Las manos del joven seguían algo calientes, tanto que su piel comenzaba a ponerse roja, así que, tratando de olvidarse del inusual sueño, se puso de pie y se dirigió al baño más cercano para enjuagarse las manos con agua bien fría.
—Diaval...
—No puede ser —dijo antes de darse pequeñas cachetadas en la cara tratando de despertarse bien.
—El sótano... tienes que verlo.
—Ya, basta, quiero irme a dormir —se quejó antes de cerrar la llave del agua y salir del baño dispuesto a volver a la cama, pero unos segundos antes de poder poner un pie en la cama, escucho un extraño canto angelical lejano que parecía hipnotizarlo, parecía llamarlo.
El cuerpo de Diaval comenzó a moverse en dirección al sótano de su enorme hogar sin siquiera pensarlo, el joven ni siquiera entendía porque lo hacía, pero no se detenía a preguntar, solo seguía la canción, la cual, se transformó en una adorable y mítica sinfonía de un violín convidada con el angelical canto.
La canción lo guió hasta el sótano, un lugar lleno de cajas encimadas, artefactos viejos y miles de telarañas. Al ver el oscuro lugar, Diaval volvió a sus cabales, asustándose de encontrarse de repente en ese lugar. —¿Ahora que? —preguntó para sí mismo con gran sorpresa, sin dejar de escuchar la sinfonía del violín que parecía invitarlo a caminar por el lugar. —Ya enloquecí —comentó mientras caminaba con cuidado tratando de no tropezar con nada, pues en realidad, era muy poca la luz que lograba entrar por la extraña ventana del sótano. Podía sentir con sus pies las cajas mojadas y los antiguos juguetes que había en el suelo.
Todo parecía ir bien hasta que se pinchó el dedo con un objeto desconocido. Diaval, obviamente se quejó y trató de revisar su pie, y en ese mismo momento, el sonido del violín se detuvo, provocando que el silencio de la noche reinara en la habitación por unos instantes.
—Ok, fue extraño y entremetido, pero mejor regreso a mi cuarto —pensó después de revisarse el pie y tratar de caminar.
—Diaval...
—Maldición —se quejó en voz alta al escuchar esa susurrante voz.
—Mira —ordenó la voz, y de inmediato una extraña mariposa brillante color azul apareció frente a él, tocó su nariz y luego se dirigió al suelo de madera, iluminándolo con su cuerpo, dejando que Diaval observara el objeto con el que había tropezado. Era un extraño cofre de madera con muchas astillas.
La curiosidad le ganó al joven por un momento, así que decidió abrirlo de inmediato, encontrándose con miles de viejos y arrugados papeles con una letra extraña, escritos en otra lengua seguramente.
—¿Qué es...
Diaval se detuvo al lograr entender lo que los raros escritos decían con claridad.
"Nidhalcor, el mundo de las llamas del dragón negro".
Sorprendido de sí mismo, el joven tragó saliva y agarró la curiosa hoja para tratar de leerlo completamente.
"Hace mucho tiempo, en una tierra lejana más allá de nuestro universo, existía un peculiar mundo donde se decía que los dragones reinaban, no había rastro de ningún ser con apariencia humana.
Los dragones vivían pacíficamente en su amado planeta, pero La Paz nunca es duradera.
Un día, un portal se abrió en el suelo del planeta, dejando que unos seres extraños entraran, seres que se hacían llamar magos, pero no eran más que ladrones de magia.
Los magos habían entrado a ese mundo con la esperanza de que este sirviera como una enorme prisión para aquellos que no obedecían sus absurdas reglas.
Entraron sin permiso al planeta y dejaron a un joven atado de manos y pies en el frío suelo del lugar, esperando que muriera ahí."
La página terminaba con eso, dejando a Diaval con extrañas dudas en la cabeza, intentando encontrar la continuación entre las hojas revueltas, pero solo encontró una hoja rota con el mismo tipo de tinta que la que había leído, y está solo decía;
"El joven dio su vida para salvar al dragón negro. El acto de heroísmo del joven impresionó al dragón, quien, para evitar que muriera de esa manera ,le otorgó parte de su alma y con ella parte de su extraña magia. Así nació el primer mago Halcor y con él, una enorme generación de nuevos magos."
—Que bizarro —comentó antes de guardas las hojas y agarrar una al azar.
"El día del sol negro y el fin de todo un mundo".
Leyó el título con intriga antes de tratar de leer el resto.
—¡Diaval! —la voz autoritaria de su padre lo sobresaltó por completo.
El hombre se encontraba en las escaleras con una antorcha en mano para iluminar el lugar —¿Qué crees qué haces?
—No lo sé —contestó con honestidad sin darse cuenta de que había sonado algo irrespetuoso.
—Deberías estar durmiendo, deja eso y vuelve a la cama —ordenó con firmeza.
Diaval, tomando en cuenta que sí se encontraba cansado, obedeció a su padre y salió del sótano para volver a su cuarto, dejando a su padre solo.
El hombre observó desde las escaleras aquel viejo sobre y extendió su mano en dirección a este, dispuesto a hacer algo drástico, pero algo lo detuvo. Tal vez fue conciencia, tal vez nostalgia, era complicado entender la mente de aquel hombre.
Solo bajó el brazo, sacó un cansado suspiro y también volvió a su propio cuarto.
Volviendo a Francia.
—¿Planeas mirar el violín todo el día? —preguntó Ivette.
—No sé que más hacer, no sé qué... esperan que haga con él —mencionó.
Ethel se encontraba ya en casa de Ivette, las dos se habían quedado solas, pues la madre de su amiga había tomado el turno nocturno en su fábrica.
—Intenta tocar —sugirió Ivette —lo que sea estará bien, es un violín mágico.
—No sabemos si es mágico —comentó Ethel.
—Solo hay una forma de averiguarlo —Ivette, de manera apresurada quitó el violín de la mesa y se lo entrego a Ethel —Vamos, hagámoslo, bueno, hazlo, no pierdes nada —insistió.
—Ok, Ok —dijo finalmente tomando el violín y acomodándolo correctamente para intentar tocarlo. —Tocaré Mary tenía un corderito —mencionó antes de comenzar a tocar sin darse cuenta de que sus dedos se habían acomodado a la perfección, mientras que su mano derecha comenzaba a mover el hermoso arco transparente con gran elegancia.
Los dedos de Ethel parecían moverse solos, creando una hermosa y nueva melodía que ella no conocía, pero le hacía recordar a un cuento épico, al comienzo de una aventura fantástica en la que el héroe debe descubrir algo del pasado y luego emprender un largo viaje para enfrentar su destino.
Ivette miró con gran asombro a su amiga, quien ya comenzaba a disfrutar, aunque en realidad parecía no poder parar de tocar a voluntad. La joven Ethel cerro los ojos y se dejo guiar por la música, volviendo a actuar de manera involuntaria movió sus pies como si estuviera bailando en algo de sus recitales de ballet, dando giros elegantes y perfectos.
—¿Ethel? —la llamó su amiga al creer que estaba durando demasiado.
—Espera —le pidió casi susurrando mientras comenzaba a mover el arco con un poco más de rapidez y sus dedos comenzaban a cambiar de pociones.
El violín comenzó a ilumarse mientras la pobre Ethel tocaba con una cara de desesperación. Los objetos de la casa, como la lampara de la sala, el reloj de la pared, los peluches de Ivette que se encontraban en el sillón comenzaron a flotar, al igual que la misma Ivette quien al no saber como reaccionar optó por solo sacar una leve risa y mirar sus pies que ya no tocaban el suelo.
—¡Ethel! —la enojada y escandalosa voz de su padre la desconcentro provocando que finalmente dejara de tocar —Abre la puerta, se que estas ahí.
—Un segundo, señor —pidió Ivette antes de voltear a ver a Ethel y susurrar algo asustada —Oye, bájame.
—¿Qué haces ahí? —preguntó Ethel muy desconcertada, pues no había notado las cosas flotantes a su alrededor.
—Ah, ya sabes, pasando el rato —habló con sarcasmo —¿Que crees tu? la... canción esa lo hizo, bájame.
—Ah... Ok, déjame —dijo antes de mover el arco como una varita mágica y señalar a Ivette, quien de inmediato sintió un cosquilleo en el estomago —Oh, ok, solo —comentó algo nerviosa mientras movía el arco lentamente hacia abajo, logrando que Ivette llegara al suelo sana y salva.
—Tumbaré la puerta, Ethel —amenazó su padre.
—Suena molesto —mencionó Ivette sin intensiones de abrirle.
Ethel, sabiendo que su padre se molestaría más si no abría, dejo el violín en la mesa y mejor fue a abrirle —Hola, papá.
—¿Hola, papá? —mencionó el hombre calvo de manera furiosa —¿Estas segura de que es lo primero que quieres decirme?
—De verdad lo siento, yo...
—Trae tus cosas, Ethel. Habláremos en el auto —dijo tratando de mantener la calma frente a Ivette quien claramente estaba de chismosa escuchando.
Ethel, sin ninguna otra opción, tomó su mochila el violín y fue con su padre hasta el auto