Era de noche, el viento soplaba entre los árboles causando un sonido aterrador para cualquier mente nerviosa, por suerte, Diaval no era así. El joven aun se encontraba en medio de ese inmenso y misterioso bosque, esperando que dieran las cuatro de la mañana para poder partir.
Sentado en una de las ramas más gruesas del único árbol "normal" que encontró, el joven intentaba enfriarse, pues, a pesar del horrible viento y el casi helado ambiente nocturno, se moría de calor.
—No sé, Fane, mejor vámonos ya. —escuchó la voz de una chica, parecía asustada y muy nerviosa.
—Cálmate, Jenica —le pidió el tal Fane a su compañera.
Eran tan solo dos campistas dispuestos a pasar la noche en ese extraño bosque, seguramente para ver si las leyendas sobre sucesos paranormales eran ciertas.
Diaval los observó desde las alturas y se preparó para tratar de asustarlo con una simple bola de fuego para practicar con sus nuevos poderes.
—Todo estará bien, solo... hay que esperar —escuchó al chico decir antes. Diaval volvió a asomarse pero los campistas ya no estaban.
—¿Qué? —dijo Diaval en silencio al no lograr ubicarlos.
—Hola —la voz del joven campista lo tomó por sorpresa. El sujeto había aparecido de repente a su lado.
—¿Qué diablos? —le dijo al verlo.
—Perdón, es que... me espían y tenia que disimular ser un civil —aclaró —La gente te busca ¿Lo sabías? —le dijo el tal Fane.
—¿Quien eres?
El joven lo pensó por un momento y luego sonrío amablemente —No puedo decirlo honestamente —dijo aun amistosamente —Llámame Fane, o "F", como quieras.
—Eso no me dice nada.
El joven sacó un suspiro —Vengo a ayudarte —el joven desapareció en un destello de energía azul y luego re apareció rápidamente con una muda de ropa en las manos, la cual le lanzó a Diaval para que la tomara —Creo que te queda. Póntelo y ve con tu amiga al aeropuerto.
—No entiendo nada.
—Es ropa especial, te mantendrá a una temperatura normal —le dijo —para que no llames tanto la atención.
—¿Qué?
—Sé que no eres como yo, o tal vez si, pero... con diferencias —trató de explicarle.
—No soy un super —le aseguró Diaval.
—Lo sé, yo... soy extraño también —dijo sonriendo un poco —Mira, a mi me persiguen porque... me tienen miedo, hice algo... malo, igual que tú.
Sentí tu enorme poder en el momento en que destruiste tu casa, pero no solo yo noté tu presencia. Tu padre no es el único que debe preocuparte ¿Entiendes? por eso quiero que vayas con tu amiga al aeropuerto y vueles hasta Francia, ahí hay... alguien que seguro te ayudará a esconderte.
—¿Como sabes?
—Tengo contactos.
—Aun no comprendo porque me ayudas —dijo Diaval cruzando los brazos, pues le parecía muy sospechoso.
—Porque me gusta quitarle trabajo a GLYNIS.
—¿GLYNIS? —preguntó antes de que el foco se le prendiera y abriera mucho los ojos al llegar a una rápida conclusión —Tú —lo señaló —eres a quien buscan desde hace meses. ¿No? eres..
—Shhh—le pidió poniendo su dedo indice cerca de su boca para que Diaval se callara —Los arboles tienen oídos —le susurró —Baja la voz.
—No te pareces en nada a la foto de la noticia.
—Cambio de forma —dijo —No te sorprendas, después de todo, soy el mejor super del mundo —presumió antes de lanzarle unas llaves —Usa mi auto, pero no lo quemes. Bueno, suerte —Dijo el tal Fane guiñándole el ojo y volviendo a desaparecer, dejando a Diaval de nuevo solo.
—Pues... a Francia se ha dicho —comentó antes de cambiarse de ropa.
Horas después.
Diaval observó con cuidado la entrada del aeropuerto, tenia a la vista en Elizabeth, quien tenía una capucha y unos lentes de sol, ya que creía que así no llamaría la atención. Intentaba analizarla, pues cada movimiento que hacía le causaban un escalofrío. Parecía tensa, nerviosa, no paraba de mirar a la derecha sutilmente, como si fuera observaba por alguien, o tal vez, temía ser observada por alguien, su pie derecho se movía de arriba a abajo rápidamente, estaba apurada, inquieta, pues sus manos temblaban, pero trataba de disimularlo con sus mangas largas.
—O ella tenia razón y soy muy paranoico o tal vez mi padre está aquí —pensó aun observando desde ese auto lujoso negro que había rentado para llamar la atención de cualquier matón que su padre hubiera podido contratar —¿Como me acerco? —pensó mientras ponía sus manos en el volante, viendo como este comenzaba a calentarse, haciendo que el joven quitara las manos y las agitara buscando enfriarlas mientras escuchaba la alarma de su teléfono desechable. Ya eran las cinco en punto —Maldita sea —se quejó en voz alta —Que diablos —exclamó antes de bajar del auto, dejando ver su camisa blanca formal con corbata mal puesta, tenia las mangas remangadas, como si el pobre se muriera de calor, lo cual era extraño pues era demasiado temprano y la mayoría tenía suéteres. Aparte de eso, llevaba consigo una mochila negra colgada en la espalda. Era como si no quisiera llamar la atención a propósito.
Diaval caminó por el estacionamiento con rapidez y llego hasta Elizabeth, quien lo reconoció de inmediato.
—¿Qué traes puesto? ¿Estas loco? —le reclamó en susurro.
—Dame el boleto —le pidió de manera apresurada extendiendo su mano para recibirlo.
—Perdóname —dijo muy avergonzada.
—Ay, no —se quejó, aunque en verdad lo veía venir.
—Hice todo lo que me dijiste. Si logras escapar de él puedes quedarte en la casa de mi primo —le dijo entregándole una hoja y los boletos para después alejarse unos pasos, dejando que cuatro hombres se acercaran y le apuntaran con sus pistolas al muchacho.
—Me supongo que mi padre no pudo venir —comentó sonriendo un poco mientras alzaba las manos, como si se rindiera.
—Esta en el auto negro de por allá —le dijo uno de los matones amablemente —No hagas nada estúpido y ven con nosotros —le sugirió mientras lo agarraba fuertemente del brazo, mientras el chico no ponía ninguna resistencia.
—¿En ese? —lo señaló fingiendo incredulidad mientras lo bajaban de la banqueta del aeropuerto. Ninguno respondió, pues no entendían porque preguntaba.
—Apresuren se, —se escuchó la voz de su padre desde el radio que traía uno de los matones.
—Hola, papá —dijo descaradamente como si nada antes de agarrar el brazo del sujeto con su mano libre y comenzar a quemársela, para que este lo soltara.
El matón se quejó —¡Ah! ¡Maldito! —dijo con odio. Sus compañeros de inmediato dispararon, pero el joven, si saber bien lo que hacía dejó salir algo de su magia extendiendo sus manos, logrando que una simple ola de calor afectara a los hombres, haciendo que se agacharan. No habían sufrido quemaduras graves, simplemente era como sí les hubieran echado aire caliente en la cara, mientras que las balas habían sido detenidas por la fuerza del poder de Diaval terminando aplastadas en el suelo.
Los cuatro hombres lo miraron con algo de terror unos momentos y luego intentaron dispararle nuevamente, pero el joven los detuvo al extender su mano hacía el carro negro en el que su padre iba —No pelearé con ustedes, déjenme partir y no pasará nada —amenazó Diaval.
—No te atreverías —dijo uno de ellos, creyendo firmemente que el muchacho no se atrevería a hacerle daño a su padre.
—¿Estas retandome? —dijo de manera presumida antes de respirar profundamente y hacer que toneladas de llamaradas salieran de su mano y se dirigieran al auto, haciendo que este explotara.
Los cuatro hombres de inmediato corrieron hacía el auto para revisar que su jefe estuviera bien, o al menos ver si el dinero que tenía que darles estaba intacto.
Diaval aprovechó eso y se fue corriendo a la entrada del aeropuerto, no sin antes ver por ultima vez a Elizabeth quien estaba igual de horrorizada que aquellos hombres.
—Gracias —le dijo Diaval antes de meterse finalmente al lugar y disimular que nada había pasado. Se perdió entre la multitud y logró subir al avión sin problemas, o al menos eso pensó él.
Mientras que los hombres revisaban los escombros del auto, encontrando a su jefe completamente intacto, limpiándose el traje lo mejor que podía mientras veía con gran enojo a aquellos cuatro hombres.
—¿Señor? —preguntó uno con algo de horror.
—Tienen suerte de que mi hijo sea más estúpido que ustedes cuatro juntos —dijo de manera tranquila, aunque con algo de odio en sus palabras.
—No nos dijo que su poder era tan grande. Nos dijo que era un novato, un niño sin control —le reclamó uno de ellos, el más alto de los cuatro, estaba enojado y muy disgustado.
—Lo es —aseguró el padre —Y no solo eso. Como dije, es estúpido. Sus poderes lo están cegando, se cree inteligente, cree que los tiene bajo control y los usa sin pensar bien en las consecuencias —mencionó mientras señalaba el aeropuerto, específicamente una de las cámaras de seguridad que seguramente había grabado todo.
—¿Qué? Pero...
—GLYNIS se encargará de él por mi —mencionó el padre dispuesto a irse del lugar.
—Espere ¿Quiere que GLYNIS atrape a su hijo? Pensé que lo quería a su lado —cuestionó —Que nos quería para eso.
—Los agentes de GLYNIS intentarán capturarlo haciéndolo sentir atrapado. Tendrá que escoger entre pasar el resto de su vida en una fría celda de GLYNIS drogado hasta la médula o aceptar venir conmigo —dijo tratando de no sonreír frente a esos hombres y suspirar simplemente —Averigüen a donde irá, síganlo con cautela y avísenme cuando pueda verlo —ordenó
Mientras tanto, en Francia.
—¿Ethel? —preguntó Ivette al entrar al baño de la escuela y encontrarse en un lugar oscuro —Recibí tu mensaje ¿Estás aquí? —preguntó cerrando la puerta detrás de ella tratando de ver al menos alguna cosa.
—Si —la voz triste y preocupada de Ethel la tomó por sorpresa.
—¿Qué tienes? No te veo —dijo Ivette tratando de encontrarla mientras extendía sus manos para tratar de tocarla.
—¿Recuerdas que hace unos días te dije que esto del violín era lo mejor que me había pasado? —dijo aun con ese tono triste.
—Ah... si —dijo Ivette.
—Bueno, pues cambié de opinión —dijo.
—¿De que hablas? ¿Qué paso? —le preguntó Ivette riendo un poco, pues creía que exageraba.
—Esto —dijo antes de hacer que las luces se encendieran, dejando ver a una preocupada Ethel con el arco del violín en la mano derecha, pero eso no era lo extraño.
—No puede ser —exclamó Ivette al verlas —Tienes alas.
Ivette decía la verdad. Saliendo de la espalda de Ethel había unas hermosas y brillantes alas azules muy parecidas a las de un hada, o al menos eso fue lo que pensó Ivette.
—¿Qué voy a hacer?