Ainelen había sido la única de todas que se había unido a la Fuerza de Exploración. Clarisa, Rosét y Luna no corrieron con la misma suerte que ella y pudieron elegir libremente la Guardia. Bueno, Danika no se había aparecido todavía, pero creía que ella sí había tomado la Fuerza de Exploración o la Fuerza Fronteriza.
Había pasado un día desde que la infame Zei Kuyenray la hubiera forzado a unirse a la división que capitaneaba. Ainelen estaba con la mente hecha girones, como sin entender aún los hechos recientes.
Ese mismo día en la noche, habría una reunión de la división donde se daría la bienvenida a los nuevos miembros. Ella pensaba seriamente en no ir. Pero si se atrevía, quizá qué consecuencias traería.
—¿Qué se supone que haga? —murmuró para sí misma. Se hallaba sentada sobre su cama, con la espalda apoyada en el respaldo. Los rayos del sol penetraban las cortinas semitransparentes, estas ondulando sobre las ventanas que abrían paso al viento matutino.
Ainelen examinó su habitación de izquierda a derecha con ojos cansados. Solo era ella y el silencio. Su pelo ondulado castaño estaba hecho un desastre, como si le hubieran amasado la cabeza.
El resto de chicas había salido porque la Guardia comenzaba las reuniones esa misma mañana.
—Pues si quieres no vayas. Fácil.
De pronto, la imagen de una muchacha un poco tostada por el sol y con el pelo rizado y las mejillas moteadas en pecas, asomó. Danika, de brazos cruzados mientras se recostaba muy a gusto en la entrada. ¿Cuándo había llegado?
—Emm... ¿de qué hablas? —Ainelen se hizo la desentendida.
—Oí que te uniste a la Fuerza de Exploración. ¿Te has mirado antes al espejo?, ¿eh? —se mofó Danika, quien ladeó la cabeza mientras enarcaba una ceja.
—¿Perdón?
—Ya sabes que eres fea, pero me estoy refiriendo a lo otro. Tú eras una costurera, sastrera o como sea que se llamen. ¿Qué piensas hacer con ese cuerpecito en un campo de batalla contra monstruos de mierda?
Ainelen bajó la mirada al tiempo que su rostro ganaba calor. ¿Por qué ella le estaba diciendo todo esto?, ¿le importaba acaso?
No, mejor no se trituraba los nervios con esto.
—Ya, solo preguntaba —siguió diciendo Danika al no tener una respuesta.
—¿A qué te uniste tú? —preguntó Ainelen.
—Iré con la Fuerza Fronteriza.
—Ya veo.
Al final sí que era la única. Tampoco se le permitiría hacer equipo con gente conocida, así que de todos modos daba igual.
Por lo que Ainelen sabía, los soldados de la Fuerza Fronteriza se alojaban en la fortaleza cerca del límite con Minarius, por lo que Danika se marcharía dentro de poco. En cuanto a las otras dos divisiones, la Guardia se instalaba allí mismo, en el edificio de La Legión, y la Fuerza de Exploración vagaba de aquí para allá.
Este era un día libre. Mañana, posiblemente Ainelen se movería hacia un nuevo destino fuera del pueblo. En palabras de la misma capitana, estaban urgidos de curanderos con diamantina, por lo que era difícil creer que no la requirieran pronto. No tenía idea de cómo sería su proceso de formación, pues tampoco se aprendía de la noche a la mañana a usar esos poderes. Ainelen no tenía idea sobre qué hacer.
Siendo sincera, ella había considerado ser curandera como también arquera, pero no en la división a la que pertenecía ahora.
—¿Por qué... la Fuerza de Exploración? —insistió Danika.
Porque la habían obligado. Porque una mujer, que mas bien parecía un demonio con cabello rubio y una cicatriz en la cara, la había obligado. Eso quería decir Ainelen, pero obviamente no lo iba a hacer.
—Es porque quiero conocer lugares nuevos —mintió.
Danika entrecerró sus ojos azules como ranuras. ¿Se lo creería? Tal vez Ainelen no había puesto suficiente confianza en sus propias palabras.
La rizada abandonó su posición de relajo y fue hasta su cama. Se acuclilló y, debajo de esta, sacó un baúl, de donde al abrirlo aparecieron prendas de ropa.
Vaya, si ella tenía mudas, entonces no tenía sentido que anduviese con ropa de chico hasta ahora, ¿no?
Danika se quedó viendo hacia la nada. Y fue durante más tiempo del usual.
¿Por qué alrededor de ella estaban volando pequeñas motas de luz multicolor? Espera, no solo allí, sino también por allá en las otras camas, en las cortinas, en la entrada...
—¿Qué son estás cosas? —preguntó Ainelen con las manos extendidas, intentando agarrar una de las motas que pasaba cerca de ella.
—¿Qué?, ¿de qué hablas?
—Estas pelotitas de luz, ¿las estás viendo?
Danika parpadeó con ojos perezosos.
—Yo no veo nada.
—¡¿Eh...?! Pero si están por todos lados.
La nueva respuesta de Danika fue una negación con su cabeza.
«¿Qué está pasando?», se preguntó Ainelen entrando en pánico. «¿Me estoy volviendo loca?». Tal vez su charla con la capitana la había afectado incluso más de lo que ya creía.
No se dio cuenta hasta que oyó un ronquido, de que su compañera de habitación había caído dormida. Allí mismo, encima de su cama desordenada, en posición doblada y con su baúl abierto. Ojalá Ainelen tuviera esa facilidad para conciliar el sueño.
Luego de un rato, las luces flotantes seguían deambulando por el aire, pero de alguna forma parecían más opacas, como si les hubieran drenado su color. ¿Tendría que ver con la diamantina curativa? Ainelen no la andaba trayendo en ese momento y, dudaba que se la entregaran para actividades que no fueran netamente de interés de La Legión.
Por un momento le dio la sensación de que los colores de la habitación se hacían más nítidos. No solo los colores, también los contornos de los objetos. Era como si su vista se hubiese agudizado, aunque era una diferencia casi insignificante. Aun así, sabía que no era lo mismo, algo había cambiado.
—Tal vez no he dormido bien —susurró, entonces se dejó caer y tras estar mucho rato de lado en su cama, los ojos se le cerraron.
******
Ainelen se echó el agua a puñados en la cara, lavándose y refrescándose luego de su tarde de siesta.
Frente a la muchacha había un espejo, el único en el baño femenino. El púrpura de sus ojos era casi brillante, incluso cuando estaba siendo iluminada solo por una lámpara de aceite. Coincidía con su abuelo, quien muy probablemente era quien le había heredado ese rasgo.
Ainelen se palpó su pómulo derecho, allí había un pequeño y molesto lunar. Quiso pellizcarlo, pero se retractó.
Cuando estaba saliendo del baño, a través del tenebroso pasillo cubierto en sombras, esas pequeñas motas de luces reaparecieron. Ainelen se dirigió hacia el primer piso, con dirección hacia la torre número uno. En un salón se llevaría a cabo la reunión de los exploradores.
¿Qué había sido eso?
Ainelen se detuvo y miró a sus espaldas.
Oscuridad. ¿Por qué las luces no estaban allí? Era como si un vacío las mantuviera alejadas.
La chica comenzó a sentir afligimiento. Estaba por abrir la boca, pero decidió no hacerlo. En realidad, había sido el temor lo que la detuvo.
Tenía que salir de allí lo antes posible.
Ainelen apuró al paso y dobló en una esquina, pillando las escaleras que la condujeron al nivel inferior. No quiso mirar atrás, pues su instinto le decía que solo había que ir hacia delante.
«Camina. Camina».
El nivel de abajo estaba mejor iluminado, con lámparas que yacían colgadas en un patrón estable. Ainelen volteó la mirada y no halló nada anormal. Muy bien. Más adelante se encontró con reclutas que ingresaban por la puerta del salón correspondiente.
Ainelen entró y se descubrió siendo la última en llegar. Tomó asiento en uno de los bancos, casi al final. La sala era de un tamaño mediano, con sucesiones de palcos que estaban de cara a un escritorio, lugar desde donde Zei Kuyenray observaba atentamente la entrada.
No podía verle el rostro con claridad, sin embargo, Ainelen tuvo la intuición de que ella había comenzado a sonreír en el momento que había llegado al salón.
En el lugar había poco más de diez reclutas. Considerando que había dos pelotones de una treintena de nuevos aspirantes, esta cantidad era bastante mezquina. Ainelen tampoco se habría unido si no fuera porque esa cosa azul la escogió.
Zei Kuyenray se puso de pie y cerró sus manos enérgicamente, dando un aplauso que enmudeció a los muchachos.
—¡Bien, ahora que están todos...!
Pero de pronto la puerta se abrió de golpe.
Todos se voltearon a ver a la persona que había interrumpido el discurso de la capitana.
Una muchacha, de estatura medianamente alta y cabello rizado. Danika encontró con la mirada a Ainelen, luego se quedó viéndola durante un instante. ¿Por qué ella estaba aquí si se había unido a la Fuerza Fronteriza?
Espera. ¿Quizá la había estado siguiendo?, ¿por eso sintió que alguien la observaba desde las sombras?
—¿Qué sucede, hija? Tú no eres de los míos.
—¡Pues cambié de opinión!, ¡Quiero que me dejes ser parte de la Fuerza de Exploración!
«¿Qué está diciendo?», pensó Ainelen. «Ya no se puede».
Sin embargo, para su sorpresa, la respuesta de Zei Kuyenray fue:
—No tengo problemas en recibirte, aunque ya firmaste un documento que te liga a otra división. Si quieres intercederé, ¿estás segura?
—¡Tan solo hazlo! —respondió Danika levantando la voz, como olvidándose de su propia posición como recluta y la de la capitana que tenía enfrente. Sin embargo, esta última no se molestó, tan solo bufó divertida.
—Eso es perfecto —dijo la rubia, con voz de satisfacción.
Danika fue hacia el banco del otro lado de Ainelen, quien estaba en el sector derecho. Ambas quedaron al último, viéndose la una a la otra.
No tenía idea qué se le pasaba por la cabeza a esa chica.
La charla trató de lo que harían al día siguiente: la Fuerza de Exploración, es decir, para este caso, los nuevos miembros, saldrían de Alcardia para hacer un reconocimiento del terreno en el Bosque Circundante. Serían llevados por legionarios experimentados, quienes les enseñarían cosas básicas según el rol que eligieron para desempeñar dentro de la misma división. Por lo anterior, serían cuatro los instructores, uno para cada clase. Saldrían temprano, apenas el sol liberara su primer rayo de luz tras la cordillera.
Durante la reunión, Ainelen halló la cabellera puntiaguda y lisa de Holam, quien estaba sentado en la primera fila. Vartor también estaba, pero se le vio conversando con otro grupo de chicos. Si contaba a todos los soldados, había dos mujeres y doce varones. Catorce, exactamente.
Más adelante, finalizando la reunión, la capitana entregó placas que los identificarían como miembros oficiales de La Legión y de la Fuerza de Exploración. Luego de eso los jóvenes regresaron a sus dormitorios, pero la capitana llamó a Ainelen y a otro muchacho, un poco bajito para ser hombre, aunque de aspecto confiado y robusto.
La alta mujer de la cicatriz, sacó de un cofre dos objetos relucientes en azul, semitransparentes, con un brillo que evidenciaba ondas que navegaban sobre la superficie cristalina: las diamantinas. Una era la de Ainelen, el bastón-hoz curativo, y, la otra, una espada de hoja alargada que tenía un solo filo, con una curvatura en la punta y en el lado posterior con espinas sobresalientes.
—Ten la tuya, espadachín —la capitana puso en las manos del joven el arma que le pertenecía, y entonces entregó a Ainelen la propia—. Y aquí está la tuya, curandera. Ustedes dos son el futuro. Pongo mis esperanzas en ello.
Ainelen contempló lo que tenía entre sus manos. Anteriormente no había podido escudriñarlo con detenimiento, pero ahora, en una situación diferente, sintió que el frío de su piel al entrar en contacto con el diamante azul se transformaba en calor, fluyendo por su propio cuerpo. Era como la sangre, la llenaba de energía. Ainelen de pronto quiso saltar, ponerse a girar con el bastón. Quería, quería... no podía explicarlo.
Qué raro. Era maravilloso.
—Woah —cerca de ella, las luces comenzaron a congregarse en masa, como atraídas por su unión con el bastón. Se agruparon en dos cordones, luego se retorcieron como enredaderas y comenzaron a fluir con ella en medio.
Ainelen abrió mucho los ojos y dejó salir una risita. El otro muchacho estaba observándola con rostro sorprendido, al parecer viendo lo mismo que ella.
—Por cómo reaccionas, veo que la resonancia ya ha iniciado. Es una buena señal —dijo la capitana, de expresión serena.
—¿Resonancia?
—Así es. Pasa a los usuarios de diamantinas el generarse un vínculo. Quiero que se las lleven y las mantengan cerca. Conviene que eso se fortalezca, encaminará el entrenamiento de mañana —entonces Zei Kuyenray les dio la espalda y fue a recoger un libro que estaba sobre su escritorio—. Que tengan dulces sueños.