Ainelen buscó a Danika entre los grupos de chicos que había en torno a las fogatas. Por allá, estaba sentada junto a uno, pero sin interactuar con él ni con el resto. Se acercó dando pasos cortos, empuñando con fuerza su bastón-hoz.
¿Qué había sido eso entre los árboles?
Por alguna razón se sintió observada. Estaba así desde la noche anterior, con un mal presentimiento. Algo no iba bien.
Ainelen llegó donde estaba la rizada. La tensión recorría su cuerpo, obligándola a estar en movimiento.
—¿Hmm? Te ves alterada, ¿pasó algo? —preguntó Danika, torciendo la cabeza mientras enarcaba una ceja.
—No... nada en especial. Solo que...
—¿Solo?
Ainelen no pudo responder. En todo caso, ella era demasiado expresiva. Danika debió percatarse de que no era la de siempre.
Alguien gritó cerca de ellas. Ainelen se sobresaltó.
—¡No puede ser!, ¡He perdido! —pero era Vartor, inmiscuido en una jugarreta con un par de muchachos que reían triunfantes.
Aparentemente, Danika no vio a la joven de pelo castaño reaccionar de esa manera, su atención se había ido con los chicos.
Ainelen vio a Holam a unos metros y decidió en poco tiempo ir con él. No supo qué la llevó a eso. Cuando se acercó al muchacho se quedó enmudecida. Holam, cuya silueta anaranjada era iluminada por las fogatas, se giró hacia ella y el silencio reinó. Eso la torturó. ¿Por qué él hacía eso?
Las tiendas yacían a la izquierda de ellos, armadas y con capacidad para un par de personas cada una. Los instructores estaban discutiendo algo cerca de ahí y echaron miradas de disgusto cuando Ainelen fue descubierta observándolos.
—¿De qué hablarán? —dijo ella, rompiendo el silencio.
—Están así desde hace un rato. Creo que es algo importante.
Al cabo de un momento, Zei Ominsk llegó caminando a grandes zancadas. El barbudo hizo un gesto, extendiendo sus manos. Al parecer intentaba explicarles a sus colegas sobre alguna cosa.
Alguna cosa.
¿Acaso sería lo reciente?
No. Mejor intentaba calmarse. Ainelen llegó a la conclusión de que su repentino ataque de nervios era irracional. Ella no era muy de simplificar sus pensamientos, pero hizo un intento.
Reflexionó sobre cómo haría para dormir: tendría que pedir una tienda a los instructores y, como ella era una chica, lo ideal era que Danika la acompañara. Dormir en el mismo lugar con un chico era extraño ¿sabes?
Y a propósito, Danika iba hacia donde ellos.
—Oye —dijo la rizada con voz profunda. ¿Por qué se veía malhumorada?, ¿le desagradaba Holam? No obstante, ella estaba fijándose en algo diferente—. ¿Quién es ese?
Ainelen siguió la dirección hacia donde las pupilas de su compañera apuntaban. Detrás de una tienda y media oculta entre la hierba crecida, se hallaba la figura oscura de una persona.
Danika chasqueó la lengua y caminó disgustada hacia ese lugar. Los otros dos chicos la siguieron, Ainelen preocupada.
—¡Oye...! —estaba comenzando a gritar Danika, pero una voz masculina, un tanto aguda, develó a un chico de cabellera ondulada.
—Espera, espera, espera. No levantes la voz, mujer. No soy malo, te lo juro.
—¿Qué hacías siguiéndola?
—¿Qué? —preguntó Ainelen, sin haberse dado cuenta de eso.
—Yo no la estaba siguiendo —dijo el chico de pelo ondulado—. Bueno, sí lo hacía. Pero no la estaba acosando, créanme. Yo... quería... umh.
El grupo cruzó miradas desconfiadas.
—Tú —comenzó a decir Holam—, eres Amatori.
—¿Son conocidos? —preguntó Ainelen.
—No. Ambos somos espadachines. Solo somos cinco, así que es fácil recordar nombres.
Algo llamó la atención de la joven. Ese chico, con aquella espada resplandeciente y cristalina que llevaba a su cintura. No había duda, se trataba del otro usuario de diamantina. ¿Pero qué hacía de todos modos?
—Hey, tienen que escucharme —murmuró Amatori, con evidente intención de no llamar la atención de nadie que no fueran ellos.
—¿Y qué es lo que deberíamos oír? —contestó Danika, desafiante.
—No puedo decirlo aquí. Es un súper, súper secreto. Así que, ¿qué tal si vamos un poco más lejos, donde no haya mucha luz?
El plan del muchacho se vino abajo cuando Vartor se aproximó al grupo. Fue como si hubiera sabido que algo interesante se estaba tejiendo.
—¿Qué sucede, chicos?
Amatori exhaló disgustado. Dijo algo ininteligible mientras volteaba la mirada hacia atrás.
—Nada. Solo pillamos a un acosador —comentó Danika.
—¡¿Eh?!, ¿Es así? —Vartor levantó sus manos, abriendo los ojos y la boca como platos—. ¿Y dónde está?
—Frente a ti, por supuesto.
Vartor se quedó paralizado durante un instante, después relajó su postura.
—Pero si es Amatori. Querido amigo, me alegro que seas tú.
«¿Qué?», pensó Ainelen.
Si bien no habían hecho lo que el extraño les pidió, ya estaban lo bastante lejos del resto de reclutas.
La noche cada vez se hacía más helada. Una brisa de viento comenzó a soplar, logrando que las llamas de las fogatas se retorcieran, además de llenar el lugar de hojas secas. Ainelen se abrazó a sí misma. En ese momento sí que quería ir junto al fuego y recibir un poco de calor.
—Bueno, sí que somos amigos, Vartor —rio Amatori—. Y parece que ellos también lo son de ti, así que ayúdame y convéncelos de que vayamos a hablar un poco más lejos.
—Sí —reconoció Vartor—, pero lo decía en broma, ¿sabes? Nos falta mucho para ser amigos. Para empezar ni...
—Estúpido, tenías que seguirme el juego. Qué problema.
—Pero, ¿de qué trata? Si lo dices de esa manera, parece importante, ¿no? —dijo Ainelen.
Amatori puso una expresión esperanzadora en su rostro.
—Sí, sí —movió su cabeza de arriba abajo repetidamente—. No hay tiempo que perder.
Los demás cruzaron miradas, luego, como por arte de telepatía, comenzaron a seguir al chico. Amatori no era tan alto, y, de hecho, debía ser del mismo tamaño que Ainelen.
Por fin, el grupo estuvo en la oscuridad, cerca de un árbol.
—Las cosas no van bien —dijo el joven—. ¿Han oído hablar de los espectros blancos?
—Sí —respondió Holam—. Dicen que se apegan a los seres vivos. Son presagio de la aparición de criaturas.
El cerebro de Ainelen comenzó a entender hacia dónde iba la charla. Tenía sentido, el comportamiento del instructor.
—Vi uno. Estoy casi segura.
—¿Y eso qué? —irrumpió Danika—. Se supone que la Fuerza de Exploración despeja todas estas áreas.
—Eso no es ninguna garantía —Amatori se defendió—. Para empezar, no creo que nos hayan traído aquí solo para una simple clase de simulación. ¿Y si nos trajeron para darnos nuestra primera experiencia real en combate?
—Suena divertido —añadió Vartor, con tono relajado.
—¿Divertido? Sí, podría serlo. Aunque el peligro rara vez lo es para la mayoría.
En ese momento, sucedió.
Gritos.
Las personas en torno a la fogata se levantaron abruptamente. Un instructor asomó entre las tiendas dando la orden de preparación para la batalla. Amatori tenía razón.
—¡¿Qué sucede?! —farfulló alguien. La respuesta llegó desde algún lugar.
—¡Nos atacan!, ¡Goblins!
Se suponía que los goblins no eran criaturas tan peligrosas, pero rápidamente, Ainelen se dio cuenta de que las cosas no eran tan sencillas. Esas explicaciones venían de gente de la Fuerza de Exploración, guerreros calados, hombres y mujeres con trayectoria. Allí los jóvenes comenzaron a correr desparramados en todas direcciones, presos del miedo, de ser víctimas de un mal que los atacaba desde la oscuridad. La amenaza, desconocida para ellos, inició con flechas que rompieron el aire nocturno, clavándose en tiendas y rozando a uno que otro recluta.
Y allí, en ese árbol, como ajenos a esa realidad, Ainelen y los demás se mantenían quietos, sin decir una palabra.
—Mierda —Danika culminó con lo anterior.
—Aquí no nos atacarán —dijo Amatori—. Los goblins no tienen tan buena visión. Aunque no sé si eso sea un arma de doble filo.
«Si no hubiera sido por él... ¡Supremo Uolaris! Quizá moría de un flechazo», pensó Ainelen.
—¿Qué hacemos? —preguntó Vartor. La respuesta vino por parte de Holam:
—Viendo cómo está, deberíamos quedarnos aquí.
—El bosque —señaló Amatori. Ainelen pudo diferenciar su figura de la noche oscura, indicando con su mano—. Por acá no hay movimiento. Los goblins deben venir desde el otro lado —los demás dudaron, pero él los instó—. ¡Vamos!
Como nadie puso oposición, ni otra idea mejor, corrieron en dirección hacia los árboles. En el camino Ainelen tropezó. Alguien llegó a recogerla; pensó que era Danika, o tal vez Holam, e incluso Vartor. Pero para su sorpresa, la voz delató a Amatori.
—Esto no es lo peor —susurró en su oído—. Tú y yo tenemos a un enemigo mucho mayor. Debemos huir.
¿Huir de qué?, ¿de La Legión?, ¿del bosque?, ¿de la situación actual?
Pero no era el tiempo ni lugar para que le respondieran esas preguntas. Ainelen corrió tirada del brazo por el impetuoso muchacho.