Dos días después de los recientes acontecimientos, el grupo se encontraba escalando una montaña bajo la intensa lluvia. Agradecieron recuperar el agua para sus odres, pero al mismo tiempo, se quejaron de que la ropa se les convirtiera en trapos que bien pudieron usarse para limpiar el piso.
Se alojaron en una especie de cueva, en las faldas de esa montaña. Parecía una formación demasiado perfecta para haber sido un fenómeno de la naturaleza. ¿Esas piedras rectas eran pilares? Incluso, Ainelen imaginó que había secciones del suelo que eran excesivamente lisas. Quitando todo lo que yacía hecho ruinas, claro.
La noche anterior se habían cruzado con un grupo de no-muertos, más de una decena. Estaban rondando una colina por la que querían descender, sin embargo, al hacer una sigilosa observación desde lejos, optaron por rodear el bosque. Así fue como llegaron hasta la posición actual.
Ya era de noche. El horizonte de Alcardia se fundía con la oscuridad, sombras irregulares que dibujaban el terreno montañoso, extendiéndose como jorobas en múltiples direcciones. No era un sector tan alto como las montañas Arabak, cuya imponencia desde lejos te haría pensar que acuchillaban el cielo.
En el norte se encontraba un río que seguía hacia el este. Al principio, el miedo se apoderó del equipo, pues creyeron que tendrían que atravesarlo para alcanzar la fortaleza. No obstante, el mapa de Holam sí que poseía información valiosa con respecto a eso: el destino se hallaba en el mismo lado que ellos transitaban, por lo que incluso, ya sabían que con seguir la ribera el trabajo estaría hecho.
Ainelen libraba una feroz batalla para no caer dormida. Sus párpados se cerraban traicioneramente, envidiando a sus compañeros, quienes ya se habían permitido el descanso tras el agotador viaje.
Se dio un cabezazo contra la pared de roca, entonces gimió con dolor.
Puso atención a Holam, fijándose si había visto su descuido. Ellos dos eran los únicos despiertos, por lo que la responsabilidad de vigilar les pertenecía. El resto parecía haber asumido que por el hecho de que tuvieran problemas para dormir, tendrían la voluntad de tomar ese rol a menudo.
«Necesito conversar», la muchacha bostezó.
Si tan solo fuera fácil hallar un tema para hablar con Holam.
Él era una persona complicada de leer. Tenía la sensación de que, si iba con algo en concreto, no la ignoraría, pero, por otro lado, jamás lograría que se familiarizara con una charla de manera activa. Sus respuestas eran generalmente cortas.
Ainelen se sentía rara con respecto a eso. Cuando conversaba con Vartor, las palabras surgían por naturaleza; con Danika, era algo cercano; con Amatori no era tan eficaz, y, aun así, intuía que podrían mantener un dialogo por un rato.
Con Holam había una pared.
Irónico, lo conocía desde antes que a todos los otros.
¿Por qué se le hacía tentadora la idea de atravesar ese muro? De hacerlo trizas, de ver lo que había más allá. Cosas sabía de Holam, pero del Holam niño. Y de ese no quería más que olvidarlo, por su propio bien.
Al día siguiente, descendieron la pendiente con una fina llovizna. El lugar estaba cubierto por una densa masa de neblina, no pudiéndose ver más allá de unos cinco metros de distancia. El ambiente era silencioso.
El grupo caminó con Amatori a la vanguardia, seguido por Danika, Vartor, Ainelen y Holam. Los pasos solían ser erráticos sobre las piedras y grietas del terreno, de vez en cuando uno de ellos tropezaba.
«Siguen igual de mojados», Ainelen tiró de su pantalón, que aun conservaba la humedad de la lluvia de ayer. La parte superior no había sufrido tanto, pues la capa de cuero había actuado eficazmente. Pero era demasiado corta, a diferencia de las que tenía el resto. ¿Por qué a los curanderos se las entregaban recortadas? Era un poco injusto.
Amatori y Danika estaban discutiendo.
—Claro, ella ya lo logró. ¿Y tú para cuándo? —dijo la rizada, con voz ruda.
—Pronto, me falta poco. Ya verás que cortaré culos de no-muertos como si fueran lana de oveja.
Danika emitió un sonido nasal, en tono burlón.
—Solo un pedazo de mierda es capaz de cortar un árbol, y después se le atasca la espada en el hueso de un no-muerto.
—¡Oye, recién estoy empezando! Además, no sabes lo difícil que es activar la diamantina en movimiento.
Ainelen estaba de acuerdo con eso.
Luego de una mitad de día descendiendo la montaña, se adentraron en el bosque de pinos. La neblina seguía presente, aunque tenían bastante clara la dirección en la que iban. No restaba demasiado para llegar hasta el centro del valle.
En el bosque había un leve ruido, como una mezcla de susurros, de vez en cuando oyéndose uno que otro silbido. Ainelen volteó la mirada de aquí para allá. Los troncos de los árboles que iban quedando atrás se difuminaban en la blancura. ¿Era su idea o una sombra se deslizó entre dos pinos?
La mancha de su hombro izquierdo dolía desde que despertó, una molestia que se estaba perpetuando. Por ahora era un detalle menor.
Los sonidos leves del bosque comenzaron a amplificarse. Entonces Ainelen se dio cuenta de que todos iban con rostros tensos. Se detuvieron.
—Chicos, ¿qué está pasando? —preguntó Vartor.
Algo rompió contra el aire cerca de ellos. Arriba. Antes de que levantaran la vista, una gota de líquido negruzco cayó sobre la punta del botín de Ainelen. La chica abrió los ojos, confusa.
—Por Oularis y sus seis pilares. ¿Qué es esa monstruosidad?
Como empatizando con el sentir de Vartor, el grupo casi se va de espaldas al notar lo que se hallaba pegado en las ramas del árbol más próximo.
Una masa negra, acuosa y brillante, bajando lentamente. Era como si estuviera bañada en aceite, gorgoteando y desparramando más gotas en toda el área debajo de ella.
El equipo se dispersó. Ainelen, presa del miedo, limpió su botín entre unas plantas. Quizá qué le ocurriría a su calzado si dejaba demasiado rato ese líquido.
—Dos más —avisó Holam, con la atención volcada a sus espaldas. Pero se corrigió—. Siete.
—Oh mierda, ¡muévanse! —gritó Amatori, aunque todos parecían saber eso, ya que enseguida corrieron hacia donde aún no se veían esas cosas.
No resultó muy difícil escapar, sin embargo, mientras huían, algo llamó la atención de Ainelen: había un animal muerto, que, dado a su avanzado estado de descomposición, no podía discernirse qué especie era. Lo que sí fue capaz de notar, era la masa negra viscosa que gorgoteaba sobre el cadáver, como alimentándose de él.
A la chica se le revolvió el estómago, tuvo ganas de vomitar. El aroma del lugar era putrefacto. No supo cómo lo soportó, pero aun cuando el grupo salió del bosque y llegó el final de la neblina, todavía no había devuelto nada. Bueno, para lo que Ainelen había comido, sería una cantidad muy miserable.
Vartor no corrió con la misma suerte: se fue a un rincón entre unos arbustos, y vomitó exageradamente. Al verlo, Danika arrugó la cara e hizo una mueca de disgusto, pero no dijo nada.
—Magnífico, ahora no sabemos hacia donde vamos. ¡Una vez más! —se quejó la rizada más tarde, mientras avanzaban entre dos cordones montañosos.
—El río está más adelante. No es tan difícil ¿sabes?
Ainelen notó cómo la muchacha de piel bronceada y pecas lanzaba una mirada de sorpresa a Holam. Claro, ambas debieron pensar lo mismo: eso era algo que se hubieran esperado oír de la boca de Amatori. Hasta este último quedó un poco descolocado.
—¿Ah?, ¿y por qué se supone que sería fácil de saber?
—Solo hay un cordón montañoso así.
—Aquí abajo es difícil saberlo.
—Si hubieras puesto más atención podrías darte cuenta —respondió Holam, sin emoción en su cara. Uno de los ojos de Danika palpitó, evidentemente disgustada.
Ainelen temía que, si estos dos discutían, quizás las cosas podrían ponerse feas.
El siguiente día en el Valle Nocturno, trajo consigo un escenario repleto de nubes que viajaban con prisa hacia el sur. El viento soplaba como una melodía en los oídos de Ainelen, quien, durante la tarde del día anterior y la mañana del actual, había seguido practicando magia curativa.
Sus pies, que antes estaban hechos pedazos de tanto caminar, ahora se habían recuperado. Primero lo hizo con sus compañeros, quienes de inmediato evidenciaron un cambio en la velocidad a la que avanzaron. Ahora ya estaban andando en paralelo al río, en el centro del Valle Nocturno.
Para el atardecer, encontraron algo que Ainelen no hubiera imaginado jamás:
Un sendero, claramente hecho por humanos, serpenteaba en la base de una ladera montañosa. Lo siguieron sin dudar. Aunque la noche los encontrara, no se detendrían. ¡La Fortaleza del General Elartor se ubicaba cerca!
Podían hacerlo. Ainelen se convenció de ello. Su corazón latió lleno de esperanza.
Incluso pillaron un cartel de madera clavado contra un roble, el primer árbol que no era un pino en días. Había un glifo que significaba en lengua rosarina, "avance". Los chicos se miraron unos a otros, un poco emocionados.
La luz de Amubah y Emunir iluminó la marcha nocturna, las dos hijas de Oularis que ni las ocasionales nubes oscuras podían cubrir. De vez en cuando, se escuchaba también búhos ulular.
El bosque de pinos desapareció cuando el río se desvió hacia el norte, mientras que el sendero se curvaba hacia el sur. Los chicos ascendieron un monte repleto de árboles despojados de sus hojas, con las ramas negras contrastando en la cima con las lunas cian y púrpura. Habían cuervos observándolos, los que salieron disparados graznando hacia el cielo.
—No hemos estado aplicando la formación de combate, chicos —dijo Amatori—. Ahora que Nelen sabe curar heridas, es la piedra angular de nuestra estrategia. La prioridad de Holam siempre será cuidarla, Vartor se repartirá entre ellos dos y nosotros —se señaló a sí mismo y Danika—. Danika, tú iniciarás siempre. La vanguardia te pertenece.
—Eso ya lo sé, idiota. Somos un equipo muy desbalanceado.
—Claro, pero vamos, siempre se pueden hacer retoques. Vartor, desde ahora tú serás el encargado de la exploración.
—¡Claro que sí, señor! —exclamó el chico delgado, levantando un brazo muy animado. En la oscuridad se veía como una torre. Todos los demás le llegaban del mentón hacia abajo, una locura.
«Vartor de explorador, ¿eh?», pensó Ainelen. «Me alegro de que Holam no haga más eso, pero, ¿no es un poco fuera de lugar para alguien como él?». El joven era un tanto descuidado, aunque ciertamente era mejor levantando la voz. No dudaría en dar una señal de que algo malo sucedía, a diferencia de Holam.
Dejó sus preocupaciones de lado por ahora.
Estaban aproximándose a una pequeña montaña. El sendero ascendía por el terreno yermo, con los alrededores al descubierto. El bosque se detenía allí mismo, rodeando todo el terreno en un círculo de kilómetros, como a la espera.
Se estaban acercando a la fortaleza, Ainelen lo intuía. A pesar de que en su mente crecía la incertidumbre y la idea de "¿y qué pasa si no sale bien?", decidió que tenía que ser optimista. Vamos, las cosas saldrían bien esta vez.
Una forma apareció a lo lejos, en la cima. La sombra de un edificio, con cuatro torres de vigilancia y una bandera que flameaba sobre lo que era, presumiblemente una muralla.
—¡Tómate esa! —exclamó Amatori, quien comenzó a correr cuesta arriba entusiasmado.
—¡Espera, Tori! —gritó Ainelen, intentando seguirlo, sin embargo, se tropezó y casi se desploma. No podía quitarse el temor de que las cosas no fueran seguras todavía. ¿Y si los perseguidores se hallaban dentro?
Los chicos corrieron para alcanzar al aventurado muchacho, quien estaba detenido un poco más adelante.
Se oían ruidos.
—¿Hmm? Parece una batalla —comentó Vartor con voz cantarina, poniendo una mano en su oreja, como si eso lo ayudara a escuchar mejor.
El grupo avanzó lentamente, alcanzando la cima de la montaña. Si bien el terreno era parejo, una buena sección estaba sumergido, con rocas que de vez en cuando sobresalían de la hendidura, que parecía tener unos dos metros de profundidad. El sendero se convertía en un puente colgante que pasaba sobre el área y llegaba hasta la entrada de la fortaleza. Estaban a más de doscientos metros, tal vez.
Ainelen examinó con minuciosidad el foso. Había estacas afiladas por todos lados, incluso, algunas eran adornadas por huesos. Supremo Oularis.
—Hey, miren eso —indicó Danika hacia la entrada del edificio.
Ahí fue cuando lo notaron:
Figuras humanoides corrían por todos lados, hacia la fortaleza, pero en su camino se encontraban con otras que los repelían violentamente. Los alaridos resonaban a través de la atmósfera, chirridos de espadas y tintineos de armaduras. Era un caos de muerte y fatalidad.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ainelen, boquiabierta. Para ser sincera, no quería oír la respuesta a eso.