A diferencia de Alcardia, el cual era un pueblo asentado sobre una llanura, Stroos lo hacía en plena cuesta. Las casas estaban adosadas unas con otras, como si de sucesiones de escaleras se tratase.
Desde el otro lado de la depresión, habiendo bajado a través del camino y casi llegando a la zona más baja, los chicos pudieron observar parte del interior de la urbe antes de que la muralla cerrara el ángulo de visión. Por cierto, esta última no estaba dispuesta en círculo, sino que se adaptaba a la geografía del lugar, siendo una especie de cuadrado ondulante. De lejos, sus proporciones similares a la de Alcardia, indicaban que debía ser de unos cuatro a cinco metros de altura.
Por alguna causa sin explicación, Vartor torcía la cabeza hacia un lado y otro, escudriñando intimidado, como si la mismísima bruja se le hubiera aparecido.
—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Danika mientras caminaba en postura extrañamente perezosa. Ainelen se estaba acostumbrando a ello, era como si la rizada se moviera contra su voluntad. En cuanto a lo que había dicho, era todo menos preocupación genuina.
Vartor dio un grito.
—¿Estás bien? —Ainelen tartamudeó. Como respuesta, el muchacho palote le ofreció un pulgar arriba, con una obvia sonrisa forzada en su rostro.
A medida que la distancia con el muro que rodeaba Stroos se iba aminorando, parecía como si el cansancio, el sueño, el hambre y el dolor estuvieran a punto de estallar. Ainelen no comprendía cómo se las habían arreglado durante tanto tiempo.
Podría haber sido una estupidez, pero ellos estaban depositando su confianza total en que les permitirían la entrada. Es que, si no era así, ¿entonces? No había más opciones, si los rechazaban estarían en graves problemas. Aunque hace mucho que ya lo estaban, ciertamente.
Había un camino hecho con la tierra erosionada, el cual los condujo hasta la única puerta visible. Los chicos se detuvieron cuando un grupo de la Guardia los interceptó para la revisión protocolar.
Holam se puso al frente del equipo y charló con el vocero de los soldados. Su voz no acostumbraba a tener mucho volumen, así que era una conversación difícil de oír.
Eran un grupo de jóvenes de La Legión, llegando de la nada a otro pueblo. Si Ainelen fuera un guardia, ¿cómo vería eso? No, no tenía ganas de pensarlo. Estaba muy cansada para reflexiones de ese tipo en ese momento. Aunque, no pudo evitar creer que un grupo de exploradores compuesto únicamente por jóvenes sería sospechoso.
Rayos. ¿Y si el hombre no les permitía el ingreso?
El resto de guardias los inspeccionaron con ojos suspicaces, pero no se acercaron un solo paso. Entonces, Holam sacó su placa de identificación y le dedicó una mirada a cada uno de los otros chicos, como diciendo "hey, ustedes también". Fue comprendido al instante.
—Bien, pueden pasar —dijo el vocero de la Guardia, como resignándose.
Ainelen suspiró aliviada.
El pueblo asomó en su esplendor una vez cruzaron la entrada. Y no era solo un decir, pues dado a su disposición ascendente, Ainelen creyó que se les caía encima. ¿Es que a quien se le ocurría construir un poblado en una ladera? Había que ser loco de remate.
Antes de que alguien dijera algo sobre lo que harían luego de entrar, uno de los guardias les indicó que serían escoltados hasta el edificio de la Administración, el cual era el único departamento que estaba a cargo de todo en Stroos. Allí no se formaban soldados, pues solo Alcardia, como capital provincial, era quien concentraba las tres fuerzas principales y capacitaba a nuevos miembros. Para el resto de poblados, solo quedaba recibir lo que la capital enviara.
Stroos se veía como un lugar tranquilo, casi demasiado. De vez en cuando se podía encontrar por la calle a alguna dama de casa arrastrando baldes, o a un par de niños tirando de una cuerda. Las casas eran similares a las de Alcardia, rocosas, de estructura cilíndrica y techo de madera en punta. No obstante, la diferencia la hacía la plataforma sobre la cual se calibraban para no quedar inclinadas.
El recorrido fue, en pocas palabras, subir escaleras y más escaleras. Según el hombre que los estaba guiando, la Administración se ubicaba cerca de la cima. Un estupendo lugar, como si Ainelen ya no estuviera sufriendo.
Cuando se volteó para mirar el enorme campo desde el cual había venido, quedó sorprendida. No estaba plagado de bosque, eran colinas verdosas, con plantas y árboles ocasionales. No estaba acostumbrada a aquello. Toda su vida había creído que el bosque era omnipresente, sin embargo, ahora aceptó de que no era así.
Más allá de la cima de la meseta, muy lejos en el horizonte, se podía vislumbrar un cordón verde profundo en todas direcciones. Ese había sido el final del Bosque Circundante. Si ellos seguían hacia el oeste, como lo hicieron hasta ahora, ¿qué encontrarían?
El grupo llegó hasta un edificio de una sola planta, el cual resultó ser la administración. Increíble. Si lo comparaba con el Consejo Provincial, parecía una broma de mal gusto. ¿tan pobres eran aquí?
Se les invitó a entrar. La cuestión era hacerles unas preguntas acerca de los motivos de su visita a Stroos. Holam, quien seguía haciendo de vocero del grupo, iba a responder algo, pero...
—Las Planicies Maravillosas —soltó Amatori sorpresivamente. La mujer que estaba atendiéndolos levantó una ceja, tal vez incrédula—. Vamos de pasada a una misión para acabar con no-muertos. ¿No han oído nada de eso? ¡Bah!, y están al lado de ustedes.
—No... tenía idea de que Stroos estuviera en tanto peligro, señor. ¿Ha sido algo reciente? Me facilitaría mucho las cosas si anduviera con un documento firmado por alguien del alto mando de La Legión.
Holam frunció el ceño con evidente disgusto, pero entonces su expresión se suavizó.
—Ah sí, el documento —rio Amatori. ¿Qué haría ahora? Esa mentira los había comprometido a todos—. Bueno, la misión es tan urgente que nos enviaron por adelantado. Alguien más se dirige hacia Stroos, así que ellos serán quienes se encarguen del papeleo. Son un grupo experimentado.
Ainelen se dio cuenta de la tensión que había en la atmósfera. Era un tira y afloja delicado. ¿Qué diría la mujer a continuación?, ¿qué sucedería si la explicación del muchacho era poco convincente?
Danika se rascó la nuca y bostezó, ajena totalmente a lo que delante de ella se tejía. Vartor estaba con una mano en la panza; por la forma en que cerraba los ojos con vehemencia, daba a entender que ya no aguantaba más sin comer.
De pronto, la mujer golpeó un puño contra la palma de su otra mano. Al parecer, una cosa había destellado dentro de su mente.
—¡Ya veo, por eso son solo jóvenes! Ya me estaba preocupando. Bueno, si es así, no hay ningún problema. Les facilitaremos una residencia para que alojen esta noche. Después nosotros arreglaremos con sus superiores.
—Muchas, muchas gracias.
—¡Pero... ¿y la comida?!
Todos voltearon su atención hacia Vartor. La administradora arrugó la frente y entonces sonrió.
—Cierto. Me estaba olvidando de que nuestros futuros héroes necesitan alimentarse bien. Tú, sobre todo.
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En ese momento el sol ya se había hundido en el horizonte. A través de las ventanas de la taberna a la que los habían derivado, se veía sombra en todo el campo lejano. Solo las montañas Arabak recibían aun los rayos carmesíes en sus cimas inalcanzables. Era una buena vista. Sí, pensó Ainelen.
—Eso estuvo cerca, ¿no? —Amatori estaba rasgando una presa de pollo entusiasmadamente. La sostenía con su mano derecha, mientras cerraba sus dientes y tiraba hacia atrás de forma exagerada. Su rostro estaba lleno de grasa.
—¿Cerca?, ¿yo estoy cerca? ¡Por supuesto que lo estoy!, soy alguien bastante cercano a la gente —dijo Vartor.
—No me refería a eso... espera. ¿Cómo mierda llegaste a concluir eso?
—Soy un chico cercano. No miento.
—No. Me refería a porqué creíste que hablaba de ti, Vartonto.
—Mi nombre es Vartor.
—Opino que Vartonto te queda mejor. Vartonto.
—¡Que me llamo Vartor!
Así fue como se armó un lío tremendo entre ambos muchachos.
Ainelen se limitó a observar mientras comía su plato a ritmo lento. No era como si no tuviese hambre, porque, de hecho, el estómago se le había puesto insoportable de tanto gruñir. Distinto era que alrededor del grupo, el cual se hallaba en un rincón cerca de la salida de la taberna, estaban lloviendo multitudes de miradas curiosas y algo molestas.
—¿Debería detenerlos? —murmuró.
Holam, quien comía cerca de ella, se encogió de hombros y continuó cenando. Danika, quien era la otra persona más cerca en la mesa, masticaba la carne con una expresión demoniaca.
—Deberías alegrarte de que alguien te bautizara así, con un nombre que te representa mejor, Vartonto.
—No me llamo así. De todos modos, no seguiré con esto, Tori.
¿Tori? ¿Era eso un insulto?, ¿o tal vez se comió de casualidad las primeras dos sílabas?
Afortunadamente el pequeño cruce finalizó ahí. Aunque, cabía señalar que Vartor no parecía enojado, sino que había actuado como un niño que seguía una jugarreta por sola diversión.
—¿Qué haremos el día de mañana? No regresaremos a Alcardia, ¿cierto? —preguntó Ainelen.
—Obvio —rezongó Amatori.
—¿Entonces nos quedaremos aquí?
—No tengo idea, mujer. No me preguntes más. ¿Me has visto cara de Uolaris?
Ainelen sintió su rostro calentarse ante la respuesta del chico con boca de gato.
—Uh, perdón.
Nadie de ellos sabía cómo lidiar con este contratiempo. Tal vez se había armado un malentendido, quizá el asunto tuviera una solución que les permitiera seguir con sus vidas como normalmente venían haciéndolo. Eso quería creer Ainelen, pero otra parte de su mente, vislumbraba que nada los ayudaría, que se había desatado un problema gravísimo.
Si habían sido identificados como traidores, un gran argumento tuvo que haber. Pero... ¿Cuál?
¿De verdad eran ellos culpables de algo?, ¿se habían saltado alguna regla? Ainelen no lo sabía a ciencia cierta y no podía afirmar que era inocente de ello. Eso la perturbaba.
Suponiendo que no regresaran a Alcardia, tendrían que sobrevivir en Stroos realizando trabajos con regularidad. Eso llevaba a que funcionarían como equipo definitivo, exterminando monstruos en los alrededores, ejerciendo como exploradores de pleno derecho.
Lo anterior también tenía un límite, pues si enviaban a alguien desde Alcardia para apresarlos, o peor, para ejecutarlos, estarían en el fondo del pozo. Ningún lugar era seguro.
La chica lamentó no poseer dinero, pues, aunque este no era comúnmente usado, a menos que salieras desde un pueblo a otro, como ahora, otorgaba una mayor sensación de seguridad. Ellos no podrían comprar nada en Stroos, a menos que se volvieran pueblerinos inscritos y se les diera el acceso comunitario, como funcionaba en toda la provincia.
Al volverse un miembro oficial de La Legión, Ainelen ganaba el derecho a recibir como pago cinco arcas mensuales. Según había oído por allí, eso era bastante. Sin embargo, a causa de los eventos recientes, dio por hecho que tenía que olvidarse de eso.
Luego de la cena en la taberna, el grupo salió rumbo a la residencia donde pasarían la noche. Esta era un edificio de un solo piso, como era de esperarse, el cual poseía una fachada de roca y que tenía forma alargada, como un gusano que se hubiera quedado tieso sobre la cuesta.
Se dispuso que Ainelen y Danika compartirían una habitación, mientras que los chicos dormirían los tres en otra.
—Puedo ir con ustedes, si quieren —Amatori esbozó una sonrisa maliciosa. El rostro de Danika se contorsionó, sus arrugas indicaron una expresión de asco.
—Piérdete, imbécil.
No era como si Ainelen tuviera una opinión de aquello, simplemente se hizo la desentendida y se adelantó. Esa noche por fin descansaría.