Luego de escapar a duras penas de los ents, los chicos regresaron hasta la playa donde habían pasado a bañarse. Eso ya era bastante, por lo que los ánimos fueron pesimistas.
Haber dejado atrás a sus perseguidores de La Legión, así como a los recientes hombres árbol, debió ser tomado como un triunfo. Pero, al fin y al cabo, existían triunfos que no poseían significado alguno.
Esa noche tuvieron que conformarse con estar físicamente enteros, porque de comida mejor ni hablar.
El día siguiente los llevó a buscar otro rumbo, esta vez hacia el este, no sin antes revisar los alrededores en caso de que alguna presencia hostil acechara. El clima amaneció fresco, con una leve sensación calurosa y el cielo conquistado por nubes. Ainelen creía que hasta podría llover.
El bosque yacía cubierto en diferentes zonas por una neblina blanca grisácea. De vez en cuando se oía el canto de pájaros, como cuervos y zorzales que se posaban en la copa de árboles cercanos.
El dolor que sentía Ainelen estaba llegando a niveles críticos. Tal vez había hecho algo que empeoró el estado de su herida. Qué tonta, le habían enseñado conocimientos médicos y no era capaz de aplicarlos en sí misma.
Se las aguantó en silencio, mientras descendían una colina y llegaban hasta la ribera del río una vez más. El Lanai serpenteaba con gracia, hasta que a lo lejos se curvaba hacia la derecha. A este paso terminarían regresando a Stroos.
Pasaron el día completo buscando una forma de cruzar al otro lado, pero no consiguieron más que la noche les cayera de nuevo sin haber logrado nada. Las tiendas fueron instaladas en un campo apartado del río, un lugar pedregoso donde no contaban con la protección de árboles. Aunque la verdad, era que nadie quería arriesgarse a llamar a los ents, así que tampoco hubo fogata.
El sol asomó al quinto día en las Planicies Maravillosas, radiante, quemando la piel con una crueldad típica de sus rayos. Esa mañana encontraron algunas bayas, las que se echaron a la boca ansiosamente. Más tarde, cerca del mediodía, se sentaron en la ribera del río Lanai, observando donde sus ojos los llevaban. Al otro lado florecía un bosque de pinos, frondoso, extendiéndose a través de un terreno irregular, con las montañas Arabak de fondo.
«¿Qué estamos haciendo?», pensó Ainelen, sentada con sus brazos apoyados en sus rodillas. Hundió la cabeza entre las piernas y se mordió el labio para soportar el dolor.
Holam había ido hacia algún lugar en los alrededores, mientras que Vartor hablaba animadamente con Danika. Aunque para ser precisos, era un monólogo donde ella asentía desinteresada. La rizada se puso de pie, entonces se fue quién sabe dónde. Vartor la siguió, para su mala suerte.
Ainelen había ignorado por completo el hecho de que todavía tenía a un camarada cerca, hasta que él le dirigió la palabra.
—Te estás tardando demasiado, ¿eh?
La chica levantó la vista, con pereza.
—¿De qué hablas, Tori?
—Maldita sea, a ti igual se te pegó decirme así. Bueno, qué más da.
—¿No te gusta?
—No es eso, es que... es raro.
—Es un apodo práctico, y hasta un poco tierno.
Amatori se atragantó, visiblemente impactado por la declaración de la muchacha.
—Cambiando de tema, lo que te estaba diciendo antes. ¿Todavía no encuentras la forma de dominar tu diamantina?
Ainelen negó con la cabeza.
—Demonios, y yo que pensaba que te lo estabas guardando. Pero te ves hecha un desastre. Supongo que, si fuera verdad, ya te habrías curado a ti misma.
Hubo silencio.
No era que le cayera mal Amatori, no obstante, admitió que le costaba pensar correctamente cuando lo tenía cerca. Las palabras no salían, como si su presencia le opacara el ímpetu.
—Me cuesta entenderlo. No sé si finges o de verdad no lo sabes. Tal vez tu problema sea que no quieres recordarlo, o aceptarlo —dijo Amatori, enarcando una ceja. Incluso siendo de baja estatura, se veía imponente de pie sobre ella.
Ainelen se hizo pequeña, con un pánico que creció en su interior.
«Para. Estás yendo donde no deberías. Yo... ¿aceptarlo?»
—Lo que hice fue tomar mi deseo. Esa es la clave. Solo entonces te obedecerán, sus vestigios.
—¿Vestigios?
Amatori no respondió. En vez de eso, cerró los ojos y se encogió de hombros. Luego le dio la espalda y se fue a tirar piedrecitas sobre la superficie del agua.
"No quieres recordarlo, o aceptarlo".
Recordar.
Aceptar.
Eran términos diferentes. Ainelen no podía con el último, pero sí con el primero.
—Cambio —susurró. Apretó los ojos mientras su dolor físico se traspasaba a uno emocional.
Las estrellas de colores aparecieron cerca de ella, entonces sintió que su cuerpo se tensaba. Había algo nuevo, una energía. No supo si fue su intuición, pero imaginó que esa energía fluía hacia su costado herido.
No pasó nada. De hecho, las luces se desintegraron.
Amatori detuvo su jugarreta, como si hubiera percibido el fenómeno. ¿Por qué la veía con rostro de exasperación?
Ainelen giró su cabeza hacia la izquierda. Claro, no estaba sosteniendo su bastón-hoz. Lo llevó hasta sus manos, entonces llamó dentro de su consciencia:
«Cambio. Ese fue mi deseo».
Las estrellas de colores reaparecieron, como resultado de la unión de pequeñas luces que vinieron desde al ambiente. Pero ya no eran estrellas; las nuevas criaturas eran mariposas, mariposas de colas espinadas.
«...».
Durante un breve instante, Ainelen juró que fue capaz de oír el suspiro de una mujer dentro de su mente.
Concentración. La energía obedecería sus órdenes. Quiso que fuera hacia sus costillas, y entonces...
Calor.
Una casi imperceptible luz azul destellaba ahí. Se quedó así un momento, con Ainelen percibiendo que el dolor comenzaba a retirarse. Al cabo de un momento, el brillo se apagó. Cuando levantó su polera, la piel estaba intacta.
—¿Lo he logrado? ¿En serio lo hice? —estaba boquiabierta.
—Sí —respondió Amatori.
Qué fácil fue. Si tan solo hubiera sabido eso antes, podría haber evitado el martirio de estos últimos días.
La joven se puso de pie felizmente, pero cuando estuvo erguida, un mareo la golpeó y la hizo caer sobre su trasero.
—Qué extraño. No me siento bien.
—Yo tampoco me sentí bien cuando rescaté a Holam. Debe ser un efecto secundario.
Ainelen no estaba en desacuerdo con esa declaración, sin embargo, su mente hizo una imagen de lo que podría estar ocurriendo con su cuerpo. Debía tratarse del precio a pagar, una fatiga temporal luego del uso de energía.
—¿Se queda así por mucho? —Ainelen se llevó una mano a la frente y entrecerró sus ojos, con gesto de molestia.
—Más o menos. Estuve así toda la noche.
«Rayos».
Luego de un lapso de tiempo descansando, la fatiga comenzó a retirarse. Estaba sedienta, así que llevó hasta sus labios el odre que había rellenado en varias ocasiones con el agua del río. Ainelen no evitó que el líquido se le desparramara por los lados de la boca y le mojara todo el cuello.
Se limpió una vez terminó de beber y, mientras tapaba su frasco, reflexionó sobre lo que significaba que Amatori le hubiera dado instrucciones específicas sobre cómo usar su diamantina.
Vestigios.
Él no solo sabía cosas. También, ¿había hecho contacto con ella?
Holam de pronto llegó. Ainelen echó a volar sus ideas y se enfocó en él. El muchacho venía con la respiración agitada, lo que la preocupó.
—Creo que deberían ver algo. Está un poco lejos, eso sí.