—Te corrieron —exclamó el padre de Ethel con molestia tratando de mantener la vista en el camino mientras conducía. —El maestro te corrió de la academia de baile, no lo puedo creer ¿Sabes cuánto me costó meterte ahí?
—Papá, solo fue ayer, es que estaba...
—Distraída, si, me llamó tu maestro. Dice que le preocupas porque todo el tiempo estas en la luna, que no reaccionas cuando te llaman —dijo su padre aun regañándola —¿Qué esta pasándote?
—Es que... no es facil concentrarme desde que la tia Julitte...
—Otra vez con eso —se quejó su padre rodando los ojos —Esa excusa ya no será válida, Ethel. Tienes que ponerte las pilas, volver a enfocarte en el baile, porque este comportamiento es inaceptable —comentó.
—Si, papá, de verdad lo siento. Me esforzaré, no volverá a pasar —aseguró, o más bien, mintió, tratando de no mirarlo directo a los ojos.
El padre de Ethel sacó un muy cansado suspiro y se tragó la mentira, y puso su atención en otra cosa, específicamente en el estuche que Ethel tenía en las piernas —¿Y ese violín?
—Ah... se lo guardo a un amigo, mañana se lo devolveré. —volvió a mentir.
—Bien —fue lo único que dijo, pues el resto del camino guardó silencio creando un ambiente lleno de tensión. Uno creería que eso mejoraría al llegar a su hogar, pero pasó todo lo contrario.
Al llegar a esa pequeña casa color lila y ver el carro de la madre de Ethel, el silencio se terminó, y Ethel más que nadie sabía que eso solo traería problemas.
—Ay, no puede —exclamó su padre antes de apagar el auto y salir de este no sin antes azotar la puerta del auto, dejando a Ethel ahí.
La madre de Ethel, una mujer alta de cabello mucho más rubio y un porte elegante que lucia perfecto con su traje formal, salió del auto igual de molesta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó de forma grosera el padre.
—Ah, contrate a un investigador, espero no te moleste, y me informó hace unos momentos que Ethel no paso la noche ayer en tu casa —dijo la mujer sonriendo con hipocresía —Y si, soy consciente de que hubiera sido más útil haber venido ayer para ver en donde mierda estaba mi hija —comento riendo un poco —Pero no importa, estoy aquí ahora y creo que Ethel se quedará en mi casa unos días.
—Ethel necesita concentrarse en sus clases de baile, y sé que si se queda contigo lo único que hará será ver televisión, comer comida chatarra y cosas así.
—Si, como una adolescente normal.
—Ella no es normal, no tiene derecho a ser normal, y si se sigue distrayendo será su fin —dijo el padre.
—¿Si quiera escuchas lo que dices? Ethel tiene derecho de tomarse un respiro por unos días —dijo muy segura —Es más ¡Vámonos, mi amor, corre! —le ordenó su madre gritando para llamar la atención, haciendo que Ethel bajara del auto.
—Tú vuelve al auto —ordenó su padre, pero Ethel no hizo caso, pues la presencia de su madre le daba algo de valor, aunque lo único que deseaba era que dejaran de pelear frente a ella.
—Vamos, Ethel, pasarás unos días conmigo mientras hablo con mis abogados —dijo su madre dándole un pequeño abrazo.
—Luna, te lo advierto —le dijo el padre mientras veía como la madre metía a su hija al auto —Si me entero de que falta a alguna de sus clases...
—Bla, bla, bla —dijo metiendo en el auto y arrancando de manera rápida y gritarle de paso —Muérdeme —le gritó mientras comenzaba a aumentar la velocidad y meterse entre las calles —Entonces... ¿Por que no dormiste en casa de papá?
—No quería escuchar sus gritos porque me corrieron de la clase de nuevo —dijo Ethel aun apenada.
—Ay, no puede ser. Tranquila, estarás conmigo toda la semana, y nos divertiremos —dijo su madre muy entusiasta.
De vuelta en Rumania.
El día de Diaval había sido aburrido como de costumbre, tomando clases con sus acartonados tutores la mayor parte del día, y practicando con ese aburrido instrumento, llamado "arpa", que parecía matarlo de aburrimiento con cada cuerda que tocaba.
Mientras tocaba el instrumento escuchaba las voces de sus tutores en su cabeza, cual grabaciones.
—Ponte derecho.
—Con elegancia.
—No me mires así, la mirada siempre al frente y alza la barbilla.
—Nunca pierdas la compostura frente a un invitado.
—Borra esa sonrisa.
—¡Atento!
—Déjate de niñerías ¿A caso quieres terminar siendo un don nadie?
—Sabes que se avergüenza de ti.
—¡Ok... suficiente! —dijo al hartarse completamente de esa melodía y poniéndose de pie, sintiendo todas las miradas des-aprobatorias de sus tutores al verlo tan alterado.
—Diaval —lo llamó su padre sin poder evitar mirar de reojo las palmas de su hijo antes de acercarse —Debes cambiarte, cenamos en 10 minutos.
—Si, padre —dijo tratando de sonar calmado, pero el joven estaba completamente estresado y a la vez aburrido.
Nunca antes había sentido el dia tan pesado como en ese momento, su rutina diaria comenzaba a ahogarlo igual que su ridícula corbata que se probaba ante el espejo de su cuarto.
El joven miró su reflejo preguntándose si así quería verse toda su vida, pues su padre rara vez cambiaba de apariencia, rara vez no parecía un ser gris, plano y aburrido. Le daba miedo convertirse en su padre.
Con esa extraña preocupación en la cabeza bajó a cenar tranquilamente con su familia, intentando sacar esos pensamientos de su cabeza, pues era un miedo irracional y muy extraño.
—Come con propiedad, estas usando el cubierto equivocado —le avisó su padre haciendo que el joven dejara el pequeño tenedor en su lugar y mirara detenidamente todos los demás cubiertos en su parte de mesa.
—Me siento algo extraño. Yo... no puedo recordar —avisó mientras sostenía su cabeza —¿Saben que? No tengo tanta hambre, comeré después en la cocina —se puso de pie tratando de retirarse.
—Esa no es manera de retirase de una mesa. Y aunque no tengas hambre no es razón para no hacerle compañía a tus padres.
—Esta bien, perdóname, padre —dijo volviendo a sentarse mientras jugaba con sus manos, pues estas se sentían algo extrañas.
Los padres de Diaval pasaron unos largos treinta minutos comiendo y charlando entre ellos, aburriendo por completo al pobre Diaval, que lo único que quería hacer era volver a su cama, dormir un largo rato y comer al menos un kilo de helado.
—Hace mucho calor ¿No les parece? —comentó Diaval sintiendo como sus manos sudaban.
—No —respondió su madre algo confundida —Ay, hijo ¿Qué te sucede? Estás muy rojo.
Diaval se tocó el cachete, dándose cuenta de que este estaba demasiado caliente, tan caliente que casi se quema la mano —Creo que tengo fiebre. —comentó tratando de mantener la compostura frente a su padre en vez de alterarse.
—No, estas bien, respira y cálmate —dijo su padre como si no fuera la gran cosa —El poder de la mente sobre el cuerpo. Mantente sereno.
—Oigan, no —dijo cuándo sintió esa incómoda gota de sudor bajar por su frente —De verdad me siento mal, voy a retirarme, con permiso. —finalmente logro alejarse de la mesa y se fue directo a la entrada de la cocina.
—No, Diaval, espera —dijo su madre antes de lograr alcanzarlo con sus tacones de casi diez centímetros —Déjame decirle a la cocinera que te prepare un remedio casero que me sé, vamos —La madre intentó agarrar el brazo de su hijo, pero el calor que emanaba de él la quemó.
La mujer se quejó y se alejó muy sorprendida de su hijo.
—Mamá ¿Estás bien? —preguntó muy preocupado al verla así.
—Diaval... tu—dijo con algo de temor mientras escondía su brazo.
—¿Qué te pasó? —dijo acercándose a su madre para revisar su brazo, pero cuando volvió a tocarla, una extraña flama salió de sus manos, causándole una quemadura muy grave esta vez. La mujer se retorció de dolor y trató de alejarse de su hijo —¿Qué diablos? —exclamó después de ver la llama salir de su palma —Mamá, perdón, yo no quería.
—Diaval, cálmate —le pidió su padre, quien trataba de acercarse a él lentamente, como si tratara con un animal salvaje.
—No, no te acerques —le rogó. —¿Qué esta pasándome? —pregunto al seguir sintiendo esa horrendo calor en sus palmas.
—Oye ¡Oye! mírame —le ordenó su padre de manera seria —Concentrate y respira.
—¿Qué? —dijo con confusión.
—Señora —dijo una de las empleadas que ya había llegado en ayuda de la madre de Diaval, que aún se quejaba por el terrible dolor —Calma, la llevaremos a un hospital.
—¡Diaval! solo mírame a mi —le dijo su padre.
—¿Por qué sigues diciendo eso? ¿Por que no ayudas a mamá? —gritó logrando que algunas llamas salieran de sus pies y de sus manos de manera involuntaria.
—No pierdas la compostura, debes relajarte y respirar.
—¿Compostura? ¿Estas loco? ¿No ves lo que pasa?
—¡Todo esto parará cuando te relajes y me escuches! —le gritó perdiendo la paciencia.
—Tu sabías —dijo algo asustado —¿Que-que esta pasándome?
—Nada que no puedas controlar. Trata de respirar —logró acercarse a su hijo lo suficiente.
—¡Deja de decir eso! —le gritó tapando sus oídos, lastimándolos un poco —¡Siempre tratas de decirme que hacer!
—Diaval...
—¡Siempre me pides que me controle, que actúe digno, igual que tu!
—Diaval —esta vez lo llamó su madre con temor en sus ojos mientras aun sostenía su mano.
—¡No quiero ser igual a ti! ¡No quiero vivir toda mi vida en este aburrido y lúgubre lugar hasta terminar con el alma gris y simple!
—Ay, por dios —exclamó la madre.
—Calmate ya, muchacho —dijo su padre dispuesto a darle una buena cachetada para que el joven dejara de causarle pánico a las personas presentes, pero justo antes de eso, el muchacho logro detenerle la mano y apretarla con fuerza, quemándolo también, pero a diferencia de la madre, el padre ni siquiera reaccionó.
—No quiero vivir así —dijo antes de sacar una lágrima que se evaporó en su rostro. Diaval, sin si quiera saber bien lo que sucedía con él, cerro los ojos y se dejo llevar, causando una enorme explosión que acabó con toda la mansión de una manera tan rápidamente que nadie tuvo tiempo si quiera de gritar.
Las ambulancias y las patrullas de policía llegaron desgraciadamente 20 minutos después, y solo encontraron dos sobrevivientes.