Cegado por el deseo, Gianluca se encaminó con paso determinante hacia ella. Sus ojos esmeraldas fulguraban con intensidad mientras la miraba.
La desesperación se adueñó de él cuando un grupo de personas interceptaron su campo de visión, provocando a que este la perdiera de vista.
Estaba enloqueciendo...
Su necesidad por saber cómo se encontraba, lo carcomía por dentro.
Ya habían pasado tres días desde aquel incidente. Tres días sin saber de ella, lo cual justificaba su histérico comportamiento. Así que sin más se adentró con osadía a la mansión, en busca de Adeline.
...
La presentación era en una hora así que para agotar el tiempo Adeline se dispuso a caminar por el Gran salón, el cual se hallaba atestado de personas adineradas. Todos estos aristócratas lucían atuendos sumamente extravagantes que eran presumidos al merodear con aire de superioridad por el sitio. Mantenían risas falsas junto a conversaciones poco interesantes con respecto a la cantidad de dinero que poseían o al partido político que apoyaban, algo que le resultaba a Adeline totalmente tedioso. La prepotencia que transmitía aquel puñado de señoras la ponía de muy mal humor, por lo cual disculpándose se retiró.
Sin saber a donde ir, se dirigió hacia las escaleras con forma de espiral que ascendían al siguiente piso, por las cuales se encaminó.
La música clásica que resonaba por el salón, se escuchaba como lejanos murmullos a la distancia. Adeline se había alejado del lugar, adentrándose a otro que se encontraba sumido en completa oscuridad.
La falta de iluminación le otorgaba a la estancia un semblante de desolación, dificultando para ella visualizar el camino por el cual andaba.
Unos exiguos destellos amarillentos salían desprendidos a través de una puerta entreabierta, alumbrando una parte del pasillo.
La curiosidad de Adeline la impulsó a aproximarse con paso sigiloso en dirección a la puerta, la cual rechinó al abrirse.
El aposento por el que se adentró, disponía de un amplio librero en donde los libros estaban organizados en orden alfabético, de acuerdo al género de cada uno.
Las cortinas de seda combinaban con el color vino de la prolongada alfombra persa que se hallaba tendida bajo sus pies.
Un conjunto de partituras de piano se encontraban agrupadas en tres filas sobre un extenso escritorio.
Pero lo que realmente atrapó su atención fue la familiar escultura de piedra situada al otro extremo de la habitación.
Avanzó en dirección a la escultura, hasta posicionar sus manos en esta.
_ Ya sabes lo que le sucede a las esculturas como esas, cuando fisgoneas por donde no debes. _ La impávida voz del segundo hermano de los Sonobe hizo presencia en la estancia, provocando a que Adeline se sobresaltara.
_ ¿De quién te escondes Adeline? _ Cerrando la puerta al entrar, sus ojos de oro se posicionaron en ella.
Causando que sus mejillas se sonrojaran y apartara de inmediato la vista de él.
_ Yo no me escondía. _ Respondió carraspeando, en un intento por recuperar la compostura.
_ ¿No me digas?. ¿Utilizarás la excusa de que estabas buscando el baño? _ Negando con la cabeza, se encaminó hacia ella. _ No sabía que los baños también servían como dormitorios. _ Espetó con sarcasmo.
_ Bueno, en esta casa se puede esperar cualquier cosa. _ Susurró intranquila ante la aproximación de Jean Pierre.
_ Las sorpresas siempre llegan Adeline, por ejemplo yo no me esperaba que casi volvieras a estropear por segunda vez mi escultura favorita. _ Su mirada se desvió de sus ojos grisáceos para contemplar la figura de piedra.
_ Lo que sucedió el otro día fue un accidente, yo no quería romper tu preciada escultura miniatura. _ Explicó, tornando los ojos, mientras cruzaba sus brazos.
_ Guillaume Coustou, fue el artista que esculpió esa preciada escultura de piedra de la que hablas y además había sido el regalo más valioso de mi madre. Así que husmea por otra parte de la habitación que no sea esta. _ Sentenció, acomodándose en su sofá de terciopelo.
Soltando un exasperado bufido esta se alejó, dirigiéndose hacia el librero. En donde un libro en particular captó su interés.
El segundo hermano de los Sonobe percibió su afecto por ese libro.
_ ¿Fiel seguidora de Julio Verne? _ Inclinándose al frente, la miró.
_ Mi padre solía leerme sus libros por la noche. _ Acarició con melancolía el lomo del libro, para después extraerlo del estante. _ Era el único modo para poder quedarme dormida. _ Admitió con un tono abatido en su voz.
_ Tu padre tiene un buen gusto por la lectura. _ Mencionó, observándola con curiosidad.
Adeline, embozando una amarga sonrisa, situó el libro en su respectivo espacio.
_ Supongo. _ Su entonación gélida, dejó en claro que no quería seguir con el tema, lo cual solo incrementó las ansias de Jean Pierre por desmantelar el aura misteriosa que la envolvía.
Levantándose del sofá, avanzó en dirección a ella. Su jersey de cuello negro junto a su saco azulado que era del mismo tono que su pantalón de vestir, le concedía un semblante conservador.
Sus ojos dorados la contemplaban en cada paso que daba, hasta que su aproximación dependía ya de unos escasos centímetros.
_ Creo que debería irme. _ Murmuró, intentando de alejarse.
Lo cual no fue permitido por Jean Pierre, quien sujetó con su mano el antebrazo de esta.
_ Aún te falta mucho por curiosear. _ Musitó, acercándola más a él.
Su cálido aliento impactó contra el rostro de Adeline, provocando que al instante se estremeciera.
_ Ya he visto suficiente. _ Sus ojos grisáceos, se atrevieron a mirarlo sin poder ser capaz de efectuar algún movimiento para escapar de sus manos.
_ Insisto. _ Sus dedos trazaban la piel desnuda de sus brazos, haciendo un recorrido por estos. Hasta sujetar su cintura con firmeza. _ Puedo mostrarte más de mi colección de esculturas, de seguro te encantarán como la primera que rompiste. _ Culminó, a punto de rozar sus labios con los de ella.
Los latidos acelerados de Adeline y la respiración entrecortada de Jean Pierre eran la única mezcla de sonido presente en la habitación.
Una perfecta sincronía que no tardó en desvanecerse cuando ella se apartó de él.
_ Tengo que irme. _ Su tono distante se apoderó de su voz, tanto como de su rostro.
Adeline aún procesando toda la situación se retiró del aposento un tanto avergonzada. Cerrando la puerta al salir.
Dejando a Jean Pierre con una extraña incógnita sin resolver. ¿Cómo era posible que aquellos gélidos ojos de tormenta lo hayan hecho sentir esas emociones que hace tanto no había podido pervivir?...