—¡Pescado! —gritó Zei Ominsk—. ¿Saben qué hacen los pescados?, ¿alguien sabe?, ¿nadie?, ¡Maldita sea!
—¿Nadar? —respondió chico esbelto.
—Obvio, nada. Los peces no hacen nada, pero hay algo que sí: ¡respirar bajo el agua!
¿Eso era cierto?, ¿los pescados tomaban aire debajo del agua? Ainelen tenía serias dudas, pues había intuido que aguantaban la respiración o algo por el estilo. Casi interrumpe al instructor, pero se detuvo.
—Y ustedes, al igual que yo, no podemos. Entonces, ¿qué pasa si uno de ustedes cae al agua?
Chico gordito alzó la voz tímidamente:
—Nado hasta llegar a la orilla, ¿cierto?
Esa respuesta tal vez no satisfizo a Zei Ominsk, quien puso los ojos en blanco y suspiró con brusquedad.
—Supongamos que no sabes nadar, o que sabes, pero te quedaste inconsciente. Alguien te rescata, entonces no despiertas. ¿Qué hacen tus amigos?
—¿Besarlo? —dijo Ainelen, quien recordaba que la gente decía que eso ayudaba.
—¡No, niña!, ¡No, santo Uolaris, no!, ¡No!
—¡Perdón!
La chica bajó la cabeza para ocultar el enrojecimiento de su cara. Qué tonta había sido. Mejor se quedaba callada.
—¡No es como si restregarle los labios a otra persona fuera a salvarle!, ¡Tampoco babearle!, lo que se hace es darle... ¡respiración!
Los otros dos jóvenes murmuraron en acuerdo.
—Obviamente, no haremos eso ahora. Lo que sí haremos, es aprender a hacer torniquetes y reconocer plantas que nos puedan servir como parches o ungüentos. También les enseñaré cómo se posiciona un curandero durante una batalla. ¿Creyeron que por sanar a otros no pelearían?, ¡Ja!
Tal como dijo el barbudo, comenzaron a romper prendas para envolverlas en heridas simuladas. La prioridad era detener el sangrado y limpiar, para lo cual aplicaban agua abundante en la zona comprometida. Luego hicieron gasas improvisadas que sustituirían al torniquete y, aplicaron ajo para la desinfección.
Según Zei Ominsk, matar a los agentes maliciosos posterior a detener la hemorragia, era clave para la supervivencia. Muchos lograban evitar la perdida de sangre, sin embargo, terminaban por sufrir de una infección que se extendía y condenaba al resto del organismo.
Para eso existían los antisépticos, la medicina que impedía que seres malignos atacaran las heridas de las personas. Ainelen imaginaba a pequeñas bestias con colmillos entrando al cuerpo del herido y un ajo gigante pateándolos de vuelta. Sin embargo, también existían antisépticos hechos con lavanda, miel y otras plantas.
Por suerte el instructor había llevado material propio para la práctica. Ainelen no se imaginaba rompiendo su polera y haciéndola girones para hacer gasas.
Recorrieron el bosque en círculos, oyendo al instructor hablar sobre anécdotas en sus tiempos de novato, plantas, más plantas, y algo breve sobre combate para curanderos. Una cosa destacada de esto último, fue que ellos siempre se ubicaban al fondo del equipo, siendo protegidos por el arquero.
Fue así como el día pasó volando y la noche los encontró camino a reunirse con el resto de soldados. Tenían acordado alojar fuera de la mina, pues estarían más protegidos que en el espeso bosque.
El croar de las ranas acompañaba el paseo nocturno de Ainelen y los demás. Se preguntaba si sería confiable andar por un lugar como ese, así como si nada; sin embargo, tenía le sensación de que, si preguntaba, el instructor diría algo como que los exploradores ya habían asegurado la zona. Tampoco había animales peligrosos, como serpientes o escorpiones, aunque arañas de vez en cuando asomaban de entre la cáscara de los árboles.
El cielo de un azul casi negro asomaba de vez en cuando, como pidiendo permiso a través del techo del bosque. Era una noche estrellada y fresca.
Finalmente, a lo lejos asomaron luces parpadeantes. El campamento ya estaba montado y se veía gente acurrucada en torno a las fogatas. Era un patio que de fondo tenía las minas, las cuales, su parte visible constaba de formaciones de diamante azul que apuntaban como cuchillas en varias direcciones.
—Vayan con el resto —los instó Zei Ominsk. Los demás hicieron caso, ansiosos, pero entonces cuando Ainelen se disponía a hacer lo mismo que sus compañeros, el instructor la detuvo—. Tú, espera.
—¿Sí?
Él no respondió de inmediato, sino que esperó a que los otros dos reclutas hubieran estado lo suficientemente lejos para comenzar a hablar.
—Sabes, normalmente no estoy a cargo de esto. Verás... —en la oscuridad, una figura anillada comenzó a destellar en azul. En la mano de Zei Ominsk, ¡Una diamantina!
—Usted, es como yo, ¿verdad? —Ainelen se inclinó para observar de cerca, con ojos que saltaban de curiosidad.
—No podría haber dado esta clase si no fuese por eso. Pero cada vez es más raro encontrar a chicos compatibles con diamantinas curativas.
Parecía que el instructor hablaba con cierto aire de tristeza. Zei Ominsk movió su mano y una línea azul se trazó en el aire. A continuación, motas de colores diversos aparecieron y se congregaron alrededor del anillo.
—Estos son colormorfos. Supongo que ya puedes verlos.
Ainelen asintió, maravillada.
—No tengo idea qué son exactamente, pero si tuviera que definirlos, diría que son lo que hace que estas diamantinas funcionen. Observa.
De repente, el barbudo sacó una navaja de su bolsillo y como si no le importase, hizo un tajo desde su codo, pasando por el antebrazo hasta llegar a la mano. La sangre brotó en la oscuridad, la muchacha comenzando a agitarse del miedo que crecía en sus entrañas.
El instructor cerró los ojos en medio de la luz que le cubría de azul, entonces las motas de colores giraron como un espiral y... ¡bam!
Se convirtieron en mariposas.
Pero no cualquier tipo de mariposas. Estas eran densas, como si la energía que proyectaran se hiciera física. Ainelen podía sentirlas vivas, como si tuvieran masa. Estas se unieron con el anillo y de la nada, en la herida se formaron raíces azules. A la mente de la chica se le vino un recuerdo reciente.
«¡La marca de la bruja!», pensó. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando las raíces aparentemente drenaron la energía de la diamantina y se expandieron. La herida desapareció al instante y la piel quedó intacta.
La luz azul se fue, sumiéndose el lugar en completa oscuridad.
—¡Increíble! Maestro, ¿Cómo lo ha hecho?
—¿Maestro? No es así como deberías llamarme, pero... ¡me agrada!, llámame más así, por favor.
Ainelen se rio, algo que el hombre pareció tomárselo bien. Luego, este último habló un poco más serio.
—No quería decirlo delante de los otros chicos, pues sonará mal. Un curandero con diamantina y uno sin ella son como un pez y un humano. O como día y noche, si lo prefieres de esa manera.
—Me doy cuenta. Lo que ha hecho es demasiado increíble, ¿podré hacerlo yo también?
—Tómalo con calma, niña. Lo que decía, estos dos tipos son tan distintos, que su funcionalidad también cambia. Un curandero ordinario es limitado, porque en realidad no hay métodos efectivos para salvar una vida. Se limitan a parar sangrados, a aliviar un poco el dolor y a formas rústicas que a veces pueden ser demasiado tortuosas para un paciente —el instructor hizo una pausa. Ainelen esperaba atenta lo que diría después—. Una diamantina lo vuelve todo más fácil. Es como tener milagros abundantes, puedes cerrar una herida grave en nada de tiempo y hasta injertar miembros previamente mutilados. Excepto la cabeza, en eso ten cuidado. Por alguna razón no funciona allí.
—Ya veo.
Oír a Zei Ominsk hablando de cosas como esas daba la impresión de que sería sencillo. Pero, ¿de verdad se podía recuperar y curar un miembro cortado? Era imposible. Tal vez exageraba.
—Por eso mismo, te pido que tengas cuidado, niña.
—¿Por qué?
El barbudo iba a responder, sin embargo, una mancha blanca se deslizó velozmente cerca de ellos. Entraron en alerta.
—Instructor, ¿qué fue eso? —susurró Ainelen, cohibida.
En la oscuridad envolvente fue imposible ver qué cara estaba poniendo Zei Ominsk, pero de alguna forma, la chica intuyó que el hombre estaba tenso, como un animal preparando sus garras afiladas.
—Ve hacia el campamento, recluta.
Ainelen no tuvo la más mínima intención de cuestionar esas palabras. Así que salió con cuidado de la maleza y corrió a lo largo del patio hacia donde las llamas de las fogatas la esperaban.