¿la extrañarían?

Ainelen estaba con la mirada desenfocada, una expresión penosa.

"Estás loca, ¿desde cuándo te ha interesado eso del ejército?" le había dicho Ayelén. Echaba mucho de menos a su madre, quien a veces actuaba de forma dura con ella, pero que ahora que lo pensaba, había sido con genuino interés por su bienestar.

—Soy una mala chica —murmuró para sí misma.

—Oye, Ainelen, ¿estás despierta? —dijo Luna, la joven cuyo nombre le había costado memorizar y la que dormía más cerca de ella.

—Sí.

—Yo también.

Eso era obvio, ¿no? Ainelen bufó divertida. Su tristeza voló lejos por un momento.

—Te unirás a la Guardia, ¿no? Yo igual. Porque soy cobarde —siguió diciendo Luna. Espera, ¿cómo ella sabía eso?

—Bueno, no sé si sea mi caso. Creo que si voy con ellos estaré cerca de mi familia.

—Ya veo, ya veo —rio Luna.

Durante estos días Ainelen había conversado con cada una de sus compañeras. Se ponían a charlar antes de dormir por largo rato. Recordaba a Clarisa bromeando sobre lo baja que era y que siempre la molestaban, porque, según su familia, la forma de su perfil la asemejaba a un ratón. Como resultado la habían apodado "Ratoncilla". Clarisa no se molestó cuando la llamaron de esa forma, sin embargo, Ainelen siguió haciéndolo por su nombre real.

La mayoría de ellas había pertenecido al clan Emia, es decir, se dedicaban a la agricultura. Rosét había sido parte de las familias dedicadas a la caza, aquellos que antes de su nombre llevaban "Lec".

El caso de Danika era especial, pues Ainelen poco y nada había averiguado sobre ella. La rizada llegaba tarde a la habitación y se dormía apenas se dejaba caer sobre su cama. Le había agradecido por lo que había hecho el otro día, pero Danika se hizo la desentendida y la ignoró. Desde ese entonces, Ainelen se había mantenido al margen.

Había una cosa que sabía sobre ella: había pertenecido al clan Oru. Clarisa se lo había dicho no como pregunta, sino como afirmación, y Danika terminó admitiéndolo.

Con razón tenía esa complexión física. Los Oru trabajaban en la minería, extrayendo el diamante azul que Alcardia comercializaba con el reino de Minarius. Pero era increíble, pues se trataba de un trabajo de hombres en toda regla. Danika llevaba, probablemente, años lidiando con burlas de personas del género opuesto. Ainelen la admiraba.

—La Fuerza de Exploración —dijo Luna—. ¿No te parece interesante? Digo, poder conocer más allá de Alcardia. Ver brocamantas volando en bandadas, ir al Valle Nocturno, algo de ese estilo.

Ainelen reflexionó.

—Sí. Pero es peligroso —se le vino a la mente su charla con Holam. Él quería eso. Y a propósito, no lo había visto desde esa única vez. Todos estos días había estado almorzando junto a las chicas.

—Todo tiene un peligro, si te das cuenta —la voz de Luna sonó melancólica—. Vivir es un peligro, comer es un peligro, quedarse en Alcardia es un peligro...

—Puede ser.

Ainelen no logró captar del todo la idea de su compañera. Creía que había cosas que sencillamente no debían suceder, creía que estaba mal que todo debiera cambiar. ¿Por qué las cosas cambiaban si ya estaban bien?, ¿no se suponía que lo que debía mejorar era lo malo?

Si eso era bueno, había que dejarlo estar y listo.

Luna continuó hablando y hablando, hasta que Danika comenzó a roncar muy fuerte y las hizo asustarse. Ambas dejaron salir risitas silenciosas y se durmieron.

********

La gélida mañana dio la bienvenida a un nuevo día en La legión. Ainelen y el resto de chicas despertaron con el espeluznante tintineo de la campana.

Era el último día de la práctica, por fin.

Lo que podría haber sido un animoso desayuno resultó ser más parecido a un funeral. Cada recluta lucía como si hubiese visto la condenación después de unos días entrenando. Por el contrario, Ainelen se sentía bastante enérgica.

Esa mañana, Zei Toniel les brindó por primera vez armas. Todos sacaron de una canasta una espada enfundada. Era pesada, por supuesto. Luego el instructor dijo que solo era un ejercicio de familiarización, pues para lo otro estaban las clases especializadas. Los chicos se mostraron particularmente decepcionados.

A la hora de almuerzo, Ainelen se juntó, como venía siendo costumbre, con sus compañeras de habitación. Danika también las acompañaba, aunque no hablaba para nada. Siempre permanecía con el ceño fruncido, como si estuviera enojada. Tal vez era así, pensó Ainelen. Quizá por dentro se hallaba una linda chica que convivía con su entorno de manera amistosa.

—¡Oh! —exclamó de repente. Vio algo que llamó su atención.

—¿Sucede algo? —preguntó Rosét, de cabello rojizo y expresión desaliñada.

—Espérenme. Ya vuelvo —Ainelen se puso de pie llevándose su bandeja.

Holam. Lo había visto al final de la sala. Tenía muchas ganas de hablar con él, por curiosidad, más que nada.

Alrededor, los reclutas comían haciendo estruendo con el repiqueteo de las cucharas contra los odres de cerámica. Ese día parecía estar más repleto que los anteriores, no se veía espacio disponible.

Holam estaba comiendo muy concentrado, y junto a él... ¿había alguien hablándole?

Bueno, él también podía hacer amigos. ¿Por qué Ainelen tuvo el presentimiento de que seguiría estando solo? Qué tonta.

—Hey.

Holam la vio de reojo sin perder el foco en su comida.

—Nelen.

—Eso no es un saludo, ¿sabes? —dijo Ainelen, formado una sonrisa.

Desde el otro lado del muchacho pelinegro, asomó una cabellera ondulada. Ojos curiosos la observaron, y de manera siguiente, una sonrisa muy amistosa. ¿Quién era esta persona? Era muy alto y de cuerpo menudo, como un palote. Ese chico le hizo un saludo con su mano agitándose de derecha a izquierda. Ainelen lo imitó con rostro confundido.

Se hizo un lugar y se sentó junto a Holam.

—¿Y cómo has estado?

—Ni bien ni mal.

—Ya veo. Eso es muy realista, ¿no?

—¡Súper realista!

—Síp... —espera, esa no era la voz de Holam. Ainelen se inclinó hacia delante de la mesa y el otro chico apareció otra vez. Se veía de verdad muy feliz. ¿Habría tenido un día excelente?—. ¿Y tú eres...?

—¡Vartor! —respondió el chico palote, formando una arruga cerca de la comisura derecha de sus labios. Su expresión era muy rara, pero en un sentido positivo. Lo opuesto a Holam, quien apenas reflejaba sentimientos en su rostro.

Ainelen se llevó el pan a la boca y masticó.

—Ya veo, Vartor. ¿Y eres amigo de Holam?

—Así es, somos muy pero que muy amigos.

—Eso es mentira —dijo Holam, entrecerrando sus ojos mientras veía con suspicacia al muchacho—. Apenas nos conocimos anteayer.

—¡Eso es cruel, me hieres!

—Te hiero —remató Holam, a lo que Vartor reaccionó agarrándose el pecho en una exagerada simulación de dolor.

Ainelen no pudo evitar dar una pequeña risa.

—Al final irás a la Fuerza de Exploración, ¿verdad?

—Decidido —respondió Holam sin brillo en su voz—. ¿Qué harás tú?

—Iré a la Guardia.

—Ya veo. ¿Has oído hablar de la prueba de diamantinas?

La chica dejó a medio trayecto la cucharada de sopa que planeaba echarse a la boca. Vartor también se mostró atento a lo que Holam acababa de decir.

—¿Prueba de diamantinas? —Ainelen ladeó la cabeza.

Holam le quitó la mirada de encima y entrecerró sus ojos todavía más de lo que hasta ese momento lo había hecho. Supremo Oularis, esas ojeras estaban muy marcadas. ¿Holam había dormido?

—Veo que no es así. La prueba de diamantinas es... una excepción. ¿Pero sabes algo de las diamantinas, en primer lugar?

—Creo —dijo Ainelen—. Deben ser herramientas hechas de diamante azul, ¿no?

—Armas, exactamente. Aunque no estás equivocada del todo. Bueno, lo que sucede con eso, es que antes de elegir una clase y la división a la que deseamos ir, nos harán un ejercicio de compatibilidad con esas armas. Se lo pregunté a un instructor.

Holam se quedó en silencio, pero Ainelen supo que la explicación estaba a medias. Intuyó que él quería que le preguntara el resto, y así fue:

—¿Y?

—Las diamantinas son especiales, como seres vivos. Ellas eligen a su usuario. Si uno de nosotros resulta ser compatible, lo más probable es que La Legión nos coloque en una división que requiera con urgencia de nuevo personal —Holam posó sus ojos castaños en Ainelen, con cierto aire sombrío. Eso la hizo sentir intimidada—. Los usuarios de diamantinas son valiosísimos, ellos no serán flexibles con eso.

Terrible.

Si Ainelen fuera una de esas personas compatibles... ¿podría terminar yendo a la Fuerza de Exploración? ¡Y hace un par de días había oído que un grupo de exploradores había sido asesinado!

No. Era imposible. De ninguna manera ella iría hacia ese destino.

Sus entrañas se entumecieron. Las ganas de comer también huyeron de ella.

—¿Y cómo es una diamantina?, ¿podré usar una yo? —preguntó Vartor, sin una pizca de preocupación. De hecho, se veía más motivado que antes.

—Quien sabe —respondió Holam, quien enfocó su atención en Ainelen, como entendiendo que ella estaba en un lío—. Pero no te preocupes, es una probabilidad baja. Hasta podría ser que seas compatible y vayas con la Fuerza Fronteriza.

—Tienes... razón.

—¡Las cosas saldrán bien, amiga! —Vartor la intentó animar, cosa que la dejó un poco más calmada.

Ainelen asintió. Y en ese momento sonó la campana, indicando que debían ir hacia la última jornada de entrenamiento.

La muchacha se despidió de ambos chicos y se reunió con sus compañeras antes de que se fueran sin ella.

La tarde tuvo más de lo que habían hecho en la mañana, aunque ahora con arcos y lanzas, además de armaduras. Danika intentó ponerse una, pero el instructor se negó rotundamente. Al final la dejaron ponerse un yelmo, como premio de consuelo. Era increíble lo bien que le quedaba.

Ainelen no estuvo presente allí. Claro, su cuerpo sí, pero sus ideas andaban bastante lejos. No puso atención a lo que hicieron, ni a la despedida que les dio Zei Toniel.

Estaba verdaderamente preocupada de lo que había dicho Holam.

Su estómago se apretó.

Era una de esas ocasiones en que tenía un pésimo presentimiento.