La Fortaleza Elartor no sonaba como la tierra de la salvación para Ainelen. Probablemente se les había ocurrido la idea de viajar hasta allá, solo como una vaga esperanza para encontrar un camino, si es que había uno.
Y es que, ¿qué es lo que harías si de repente te despojaran de todos los pueblos existentes, y te obligaran a sobrevivir en tierras salvajes sin siquiera un destino que alcanzar? Esa era la situación actual del grupo, que parecía incluso demasiado relajada teniendo en cuenta los recientes acontecimientos.
A ratos, Ainelen pensaba que estaba en un viaje por el bosque como hacía cuando pequeña. La única y gran diferencia, era que ahora, en vez de su padre, la acompañaban otros jóvenes como ella.
Habían viajado toda la tarde hacia el oeste, como ya era costumbre, siguiendo la ribera del interminable río Lanai. El paisaje poco a poco se tornaba oscuro, con el cielo nublado, que tenía diminutas pinceladas de rojo.
El grupo avanzaba con Amatori a la cabeza, quien parecía empeñado en siempre ir por delante de todos. Le seguía Danika junto a Ainelen y por último, Vartor y Holam.
Esquivaron pequeñas rocas color ceniza, atascadas entre el pasto que crecía a montones a la entrada del bosque. Los árboles en esa zona estaban completamente desnudos, con las ramas balanceándose al ritmo de la suave brisa del viento. Parecían manzanos, o tal vez cerezos. Ainelen no estaba segura, aunque de lo que sí lo estaba, era que la atmósfera le sentaba terrorífica. Estaba todo muy calmado.
Vio flotando cerca de ella luces multicolores, las que antes parecían simples bolas, pero que con el pasar del tiempo se iban asemejando a una estrella. Reconocía cuatro que siempre andaban por ahí: una roja, una lavanda, otra turquesa y una última amarilla.
Las formas de luz parpadearon, luego se retorcieron y entonces echaron a volar. La chica las siguió con la mirada.
—Imposible —dijo Danika—. El río es demasiado ancho como para cruzar al otro lado.
—¿Sabes nadar? —preguntó Ainelen, sin embargo, la respuesta llegó desde el muchacho con boca de gato.
—Eso no servirá. Incluso si supiera, se la llevaría la corriente.
—¡Woah! En ese caso podríamos intentar probar contigo, Tori. Suena como si tú fueras el único capaz de hacerlo.
—Flacucho, no es bueno ese tipo de bromas, ¿sabes?
Ante la afirmación de Amatori, Vartor ofreció una gran sonrisa con sus dientes relucientes. Cerró los ojos, en una expresión de inocente felicidad. Ainelen sentía algo cálido en él, era como...
«Vartor es como un niño», pensó. «Podría ser mi hermano menor». Y de inmediato vinieron recuerdos a su mente. Sus padres habían intentado concebir a un niño, y en ese proceso...
La maldita ley de redundancia de natalidad.
Eso había truncado todo.
Ainelen hasta los días de hoy creía que era una estupidez monumental. Quizá la más grande de todas en Alcardia.
Había recuerdos que mantenía bien guardados, en el fondo de sus memorias. Tuvo cuidado de no tocar algo más, pues no quería destapar aquella caja que contenía esos demonios.
«No pienses más en eso. Es pasado, así que ya no importa», se mentalizó a sí misma.
Holam estaba observándola atentamente.
El corazón le dio un salto, fue doloroso. La joven casi pierde las riendas cuando se percató de eso. Él era parte de aquello, era lógico. ¿Y había visto a través de Ainelen?, ¿o era solo su paranoia?
Había momentos en que los ojos de Holam parecían abrirse paso más allá de la vida, como si tuviera la capacidad de observar donde solo una deidad pudiera hacerlo.
Era solo una ilusión. Debía calmarse.
Ainelen ignoró a Holam.
Estuvo un buen rato con la vista hacia adelante, con la mirada desenfocada en el cabello de caracol de Amatori. Luego se preguntó si él habría logrado algún progreso con su diamantina. Ella se sentía frustrada de no avanzar mucho, y si bien todavía no pasaba nada grave, hubo momentos en los que reflexionó sobre qué ocurriría, si es que alguien resultara herido y ella no poseyera utilidad médica alguna.
Tenía que mejorar, no por su propio bien, sino por el del resto.
Los demás no la presionaban mucho, pero tal vez por dentro, se encontraban muy decepcionados de que a sus espaldas hubiera una curandera fracasada.
La joven ahogó un suspiro.
Llegaron hasta un sector donde la ribera del río, era directamente reemplazada por un barranco de unos tres metros de alto. Eligieron ir por dentro del bosque, con el crujido de las cáscaras y hojas secas bajo sus botines. El aroma a resina y musgo fluía en el ambiente. Allí, la luz diurna aceleró su marcha.
Tal vez fue por eso que Amatori tropezó. Aunque luego se sentó, ¿tratando de ostentar que lo había hecho a propósito?
—Será bueno descansar un poco —rio con nerviosismo—. ¿Eh?, ¿Cómo se enredó esta cosa en mi pie?
Cuando señaló eso, el grupo dirigió la mirada hacia el suelo. Había una raíz vieja enroscada en la bota del muchacho.
Amatori gruñó, presionando con fuerza para liberarse.
Se oyó un crujido cerca.
Algún árbol viejo, creyó Ainelen. Entonces hubo más crujidos, como una procesión de sonidos.
—Parece que se va a caer. ¡Oh no, Tori!
Mientras la joven alertaba del peligro, el equipo retrocedió al instante.
El árbol se inclinó, o más bien, ¿se levantó?
¿Qué estaba pasando aquí?
Amatori se removió colérico, intentando quitar con sus manos desnudas la raíz. Parecía no funcionar, así que liberó su espada de la funda y dio uno, dos, tres cortes, hasta que la madera se dividió.
El árbol dejó salir un grave alarido. Espera, eso era extraño, ¿no?
—¡Un hombre árbol!, ¡Un ent!, ¡Muevan sus culos y no se queden mirando como idiotas! —exclamó Amatori, aunque cuando lo dijo, los demás echaron a correr y lo dejaron último.
«¿Un hombre árbol?, ¿existían criaturas así?», pensó Ainelen, deslizándose con torpeza. Le dolía el costado, pero tuvo que tragarse sus quejas.
Grande fue la sorpresa cuando notaron que otros árboles comenzaron a levantarse de sus lugares. Venían desde todas las direcciones posibles.
Eran seres que parecían solo estar camuflados en la naturaleza, con rostros de expresión iracunda en la mitad del tronco, algo irreal. Los ents se despegaron lentamente del suelo, desgarrándolo junto a sus raíces, y luego yendo a por los jóvenes.
Estos intentaron huir, pero el paso les fue negado. No se trataba de criaturas veloces, el problema fue que el bosque era su territorio. Las raíces y enredaderas se agitaron, como verdaderas extremidades de los hombres árbol. Eso disminuyó el área por el que el grupo pudo movilizarse.
—¡Hay que regresar! —gritó Ainelen, sujetando su bastón-hoz a la defensiva. Dudaron— ¡Rápido, todavía hay espacio por ahí!
Danika fue la primera en hacerle caso, entonces luego, uno a uno los miembros del equipo tomaron la dirección señalada.
Ainelen estaba quedándose al final, no porque quisiera. Intentó correr lo más rápido que pudo, sin embargo, el dolor se expandió a través de su cuerpo como oleadas. No supo si Holam lo hizo a propósito o también tenía dificultades al avanzar, pero fue el único que se quedó detrás de ella.
La curandera echó un vistazo a sus compañeros en la vanguardia; avanzaban presos del miedo. Luego, con su respiración hecha un caos, cambió su atención a Holam. Parecía tranquilo, como si la emoción del momento no lograra tocarlo.
En ese momento sucedió.
El pelinegro sucumbió. Una raíz se envolvió en su pie izquierdo, frenándolo en seco. Cayó en silencio, sin un atisbo de pedir ayuda. Si no era por Ainelen, nadie se habría dado cuenta.
—¡Chicos, Holam ha sido capturado!
De inmediato el grupo cortó la huida, con rostros de pánico que se voltearon para presenciar la desafortunada escena.
—¡Hay que ayudarlo! —como Ainelen no quería predicar sin actuar, pensaba ir a socorrerlo ella misma, pero sin tiempo para una reacción, alguien se deslizó como una sombra por uno de sus costados.
Hubo un destello azul, o más bien, una estela luminosa.
Amatori elevó su espada sobre su cabeza y, a continuación, blandió un mandoble. La hoja bajó dejando una especie de imagen retrasada de la misma, aunque en azul. Al instante la raíz fue cortada con sonido vidrioso, formándose cristal en el lugar dividido.
En un tiempo breve, Ainelen fue capaz de ver tres mariposas coloridas aleteando alrededor de Amatori. Algo hizo clic dentro de ella, como si de repente pudiera sentir lo que no le pertenecía.
No es tiempo todavía para caer. No puedo permitirlo, la libertad me espera.
Estos eran....
Amatori vio por el rabillo del ojo a Ainelen. Había enojo en su expresión, o, ¿tal vez otra cosa?
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Qué haces todavía en el suelo? Muévete, Holam. Maldito engendro del aburrimiento.
Tras ser regañado por su salvador, el pelinegro se levantó y se reunió otra vez con el grupo.
Por ahora Ainelen estaba aliviada, exceptuando el peligro que todavía acechaba. Se mentalizó en ignorar lo que había visto. Ya habría ocasión de averiguar lo que sucedía con las diamantinas.
Echó un vistazo hacia cada uno de sus costados. Esas cosas seguían levantándose una tras otra, con una orquesta de crujidos y gruñidos.
«Supremo Uolaris. El bosque nos odia».