La tarde de ese día los encontró cerca del río Rukan, el cual, según Holam, era una bifurcación del río Lanai, el cual atravesaba la provincia de oeste a este. El primero mencionado, en determinado punto bajaba hacia el sur, conectando Rigardia, a muchos kilómetros.
El joven de ojos y cabello oscuro se había encargado de cartografiar un mapa sencillo, con los puntos más importantes que los mapas oficiales indicaban. Holam no había dicho cómo lo hizo, pero era surrealista ver a un chico escribiendo, pues, solo las mujeres aprendían a leer y escribir.
Por supuesto, solo Ainelen sabía de esto, porque en ese mismo instante, detenidos para descansar, había sorprendido al pelinegro apartado de todos. Estaba tan concentrado mientras escribía en posición encorvada, ocultando su mapa, que para la joven no fue difícil de descubrir.
—No me mires así —dijo Holam, desviando la mirada hacia otro lado.
—No, no por favor. No tienes que avergonzarte. Que sepas leer y escribir es impresionante, ¿sabes? Ningún hombre pone mucho interés en ello. A mí me gustaría que ustedes también aprendieran, sería hermoso.
¿No le creía?, ¿por qué él le frunció el ceño?
—Lo digo en serio —persistió Ainelen, extendiendo sus manos delante de ella, como implorando.
—Le dirás a los demás.
—No. Aunque... ayudaría a todos para ubicarnos. Tranquilo, no les diré que lo escribiste tú.
Holam pareció reflexionar, entonces su expresión se relajó. Asintió en gesto de aprobación.
Más tarde, se reunieron para revisar el mapa, que fue toda una novedad para el resto.
—¡Oh, Holam, eres el más genial de los geniales aquí!, ¡Súper genial hermano! —Vartor hizo un saludo muy raro, formando con los pulgares e índices de sus manos un cuadrado, entonces guiñó un ojo, en pose media agachada.
—Debiste habernos avisado antes. Casi que regreso a Stroos por uno —dijo Amatori riéndose maquiavélicamente. Hasta parecía que el mérito era suyo, dada la manera en que arrebató el mapa de las manos de Holam y lo escudriñó.
—¿Hay algún poblado más adelante? —preguntó Danika.
—Déjame ver, déjame ver. Hacia el norte aparece la fortaleza Elartor, más adelante están las Planicies Maravillosas, el Valle Nocturno... no, nada de nada.
Danika puso los ojos en blanco, luego bajó los hombros, derrotada. Ainelen compartía su pesar.
—Si vamos hacia la fortaleza es probable que tengamos líos —dijo Amatori.
—Dudo que las noticias lleguen pronto hasta allá —Ainelen señaló el mapa—. Pienso, por la distancia, que tomará un buen tiempo. Podríamos refugiarnos. ¿Qué opinas tú, Holam?
—No lo sé. Es muy pronto para sacar conclusiones. Si los perseguidores vienen por nosotros, quizá los terminemos por conducir hasta la fortaleza.
Hubo silencio.
El sol estaba pasado el tercer cuarto de su trayectoria, con el cielo pintado de variedades de nubes rojo carmesí y violeta. A lo largo de su vasta extensión, de oeste a este, la grieta comenzó a cobrar protagonismo, resquebrajando el azul opaco. ¿Había sido impresión de Ainelen, o algo había parpadeado en medio de la línea?
Amatori murmuró, pensativo.
—Tal vez no sea mala idea.
—Bueno, tampoco hay más lugares —Vartor apoyó sus manos en las caderas, con la vista en el cielo—. Me pregunto cómo lo haremos con la comida.
—Cazar, por supuesto. Soy un maestro en ello.
—¿En serio? Genial.
Luego de la reunión, el equipo avanzó un poco más hacia el oeste y un puente asomó. Esa era la ruta más remota que existía en la provincia y, su origen se debía a que a unos kilómetros de allí se ubicaba la Mina Occidental. Cruzaron hacia el otro lado, solo para entonces, divisar detrás de ellos a unas figuras que se movían como puntos en el campo.
—¡Corran! —exclamó Amatori, adelantándose.
Los chicos se movieron y continuaron durante horas a través de la llanura que se extendía por delante. Una vez más, lograron quitarse a los exploradores de encima; aunque, para asegurarse de que no fuera una victoria superficial, decidieron seguir una ruta serpenteante hacia el oeste y luego tomar un desvío hacia el norte.
Esa noche por precaución no encendieron la fogata. Optaron solamente por levantar tiendas a la entrada de un pequeño bosque. Decidieron hacer turnos para vigilar sus alrededores, tomando a dos personas por ronda. A veces las conversaciones nocturnas eran una buena idea, si es que no querías quedarte dormido.
Los dos primeros que hicieron guardia fueron Ainelen y Holam, quienes, por una cuestión de dificultad al conciliar el sueño, quisieron ese orden. Les seguirían Danika junto a Vartor, mientras que Amatori lo haría al amanecer.
Ya en plena medianoche, los ronquidos resonaban dentro de las dos tiendas levantadas. Ainelen estaba acuclillada sobre el pasto humedecido, sobándose sus frías manos que apenas sentía. La silueta negra de Holam se hallaba unos metros por delante de ella, dándole la espalda.
El silencio a veces era interrumpido por el lejano ulular de algún búho, o por la brisa serena del viento. A pesar de que la chica detestaba estar en silencio con las personas, no fue ese el caso en este momento. Parecía que Holam calzaba perfecto con ese ambiente, como si su existencia hubiese sido forjada con la calma y silencio mismo. Ainelen podía tolerarlo.
Inhaló y exhaló. Inhaló y exhaló. Inhaló y exhaló. Hasta que el tiempo avanzara lo suficiente. Hasta que el sueño la derribara y cerrara sus párpados.
El sueño la fue atrapando lentamente.
Espera.
Luces. Se estaban moviendo, no flotando como en las veces anteriores. Y no eran solo luces multicolores, sino que esas motas, ahora habían adquirido cierta masa, mayor intensidad, una figura extraña. Tal vez ¿eran pelotas con espinas? Las curiosas criaturas se dispersaron, una posándose en la mano izquierda de Ainelen, otra en el pasto y otras dos siguieron volando cerca de Holam.
Otra diferencia con las ocasiones pasadas, fue que la joven no sintió que sus sentidos se agudizaran tanto. Sus ojos adquirieron mayor claridad de todas maneras.
Observó con curiosidad su muñeca, donde estaba estacionada la figura púrpura. Esta última dio un parpadeo, entonces Ainelen se estremeció y se levantó. Cuando lo hizo, la luz se alejó volando hacia Holam.
Oh.
Todas las luces estaban volando alrededor de él.
Aparentemente el pelinegro no era capaz de verlas, porque siguió inmóvil. Pero, su rostro y parte de su cuerpo estaban bañados en la luz colorida. Ainelen no supo cuánto rato estuvo mirando. Más tarde que temprano se percató de que sus pupilas no tenían en la mira las luces, sino a Holam. El muchacho tenía una expresión solemne en su rostro. De perfil, su nariz puntiaguda y el contorno de sus labios hacían juego con su barbilla afilada.
De pronto sus ojos se encontraron con los de Ainelen.
Ella de inmediato los desvió hacia otro lado. Qué vergüenza. Estaba segura de que su cara se le había puesto roja.
Sintió que su corazón se desordenaba.
Tuvo que esperar unos momentos hasta atreverse a mirar hacia el chico otra vez. Él ya no estaba viéndola. No supo si eso le trajo alivio o decepción.
Las luces desaparecieron tras esos eventos, aunque Ainelen tuvo la sensación de que algo creció dentro de ella. Era como si un calor recorriera desde su cabeza hasta su pecho, uno muy particular. Como si algo, estuviera un poco más allá de su alcance.
El sueño terminó venciéndola y, cuando se lo comunicó a Holam, estuvieron de acuerdo en que su turno se había completado. Despertaron a Danika y Vartor, quienes descansaban en sus respectivas carpas, aunque fue un poco difícil. Los nuevos guardias se levantaron a duras penas, bostezando y gruñendo con disgusto.
Ainelen se metió a la tienda de las chicas mientras que Holam hizo lo mismo en la de los chicos. Esperaba reponer, aunque fuese un poco de sus energías. Así tan rápido como cerró sus párpados, su conciencia se desvaneció.
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Amatori estaba jugando con una mecha cerca de su oreja. Si era sincero, le gustaría haber tenido el cabello liso, pero nada que hacer con eso. Había nacido con un montón de pelo retorcido, el cual había dejado crecer un poco más de lo que era normal.
Palpó su barbilla. También allí: la aspereza revelaba que la barba comenzaba a surgir, como la mala hierba.
Mientras caminaba de aquí para allá, con el cielo bastante iluminado, a punto de amanecer íntegramente, echó un vistazo hacia las tiendas donde dormían sus compañeros.
Sonrió.
La situación no era buena, pero eso qué importaba ahora. Aun cuando tenían a exploradores pisándoles los talones, aun cuando los eventos yacían sumidos en el misterio, Amatori había dado el primer paso de su plan.
«Por fin saldremos de ese asqueroso lugar. Ya logramos quitarnos a La Legión de encima, además, tenemos un grupo que nos será útil», pensó. Y es que su plan original había sido irse con la Fuerza Fronteriza, y, cuando tuviera la oportunidad, huir hacia Minarius sin que nadie se enterase.
Miró hacia su espada espinada, atada con una funda al cinturón.
«¿Por qué tuviste que aparecer? Maldita sea». Eso lo había cambiado todo, pero si veía el lado positivo, ahora tenía un arma que según decían, era el deseo de cualquier espadachín.
No sacaba nada con lamentarse. Ya lo había aceptado. Para salir de la provincia, habría que seguir el camino difícil.
«Como siempre».
La curandera había sido su objetivo principal, ya que para sobreponerse a los peligros a los que se enfrentarían, necesitaban de su poder curativo. Luego un bastión, que serviría como el escudo principal, también cumplido con satisfacción. Lo que no había conseguido era un arquero, y vaya que necesitarían apoyo a distancia.
Amatori en su vida como cazador, sabía muy bien que una flecha bien puesta podía ahorrar un montón de dolores de cabezas. En su defecto, había obtenido a dos espadachines extras.
«Desbalanceado. Por lo menos puedo sacrificarlos cuando llegue el momento».
Quiso reírse, pero contuvo las ganas.
El primer paso estaba completado. Todavía deseaba saber la razón por la que La Legión los perseguía con tanto ímpetu. Tal vez se dieron cuenta de que esa noche había espiado la charla de Zei Kuyenray y Zei Antoniel, quien, por cierto, era uno de los cuatro que vieron en Stroos. Otro de ellos, resultó ser uno de los instructores de la expedición, el de los tiradores.
Los infelices nunca los dejarían en paz. Algo raro pasaba. Pero desde su razonamiento, creía que debía haber algo más. Ellos, Amatori y Ainelen eran más que simples usuarios de diamantinas. Si la persecución se extendía un poco más, confirmaría esa teoría.
Dejaría que las cosas se dieran. Confiaba en sus propias capacidades. Amatori no era un sujeto que fuera fácil de doblegar, era alguien quien alcanzaba sus objetivos a través de los métodos que fueran necesarios.
No suplicaría perdón a nadie por arrastrarlos hacia su meta.