El lugar hasta el cual los condujo Holam los llevó a ascender una cuesta. El grupo caminó sobre un terreno pedregoso y pasó junto a unos pinos jóvenes, los cuales parecían fuera de lugar entre los robles que dominaban la extensión del bosque.
Ainelen buscó cualquier anormalidad en cada rincón. No fuera a ser que también hubiera ents allí. Oh, por uno de los árboles subía un alacrán.
—Aquí es —Holam se detuvo al llegar a un barranco. Estaban al borde del río Lanai, un precipicio a su cauce de unos seis metros de alto.
Amatori se abrió paso hasta llegar donde el pelinegro y luego de echar un vistazo hacia abajo, se irguió y observó a Holam enarcando una ceja. Estaba con una mano en la cintura, en pose confiada.
—¿Hmm?, ¿y qué es lo interesante de esto?
—Parece mucho más estrecho que antes —interrumpió Vartor, arqueando una mano sobre su frente para tapar los rayos del sol.
Danika se aproximó al borde con su armadura tintineando.
—Es mucho más estrecho, en realidad —dijo la rizada. Sus pecas combinaban hermosamente con sus mejillas, creyó Ainelen—. Hasta podríamos cruzar, si es que tuviéramos cómo.
Ainelen caminó por un costado de los chicos y evitó acercarse demasiado al abismo. Por alguna razón pensó que, si lo hacía, terminaría cayendo. Una fuerza misteriosa la empujaría, de seguro.
«¡Woah, qué miedo da!». De pronto comenzó a dolerle la mancha de su brazo izquierdo. Fue leve, pero lamentó no haberla curado cuando lo hizo con sus costillas.
—Sí, sí. El tema es que ese "cómo", no existe, Danika. Danika Oveja, Danika Rizada.
—Para con eso, o te mato —la morena le frunció el ceño a Amatori, logrando que este relajara su expresión de burla.
—Bien, lo dejo. Por hoy.
Holam se dio la vuelta y entrecerró los ojos como ranuras, observando algo. Un árbol, que estaba allí cerca.
—Si tan solo pudiéramos talarlo.
No supo si fue por acto de instinto, pero tanto Ainelen como los demás, se descubrieron apuntando a Amatori.
—¿Qué?, no me digan que quieren que la haga yo. ¿Verdad? Oye, oye, ¡¿es en serio?!
—Tienes esa cosa colgando allí, y no me refiero a tu...
—¡Cállate, Danika!
Ainelen miró hacia otro lado, avergonzada. ¿Por qué lo hacía?, ¿acaso su imaginación había ido demasiado lejos? Rayos. Necesitaba controlar esa clase de pensamientos.
Vartor dio un salto, eufórico.
—¡Hey, hey, hey! Cuando salvaste a Holam activaste la espada y cortaste la rama como si fuera papel. La madera no es tan blanda como el papel, ¿sabes?
—¿Por qué me repites cosas tan obvias? Flacucho. La madera no es fácil de cortar. Además, lo que hice fue con un poco de fortuna.
—En todo caso, no estaría mal intentarlo —dijo Danika—. Si tienes una idea mejor que ir a la fortaleza, estaré encantada de seguir vagando como vieja loca por el bosque.
Amatori gruñó y observó hacia el otro lado. Parecía dudar.
Si cortaba el árbol en la dirección correcta, este caería sobre rocas que sobresalían en una playa baja. Probablemente tendrían que lanzarse al agua de todos modos, pero no se ahogarían. Daba la impresión de que sus pies alcanzarían el fondo.
—Está bien. Lo voy a intentar, pero no me culpen si no sale bien.
—No te preocupes. Es suficiente con que lo intentes —dijo Ainelen, poniendo una cara compasiva.
Amatori asintió, entonces los demás retrocedieron.
El joven desenfundó su espada curva, de cuya parte trasera sobresalían espinas como colmillos. Se quedó un rato inmóvil, con el grupo notando que nada cambiaba. Excepto Ainelen, quien, sin notar el momento exacto de la aparición, vio a las tres mariposas acentuar su figura alrededor del chico.
La hoja azul adquirió un brillo inquieto, como si los rayos del sol reflejados sobre la superficie de la misma, fluctuaran por un extraño movimiento. Era como si el diamante azul estuviera vivo.
El corazón de Ainelen se apretó.
Entonces, Amatori se posicionó desde el lado del precipicio y, alejando su cuerpo de la probable trayectoria de la caída, hundió su espada en la corteza del árbol.
Se oyó un chirrido, o más bien, el sonido vidrioso de antes. Se pudo observar en estado de gracia, cómo la hoja de Amatori cristalizaba la materia a medida que avanzaba. Puntas azules crecían a los costados del tajo abierto en la madera, y, tal como si se hubiera tratado de papel, el árbol fue cortado limpiamente.
Tan pronto como se oyó el crujido, Amatori corrió hacia el grupo con una cara de los mil demonios.
El árbol se desplomó precipicio abajo; se atascó entre el borde del terreno en donde estaban y el roquerío en el borde opuesto del Lanai. Sería un poco complejo transitar sobre él, pero, al fin y al cabo, ya tenían una manera de pasar al otro lado.
Hubo rostros de leve felicidad.
Los chicos caminaron en fila, con Danika delante, seguida de Amatori, Vartor, Holam y por último, Ainelen. Tuvieron problemas para acceder entre las abundantes ramas. De hecho, Ainelen pisó mal y si no se hubiera agarrado del brazo de Holam, habría caído. Él no se quejó de eso, sin embargo, cuando estuvieron al otro lado, la muchacha reflexionó sobre qué habría pasado si él no hubiese estado bien asegurado en ese instante.
—Ahora sí que estamos en buen camino. ¿La fortaleza queda cerca? —Vartor estiró sus brazos, juntando las manos sobre su cabeza. Sus dedos crujieron.
—Holam tenía un mapa —señaló Amatori, indicando al pelinegro—. Muéstranoslo.
El muchacho se tomó su tiempo, entonces lo sacó de su equipaje y lo extendió. Los demás se colocaron a su lado, lo que pareció incomodarlo. Holam hizo una mueca, entonces le ofreció el mapa a Ainelen para que lo sostuviera. Tan pronto como ella lo hizo, el pelinegro se alejó un poco.
—No me fiaría de las distancias —advirtió.
—Podrían ser mayores o menores de lo que vemos. Tal vez unos, ¿cuatro o cinco días? Sí, debería ser algo como eso —dedujo Amatori.
Si bien no podían ubicarse exactamente, especulando que estaban un poco más el este, cerca de donde el rio Lanai se bifurcaba con el Rukan, la distancia con la fortaleza se asemejaba a la que habían recorrido en las Planicies Maravillosas.
Intentaron pescar, pero llegaron a la conclusión de que no lograrían hacerlo. Así que el resto del día lo dedicaron a avanzar hacia el noreste, que era la dirección en la que se hallaba la Fortaleza del General Elartor. Ese sector de la provincia de Alcardia ya no correspondía a las Planicies Maravillosas, pues ahora el equipo se había internado en el Valle Nocturno.
Ainelen estaba a menudo reflexionando sobre las criaturas a las que podrían encontrar en su camino, y, aunque hasta ahora habían enfrentado a fantasmas y ents, no se les presentaron mayores inconvenientes. Proyectaba que la situación pudo haber sido mucho peor, como, por ejemplo, verse obligados a pelear, sin escape alguno. Rogaba que no tuviera que ser así.
Los goblins se hallaban en la zona sur de la provincia, por lo que era improbable encontrarlos en el Valle Nocturno. Pero así mismo, nadie había mencionado saber lo que esta parte de Alcardia les ofrecería. Y era lo normal, pues solo la Fuerza de Exploración recorría lugares como estos.
Si tuvieran que evaluar el trabajo de los exploradores en base a la experiencia recorriendo los lugares antes conocidos, dirían que habían hecho una labor magnífica.
Para el atardecer, contaron con la fortuna de encontrarse a un ciervo solitario. Motivados por sus estómagos ruidosos, los chicos organizaron una emboscada silenciosa. Se ubicaron detrás de pinos alejados, formando un pentágono alrededor del animal. Fue bastante difícil de lograr hacerlo con disimulo, pues el ciervo levantó la cabeza, percibiendo que algo no andaba bien.
Los puntos clave de la estrategia, que fue organizada por Amatori, constaban en que tres integrantes escoltarían al objetivo, mientras que uno haría de perseguidor, y un último miembro esperaría oculto en la dirección que eligiera el ciervo como su ruta de escape. Para esto último, que era un rol aleatorio, aunque lo ideal era que le correspondiera a Amatori, la persona en cuestión asestaría un golpe mortal.
La idea era que el ciervo muriera en el acto, o en el peor de los casos, que fuera incapacitado. Dado lo anterior, si resultaba ser Ainelen, ella tendría que golpearlo con su bastón lo más fuerte que pudiera y de inmediato, sacar su cuchillo de emergencia y apuñalarlo.
No quería ser la asesina. Era un juego demasiado macabro.
Holam echó a correr, ligero, aunque de vez en cuando estuvo cerca de enredarse con las hierbas y caer. El ciervo se movió para huir, optando por la peor opción posible. Amatori asomó detrás de un árbol y le blandió un corte en plena cabeza. No fue un corte efectivo, pues el muchacho perdió la estabilidad y sus brazos retrocedieron, fruto del impacto. Fuera como fuese, el ciervo se desplomó y convulsionó en el suelo.
Amatori clavó la hoja de su diamantina en la tierra y les ofreció un pulgar arriba, satisfecho.
Cuando se retiraron a la zona que habían elegido para levantar las tiendas, Ainelen pudo observar detrás de un árbol a un gato. Era un gato pardo, bastante grande, de hecho.
¿Era un gato realmente?
El animal notó que era observado y retrocedió, pero no se fue.
Holam miró en la misma dirección que la muchacha, descubriéndolo. Su expresión se tornó un tanto amenazante, al punto de que llevó la mano a la empuñadura de su espada.
«Un gato de ese tamaño debe ser peligroso», pensó Ainelen. El resto de los chicos jamás se enteró de aquello.
Durante la noche, Ainelen se encargó tal como la primera vez, de despellejar al ciervo. Buscó unas ramas para armar un arco improvisado, donde colocó la carne sobre la fogata. Sin embargo, detestaba cocinar. El asado anterior, incluso, quedó un poco quemado. Fue una experiencia de la que nadie habló y que ella intentaba olvidar con mucha vergüenza.
Pero sintió que no podía quejarse. Si se negaba, era como si estuviera siendo malagradecida con sus compañeros. Ella había sido quien menos había aportado a la causa, así que, tenía que dar su mejor desempeño.
Estaba cortando una sección de la pierna del ciervo, cuando entonces el cuchillo, en vez de cortar la carne del animal, cortó su propio dedo. Ainelen soltó un gemido. La sangre comenzó a brotarle sin que alcanzara a caer sobre la preparación, al menos.
Se envolvió parte de la manga de su polera alrededor de la herida. El resto de chicos se encontraba charlando cerca de las tiendas. ¿Dónde estaba Holam?
—Hay que tener cuidado de que no pase. Es bastante irritante.
De pronto, Ainelen fue sorprendida por la voz adulta del pelinegro, quien estaba inclinado a un costado de la joven. ¿Cuándo había llegado ahí?
—Ah, sí. Lo siento —Ainelen tartamudeó, nerviosa—. Tendré más cuidado, lo juro. No te preocupes por la carne, no la he manchado.
El pelinegro no dijo nada, ni siquiera estaba viéndola, aunque no daba la impresión de que la ignoraba. Holam le solicitó el cuchillo, entonces comenzó a cortar la carne delicadamente, con gracia. No era algo surgido de la nada, él sabía lo que hacía. Luego de terminar con eso, colocó las porciones en el palo y comenzó a girarlas sobre las llamas.
—¿Sabes cocinar?
Ante la pregunta de Ainelen, el muchacho asintió como respuesta.
—No tenía idea. Es una verdadera sorpresa para mí.
—Aunque es bastante poco lo que puedo hacer aquí.
—Con que no quede como el carbón, será genial —dijo Ainelen, con una risita, refiriéndose a su experiencia más reciente.
El dolor de su corte fue calmando a medida que veía a su compañero cocer la comida. Holam era generalmente inexpresivo, pero, al verlo con mayor minuciosidad, sus ojos denotaban intensidad. Era la expresión de alguien que ponía dedicación a lo que hacía.
Más tarde el asado estuvo listo. El grupo se reunió en torno a la fogata y comenzó a desgarrar la carne como lo haría cualquier animal salvaje.
—¡Esto sí que se puede comer! —exclamó Amatori—. Has mejorado rápido, Ainelen.
La muchacha bajó la cabeza, avergonzada.
—No. No he sido yo quien la preparó. Fue Holam.
El pelinegro, que se había sentado en el rincón más lejano, cruzó la mirada con ella y entonces siguió comiendo.
—¿Sabías cocinar? Yo pensaba que solo era cosa de mujeres.
—Cuando te haga pedazos la cara, verás que los golpes tampoco son solo cosa de hombres —Danika se burló de Amatori mientras arrancaba más carne y masticaba.
—Tú eres un caso especial. Hasta pienso que no eres mujer realmente, ni siquiera humana.
—Debería tomar eso como una burla o un halago, me pregunto.
Tras eso, la charla siguió rondando temas triviales. Vartor hizo varios comentarios de broma sobre Amatori y Danika, y los resultados fueron que ambos terminaron tratándolo de idiota.
Organizaron una rutina de vigilancia como en ocasiones anteriores. Esa noche, Ainelen estuvo en el segundo turno junto a Vartor. Como forma de pasar el rato, trató de usar la diamantina para sanar la mancha de su hombro y el corte de su dedo.
Con respecto a ese tema, aún no le había dicho al resto que había logrado curarse a sí misma.
Las mariposas asomaron en la oscuridad, sin que Vartor pareciera notarlas. Su vista estaba dirigida únicamente al bastón-hoz, cuyo brillo sí que parecía visible para no usuarios de diamantina.
No funcionó.
Ainelen intentó en repetidas ocasiones, sin resultados positivos. ¿Por qué ya no le salía?
Su turno de vigilancia se acabó. El sueño ya la estaba por derribar, así que sería para otra ocasión.