Sucedió a la tarde del día siguiente.
El río Lanai asomó en el horizonte, como una línea brillante acompañada de un montón de árboles que lo delataban. Se extendía a través de toda la planicie, desde lo más lejano del este, perdiéndose en el remoto e inalcanzable oeste. Por ahí corría la leyenda de que era infinito, aunque lo cierto era que nadie había ido más allá de lo cartografiado en los mapas.
Lo que fuera que estuviese en el rincón más occidental de la provincia de Alcardia, era un completo misterio.
Los chicos primero necesitaron abrirse paso entre una arboleda, hasta lograr salir a un campo plagado de pequeños arbustos que vigilaban las tranquilas aguas turquesas.
Cuando se detuvieron frente al río, Ainelen sintió cosquillas en su mano derecha. Cuando la levantó frente a sus ojos, soltó un grito.
—¡No! —Una araña. Agitó su extremidad histéricamente hasta que la cosa salió volando.
Amatori se puso una mano en la cintura y gruñó.
—Aquí también hay escorpiones. Y serpientes. Y quién sabe qué otros bichos chupasangre. Te harán buena compañía —finalizó con una sonrisa burlona.
—¡¿Eso es cierto?!, ¡Díganme que no!
—No —dijo Holam, parado de espaldas al resto, con la vista hacia el otro lado del Lanai—. Puede haber alguno que otro insecto. Creo que solo intenta torturarte.
—Desgraciado, ¿desde cuándo saboteas mis geniales bromas?
—¿Lo ves? Era una broma —Holam clavó sus ojos en Ainelen con inexpresividad en su rostro. A ella le quedó la sensación de que esa misma inexpresividad, debió haber sido reemplazada por satisfacción.
Bueno, ahora estaba más tranquila.
El grupo se acercó a las aguas.
—Hey, ¿me estás ignorando? Maldita sea, ¿quién te crees que eres para hacer eso? Holam, bastardo, ¡responde!
Más adelante recorrieron la ribera cuesta arriba, encontrando un lugar donde el terreno ofrecía una barrera natural. Había una sección de tierra que caía en picada desde el frente, mientras que, a sus espaldas, un puñado de árboles dibujaba un semi círculo perfecto.
—Sí, sí. Este lugar es súper fresquito. ¿Saben? Si pudiera, construiría una casa aquí ahora mismo.
—Podrías hacerlo, flacucho —Danika ofreció a Vartor una mirada desaliñada—. Tan solo deberías hacer una que te encerrara y no dejara que te coman las bestias.
—¿Aquí hay bestias?
—Por supuesto. Mira, allí hay una, y bien fea.
Cuando Vartor siguió con la mirada lo que la rizada estaba indicando, se encontró con Amatori, echándose agua a montones en la cara. Estaba arrodillado a unos metros del resto.
Ainelen sofocó su risa, pero no fue así con Vartor.
—¿Pasa algo chicos?, ¿por qué el palote se está riendo?
—Quien sabe —respondió Danika.
Tal vez fue porque el lugar los invitaba de forma seductora; todos estuvieron de acuerdo en que aprovecharían de bañarse, y pues sí que lo necesitaban. Aunque primero que todo, Amatori señaló que deberían explorar los alrededores para conocer el terreno, por si alguna cosa inesperada sucedía. Para eso, Holam se ofreció sin titubear, yendo solo. Ainelen preguntó si estaba bien que nadie lo acompañara, a lo que afirmó no tener problemas.
Más tarde regresó sin novedades. Así que se organizaron en grupos de hombres y mujeres, siendo ellos quienes se sumergieron antes en el río. Mientras eso ocurría, Ainelen y Danika esperaron mucho más lejos, donde instalaron las tiendas provisionalmente.
Las chicas permanecieron en silencio, sentadas una al frente de la otra. El día seguía nublado, lleno de un blanco que hacía que la atmósfera tuviera un aire pacífico.
La voz chillona de Amatori las alertó de que venían de regreso, así que cambiaron de lugares para al fin, acabar con ese martirio llamado suciedad.
Ainelen se fue hacia el rincón más extremo de la ribera, entonces ojeó con timidez hacia la otra orilla y luego hacia donde se habían quedado los chicos.
Bien.
Se comenzó a desvestir, de reojo notando que Danika ya estaba desnuda y se lanzaba en picada al agua.
«Espera, mi mancha», pensó Ainelen con miedo creciente. Se había olvidado por completo de su existencia. ¿Cómo había podido? Rayos. Se tapó el brazo izquierdo con su mano derecha y, rápidamente, se sumergió en el río. Su ropa yacía ordenada sobre el pasto cercano.
—¿Eres de las tímidas? —Danika refregó su cabello negro azulado, que en ese momento parecía ondulado, e incluso, un poco liso—. Pensé que me devorarías con la mirada. Tenía miedo de ti, si te soy sincera.
—¿Por qué... dirías eso? —Ainelen vaciló, su voz tartamudeando del nerviosismo.
—No finjas. ¿Te gustan las chicas?, ¿o solo soy yo, por el cuerpo que tengo?
—Ninguna, claro. No soy esa clase de persona.
—Hmm. Me pareció verte mirándome a escondidas varias veces. No es como que te odie por ello, así que no tienes que ser tan complicada.
—Perdón, no debí haberte incomodado. No lo volveré a hacer, Danika.
La rizada se comenzó a echar agua en el resto de su cuerpo. Desde la posición en donde se bañaba Ainelen, la veía de perfil. Esta última no deseaba caer en la perversión, pero le era realmente difícil ignorar el físico de su compañera en su máximo esplendor.
Danika, aparte de ser una chica con una musculatura asesina, poseía un busto de tamaño medio, aunque si la seguía estudiando más abajo...
«No, Ainelen. ¡¿Pero qué estás haciendo?!», se maldijo a sí misma.
No obstante, ya estaba hecho.
Lo había visto: los glúteos de Danika eran imponentes, si es que esa era la palabra correcta para definirlos.
—En todo caso, es inevitable en momentos como este —siguió diciendo la rizada, ignorando sus alrededores—. Tú estás bien así. Tener demasiado nunca es bueno.
Espera. ¿Ese había sido un comentario acerca del cuerpo de Ainelen?
Se examinó a sí misma. Al menos no era completamente plana.
Sabía que Danika no lo había dicho de malintencionada. Aunque, de alguna manera sintió molestia.
Ainelen no era el tipo de persona que vivía acomplejada por su físico, más allá de que si de ella dependiera, borraría de la faz de la tierra ese lunar de su pómulo derecho. Tenía que agradecer a Uolaris por crearla con rasgos dentro de lo aceptable. Ahora bien, lo anterior no quitaba su curiosidad por las figuras curvilíneas, y había momentos en los que se preguntaba, qué se sentiría tener pechos, caderas o trasero más grandes.
Era poco atractiva, lo sabía bien. ¿Estaba sintiendo envidia de Danika?
No, claro que no. Por supuesto que no.
Tras unos momentos, el baño se vio interrumpido por un ruido. Los matorrales entre los árboles se agitaron.
Inmediatamente, Ainelen se acuclilló, hundiéndose hasta el cuello. ¿Era algún animal?
—¡Oigan, trozos de excremento mal hechos!, ¡Dejen de espiar! —Danika se cubrió los pechos con una mano y, con la otra, agarró algo desde el fondo del río y lo lanzó con furia hacia el origen de los sonidos. Eso dejó expuestas a dos siluetas blanquecinas. Una de ellas tropezó, mientras que la otra corrió hacia donde estaba el campamento a todo trapo.
«Los chicos. No puede ser», pensó Ainelen, quien, hasta ese momento, había creído ingenuamente que sus compañeros no guardaban esa clase de intenciones con ellas.
Esta era la edad.
Reflexionó sobre eso. Incluso ella, se había comportado con Danika de manera similar. Eso menguó un poco su vergüenza.
—Propuse que se bañaran primero por lo mismo. Maldita sea —resopló Danika, caminando hacia el terreno mientras garabateaba. Ainelen no se quedó atrás, corrió a secarse y luego a vestirse lo antes posible.
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—¡Tori me dijo que iríamos a ver algo increíble! —se justificó Vartor, mostrando los nudillos como gesto de redención. El otro chico giñó un ojo, incómodo.
—¡No nos delates, hombre!, ¡¿y lo que vimos no fue acaso increíble?!
Danika arrojó un botín y se lo estrelló directo en la cara a Amatori. Bueno, debió hacerlo, pero en vez de su cara fue su antebrazo, alcanzando a cubrirla.
—¡Maldito pervertido y sinvergüenza!
—¡Lo soy, ¿y qué?! Esto es lo que significa ser hombre.
—No me metas en eso —dijo Holam, de pie y con el cabello mojado. Estaba a unos metros del resto. A diferencia de los otros dos muchachos, que estaban aun semi desnudos, él ya tenía puesta hasta su armadura.
—Tú no eres hombre. No sé si otro aparte de ti se negaría a una invitación como la que te hice.
Así que Holam no había estado con ellos. Ainelen suspiró aliviada. Por alguna razón le hizo sentir profunda tranquilidad. No era como que sus expectativas de Vartor y Amatori fuesen malas (bueno, de este último, tal vez sí), pero habría sido un golpe muy bajo que Holam resultara ser un mirón.
—¡Por favor, perdónenme! —suplicó Vartor, con una rodilla tocando el suelo y los brazos rectos, en diagonal hacia abajo. Se asemejaba a un pájaro. ¿Qué pose era esa?
—Por lo menos reconoces que la has cagado, no como esta mierda —Danika fulminó con la mirada a Amatori y entonces fue a buscar su equipaje.
Nadie dijo más luego de eso, así que se prepararon para un nuevo avance.