—¡La siguiente prueba es una muy sencilla, solo tendrán que que encontrar el portal para regresar en la cúspide de la montaña frente a la que van a aparecer!— Pronuncio muy furioso, repitiendo las palabras del instructor Luther que nos dijo antes de enviarnos al lugar de la prueba, mientras observo a la colosal formación de rocas que sobrepasa las nubes.
Está se extiende por varios kilómetros, llenos de espesos bosques, riscos y desfiladeros, todos cubiertos por una gruesa capa de nieve.
Continúo quejándome a la vez que me froto los brazos para crear calor. —¡Y para rematar hace un frío que hiela los huesos! Sabía yo que esto no iba a ser para nada fácil como decía ese sinvergüenza.
Alfred trata de calmarme —Bueno Irán no tienes que alterarte tanto si mira que abrigos de piel tan buenos nos dieron. Además no parece que vayamos a tener que enfrentar a muchos enemigos esta vez.
Le respondo aún más enojado que antes —Si, si, según tú aquí todo está de lo más bien; de maravilla como se diría. ¡Hazme el favor de no ser tan ingenuo Alfred! ¡Acaso no te das cuenta que estos abrigos no son suficientes! ¡¿Cuánto tiempo crees que nos lleve encontrar ese dichoso portal?! ¡¿No te has fijado en el tamaño de esa cosa?!
Me responde pensativo y algo conmocionado. —Tienes razón, esa montaña es enorme.
—¡¿Enorme?! ¡¿Enorme dices?! ¡Gigantesca, colosal diría yo! Nos tomará un par de días cuando mínimo llegar a la cima. ¡Y sin comida! ¡Ah! Y otra cosa... ¡¿Y si viene una ventisca, qué nos haremos entonces?! Aquí no hay demasiado frío, ¿pero qué me dices cuándo subamos un poco esa condenada cordillera? ¡No nos puede matar un monstruo pero de seguro el frío lo hará; sino es claro que me hago añicos al caer de algún desfiladero o sabe Dios que otras cuantas cosas pueden pasar! ¡Esto es un suicidio!— Termino arodillándome sobre la nieve y poniéndome las manos sobre la cabeza muy afligido.
Claudine que no puede soportar verme en esa situación y se me acerca para tratar de calmarle al mismo tiempo que me ofrece algo de calor con un abrazo. —No te preocupes tanto Irán. Ya verás que lo vamos a conseguir y no será tan difícil como te imaginas.
Su gentil voz me llega al alma y puedo asegurar que disipa un poco de mi angustia.
Elizabeth que dirige su vista con detalle hacia nuestra meta comenta muy preocupada. —No es que quiera ponerme del lado de Irán pero todo lo que dice es cierto. Prefiero combatir a cualquier monstruo por muy fuerte que sea que verme en está situación en la que estamos. Me atrevo a asegurar con certeza que está es la prueba más difícil y peligrosa a la que nos hemos enfrentado hasta ahora.
Damos inicio a la cruenta travesía y lo primero que tenemos que hacer es cruzar un bosque con la nieve tan espesa que se nos hunden las piernas hasta poco más arriba de las rodillas, provocando que el trayecto sea aún más extenuante; pero lo que más molesta no es la nieve ni el frío, sino Alfred que tras haber avanzado casi un kilómetro se la pasa quejándose. —¡«Por Dios que hambre tengo! ¡Y no aparece un reno, jabalí o cualquier animal para hincarle el diente después de cocinarlo en una exquisita barbacoa! Juro que si veo alguno de inmediato le doy caza con mi hacha. Se la arrojaría y lo atravesaría de un lado a otro del hambre que tengo.
Mi glotón compañero no para de repetir una y otra vez como atraparía al animal y después lo cocinaría con la boca haciéndosele agua, al límite que hasta yo me comienzo a sentir hambriento.
Tras pasar un poco de tiempo, ya Alfred casi no puede ni caminar y lo único que hace es continuar diciendo. —Me muero de hambre. Quiero comer algo— Y cosas por el estilo.
Algo en lo que yo concuerdo, ya casi se pone el sol y no hemos comido nada en todo el día de caminata, de continuar así lo más probable que el hambre y no el frío sea el que haga que nuestro viaje termine más pronto de lo esperado.
Ya casi con las esperanzas perdidas, Elizabeth dice las palabras más hermosas que los oídos de cualquiera de nosotros quisiera oír en este momento. —Alfred ¿te gusta la carne de de oso? Porque aquí delante hay uno bien grande.
En efecto como dice la chica, justo delante de nosotros aparece un oso algo diferente a los que estamos habituados a ver, porque este tiene cuernos de cabra montés en su cabeza y es de un tamaño muy pero muy por encima de un oso normal, me atrevo a afirmar que es tres veces lo que debería ser.
Alfred reacciona de inmediato y se lanza con uno de sus saltos sobre la bestia con tal emoción, que ignora que queda completamente a la merced de las mandíbulas del animal.
Por suerte yo le intercepto en el aire y le salvo de una muerte segura.
Steven que nos cruza por delante le comenta con arrogancia a mi amigo. —Ya es la segunda vez que te salvan el pellejo por haberte lanzado así como lo haces sin pensar con claridad como hacerlo sin poner tu vida en riesgo. Quédate a observar como es que se hace.
El engreído chico se aproxima a la bestia y cuando está le envía un zarpazo, él la esquiva desplazándose a un lado por medio de su habilidad de manipular la gravedad y después le ataca la garganta a la bestia con tal potencia que le atraviesa el cuello de un lado a otro.
Alfred enojado tras haberse sentido menospreciado por el chico. —Puede que tenga razón en lo que dice pero me parece que esa no era la forma correcta de hacérmelo saber.
Yo le calmo a la vez que me interpongo en su camino para que no haga alguna estupidez. —Ya sabes como es Steven. Y a mí como estoy seguro que a nadie aquí le cae bien. Pero eso no justifica que te pelees con él, es tan solo un imbécil que no merece la pena; déjalo pasar que es lo mejor.
Mi compañero me contesta tras haber recapacitado con mis palabras. —Es verdad lo que dices Irán; no merece la pena gastar mis energías, que voy a necesitar escalando estas montañas, con ese idiota engreído.
Eliminada la tensión, después todos nos reunimos para preparar la carne del oso por medio de una gran fogata que armamos todos reuniendo ramas de los alrededores.
Ya una vez saciada nuestra hambre nos amontonamos junto a la hoguera y tras acordar que se harían guardias nocturnas de tres personas por noche, siendo los escogidos para esta noche Kingsley, Vladimir y yo en ese mismo orden, nos disponemos a dormir con el nigeriano dando inicio con la primera guardia.
Llega el amanecer y lo primero que hago es darme cuenta que Vladimir no me despertó para hacer mi turno de guardia.
Y es cuando veo al ruso con la garganta abierta y sentado sobre la roca donde mismo se había sentado Kingsley cuando se inició la guardia; cosa que al verla no hago más de decir impresionado. —¡No puede ser, Vladimir!