Ainelen había sido demasiado ingenua. Creía que esa noche sería diferente a todas las anteriores, pero no contaba con que antes de que el sol asomara, estaría despierta. Sintió un fuerte dolor en su hombro izquierdo, como era recurrente en los últimos tiempos, aunque esta vez no se comparó con ninguna de las ocasiones antecesoras.
Los músculos de todo su costado superior parecieron arder como una hoguera, entonces le siguió algo semejante a calambres que venían por oleadas.
La chica salió de su habitación a pasos ruidosos, casi enredándose en las sábanas que ella misma había tirado al levantarse agitada. Danika roncaba, mientras la tenue luz de la noche agonizante develaba que yacía en posición torcida, con su cama hecha girones. Ainelen cerró la puerta y se puso de espaldas contra la pared, sujetándose el hombro. Se dejó caer lentamente.
—¿Qué he hecho? Oularis. ¿Qué te he hecho? ¿por qué me castigas de esta manera? Ayúdame —murmuró con voz llorosa—. Ayúdame, por favor.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, en el pasillo de la residencia, sentada en el frío de madrugada. Cualquier estimulo exterior fue ignorado, pues ella solo deseaba que el dolor apaciguara. Eso ocurrió en determinado momento, tan rápido que Ainelen se quedó perpleja.
Ya más calmada, corrió el cuello de su camiseta para echar un vistazo a la zona donde se había originado el malestar. No obstante, con la poca claridad de esa hora más bien fue confiar en su tacto. Su mano acarició la suavidad de su propia piel, pero entonces algo no estaba bien: parte de su brazo era áspero, tenía una mancha escamosa.
Ainelen abrió los ojos y la boca, sorprendida y no de buena manera.
¿Una enfermedad? Vale, era algo a la piel, pero, ¿era eso capaz de producirle un dolor tan grande? Juró que hasta sus huesos se habían retorcido. De pronto recordó una imagen que casi la hizo perder la cordura: Herta, con esas escalofriantes venas azules recorriendo demoniacamente su cuello. Su aspecto demacrado.
«¿La marca de la bruja?», pensó. Lo que pasó después fue que su respiración comenzó a desordenarse, con inhalaciones y exhalaciones temblorosas.
No.
Imposible.
Todo menos eso.
Rayos.
Hizo un intento por calmarse. Le resultó demasiado difícil y fracasó en variadas ocasiones. Recién cuando el sol ya tenía rato elevado en el cielo, fue el momento en que la joven realmente se tranquilizó.
La marca de la bruja tenía un patrón característico que no poseía Ainelen. Tal vez era algo diferente, pero dada la intensidad de las molestias, nada bueno presagiaba.
Regresó a su cuarto, decidida a retomar su descanso, aunque fuera de una duración insignificante. Con un poco de suerte logró conciliar el sueño, hasta que en un pestañeo de ojos ya era mediodía.
Se despertó con la luz del sol quemándole la cara.
—Qué... no me molestes.... —luego dijo algo que ni ella entendió.
—Perfecto, eres toda una dormilona —Danika asomó ante sus ojos borrosos, tuvo que refregárselos para verla con más nitidez. Estaba apoyada en el respaldo de su cama. La rizada se pasó el dedo índice por la comisura de sus labios, un gesto, un trazado diagonal—. ¿No te deshidratarás con tanta baba cayéndose de tu boca?
Ainelen gimió y puso los ojos como platos. Con su cara enrojecida, se encogió y rápidamente usó el dorso de su mano y manga para limpiarse. Rayos y más rayos.
Danika rio divertida. Su risa no era especialmente ruidosa. Parecía que sus pulmones se tragaban toda la entretención.
—¿Qué hora es? —preguntó Ainelen.
—Todavía no tocan la campana de mediodía. Los chicos siguen durmiendo, aunque parece que uno sí está despierto. Presiento que es el pelinegro.
—¿Holam? —probablemente era él. Lo intuía.
Las chicas se levantaron de sus camas y cada una se lavó la cara con las reservas de agua que habían dejado para los huéspedes. Ainelen se tanteó el brazo sin levantar sospechas de Danika, y lo que halló fue una mancha negra. No, azulada, pero muy oscura.
«Tal vez sí es», pensó desesperanzada.
No podía concluirlo, tampoco quiso decírselo a alguien. Es más, planeaba mantenerlo oculto de todo el mundo. No sabía qué tipo de reacciones gatillaría las sospechas de sus compañeros, acerca de tener a una infectada con la marca de la bruja tan cerca.
Podía ser contagioso, así que Ainelen debía procurar tomar su distancia con los chicos y a quien fuera que se le acercara. ¿No sonaba algo extremadamente paranoico?
«No lo sé. Y qué más puedo hacer. Si les digo, tal vez... hasta podrían abandonarme». Eso la aterrorizaba.
La tarde inició con el equipo despertándose a duras penas. Descubrieron que, tal como ellas creían, Holam era quien se había levantado primero. Le siguieron Amatori y Vartor, contando solo a los chicos.
Nadie dijo una sola palabra cuando se reunieron en el pasillo y salieron a la calle. Ainelen presentía que el primero que hablara tendría que referirse al futuro, a qué rumbo seguirían de ahora en adelante. Y no quería ser ella quien cargara con esa presión.
Amatori bostezó exageradamente.
—Qué dicha la del mundo disfrutar de mi existencia otro día más.
—Eres bastante irritante —Danika chasqueó la lengua.
—Irradiante, querrás decir. No comprendes que lo digo solo por decir, ¡já!
—¿Y tengo que encontrarle la gracia?, ¿Dónde está el chiste en eso? Dímelo, pelo de oveja.
—Pelo de... ¿oveja? —Amatori sofocó un estallido de risa—. Las ovejas son rizadas, Danika. Como tú. Danika oveja. Danika oveja. Danika oveja.
—Este pedazo de mierda mal cagada.
Parecía que comenzaría una discusión, pero no fue así. Aunque, el motivo de eso dio lugar a otra situación. Fue en ese momento, cuando la administradora llegó hasta la residencia caminando con una sonrisa muy optimista.
—Buenas noticias —dijo la mujer, con un aplauso—. Han llegado a Stroos vuestros superiores. Pensé que gustarían de reunirse con ellos ahora mismo, como me lo pidieron.
Los jóvenes cruzaron miradas perplejas. ¿Amatori no había estado mintiendo?
Claro que sí. El sí que había mentido, como una salida conveniente a la encrucijada que se les presentó. Entonces, ¿qué era esto?
—Ya veo —dijo el muchacho antes mencionado, con evidente nerviosismo. Se rascó la nuca mientras guiñaba uno de sus ojos. Parecía que intentaba decirles algo.
—Entonces vamos —la mujer se dio la vuelta y les hizo una seña para que la siguieran.
Los chicos no lo hicieron, seguían estupefactos. Todos aparentemente concluyendo lo mismo:
—Son ellos —susurró Ainelen—. ¿qué haremos?
Antes de que uno de ellos pudiera ofrecer una idea, la administradora les hizo un nuevo llamado, gesticulando con su mano.
—Espérenos un momento —dijo Danika—. Iremos por nuestras cosas.
—Oh, supongo que tienes razón. Me adelantaré de todas maneras. Ya saben el camino.
El grupo observó con miradas atentas a la mujer, la cual vestía un abrigo de lana oscuro, perderse en una esquina tras una casa.
—Esto será súper divertido. ¿Sabes el camino hacia la puerta occidental? —preguntó Amatori, clavando sus ojos punzantes en Holam.
—No hay más de una puerta aquí.
—¡Súper divertido! —añadió Vartor.
Más tarde, los chicos se habían puesto su equipaje. Hicieron un sigiloso acercamiento al edificio de la administración. Mientras escudriñaban ocultos detrás de un muro que se había despedazado, fueron capaces de vislumbrar a cuatro sujetos de capas oscuras en la entrada.
«El glifo de Uolaris en verde. No hay dudas. Han venido por nosotros. Espera, ese hombre... ¿es idea mía o estaba en la expedición de las minas?». Reflexionó sobre lo anterior, y, sin llegar a estar segura de lo que creía, Ainelen decidió que era una posibilidad real.
El equipo, enterado de su situación actual, se movió para descender la ciudad. Stroos contaba con una sola entrada y salida, como había dicho Holam, lo cual elevaba las opciones de que los atraparan. Tal vez ellos le habían explicado a la Guardia sobre los fugitivos a los que perseguían. Ojalá no hubiera sido ese el caso.
Pasó que cuando alcanzaron la puerta, la misma patrulla de guardias de ayer salió a su encuentro.
—¿No es un poco extraño? —el soldado que lideraba enarcó una ceja, cerrando la distancia con los chicos—. ¿Salir de Stroos cuando vuestros comandantes urgían encontrarlos?
Este era el final de la huida. Tarde o temprano iba a pasar de todas maneras.
Fue en ese momento en que Vartor se desplomó y comenzó a patalear.
—¡Ay!, ¡Me duele!, ¡la marca de la bruja me ha atacado!, ¡ayuda!
¡¿Pero qué intentaba hacer?! Si estaba tratando de despistar a los guardias, eso no...
Se abrió una brecha. Los vigilantes corrieron histéricos a ver lo que sucedía con Vartor y, en ese tiempo, Amatori se adelantó y junto a Danika quitaron la barra que impedía que la puerta se abriera.
—¡Oye, nos han engañado!
—¡Rápido, que no escapen!, ¡A este mocoso lo voy a... también se ha ido, el muy hijo de puta!
Ainelen, quien avanzaba entre el grupo de vanguardia y Vartor, observó como este último sacaba la lengua burlonamente a sus tontos perseguidores.
Los chicos cruzaron la muralla y sin que nadie planificara nada, corrieron en paralelo a la fortificación, ascendiendo el cerro. Iban hacia el oeste, donde no se encontrarían con ningún otro pueblo. Pero eso daba lo mismo, lo único que importaba ahora era alejarse lo antes posible de aquellos hombres de La Legión. Ainelen pudo haber muerto por culpa de ellos, no se olvidaba de eso.
Recordarse siendo despojada de Alcardia y de sus seres queridos la atormentaba y, correr se sentía como una pequeña liberación a una inminente condena.
El equipo llegó a la cima del cerro y no paró de avanzar. En ese instante ya habían perdido el aliento, reduciendo el ritmo a un trote miserable. Nadie miró hacia atrás, como temiendo que hacerlo invocaría a los infames exploradores.
Ainelen no tenía idea del lugar al que se dirigían. Nadie lo sabía. Desde aquí, la incertidumbre sería la sexta integrante del grupo.